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miércoles, 23 de abril de 2008

Evangelio del Día Comentado: Miércoles 23 de abril

EVANGELIO
Juan 15, 1-8
Publicado por Fundacion Epsilon

15 1Yo soy la vid verdadera, mi Padre es el labrador.

2Todo sarmiento que en mí no produce fruto, lo corta, y a todo el que produce fruto lo limpia, para que dé más fruto.

3Vosotros estáis y a limpios por el mensaje que os he comunicado. 4Seguid conmigo, que yo seguiré con vos­otros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no sigue en la vid, así tampoco vosotros si no se­guís conmigo.

5Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que sigue conmigo y yo con él, ése produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6Si uno no sigue conmigo, lo tiran fuera como al sarmiento y se seca; los recogen, los echan al fuego y se queman.

7Si seguís conmigo y mis exigencias siguen entre vos­otros, pedid lo que queráis, que se realizará. 8En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis co­menzado a producir mucho fruto por haberos hecho discí­pulos míos.

COMENTARIOS

I

1-2 «Yo soy la vid verdadera, mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no produce fruto, lo corta, y a todo el que produce fruto lo limpia, para que dé más fruto».

En varios pasajes del AT, la vid o viña es el símbolo de Israel como pueblo de Dios (Sal 80,9; Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 19,10-12). La afirmación de Jesús se contrapone a esos textos; no hay más pueblo de Dios (vid y sar­mientos) que la nueva humanidad que se construye a partir de él (la vid verdadera, cf. 1,9: la luz verdadera; 6,32: el verdadero pan del cielo). Como en el AT, es Dios, a quien Jesús llama su Padre, quien ha plantado y cuida esta vid.

Advertencia severa de Jesús, que define la misión de la comunidad. Él no ha creado un círculo cerrado, sino un grupo en expansión: todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que cumplir. El fruto es el hombre nuevo, que se va realizando, en intensidad, en cada individuo y en la comunidad (crecimiento, maduración), y, en extensión, por la propagación del mensaje, en los de fuera (nuevo nacimiento). La actividad, expresión del dinamismo del Espíritu, es la condicion para que el hombre nuevo exista.

El sarmiento no produce fruto cuando no responde a la vida que recibe y no la comunica a otros. El Padre, que cuida de la viña, lo corta: es un sarmiento que no pertenece a la vid.

En la alegoría, la sentencia toma el aspecto de poda. Pero esa sentencia no es más que el refrendo de la que el hombre mismo se ha dado: al negarse a amar y no hacer caso al Hijo, se coloca en la zona de la reprobación de Dios (3,36). El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece a la comunidad, pero no responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se asimila a Jesús.

Quien practica el amor tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace. Con ella elimina fac­tores de muerte, haciendo que el discípulo sea cada vez más auténtico y más libre, y aumente así su capacidad de entrega y su eficacia. Pretende acrecentar el fruto: en el discípulo, fruto de madurez; en otros, fruto de nueva humanidad.

3-4 «Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado. Seguid conmigo, que yo seguiré con vos­otros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí solo si no sigue en la vid, así tampoco vosotros si no se­guís conmigo».

Hay una limpieza inicial (cf. 13,10) y otra sucesiva, para el creci­miento. Sintetizando datos, la limpieza o purificación inicial la produce la op­ción por el mensaje de Jesús, que es el del amor. Este separa del mundo injusto y quita, por tanto, el pecado (1,29). Cuando el mensaje se hace práctica en la vida del discípulo, la actividad del amor va profundizando la purificación. Según el significado de “limpio/puro”, sólo quien practica el amor a los demás agrada a Dios; y ése no sólo tendrá aceeso al Padre, sino que el Padre vendrá a habitar con él (cf. 14,23: vendremos a él...).

Jesús exhorta a sus discípulos a renovar su adhesión a él, mirando al fruto que han de producir. La unión con Jesús no es algo automático ni ritual, pide la decisión del hombre; y a la iniciativa del discípulos responde la fidelidad de Jesús (yo me quedaré con vosotros). Esta unión mutua entre Jesús y los suyos, vistos aquí como grupo, es la condición para la existencia de la comunidad, para su crecimiento y para que produzca fruto. Los discípulos no tendrán verdadero amor al hombre sin el amor a Jesús (14,15), y sin amor al hombre no hay fruto posible.

El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con él significa cortarse de la fuente de la vida y reducirse a la esterilidad.

5-6 «Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. El que sigue conmigo y yo con él, ése produce mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Si uno no sigue conmigo, lo tiran fuera como al sarmiento y se seca; los recogen, los echan al fuego y se queman».

Repite Jesús su afirmación primera, ahora en relación no con el Padre, sino con los discípulos. Entre él y los suyos existe una unión íntima; la misma vida circ­ula en él y en ellos, gracias a la asi­milación a él (6,56: comer su carne y beber su sangre).

El fruto de que se hablaba antes se especifica ahora como mucho fruto (cf. 12,24). Éste está en función de la unión con él, de quien fluye la vida. Sin estar unido a Jesús, el discípulo no puede comunicarla (sin mí no podéis hacer nada). .

Pasa Jesús a considerar el caso contrario, la falta de respuesta. El porvenir del que sale de la comunidad por falta de amor es “secarse”, es decir, carecer de vida. El final es la destrucción (los echan al fuego y se queman). La muerte en vida acaba en la muerte definitiva.

7-8 «Si seguís conmigo y mis exigencias siguen entre vosotros, pedid lo que queráis, que se realizará. En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis comenzado a producir mucho fruto por haberos hecho discí­pulos míos».

Sigue el tema de la fecundidad. La respuesta a las exigencias concretas del amor crea el ambiente de la comunidad (entre vosotros, cf. 5,38). Jesús se hace colaborador en la tarea de los suyos, sin límite alguno (lo que queráis). La sintonía con Jesús, creada por el compromiso en favor del hombre, establece su colaboración activa con los suyos. Pedir signi­fica afirmar la unión con Jesús y reconocer que la potencia de vida pro­cede de él.

La gloria, que es el amor del Padre, se manifiesta en la actividad de los discípulos, que trabajan en favor de los hombres. Esta afirmación pone el dicho en el contexto de las comunidades posteriores.

II

La vid simboliza en el Antiguo Testamento a Israel como pueblo de Dios (Sal 80,9; Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 19,10-12). Jesús cambia el sentido del símbolo. La vid ahora es él mismo; y los sarmientos, el nuevo pueblo de Dios. La clave para que los sarmientos produzcan fruto es la adhesión al proyecto de Jesús, que no es otra cosa sino renunciar a lo que sea necesario para asumir un estilo de vida verdaderamente cristiano; los que no dan fruto, especialmente aquellos que se llaman cristianos pero viven como si no lo fueran, serán cortados. Para asumir y vivir la opción por Jesús no estamos solos, ni pretendamos hacerlo solos; contamos con la savia del Espíritu de Dios. Quien cree y se mantiene firme obtendrá todo lo que quiera; en cambio, quien renuncie o se aparte seducido por la ambición y el egoísmo, será tirado afuera. Las palabras finales (v.8) indican que del testimonio que demos los cristianos depende en gran medida que el mundo crea y dé gloria a Dios; pero también, que el ser discípulo de Jesús es un título que no se regala, sino que se gana. Y sólo quien da buenos frutos podrá llegar a serlo realmente.


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