Publicado por Pagina 12
La filósofa y filóloga francesa presentó en Buenos Aires un trabajo interesante y provocativo, que evalúa la trascendencia sociocultural del buscador más requerido de la web, al mismo tiempo que plantea advertencias para el futuro.
Por Facundo García
“Yo la conozco, puse su nombre en Google”, le dijo un desconocido a Barbara Cassin. La filósofa francesa se quedó pensando. Luego descubrió que para el buscador más famoso su nombre podía corresponder también a una oftalmóloga estadounidense o a una teniente comandante de la Marina neocelandesa. Las tres Bárbaras tenían, además, algunas cosas en común, lo que facilitaba la confusión. Ese fue uno de los disparadores para que ella –la filósofa– se abocara a investigar los alcances sociales del fenómeno. Obtuvo un resultado: Googléame. La segunda misión de los Estados Unidos, que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica con el apoyo de la Biblioteca Nacional. La investigación se presentó el viernes en la Feria del Libro y promete convertirse en una lectura imprescindible para los interesados en saber qué consecuencias conlleva el hecho de que tanta gente se ponga una y otra vez frente a la pantalla blanca con letritas de colores.
El primer problema es que casi nadie sabe de Google. Ni siquiera se suele conocer lo que significa su nombre. Según una de las versiones más difundidas, es una deformación de “Googol”, término informal usado en ciertos círculos matemáticos para referirse al número diez elevado a la centésima potencia. Aunque eso es sólo una pequeña porción de la historia. La firma norteamericana se fundó en 1998, después de que dos estudiantes de doctorado llamados Larry Page y Sergey Brin desarrollaran el proyecto con el apoyo de la Universidad de Stanford. Casi nadie está enterado de que esa casa de estudios cedió a los jóvenes la licencia de una suerte de “fórmula secreta” de rastreo, con la condición de recuperar los derechos en 2011. Por eso, desde 2003, los creadores de la gallina de huevos de oro buscan diversificar el kiosquito y Google –que ya es uno de los gigantes de la red– se está convirtiendo en mucho más que un motor de búsqueda, con nuevas aplicaciones al estilo de Google Earth.
Toda esa información se puede conseguir googleando. Más difícil es dar con un análisis como el de Bassin; a pesar de que es firme defensora de Internet, no mira con tan buenos ojos a Google, y se preocupa porque no se identifique automáticamente al buscador con la web. La suya es una crítica filosófica rica en recursos periodísticos, que evalúa la trascendencia sociocultural del buscador y mecha advertencias para el futuro.
La investigadora recuerda que tras aquel episodio con el tipo que decía conocerla, su interés por el asunto se hizo todavía más fuerte cuando se cruzó con dos lemas aparentemente inocentes que la empresa usaba como un mantra. El primero ya no aparece, y era “don’t be evil” –traducible como “no seas malo” o “no hagas maldades”–. La otra frase sigue vigente y establece que la misión de Google es “organizar información proveniente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal”.
A Barbara le pareció que en esos dos eslóganes, como en la guerra de Irak, se estaba apelando a nociones del “bien” y la “universalidad” para enmascarar intereses económicos y geopolíticos particulares. Por eso el subtítulo del libro. “Si la segunda misión de Estados Unidos es expandir a Google, la primera es defender a George Bush”, define la autora. “El hilo conductor entre las dos tareas –explica– es una invocación misionera, como la supuesta ‘misión democrática’ que se autoadjudica Estados Unidos frente al resto de las naciones. Google sigue esta cosa medio mesiánica, enarbolándose como el campeón de la democracia cultural en la era digital.”
Por otro lado, la idea de que esa herramienta de rastreo funciona igualitaria y pluralmente es, para Cassin, tramposa. Eso no significa que Google no sea potente y útil. Su idea base –posicionar un site de acuerdo con ciertas palabras claves y a un análisis de la cantidad de enlaces que conducen a él–, por lo general arroja información pertinente. El riesgo estaría en que por alguna razón sus programadores han necesitado definirse a sí mismos como “evangelistas de sistemas”, predicadores que avanzan conquistando espacios para un imperio “democrático” que el año pasado se cotizó en ciento sesenta mil millones de dólares, con ganancias que crecieron un 30% en doce meses.
En esos guarismos de magnitud planetaria se acabaría la pretendida “universalidad” de Google. “Un ejemplo muy preciso es su comportamiento en China –acusa la especialista–. Si uno googlea en Beijing ‘Tien An Men’, no ve lo mismo que aparece cuando lo hace desde Buenos Aires. Fuera de China, se ven imágenes de la represión. Dentro, solamente fotos de una plaza apacible con la estatua de Mao.” Uno de los caballitos de batalla de Google es la idea de que la publicidad no influye en los resultados de la búsqueda. Eso sería hacer “el bien”. “Entonces Google recupera uno de los principios que mencionaba Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo –resume Cassin–. Desde ese cristal, cuanto más bien hace uno, más dinero gana, y cuanto más dinero gana uno, más pruebas aporta de que está haciendo el bien.”
“Este ámbito en el que reina el click y los enlaces es presentado como la ‘democracia cultural total’. Como si ‘cultura’ fuera únicamente una masa de datos que se pone a disposición; y como si esos clicks, que son un acto realizado en privado y no en el debate público, tuvieran un sentido político potente”, critica Cassin. Para ella, una democracia no se puede construir con “una suma de clicks, ni de links. Eso, en todo caso, produciría una sociedad de idiotas, pero no de ciudadanos. El supuesto progresismo de Google vacía simultáneamente los conceptos de democracia y de cultura”, cierra.
Por Facundo García
“Yo la conozco, puse su nombre en Google”, le dijo un desconocido a Barbara Cassin. La filósofa francesa se quedó pensando. Luego descubrió que para el buscador más famoso su nombre podía corresponder también a una oftalmóloga estadounidense o a una teniente comandante de la Marina neocelandesa. Las tres Bárbaras tenían, además, algunas cosas en común, lo que facilitaba la confusión. Ese fue uno de los disparadores para que ella –la filósofa– se abocara a investigar los alcances sociales del fenómeno. Obtuvo un resultado: Googléame. La segunda misión de los Estados Unidos, que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica con el apoyo de la Biblioteca Nacional. La investigación se presentó el viernes en la Feria del Libro y promete convertirse en una lectura imprescindible para los interesados en saber qué consecuencias conlleva el hecho de que tanta gente se ponga una y otra vez frente a la pantalla blanca con letritas de colores.
El primer problema es que casi nadie sabe de Google. Ni siquiera se suele conocer lo que significa su nombre. Según una de las versiones más difundidas, es una deformación de “Googol”, término informal usado en ciertos círculos matemáticos para referirse al número diez elevado a la centésima potencia. Aunque eso es sólo una pequeña porción de la historia. La firma norteamericana se fundó en 1998, después de que dos estudiantes de doctorado llamados Larry Page y Sergey Brin desarrollaran el proyecto con el apoyo de la Universidad de Stanford. Casi nadie está enterado de que esa casa de estudios cedió a los jóvenes la licencia de una suerte de “fórmula secreta” de rastreo, con la condición de recuperar los derechos en 2011. Por eso, desde 2003, los creadores de la gallina de huevos de oro buscan diversificar el kiosquito y Google –que ya es uno de los gigantes de la red– se está convirtiendo en mucho más que un motor de búsqueda, con nuevas aplicaciones al estilo de Google Earth.
Toda esa información se puede conseguir googleando. Más difícil es dar con un análisis como el de Bassin; a pesar de que es firme defensora de Internet, no mira con tan buenos ojos a Google, y se preocupa porque no se identifique automáticamente al buscador con la web. La suya es una crítica filosófica rica en recursos periodísticos, que evalúa la trascendencia sociocultural del buscador y mecha advertencias para el futuro.
La investigadora recuerda que tras aquel episodio con el tipo que decía conocerla, su interés por el asunto se hizo todavía más fuerte cuando se cruzó con dos lemas aparentemente inocentes que la empresa usaba como un mantra. El primero ya no aparece, y era “don’t be evil” –traducible como “no seas malo” o “no hagas maldades”–. La otra frase sigue vigente y establece que la misión de Google es “organizar información proveniente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal”.
A Barbara le pareció que en esos dos eslóganes, como en la guerra de Irak, se estaba apelando a nociones del “bien” y la “universalidad” para enmascarar intereses económicos y geopolíticos particulares. Por eso el subtítulo del libro. “Si la segunda misión de Estados Unidos es expandir a Google, la primera es defender a George Bush”, define la autora. “El hilo conductor entre las dos tareas –explica– es una invocación misionera, como la supuesta ‘misión democrática’ que se autoadjudica Estados Unidos frente al resto de las naciones. Google sigue esta cosa medio mesiánica, enarbolándose como el campeón de la democracia cultural en la era digital.”
Por otro lado, la idea de que esa herramienta de rastreo funciona igualitaria y pluralmente es, para Cassin, tramposa. Eso no significa que Google no sea potente y útil. Su idea base –posicionar un site de acuerdo con ciertas palabras claves y a un análisis de la cantidad de enlaces que conducen a él–, por lo general arroja información pertinente. El riesgo estaría en que por alguna razón sus programadores han necesitado definirse a sí mismos como “evangelistas de sistemas”, predicadores que avanzan conquistando espacios para un imperio “democrático” que el año pasado se cotizó en ciento sesenta mil millones de dólares, con ganancias que crecieron un 30% en doce meses.
En esos guarismos de magnitud planetaria se acabaría la pretendida “universalidad” de Google. “Un ejemplo muy preciso es su comportamiento en China –acusa la especialista–. Si uno googlea en Beijing ‘Tien An Men’, no ve lo mismo que aparece cuando lo hace desde Buenos Aires. Fuera de China, se ven imágenes de la represión. Dentro, solamente fotos de una plaza apacible con la estatua de Mao.” Uno de los caballitos de batalla de Google es la idea de que la publicidad no influye en los resultados de la búsqueda. Eso sería hacer “el bien”. “Entonces Google recupera uno de los principios que mencionaba Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo –resume Cassin–. Desde ese cristal, cuanto más bien hace uno, más dinero gana, y cuanto más dinero gana uno, más pruebas aporta de que está haciendo el bien.”
“Este ámbito en el que reina el click y los enlaces es presentado como la ‘democracia cultural total’. Como si ‘cultura’ fuera únicamente una masa de datos que se pone a disposición; y como si esos clicks, que son un acto realizado en privado y no en el debate público, tuvieran un sentido político potente”, critica Cassin. Para ella, una democracia no se puede construir con “una suma de clicks, ni de links. Eso, en todo caso, produciría una sociedad de idiotas, pero no de ciudadanos. El supuesto progresismo de Google vacía simultáneamente los conceptos de democracia y de cultura”, cierra.
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