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martes, 20 de mayo de 2008

Corpus Christi - Ciclo A: "La comunidad Eucarística"




La persona o el pueblo que no conoce su historia está condenado a cometer los mismos errores; nuestros pueblos latinoamericanos por el proceso trágico de la colonización y su posterior disputa de poderes, donde han ganado otros, pescando en río revuelto, tiene un profundo vacío en cuanto a memoria histórica se refiere.

Celebrar la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo es, en primera medida, recordar. “Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer… no te olvides del Señor tu Dios” (Dt 8,2.14b), le dijo Moisés a su pueblo. También en la última cena, Jesús invitó a sus amigos para que hicieran lo que Él había hecho en memoria suya.

¿Para qué recordaba el pueblo de Israel y para qué recordar nosotros hoy? El pueblo recordaba para tomar conciencia de los errores del pasado y evitar cometerlos. Para ver las situaciones duras, así como los momentos de gloria, y descubrir la mano del Señor que había guiado al pueblo y seguía acompañándolo, en medio del desierto, de las serpientes, de la sed o en cualquier situación. Para renovar la alianza y hacer realidad de nuevo esa presencia salvadora de Dios, porque con el mismo amor y el mismo poder que sacó a su pueblo de Egipto, el Señor seguía caminando con ellos. En ese mismo sentido nosotros podemos hacer memoria de la acción de Dios en el pueblo y comprender que el mismo poder que desplegó Dios al resucitar a su Hijo, lo despliega hoy a favor de nosotros los creyentes (Ef 1,19-21); y que con el mismo compromiso y el amor que vivió Jesús hasta dar su vida, tenemos que vivir sus discípulos y discípulas.

El discurso del pan de vida, elaborado por las comunidades del Cuarto Evangelio, que leemos hoy, es una clara invitación a encarnar en nuestra vida personal y comunitaria a Jesús y su opción por la vida. ¿Qué significa comer la carne de Jesús? El mismo Cuarto Evangelio dice que la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn 1,14). Luego, en el fragmento que leemos hoy afirma: “El pan que yo les voy a dar es mi carne para la vida del mundo… el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,51b.54ª).

El don de Dios se nos da a través de la carne, o sea, a través de lo humano. En Jesús, la Palabra eterna del Padre asumió lo humano con toda su realidad. Jesús, con su vida y su palabra nos mostró cómo es Dios encarnado: compasivo, misericordioso, fiel, capaz de servir y dar la vida por amor. Ese es el pan vivo bajado del cielo, es decir, ese es el verdadero culto a Dios: asumir la vida tal como la asumió Jesús. Comer la carne y beber la sangre de Jesús significan vivir como Él, en entrega, servicio, dedicación y dispuestos a dar la vida por su causa. Ahí está la vida eterna.

Celebrar la fiesta del cuerpo y la sangre del Señor no es tanto un acto piedad individual; mi Dios y yo, en íntima estrechez (a veces egoísta estrechez). Si convertimos la Eucaristía en un acto individualista e intimista, por más santidad y adoración que se le ponga, no deja de ser un culto vacío, que no conduce a la vida, “como el que comieron sus padres y murieron”. Que nuestras eucaristías sean realmente comulgar en todo nuestro ser con Cristo encarnado en el hoy de nuestra historia para tener vida eterna.

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