Publicado por Trigo de Dios
1. A Jesús "le seguía mucha gente porque veían los milagros que hacía con los enfermos" (Jn. 6, 2). Hoy celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, así pues, antes de recibir a nuestro Señor en la Eucaristía, hemos de preguntarnos cuál es la causa que motiva el nacimiento de nuestra fe en el Hijo de María. Un día después de que aconteciera la multiplicación de los panes y peces de la que San Juan nos habla en los primeros versículos del capítulo 6 de su Evangelio, nuestro Señor les dijo a sus oyentes: "-La verdad es que me buscáis no por los milagros que habéis visto, sino porque comísteis pan hasta saciaros" (Jn. 6, 26). Cuando la multitud vio al Señor, algunos de sus componentes le preguntaron a Jesús: "-Maestro, ¿cuando llegaste aquí¿" (Jn. 6, 25). Ellos no le preguntaron al Hijo del carpintero: ¿Cuándo nos librarás de nuestras enfermedades? ¿Cuándo exterminarás el hambre de la haz de la tierra? Jesús sabía que sus oyentes le buscaban para satisfacer su interés personal, por eso les habló directamente. Cuando nuestro Señor celebró su primera Pascua después de comenzar su Ministerio público, aconteció un hecho que el Apóstol Juan jamás pudo olvidar: "Jesús no las tenía todas consigo, pues los conocía a todos perfectamente. Como tampoco necesitaba que nadie le informara sobre nadie, conociendo como conocía la intimidad de cada hombre" (Jn. 2, 24-25). Por causa de su sinceridad, nuestro Señor decía todo lo que tenía que pronunciar ante Dios y los hombres, así pues, esta es la causa que le hizo ser crucificado, pues los saduceos y los fariseos no le toleraron jamás que dijera de Sí mismo que era el Hijo de Dios, porque ellos pensaban que, siendo Yahveh un Ser espiritual, el Altísimo no podía reproducirse.
Jesús se sentía feliz al constatar que el mundo giraba en torno así, por eso tenía la costumbre de someter a consideración a sus seguidores, con el fin de fortalecer a los mismos espiritualmente, haciéndolos conocedores del don de Dios, la gracia bautismal, la gracia santificante, el Espíritu Santo y él mismo en su entrega generosa a nosotros. Volvamos nuevamente a meditar un breve fragmento de la multiplicación de los panes y peces narrada por San Juan: "Al ver aquella muchedumbre, Jesús dijo a Felipe: -¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos estos? Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer" (Jn. 6, 5-6). Cuando fallece uno de nuestros seres queridos, cuando carecemos de salud o nuestra economía es adversa, antes de proporcionarnos el remedio de nuestros problemas, nuestro Señor pone a prueba nuestra entereza, pues, aunque él conoce nuestro futuro de antemano, desea que nos probemos a nosotros mismos, pues no hemos de olvidar que vivimos en un estado de evolución constante. Felipe le dijo a Jesús: "-Aunque se gastase uno el salario de medio año, no alcanzaría para que toda esta gente probase un bocado" (Jn. 6, 7). El salario mensual de un campesino ascendía a 30 denarios, aproximadamente 18,030 euros o 24,04 dólares. Esta cantidad de dinero multiplicada por 6 no era suficiente para que aquella multitud probara un bocado de pan.
Para que Dios haga un milagro hace falta que él utilice su poder para llevar a cabo la obra en cuestión que él se proponga hacer, pero, en la realización del citado milagro, no son menos necesarias nuestra fe y nuestra capacidad y deseo de recibir los dones divinos que anhelamos. Andrés intervino en la conversación que mantuvieron Jesús y Felipe diciendo: "-Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; ¿pero qué es esto para tanta gente¿" (Jn. 6, 9). ¿Son comparables nuestra forma de proceder y la forma de actuar de Dios? ¿Debemos considerar pecaminosas las equivocaciones que cometemos sin la intención de no alcanzar siempre las metas que nos proponemos? ¿Qué valor tenían los panes de cebada y los peces del muchacho del relato joánico comparados con la inmensidad de dones y virtudes de la Trinidad Beatísima? Dios sabe mejor que nosotros que no somos perfectos porque él es nuestro Creador, pero él quiere que alcanzemos la perfección, según palabras del Apóstol de los gentiles: "él ha hecho, a partir de una sola sangre, que las más diversas razas humanas pueblen la superficie entera de la tierra, determinando las épocas concretas y los lugares exactos en que debían habitar. Y esto a fin de que, siquiera fuese a tientas, tuvieran posibilidad de encontrar a Dios. Realmente no está muy lejos de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch. 17, 26-28).
Jesús les dijo a sus discípulos: "-Haced que se sienten todos" (Jn. 6, 10). En el inicio de la Iglesia, los panes y los peces, significaron el Sacramento de la Eucaristía, así pues, cuando se inició la persecución del Imperio Romano contra los nazarenos, estos hubieron de establecer un vocabulario simbólico, a fin de no ser sorprendidos por sus perseguidores en la realización clandestina de sus actividades cultuales en sus casas particulares y en las catacumbas.
"Jesús tomó los panes y, después de dar gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo lo mismo con los peces, y les dio todo lo que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: -Recoged lo que ha sobrado para que no se pierda nada" (Jn. 6, 11-12). En cada ocasión que celebramos la Eucaristía, nuestro Señor se queda en el Sagrario, esperando que nos acerquemos a él, para que el Hijo de María interceda ante el Padre por nosotros, y para compartir los hechos relativos a nuestra vida.
2. Jesús nos dice a través del Evangelista: "¡,ojalá no os preocupase tanto el alimento transitorio y os esforzaseis por conseguir el duradero, el que da vida eterna! Este es el alimento que os dará el Hijo del hombre, a quien Dios Padre ha acreditado con el sello de su autoridad" (Jn. 6, 27). Todos nos preocupamos por la supervivencia de nuestra familia y por mantener nuestro estado social. Este afán nuestro no es pecaminoso, pero nuestro Señor nos pide que antepongamos la espiritualidad al materialismo. Jesús le dijo al joven rico mirándole afectuosamente: "-Una cosa te falta: Ve, vende todo lo que posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme" (Mc. 10, 21). Los oyentes del sermón del monte pronunciado por el Profeta nazaretano comprendieron claramente esta enseñanza: "Vosotros, antes que nada, buscad el reino de Dios y todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además, todas esas cosas" (Mt. 6,
33). Bajo esta perspectiva, no ha de extrañarnos la regla de oro: "Portaos en todo con los demás como queréis que los demás se porten con vosotros" (Mt. 7, 12).
3. "Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo" (Jn. 6, 32). Los judíos le dijeron a Jesús que Moisés alimentó a sus antepasados en el desierto con el maná que descendió del cielo, pero Jesús les dijo que aquel maná les fue proporcionado por Dios, no por su Profeta. Aprovechando la mención del maná que ellos hicieron, el Hijo de María empezó a instruirles en el conocimiento de nuestro actual maná eucarístico, pues Jesús se estaba preparando interiormente para instituir el Sacramento que estamos celebrando, la noche anterior al día en que fue crucificado. Jesús les dijo a sus oyentes: "El pan que Dios da baja del cielo y da vida al mundo" (Jn. 6, 33). Todos sabemos que los hebreos se alimentaron con aquel pan que les caía del cielo como rocío todas las mañanas exceptuando los días festivos. ¿Qué pan podría proporcionarles Jesús a sus oyentes que les dejara tan satisfechos como el alimento que les proporcionó el día anterior? ¿Les estaba hablando Jesús a sus oyentes de un nuevo maná? Ellos sabían muy bien que, cuando los hebreos ansiaban alimentarse de carne, no soportaban el maná que les servía de alimento, pero, si Jesús que multiplicó los panes y peces el día anterior era más poderoso que Moisés a quien se le atribuía la lluvia de maná en el desierto, ¿podría él proporcionarles a sus seguidores un alimento definitivo que saciara su hambre frente a la existencia de la miseria que menoscababa muchas vidas todos los días en las tierras de Palestina? Los oyentes de Jesús, al oír aquellas palabras que les sonaron como una melodía celestial, le dijeron a Jesús: "-Señor, danos siempre de ese pan" (Jn. 6, 34). ¿Anhelamos el hecho de asistir a las celebraciones eucarísticas para recibir al Señor en nuestros corazones? ¿Anhelamos asistir a las catequesis, a otras reuniones formativas y a las celebraciones de los Sacramentos para ser alimentados espiritualmente por el pan elemental, la Palabra de Dios? Jesús le dijo al demonio cuando este le propuso que convirtiera las piedras en panes, es decir, que nos facilitara una existencia fácil y vacía: "No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra pronunciada por Dios" (Mt. 4, 4).
Jesús les dijo a sus oyentes: "-Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn. 6, 35). Jesús se define a Sí mismo como el pan espiritual que nos quitará el hambre y la sed espirituales, es decir, el alimento que nos elevará desde nuestro desierto interior a su categoría de Dios.
Tal como os dije anteriormente, los judíos creían que Dios es un Ser espiritual incapacitado para tener descendencia. Los judíos, además de rechazar a Jesús como alimento celestial, dijeron: "-Este es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo¿" (Jn. 6, 42). El Señor siguió adoctrinando a sus incrédulos hermanos de religión con respecto al Sacramento de la Eucaristía: "Os aseguro que quien cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto, y, sin embargo, murieron. Pero el pan del que yo os hablo ha bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida" (Jn. 6, 47-51). Ante estas palabras de Jesús, la multitud reaccionó con cierto gesto de desaprobación, así pues, ¿cómo podía Jesús hacerse comer literalmente por ellos? Nosotros, en cada ocasión que celebramos la Eucaristía, nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, así pues, este es, precisamente, el misterio del Sacramento de la Eucaristía. Jesús nos dice: "-Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida (eterna) en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida; mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí, y yo en él" (Jn. 6, 53-56). Jesús nos dice que, si nos dejamos transformar por el alimento eucarístico y permitimos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, él y nosotros llegaremos a ser una sola substancia. Jesús les dijo a sus discípulos durante su última Cena pascual: "-El que me ama de verdad, se mantendrá fiel a mi mensaje; mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él" (Jn. 14, 23). "El Padre -dice Jesús-, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo gracias a él. Así también, el que me coma vivirá gracias a mí. Este es el pan que ha bajado del cielo, y que no es como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron; el que come de este pan vivirá para siempre" (Jn. 6, 57-58). Al decir Jesús que quienes le comulgamos en las celebraciones eucarísticas viviremos para siempre, no nos dice que esquivaremos la muerte, sino que nuestro espíritu vivirá eternamente en estado de gracia si nosotros lo deseamos.
4. El Sacramento de la Eucaristía fue instituido por nuestro Señor en la tarde noche del Jueves Santo, cuando el Hijo de María cenó por última vez con sus discípulos, antes de entregarse a sus enemigos, para dar cumplimiento a las profecías que anunciaban su muerte y Resurrección. La meditación que hicimos aquel día con respecto a este Sacramento fue muy breve, pues nos estábamos preparando a celebrar el misterio pascual de la entrega generosa y sacrificial de Jesús por nosotros y la Resurrección del Mesías. Nuestra Santa Madre la Iglesia, con la intención de que profundicemos en nuestro conocimiento de la entrega sacrificial de Jesús por nosotros, quiso instituir esta celebración del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
5. Es muy importante para nosotros el hecho de recibir a Jesús en la Eucaristía con el corazón purificado, así pues, Jesús les dijo a sus amigos después de lavarles los pies en su última cena pascual, que él anticipó un día, para que, después de su muerte, sus discípulos distinguieran la diferencia existente entre el Pesaj judío y la Pascua cristiana: "-El que se ha bañado y está completamente limpio, solo necesita lavarse los pies. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos" (Jn. 13, 10). Jesús les dijo a sus discípulos que todos ellos no estaban limpios, con la intención de no pronunciar el nombre de Judas.
6. San Lucas, en sus Hechos de los Apóstoles, nos da testimonio de cómo los primeros cristianos de la Iglesia de Jerusalén se reunían a celebrar el encuentro de Dios con los hombres: "A diario asistían al templo, celebraban en familia la cena del Señor y compartían juntos el alimento con sencillez y alegría sinceras" (Hch. 2, 46). Los primeros cristianos celebraban la Eucaristía y cenaban fraternalmente, pues todos aportaban lo que podían a sus celebraciones. San Pablo sufrió mucho cuando supo que, en la Iglesia de Corinto, existía la costumbre de celebrar la Eucaristía en casas de cristianos muy adinerados, los cuales habían adquirido el hábito de marginar a los pobres. San Pablo reprendió a los corintios con gran dureza: "Tampoco es como para felicitaros el hecho de que vuestras asambleas os ocasionen más perjuicio que provecho. Para empezar, ha llegado a mis oídos que, cuando os reunís en asamblea, los bandos están a la orden del día. Cosa, por cierto, nada increíble, si se piensa que es conveniente que existan divisiones entre vosotros, para que quede claro quienes son los que salen airosos de la prueba. El caso es que en vuestras asambleas ya no es posible comer la cena del Señor. Cada uno comienza comiendo la comida que ha llevado, y así resulta que mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿Pero es que no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¡Ya se ve que apreciáis bien poco la asamblea cristiana y que no os importa poner en evidencia a los más pobres! ¿Qué? ¿Esperáis que os felicite por esto? ¡Pues no es precisamente como para felicitaros¡" (1 Cor. 11, 17-22).
7. Acompañemos a Jesús Eucaristía en la procesión que se llevará a cabo antes de concluir esta celebración litúrgica, pensando que él ha venido a nuestra sociedad, a nuestra vida, a nuestro pueblo, a nuestra ciudad, a nuestra parroquia, a nuestras calles y a nuestra casa para bendecirnos.
Jesús se sentía feliz al constatar que el mundo giraba en torno así, por eso tenía la costumbre de someter a consideración a sus seguidores, con el fin de fortalecer a los mismos espiritualmente, haciéndolos conocedores del don de Dios, la gracia bautismal, la gracia santificante, el Espíritu Santo y él mismo en su entrega generosa a nosotros. Volvamos nuevamente a meditar un breve fragmento de la multiplicación de los panes y peces narrada por San Juan: "Al ver aquella muchedumbre, Jesús dijo a Felipe: -¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a todos estos? Dijo esto para ver su reacción, pues él ya sabía lo que iba a hacer" (Jn. 6, 5-6). Cuando fallece uno de nuestros seres queridos, cuando carecemos de salud o nuestra economía es adversa, antes de proporcionarnos el remedio de nuestros problemas, nuestro Señor pone a prueba nuestra entereza, pues, aunque él conoce nuestro futuro de antemano, desea que nos probemos a nosotros mismos, pues no hemos de olvidar que vivimos en un estado de evolución constante. Felipe le dijo a Jesús: "-Aunque se gastase uno el salario de medio año, no alcanzaría para que toda esta gente probase un bocado" (Jn. 6, 7). El salario mensual de un campesino ascendía a 30 denarios, aproximadamente 18,030 euros o 24,04 dólares. Esta cantidad de dinero multiplicada por 6 no era suficiente para que aquella multitud probara un bocado de pan.
Para que Dios haga un milagro hace falta que él utilice su poder para llevar a cabo la obra en cuestión que él se proponga hacer, pero, en la realización del citado milagro, no son menos necesarias nuestra fe y nuestra capacidad y deseo de recibir los dones divinos que anhelamos. Andrés intervino en la conversación que mantuvieron Jesús y Felipe diciendo: "-Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; ¿pero qué es esto para tanta gente¿" (Jn. 6, 9). ¿Son comparables nuestra forma de proceder y la forma de actuar de Dios? ¿Debemos considerar pecaminosas las equivocaciones que cometemos sin la intención de no alcanzar siempre las metas que nos proponemos? ¿Qué valor tenían los panes de cebada y los peces del muchacho del relato joánico comparados con la inmensidad de dones y virtudes de la Trinidad Beatísima? Dios sabe mejor que nosotros que no somos perfectos porque él es nuestro Creador, pero él quiere que alcanzemos la perfección, según palabras del Apóstol de los gentiles: "él ha hecho, a partir de una sola sangre, que las más diversas razas humanas pueblen la superficie entera de la tierra, determinando las épocas concretas y los lugares exactos en que debían habitar. Y esto a fin de que, siquiera fuese a tientas, tuvieran posibilidad de encontrar a Dios. Realmente no está muy lejos de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch. 17, 26-28).
Jesús les dijo a sus discípulos: "-Haced que se sienten todos" (Jn. 6, 10). En el inicio de la Iglesia, los panes y los peces, significaron el Sacramento de la Eucaristía, así pues, cuando se inició la persecución del Imperio Romano contra los nazarenos, estos hubieron de establecer un vocabulario simbólico, a fin de no ser sorprendidos por sus perseguidores en la realización clandestina de sus actividades cultuales en sus casas particulares y en las catacumbas.
"Jesús tomó los panes y, después de dar gracias a Dios, los distribuyó entre todos. Hizo lo mismo con los peces, y les dio todo lo que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: -Recoged lo que ha sobrado para que no se pierda nada" (Jn. 6, 11-12). En cada ocasión que celebramos la Eucaristía, nuestro Señor se queda en el Sagrario, esperando que nos acerquemos a él, para que el Hijo de María interceda ante el Padre por nosotros, y para compartir los hechos relativos a nuestra vida.
2. Jesús nos dice a través del Evangelista: "¡,ojalá no os preocupase tanto el alimento transitorio y os esforzaseis por conseguir el duradero, el que da vida eterna! Este es el alimento que os dará el Hijo del hombre, a quien Dios Padre ha acreditado con el sello de su autoridad" (Jn. 6, 27). Todos nos preocupamos por la supervivencia de nuestra familia y por mantener nuestro estado social. Este afán nuestro no es pecaminoso, pero nuestro Señor nos pide que antepongamos la espiritualidad al materialismo. Jesús le dijo al joven rico mirándole afectuosamente: "-Una cosa te falta: Ve, vende todo lo que posees y reparte el producto entre los pobres. Así te harás un tesoro en el cielo. Luego vuelve acá y sígueme" (Mc. 10, 21). Los oyentes del sermón del monte pronunciado por el Profeta nazaretano comprendieron claramente esta enseñanza: "Vosotros, antes que nada, buscad el reino de Dios y todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además, todas esas cosas" (Mt. 6,
33). Bajo esta perspectiva, no ha de extrañarnos la regla de oro: "Portaos en todo con los demás como queréis que los demás se porten con vosotros" (Mt. 7, 12).
3. "Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo" (Jn. 6, 32). Los judíos le dijeron a Jesús que Moisés alimentó a sus antepasados en el desierto con el maná que descendió del cielo, pero Jesús les dijo que aquel maná les fue proporcionado por Dios, no por su Profeta. Aprovechando la mención del maná que ellos hicieron, el Hijo de María empezó a instruirles en el conocimiento de nuestro actual maná eucarístico, pues Jesús se estaba preparando interiormente para instituir el Sacramento que estamos celebrando, la noche anterior al día en que fue crucificado. Jesús les dijo a sus oyentes: "El pan que Dios da baja del cielo y da vida al mundo" (Jn. 6, 33). Todos sabemos que los hebreos se alimentaron con aquel pan que les caía del cielo como rocío todas las mañanas exceptuando los días festivos. ¿Qué pan podría proporcionarles Jesús a sus oyentes que les dejara tan satisfechos como el alimento que les proporcionó el día anterior? ¿Les estaba hablando Jesús a sus oyentes de un nuevo maná? Ellos sabían muy bien que, cuando los hebreos ansiaban alimentarse de carne, no soportaban el maná que les servía de alimento, pero, si Jesús que multiplicó los panes y peces el día anterior era más poderoso que Moisés a quien se le atribuía la lluvia de maná en el desierto, ¿podría él proporcionarles a sus seguidores un alimento definitivo que saciara su hambre frente a la existencia de la miseria que menoscababa muchas vidas todos los días en las tierras de Palestina? Los oyentes de Jesús, al oír aquellas palabras que les sonaron como una melodía celestial, le dijeron a Jesús: "-Señor, danos siempre de ese pan" (Jn. 6, 34). ¿Anhelamos el hecho de asistir a las celebraciones eucarísticas para recibir al Señor en nuestros corazones? ¿Anhelamos asistir a las catequesis, a otras reuniones formativas y a las celebraciones de los Sacramentos para ser alimentados espiritualmente por el pan elemental, la Palabra de Dios? Jesús le dijo al demonio cuando este le propuso que convirtiera las piedras en panes, es decir, que nos facilitara una existencia fácil y vacía: "No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra pronunciada por Dios" (Mt. 4, 4).
Jesús les dijo a sus oyentes: "-Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí, jamás tendrá hambre; el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn. 6, 35). Jesús se define a Sí mismo como el pan espiritual que nos quitará el hambre y la sed espirituales, es decir, el alimento que nos elevará desde nuestro desierto interior a su categoría de Dios.
Tal como os dije anteriormente, los judíos creían que Dios es un Ser espiritual incapacitado para tener descendencia. Los judíos, además de rechazar a Jesús como alimento celestial, dijeron: "-Este es Jesús, el hijo de José. Conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo se atreve a decir que ha bajado del cielo¿" (Jn. 6, 42). El Señor siguió adoctrinando a sus incrédulos hermanos de religión con respecto al Sacramento de la Eucaristía: "Os aseguro que quien cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros antepasados comieron el maná en el desierto, y, sin embargo, murieron. Pero el pan del que yo os hablo ha bajado del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida" (Jn. 6, 47-51). Ante estas palabras de Jesús, la multitud reaccionó con cierto gesto de desaprobación, así pues, ¿cómo podía Jesús hacerse comer literalmente por ellos? Nosotros, en cada ocasión que celebramos la Eucaristía, nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, así pues, este es, precisamente, el misterio del Sacramento de la Eucaristía. Jesús nos dice: "-Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida (eterna) en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida; mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí, y yo en él" (Jn. 6, 53-56). Jesús nos dice que, si nos dejamos transformar por el alimento eucarístico y permitimos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, él y nosotros llegaremos a ser una sola substancia. Jesús les dijo a sus discípulos durante su última Cena pascual: "-El que me ama de verdad, se mantendrá fiel a mi mensaje; mi Padre le amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él" (Jn. 14, 23). "El Padre -dice Jesús-, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo gracias a él. Así también, el que me coma vivirá gracias a mí. Este es el pan que ha bajado del cielo, y que no es como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron; el que come de este pan vivirá para siempre" (Jn. 6, 57-58). Al decir Jesús que quienes le comulgamos en las celebraciones eucarísticas viviremos para siempre, no nos dice que esquivaremos la muerte, sino que nuestro espíritu vivirá eternamente en estado de gracia si nosotros lo deseamos.
4. El Sacramento de la Eucaristía fue instituido por nuestro Señor en la tarde noche del Jueves Santo, cuando el Hijo de María cenó por última vez con sus discípulos, antes de entregarse a sus enemigos, para dar cumplimiento a las profecías que anunciaban su muerte y Resurrección. La meditación que hicimos aquel día con respecto a este Sacramento fue muy breve, pues nos estábamos preparando a celebrar el misterio pascual de la entrega generosa y sacrificial de Jesús por nosotros y la Resurrección del Mesías. Nuestra Santa Madre la Iglesia, con la intención de que profundicemos en nuestro conocimiento de la entrega sacrificial de Jesús por nosotros, quiso instituir esta celebración del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo.
5. Es muy importante para nosotros el hecho de recibir a Jesús en la Eucaristía con el corazón purificado, así pues, Jesús les dijo a sus amigos después de lavarles los pies en su última cena pascual, que él anticipó un día, para que, después de su muerte, sus discípulos distinguieran la diferencia existente entre el Pesaj judío y la Pascua cristiana: "-El que se ha bañado y está completamente limpio, solo necesita lavarse los pies. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos" (Jn. 13, 10). Jesús les dijo a sus discípulos que todos ellos no estaban limpios, con la intención de no pronunciar el nombre de Judas.
6. San Lucas, en sus Hechos de los Apóstoles, nos da testimonio de cómo los primeros cristianos de la Iglesia de Jerusalén se reunían a celebrar el encuentro de Dios con los hombres: "A diario asistían al templo, celebraban en familia la cena del Señor y compartían juntos el alimento con sencillez y alegría sinceras" (Hch. 2, 46). Los primeros cristianos celebraban la Eucaristía y cenaban fraternalmente, pues todos aportaban lo que podían a sus celebraciones. San Pablo sufrió mucho cuando supo que, en la Iglesia de Corinto, existía la costumbre de celebrar la Eucaristía en casas de cristianos muy adinerados, los cuales habían adquirido el hábito de marginar a los pobres. San Pablo reprendió a los corintios con gran dureza: "Tampoco es como para felicitaros el hecho de que vuestras asambleas os ocasionen más perjuicio que provecho. Para empezar, ha llegado a mis oídos que, cuando os reunís en asamblea, los bandos están a la orden del día. Cosa, por cierto, nada increíble, si se piensa que es conveniente que existan divisiones entre vosotros, para que quede claro quienes son los que salen airosos de la prueba. El caso es que en vuestras asambleas ya no es posible comer la cena del Señor. Cada uno comienza comiendo la comida que ha llevado, y así resulta que mientras uno pasa hambre, el otro está borracho. ¿Pero es que no tenéis vuestras casas para comer y beber? ¡Ya se ve que apreciáis bien poco la asamblea cristiana y que no os importa poner en evidencia a los más pobres! ¿Qué? ¿Esperáis que os felicite por esto? ¡Pues no es precisamente como para felicitaros¡" (1 Cor. 11, 17-22).
7. Acompañemos a Jesús Eucaristía en la procesión que se llevará a cabo antes de concluir esta celebración litúrgica, pensando que él ha venido a nuestra sociedad, a nuestra vida, a nuestro pueblo, a nuestra ciudad, a nuestra parroquia, a nuestras calles y a nuestra casa para bendecirnos.
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