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martes, 29 de julio de 2008

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: SEÑALES


Por Romano Guardini

Hemos visto pues cómo Jesús, luego de los acontecimientos de Jerusalén, exhorta a sus discípulos a volverse hacia lo interior, y los afirma en lo que es esencial, para que así estén bien pertrechados para el combate. Todas las fuerzas del Señor se encauzan en esa concentración. Él es consciente de que está ante las últimas decisiones, y en alas de esa conciencia se producen poderosas irrupciones de su poder. El Espíritu se levanta en él con fuerza extraordinaria. Estar en su cercanía tuvo que haber sido a veces algo que infundía temor.
San Mateo nos relata de aquel tiempo: "Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: `El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.' Más Jesús les dijo: 'No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.' Dícenle ellos: 'No tenernos aquí más que cinco panes y dos peces.' Él dijo: 'Traédmelos acá.' Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los, panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños" (Mt 14, 13-22).
De todas partes habían venido las gentes hacia aquel hombre del cual se hablaba en todo el país. El hambre que sentían era como una expresión de la tribulación propia de la condición humana. Jesús ve la necesidad que padecen y realiza una señal: bendice los panes y peces y manda repartirlos. Todos comen y se sacian, y aún quedan sobras en abundancia.
El sentido del milagro salta a la vista. No consiste por cierto en que la multitud se haya saciado. Desde el punto de vista puramente utilitario los discípulos tienen razón: la gente debía dispersarse y comprarse alimentos en los pueblos de la vecindad. No; la alimentación de la muchedumbre es una manifestación de la abundancia desbordante de Dios. La fuente creadora y generosa del amor de Dios se abre y la alimentación de los cuerpos prefigura la alimentación espiritual que poco después habrá de ser anunciada en Cafarnaúm.
Luego el Señor se retira. El pueblo está inquieto. Ha interpretado el milagro corno una señal mesiánica y quiere hacer rey a Jesús. Pero Él no tiene nada que ver con esa realeza y con el "reino" ligado a ella, y se aparta. Envía a sus discípulos al otro lado del lago y se va a orar.

(Romano Guardini, El Señor, Ed. Lumen, Bs. As., 2003, Pág. 254- 255)

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