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lunes, 4 de agosto de 2008

06 de Agosto: Fiesta de la Transfiguración del Señor

Sol esplendoroso y "mysterium lunae"

Por José Cristo Rey García Paredes, cmf

Lo normal es encontrarnos con rostros sombríos, con personas sin luz, sin aura. Los cuerpos manifiestan qué ocupados o pre-ocupados están. Por eso, los días de fiesta tratamos de iluminarnos de alguna manera. Maquillajes para iluminar la mirada, vestidos claros que hagan el cuerpo un poco más esplendoroso. Cuando envejecemos hacemos lo posibles por clarificar nuestra figura para difuminar la tristeza que transmite.

Lo normal es que -cuando entramos en nosotros mismos- nos encontremos con "nuestra noche". Sí. Cada uno tiene su "noche particular". Cuando nos encontramos a solas con nuestra auténtica verdad, ¿qué nos habita? Claro que uno quisiera tener una "casa encendida"; pero frecuentemente la luz está apagada, o ni siquiera esa luz existe. Por eso, nos sentimos solos, vacíos, sin mundo interior.

Por eso, ¡nada extraño que muchos de nosotros no seamos capaces de soportar ese vacío interior y necesitemos constantemente "cosas que hacer", lugares que visitar, personas o asuntos con las que pasar el tiempo! Por ese vacío interior, huimos de nosotros mismos y entramos en el vértigo que tanto nos gusta -y del que tanto nos quejamos- y que nos impide el arte de la lentitud y del disfrute hasta del mínimo detalle. Nos empachamos de cosas, de palabras, de miles de experiencias, sin disfrutar de ellas.

Hay personas "luminosas". Y es que son "casas encendidas". Están habitadas por algo así como una lumbre interior que irradia en todas las direcciones y las vuelve "vislumbrantes". A través de sus ojos, de su cuerpo entero, de sus palabras y silencios, de sus gestos, de su misma presencia, transmiten luz.

Aquella joven madre de Nazaret, durante sus nueves meses de embarazo, se hacía cada vez más luminosa. Su cuerpo joven era portador de una luz hasta ese momento desconocida en el mundo. Aquel cuerpo destellaba progresivamente por todos sus poros, miembros, gestos y expresiones una luz nueva que nadie podía imaginar.

El mundo se había ensombrecido tras el pecado de origen. Antes de crear el sol, la luna y las estrellas, el Creador había creado la LUZ. El mundo creado era luminoso incluso antes de tener sus luminarias. "Y Dios dijo: Hágase la luz. Y la luz fue hecha". La naturaleza, la creación fueron creadas en estado de luz.

La ruptura con el Creador nos ha llenado, sin embargo, de oscuridades, de ámbitos lúgubres y sombras de muerte. También los seres humanos salimos "iluminados" de las manos del creador: hombre y mujer lumiosos, bellos, casas encendidas. Con el pecado vino la pesadumbre, el rostro ensombrecido, la expulsión de las tierras de luz. Y entramos en tierras de penumbra. Y aunque Adán y Eva estén juntos están semi-ocultos el uno al otro, porque apenas hay luz.

Por eso, aquella joven mujer de Nazaret -tras la experiencia de la anunciación- comenzó a ser aurora del nuevo día, de la nueva luz, concedida a la humanidad. Otra vez el Creador dijo: ¡Hágase la luz! Y la luz se hizo en María. Ella no era la Luz. La Luz era su Hijo, la criatura que la habitaba. María no era sol, sino luna. Y todas las lunas del universo comenzaron a alegrarse al saber que podían ser habitadas por la luz. Y ella fue más luna que nunca.

Llegó el día en que el Hijo de María mostró su identidad de sol, de foco único de luz, de luz de Dios filtrándose a través de toda su cuerpo. El cuerpo de Jesús y hasta sus mismos vestidos se volvieron irradiantes en el Tabor. Pedro, Santiago y Juan apenas podían creer lo que veían. No habían imaginado lo que se podía traslucir en Jesús. Que Jesús se identifique a sí mismo -según el Evangelio de Juan- con estas palabras "Yo soy la Luz del mundo", ¿no es una pretensión excesiva?

La luz del mundo fue contemplada en la montaña santa durante unos breves instantes. La luz provocó la más espontánea reacción del cielo y el Abbá exclamó: "Este es mi Hijo: haced lo que Él os diga (o "escuchadlo"). Cuando la madre María se encontró en las bodas de Caná con su Hijo, enseguida les dijo a los servidores: "Escuchadlo (o haced lo que Él os diga)". Abba y madre María quieren que el Hijo manifieste su Luz, su Gloria, para bien de la humanidad.

El Santo Espíritu se mostró como "nube luminosa" y les arrebató la visión a los discípulos. Desde entonces, la nube luminosa retiene la luz de Jesús para que no nos ofusque, para que quedemos ciegos. Esa luz cegó a Pablo en el camino de Damasco. Todavía no podemos resisitir tanta luz. El Espíritu la filtra, la vuelve luz en nuestro contexto de oscuridad.

El mandato de "escucharlo" indica que la Palabra es también otro filtro que hace tolerable la luz de Jesús. "Tu palabra es luz para mis pasos".

"Mysterium Lunae": Juan Pablo II nos habló de ello en su "Novo Millenio Ineunte". La Iglesia está llamada a vivir el misterio de la luna, a ser reflejo permanente de la luz, de la luz del mundo, de las gentes, que es Jesús.

A ningún cristiano se le debería ensombrecer el rostro: por nada, por nadie. Somos luna de un sol que nunca se extingue, espejo de una Luz incesante Aunque pasemos por valles oscuros, por tinieblas de muerte, nada tenemos, porque Él es luz de nuestros pasos, luz de vida.

Ni siquiera nuestros pecados deberían ensombrecernos. Basta sacarlos un poco a la luz, confesarlos, para que la Luz y su ardor los deshaga como se desace la nieve ante el calor. El pecado prefiere vivir en lo oculto, en las tinieblas. En la luz pierde toda su fiereza y no tiene recursos para sobrevivir.

Por eso, ¡vivamos como hijos e hijas de la Luz! Habitemos la sombra luminosa del Espíritu y el reflejo de la Palabra. Hay personas que llevan en su cuerpo las huellas del sol a cuyos rayos se han expuesto; están quizá orgullosas de ello, porque siempre el sol embellece. Pero, si supiéramos que hay un Sol infinitamente más poderoso capaz de iluminarnos por dentro y de transparentarse a través de nuestro cuerpo y espíritu y de embellecernos hasta lo insospechado y hasta de divinizarnos....

¡Jesús Luz, ilumina nuestra noche! ¡Que se enciendan todas las lunas! Que sea verdad aquello que decían nuestros antiguos Padres y Madres de la Iglesia de que "un bautizado es un iluminado".



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