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domingo, 3 de agosto de 2008

¿Cuándo será? Hoy es el tiempo del Reino

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Partiendo del evangelio de estos domingos, ge venido hablando del Reino de Dios en sus diversas perspectivas. Hoy quiero precisar mejor el tema acuciante del tiempo ¿cuando será?, para decir al final que lo que importa no es el tiempo cronológico, sino otro tiempo de experiencia y de vida, en agradecimiento gozoso, al servicio de los demás, es decir, en fidelidad a la Vida, el primero de los dones de Dios, en medio de un mundo que sigue siendo conflictivo. Como en los días anteriores, sigo tomando motivos de mi libro Jesús Galileo (Tirant, Valencia 2007). Ciertamente hay un pasado del que venimos, del supremo Pasado de Dios. Ciertamente hay un futuro al que vamos, supremo Futuro de la Vida. Pero el tiempo primordial del Reino es hoy, para nosotros

1. Situar a Jesús

Jesús no es un pensador erudito, como F. Josefo o como Tácito, pero conoce por experiencia el sufrimiento de los hombres (los pobres) y sabe que la historia de Israel (y del mundo) no puede mantenerse desde su dinámica actual, porque en esa línea el mundo se destruiría, como anunciaba Juan Bautista. Todos, judíos y romanos, apelan a Dios, pero tienden a ponerlo al servicio de sus intereses; Jesús, en cambio, le ha visto como creador que ama y anima a todos los hombres, por encima de leyes o sistemas particulares, desde los más pobres.

En conjunto, los historiadores y panegiristas romanos de la era de Augusto no creían que pudiera haber un futuro mejor, sino que debía mantenerse aquello que Roma, diosa eterna, había ofrecido, pues había llegado el “fin de la historia”: el Reino final, la Edad de Oro (como afirma Virgilio en sus Bucólicas). En ese sentido su postura se podría comparar con la de Fukuyama (El fin de la Historia) En contra de eso, los apocalípticos judíos, en una línea que va de Dan 7 a Ap 13, afirmaban que Roma no era una epifanía de Dios, sino bestia. Por eso apelaban, en contra de Roma, al juicio de Dios y esperaban un tipo distinto de culminación mesiánica.

En ese contexto, como artesano/campesino, judío de la periferia, Jesús sabía que la situación marcada por el imperio romano era injusta y no podía ser definitiva, pues era causa de enfermedad y miseria, de hambre y opresión para las mayorías. Pero él no se contentaba ya con las soluciones anteriores (de algunos apocalípticos y/o de Juan Bautista), sino que destacó (propuso) dos afirmaciones que se complementan.

(1) Se ha propagado el mal supremo. Jesús piensa (sabe por experiencia) que la perversión ha llegado, pues los pobres están siendo expulsados de la sociedad y mueren, de manera que, en sí mismo, el mundo debería haber acabado.

(2) Está llegando un bien todavía más alto, Supremo/Supremo, el Reino de Dios que será la plenitud de la historia, pero no como destrucción, sino como plenitud, dentro de ella, no al modo del imperio romano, sacralizando lo que existe, sino trasformándolo desde los pobres. No vendrá después, sino que llega, está llegando, en medio de un mundo dominado por otros reinos (como Roma). Ese principio de Reino se expresa y actúa a través de la bienaventuranza de los pobres

El Reino que viene no es una teoría social o religiosa, sino un acontecimiento y un proceso que se va realizando por la vida y mensaje de Jesús, en la vida de los campesinos galileos que le escuchan y que reciben por su palabra un nuevo impulso para resistir y vivir a la luz del Dios, en un gesto de felicidad que es más fuerte que la opresión del sistema.

Éste es su mensaje, ésta es su aportación más alta: ha proclamado e iniciado el despliegue del Reino, que es Presencia de Dios, precisamente en Galilea, como bienaventuranza de los pobres. El Reino es regalo, algo que sólo Dios puede conceder, pero, al mismo tiempo, es una forma nueva de vivir que empezará a extenderse desde Galilea. Llegará pronto, en esta misma generación (Mc 9, 1); está muy cerca, “en medio de vosotros” (cf. Lc 17, 21); será mesa abundante de pan, con Abrahán, Isaac y Jacob (Mt 8, 10s), para todas las naciones. Éste es su tiempo .

2. Tiempos del Reino, teorías escatológicas.

Los exegetas vienen discutiendo desde hace casi dos siglos el aspecto temporal del evangelio. Unos pensaron que Jesús hablaba de un reino puramente futuro, que vendrá cuando este mundo acabe, ya muy pronto, de manera que todo lo que hagamos aquí es provisorio (ética interina, de ínterin: A. Schweitzer). Otros decían que Jesús proclamaba un reino eterno, que se mantiene por siempre, en una especie de eternidad platónica, ideal, por encima y fuera de la historia (exegetas idealistas de final del siglo XIX y comienzos del XX). Otros, en fin, han dicho que el Reino de Jesús es una realidad existencial presente, vinculada a la misma decisión de los creyentes (en la línea de R. Bultmann). En los tres casos se trata de un mensaje “escatológico”, relacionado con el fin o meta de la realidad, que puede interpretarse desde tres perspectivas (de futuro, de eternidad o de presente existencial), que pueden y deben completarse, como indicaré:

1. Escatología de futuro o del fin de los tiempos. En un nivel, la esperanza de Jesús sigue abierta al cumplimiento final de los tiempos, de manera que él aguarda la intervención de Dios, la manifestación futura de su obra creadora como había destacado Juan Bautista. Hay un plus de Dios y la esperanza de ese plus determina la acción de Jesús, que ama a los hombres y actúa a su favor, pues él sabe que Dios se expresa (y seguirá expresándose) de forma salvadora, abriendo un futuro de plenitud (más allá del eterno retorno en que parecen girar otras realidades de este mundo). Esta visión, que podemos llamar apocalíptica, forma parte del entorno del evangelio. Muchos judíos creían entonces en la llegada del fin de los tiempos, como juicio y cumplimiento de la realidad. Algunos esperaban, de un modo especial, la manifestación del Hombre (del hijo del hombre). Pues bien, en esa línea, Jesús ha dado un paso más y ha dicho (ha creído) que su propia acción y la acción de sus discípulos, al servicio de los pobres, forman parte de la llegada o futuro del Reino de Dios. En ese sentido, el futuro (como apocalipsis) se ha introducido ya en la historia de los hombres, de manera que el “apocalypse now” de Jesús no supone la destrucción de este mundo, sino la irrupción del mundo futuro dentro del presente, en línea de gracia.

2. Escatología de eternidad ética. Conforme a lo anterior, todo lo que Jesús anuncia sobre el fin del mundo se aplica al tiempo presente, como sabían de algún modo otros profetas judíos. Pues bien, en este contexto, afirmando que Dios ha venido ya (es Presencia), Jesús ha puesto de relieve su exigencia de fidelidad ética amorosa, desde los más pobres, en medio de un mundo que parece dominado por la imposición y violencia de los fuertes. Por eso, su ética es “escatológica”, pero no en línea de interinidad, sino de manifestación de la verdad eterna de Dios. Lo que hacemos en este mundo no es algo provisional, para un momento, algo que pasará muy pronto, cuando llegue Dios y cese lo que ahora existe. Jesús sabe que su mensaje pertenece a la “eternidad” de Dios, pues los pobres son, ya desde ahora (desde siempre), “los herederos” (propietarios por gracia) del Reino de los cielos, según las bienaventuranzas (cf. Lc 6, 21-22). Jesús no dirige ese mensaje a los señores de las clases dominantes, sino a los marginados (campesinos, artesanos) de su entorno galileo, y no lo hace para desarrollar una “ética de justicia”, propia de príncipes (diciéndoles cómo deben gobernar, en la línea del libro de la Sabiduría, de la Biblia Griega), sino para revelar una ética del amor eterno y de felicidad creadora, que se expresa y actúa en los marginados y en aquellos que quieren ayudar a los marginados, como misterio (presencia) de Dios sobre la tierra. Éstos son ya los tiempos finales, porque los pobres han descubierto que son herederos del Reino y porque todos pueden vivir en amor, desde los pobres. Por eso, el mensaje escatológico y ético de Jesús se identifican.

3. Escatología de presente sapiencial. Siguiendo en la línea anterior, podemos y debemos hablar de “sabiduría”, es decir, de nuevo conocimiento de la realidad, no en línea de ciencia intemporal (platonismo), ni de técnicas de transformación material y de utilización del mundo, sino de identificación de los hombres con la voluntad salvadora de Dios. Sólo esa experiencia de unidad de lo futuro y lo presente, vivida de forma personal y social, en solidaridad y compromiso, en amor hacia los más pobres (desde los más pobres, que son bienaventurados), puede mostrarse como manantial de conocimiento verdadero y plenitud existencial de los creyentes. Para los griegos, en general, la sabiduría humana era una participación de la Sabiduría eterna, entendida como realidad que planea fuera del tiempo, de manera que ella nos permite ver las cosas desde arriba, trascendiendo así la experiencia concreta del dolor de la historia (como ha destacado 1 Cor 1, 22). Para Jesús, en cambio, la sabiduría es la expresión del futuro de Dios que se anticipa (y se hace presente) en nuestra historia personal y social, de manera definitiva, que penetra en el tiempo y lo enriquece, curando en amor a los enfermos y vinculando a los hombres, a partir de los más pobres (como Pablo ha visto al hablar de la Cruz: 1 Cor 1, 18-19. 24-25). Sólo aquellos que viven en amor “comprenden y saben”, como había indicado, en otra perspectiva, Dan 12, 3 al hablar del resplandor final de los sabios. En esa línea, los pobres que saben (saborean) son los bienaventurados .

Las tres perspectivas tienen algo de verdad y deben vincularse, aunque pienso que Jesús ha destacado, sobre todo, la segunda, pero no en clave jurídica o moralista, sino en línea de amor y gratuidad comprometida, a favor de todos, desde los pobres a quienes declara bienaventurados, enseñándoles a serlo. Lo que interesa es el amor activo, que se expresa en forma de felicidad abierta a los demás. Los tiempos finales han llegado porque los hombres y mujeres pueden amarse entre sí, superando el nivel de una ley opresora y de una guerra interminable, pues el mismo Dios ha enriquecido su vida y les ha hecho capaces de vivir en gratuidad.

3. Más que el puro cuándo importa el cómo.

Retomando el lenguaje anterior, podemos decir que cuando Mc 1, 15 afirma que “el tiempo se ha cumplido”, no está hablando de manera cronológica (ni puramente apocalíptico), sino en forma ética sapiencial (los hombres se saben amados por Dios), desde una perspectiva de presencia de Dios que puede hacerles y les hace bienaventurados. Por gracia de Dios ha llegado el tiempo de la vida, que se expresa allí donde los marginados de Galilea (y del mundo) pueden acoger el Reino y vivir en consecuencia. En ese sentido, podemos añadir que el tiempo del Reino viene a través de la Palabra (Dios actúa) y del compromiso (fe) de aquellos que la acogen:

1. El Reino viene a través de la palabra, que Jesús anuncia y expresa con su vida. Ciertamente, en un sentido, la Palabra ya existía (en Dios y en los mismos hombres que la acogen); pero, en otro sentido, ha sido Jesús quien la ha manifestado cuando anuncia el reino de Dios. Él conoce y proclama ese Reino por fe (cree en Dios), pero también lo va descubriendo a través de su compromiso a favor de los pobres. La verdad de ese Reino no es una teoría, sino una práctica vital: Jesús no habla sobre el Reino (como se habla de cosas externas), sino que lo instaura, lo “trae”, haciendo así que venga, al curar a los enfermos e iniciar un camino de felicidad, desde los más pobres y para todos (Lc 6, 21-22 par).

2. Viene a través de una felicidad y compromiso de amor, que se abre a los demás. Jesús cree en el Reino haciendo que otros crean, encendiendo en ellos la llama de su fe y su compromiso, una llama expansiva y compartida, que puede transformar la historia, a partir de los pobres, siempre que ellos irradien la felicidad del Reino, amando a los enemigos y perdonando a todos (cf. cap. 12). De esa manera decimos que Jesús fue creador de palabras y signos de un Reino, que él mismo fue abriendo y compartiendo con otros, desde Galilea, transformando así el signo de Juan (que era el bautismo) en el signo del pan compartido y de las curaciones, que realizó y vivió como tiempo y presencia de Reino (cf. Mt 11, 7-11; Lc 7, 24-28) .

Según eso, el Reino no es algo futuro, que simplemente vendrá (y que nosotros esperamos de un modo pasivo), sino que está viniendo ya y actúa allí donde Jesús ofrece su palabra y su solidaridad a los pobres/mendigos (ptojoi, cf. Lc 6, 20) y a los niños (Mc 10, 15 par), es decir, a las personas que sólo pueden vivir por regalo y por gracia de otros y para otros, desde Dios (descubriéndose así bienaventuradas: cf. Lc 6, 21-22). En ese contexto se puede formular tres afirmaciones fundamentales, que están vinculadas a las bienaventuranzas y a todo el sermón de la montaña, con su llamada al amor y al perdón (cf. Lc 6, 21-49). (1) Merece la pena nacer. Donde Juan parecía decir que todo se encuentra preparado para morir (¿por qué nacer en un mundo como éste?), Jesús responde que es tiempo de nacer: merece la pena que los niños puedan ser acogidos y amados . (2) Merece la pena amar desde ahora. El Reino no es algo que vendrá sólo después (en otro mundo), sino proyecto y camino actual para aquellos que son más dependientes (niños), para aquellos que humanamente hablando resultan inviables (ptojoi, mendigos). Que los niños y los pobres puedan vivir, eso es el reino. (3) Por eso, la pregunta no es cuándo, sino cómo lo vivo “qué” hago para que llegue. Más que el tiempo externo importa el “cómo” personal, materno y amistoso: que los niños vivan, que puedan nacer y crecer en esperanza, que los pobres sean acogidos .

El tiempo del Reino vincula pasado, presente y futuro y, de esa forma, relaciona la vida de Dios y el camino de los hombres

1. Viene del pasado, pues lo habían anunciado los profetas. En ese sentido, Jesús no quiso ni pudo inventarlo, sino que asumió y llevó hasta el fin la marcha del camino israelita (y del conjunto de la humanidad). Por eso, el presente de su Reino es verdad y cumplimiento de algo que existía ya, de manera que viene a cumplirse aquello que iniciaron los “patriarcas” (Abrahán, Moisés, David…) y que anunciaron de algún modo los profetas (Elías, Isaías, Jeremías…). Por eso hemos dicho en el capítulo primero de este libro que la historia de Jesús y de su Reino se hallaba escrita de antemano

2. Es futuro de Dios, y así añadimos que vendrá del todo cuando se cumplan las promesas. Dios no es una eternidad que planea por arriba, como pura trascendencia, que podemos y debemos imitar desde aquí abajo, de un modo siempre igual y repetido, sino que es principio y fuerza de futuro que está iniciando entre nosotros (desde los pobres) el despliegue final de su vida (la creación completa). Ese futuro de Dios se visibiliza de manera sorprendente en la comunidad de aquellos que escuchan a Jesús, se dejan trasformar por su promesa y se aman.

3. El Reino es presencia personal de Dios, y por eso su sentido y realidad se decide en el presente. Ni Jesús ni los evangelios han planteado ese tema de manera ontológica (filosófica) como harán después algunos gnósticos, diciendo que el Reino es arriba y abajo, dentro y fuera, pero dejando que las cosas sigan como estaban o queriendo resolverlas (o entenderlas) sólo en un plano de conocimiento interior. Conforme a la visión de Jesús, el Reino es presente porque está abierto al futuro de Dios que actúa ya en la vida de los hombres, abriendo un espacio de felicidad para aquellos que lo aceptan.

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