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viernes, 1 de agosto de 2008

XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Entra y Veras

Por José A. Ciordia Castillo
Publicado por Entra y Veras

Le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado […] Jesús les replicó: "No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer."

Primera Lectura
Is 55, 1-3
Venid y comed

Así dice el Señor: "Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.

La voz del profeta consolador reitera y concluye su promesa: Venid, sedientos todos... Dios invita por medio del profeta a recibir la plenitud de vida y a vivir con él en Alianza eterna. Son ocho invitaciones en imperativo y cinco futuros de seguridad absoluta. Las interrogantes intermedias suenan a reproche y a regaño: ¿Qué hacen ahí todavía sin dar el paso? Los destinatarios se encuentran en el destierro. En el destierro, por más abundancia que haya, campean el hambre y la sed. Hambre y sed que sólo Dios puede saciar. La mano de Dios se extiende de nuevo generosa, para llevarlos consigo en eterna compañía. Urge dar el paso. Salir de aquellas tierras mundanas y encaminarse a la tierra de Dios. Dios asegura abundancia y descanso para siempre: Venid, sedientos todos... Dios es la fuente de vida. Jesús repetirá la invitación y se presentará él mismo como la Fuente de Vida. Leamos en las palabras del profeta la invitación de Dios en Jesús.


Salmo Responsorial
Salmo 144

R/Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores./strong>

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R.

Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; / abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. R.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.R.

Salmo de alabanza. Dios misericordioso, fuente de vida. Dios se preocupa de todas sus creaturas. Es cariñoso con todas. A todas atiende, a todas alimenta. Dios se acerca presto a todo el que le invoca, sin distinción de pueblo o raza. Es un Dios de todos y para todos. El hombre religioso lo siente y lo palpa. Es consolador saber y sentir su proximidad siempre que se le invoca.

Segunda Lectura

Rm 8,35.37-39
Ninguna criatura podrá apartaros del amor de Dios, manifestado en Cristo

Hermanos: ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.


Estos versillos acaban el capítulo. Con ellos también, según muchos, la parte dogmática de la carta. Llevan cierto ritmo. Son un reto y un grito de júbilo. ¡El que ama a Cristo está seguro! Nadie ni nada podrá arrancarlo del amor que el Padre y Cristo le profesan. Somos hijos, ha dicho antes Pablo. Poseemos el Espíritu de lo alto. Poseemos a Dios. Dios nos ama, Dios nos guía. ¡Dios no nos abandonará jamás! ¿Quién puede arrebatarnos de su mano amiga todopoderosa? ¿Las calamidades quizá? Puede que entre los hombres rompan el infortunio y la desgracia los lazos más estrechos del amor y de la amistad. ¡En Dios, no! Más aún, las calamidades que uno padece, en especial, aquéllas que nos llueven por llevar su nombre, no son expresión del abandono de Dios; todo lo contrario, son muestra palpable de su benevolencia y cariño, pues, como herederos de Cristo, llevamos, ya en este mundo, estampada la imagen doliente de su Hijo. Así se expresan la Carta a los Hebreos (12, 4ss) y Pedro en su primer escrito. El infortunio, lejos de ser una derrota, es, bien llevado, un triunfo brillante en Cristo, una gracia de Dios. ¿No proclamó Jesús dichosos a los perseguidos por la justicia? Nada ni nadie nos va a separar del amor que nos profesa. Ni la horrible muerte, pues la venció Cristo; ni los poderes humanos o sobrehumanos, pues están sometidos a sus pies; ni la vida con sus halagos; ni lo profundo, ni lo alto, ni lo oculto... ni nada. Dios está por encima de todo y su amor a nosotros también. Y nadie va a impedir que Dios nos ame. Precioso canto; preciosa confianza; preciosa verdad y seguridad la que posee el cristiano. Se basa en algo indestructible e inaccesible como es el amor de Dios y de Cristo que venció a la muerte. Digno remate del capítulo. Digno remate de la Carta. No nos basamos en nosotros mismos ni en criatura alguna, sino en sólo Dios. Esto da seguridad a nuestra vida. Dios no es caprichoso, sino fiel.

Evangelio

Mt 14, 13-21
Comieron todos hasta quedar satisfechos

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado.

Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.
Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer."

Jesús les replicó: "No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer."

Ellos le replicaron: "Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces."

Les dijo: "Traédmelos."

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.


Hemos dejado atrás las parábolas del Reino, sus secretos y sus misterios. Pero el Reino es, en cierto modo, Jesús. Jesús habla y ora. Jesús revela el Reino de Dios en sus dichos y en sus hechos. Toda la vida de Jesús es una revelación. Alguien la llamaría epifanía, manifestación de Dios. Así, más o menos, lo entendió la primitiva comunidad cristiana. Todo lo que se conserva en los evangelios es palabra y obra de Dios en Cristo. En esa línea nos colocamos nosotros.

Jesús se retira a Galilea. Jesús va y viene. La muerte del Bautista, a manos del impío Herodes, determina este viraje de Jesús. Jesús se aleja de su territorio. Todavía no ha llegado su hora.

Jesús siente lástima del pueblo. No solamente de los enfermos, sino de todo el pueblo necesitado. Todos le dan lástima, porque, como comentará Marcos, andaban como ovejas sin pastor. El pueblo de Israel se encuentra sin pastor.

Jesús da de comer a una gran multitud: cinco mil, sin contar mujeres y niños. Jesús obra un milagro, movido por compasión. Juan, especialmente, notará la maravilla de la gente. Ahí está la obra de Jesús, ahí su manifestación. Jesús alimenta, en descampado, a una hambrienta multitud. He ahí al buen Pastor. El Pastor que anunciaron los profetas; el Pastor de Israel esperado: el Mesías de Dios. Según Juan, los presentes quisieron proclamarle Rey. He ahí, pues, un Pastor que alimenta y sacia, un Pastor que sale al paso de la necesidad. El detalle de la hierba puede que refuerce esta interpretación. Puede que también se halle presente en el pasaje una orientación eucarística. Nótense, por ejemplo, los gestos: alzó la mirada, pronunció la bendición, partió los panes, se los dio... Son expresiones eucarísticas. Nada se dice de los peces a este respecto. El discurso de la Eucaristía sigue, en Juan, al relato de la multiplicación de los panes.

He ahí, pues, a nuestro Señor como Señor que pastorea a su pueblo. El milagro, así considerado, evocaría en la mente del oyente la figura de Jesús, Pastor y Mesías, que reproduce el milagro del maná. Juan desarrollará este pensamiento. Jesús es el Salvador. Jesús da de comer (Eucaristía) y sacia (Fuente de Salvación).


Consideraciones

Podemos tomar como punto de partida el milagro que presenta el evangelio: La multiplicación de los panes y de los peces. El milagro, sin ser un símbolo, está cargado de simbolismo. En otras palabras, el acontecimiento milagroso está cargado de resonancias y ecos teológicos.

a) Jesús se manifiesta Pastor, Pastor mesiánico. Jesús alimenta en el desierto a una multitud hambrienta. El Pastor no deja perecer a las ovejas. El Pastor siente lástima de su pueblo. Jesús, que cura enfermos y sacia a los hambrientos, es el Jesús que da la Vida eterna. Juan lo declara abiertamente. Jesús es nuestro Salvador. Nosotros somos sus ovejas. Nosotros estamos enfermos, hambrientos, vagando sin ton ni son por el desierto. Jesús nos reúne, nos apacienta y nos sana. (No podemos eludir, como ya notábamos en el comentario, una alusión a la Eucaristía). Jesús, pues, en el centro. En torno a él el pueblo necesitado: hombres, mujeres, niños. Junto a él, más próximos, como dispensadores de los misterios, los Doce. Jesús es nuestro Pastor, Jesús es nuestro Rey, Jesús es nuestro Señor. Actitud de fe, de reverencia y amor.

La primera lectura presenta el misterio en forma de invitación apremiante. Dios Salvador en Cristo nos empuja a ir a beber y a comer en abundancia y saciedad: a una convivencia en intimidad con él. Esa es la verdadera Vida y Saciedad. Jesús es la revelación perfecta. Jesús nos invita, nos empuja, a ir a él, pues en él está la fuente de vida eterna. El venid a mí todos los que estáis cansados... y El que tenga sed que venga a mí... de los sinópticos y Juan respectivamente son la verdadera invitación de Dios cuyos ecos, anticipados, hacía sonar ya el profeta del destierro. Hay que dar el paso. Los bienes de este mundo no sacian el hambre ni calman la sed. Cristo es la Salvación del hombre. Huyamos de Babilonia y aferrémonos a la Ciudad Celeste.

b) El apremio de la primera lectura revela amor y preocupación por nosotros. El evangelio lo declara abiertamente: tuvo lástima. Tener misericordia, sentir compasión y actuar en consecuencia, es lo mismo que amar efectivamente. Todo nace, pues, de una actitud de benevolencia y amor hacia nosotros, que se pierde en el misterio de Dios. ¡Dios nos ama! Y nos ama tiernamente. El salmo lo canta alborozado. En Cristo, la expresión perfecta de ese amor. La segunda lectura abunda en este sentido: ¿Quién nos separará del amor que Dios nos profesa? A nada ni a nadie hay que temer. Quien ama a Dios vive seguro de que Dios habita en él. Más aún, nadie, justo o pecador, puede nunca jamás dudar de que Dios le ama. A uno puede odiarle o abandonarle el padre o la madre: ¡Nunca Dios! ¿No es esto grande? Conviene entretenerse en actos de fe, de confianza, de amor y agradecimiento. El canto y la alabanza surgen así espontáneos.

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