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jueves, 7 de agosto de 2008

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: ¿Razones para creer?

Publicado por Pasionistas.es

El problema de Pedro se parece mucho al de los enemigos de Jesús. En las tentaciones del desierto, el diablo le cuestiona su identidad: “Si eres Hijo de Dios”. En los tribunales religiosos se le hace el mismo cuestionamiento. “Si eres el Hijo de Dios, dínoslo”. Y en la Cruz, unos y otros se burlan de su identidad: “Si es Hijo de Dios, que baje de la Cruz”.

Pedro tampoco cree a la palabra de Jesús: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”. Pero Pedro no se fía de su palabra y pide argumentos para estar seguro. “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas”.
Pedro pide milagros para creer.

Pedro pide el milagro de poder andar sobre las aguas.

Le pide algo que solo le corresponde a Dios. Eso de andar sobre las aguas es privilegio de Dios.

Al hombre se le da el poder caminar por tierra firme que ya es bastante.

Al hombre se le concede que pueda nadar. Pero no andar sobre las aguas.



Por eso mismo, ante el primer obstáculo, la fe de Pedro se derrumba y el miedo se apodera de él y comienza a hundirse: “al sentir la fuerza del viento, le entró miedo y empezó a hundirse”. Es que Pedro quiere afirmar su fe en Jesús:

No creyendo en su palabra, sino en los milagros.

No fiándose de su palabra, sino fiándose de su poder.



La verdadera fe no nace de los milagros, sino de creer en la Palabra de Jesús.

La verdadera fe no nace del poder divino de Jesús, sino de la confianza en su persona y en su Palabra. Y cuando la fe no brota de su verdadera base termina siendo una fe muy débil, que ante las primeras dificultades se quiebra y nos hundimos como barco que hace agua.



La verdadera fe tampoco nace del poder de Dios, sino de su amor.

No creemos porque Dios es omnipotente, sino porque Dios es amor.

Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es caridad” comienza recordando el texto de Juan “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4,16). Y comenta: “Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino”.



Y aún añade: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva ….. La fe cristiana, poniendo el amor en el centro …..”

“El amor de Dios para nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros”.



Con frecuencia, nuestra fe nace más de nuestras ideas sobre Dios que de nuestra experiencia amorosa de Dios.

Con frecuencia, nuestra fe busca en Dios más su poder que pueda solucionar nuestros problemas y dificultades que su auténtico amor. Cuando en realidad, Dios no se manifiesta tanto a través de su poder cuanto a través de su debilidad y de su amor.

El verdadero rostro de Dios se manifiesta en la debilidad de la Cruz y de su muerte.

El verdadero rostro de Dios se revela y manifiesta en que “tanto amó Dios al hombre que entregó a su Hijo único”.



Cristianos que, para creer en Dios, piden primero milagros.

Y los milagros no siempre nos hacen creyentes.

Porque ante los milagros, muchos siguen dudando o dándoles interpretaciones y lecturas no creyentes. Muchos fueron testigos de los milagros de Jesús y no creyeron en El.

Más bien necesitamos de una fe capaz de hacer milagros, y no milagros que nos hagan creyentes. El mayor milagro de Dios es habernos amado “hasta el extremo”.

Es el milagro del amor. El único capaz de despertar en nosotros la auténtica fe.



Es lindo el relato que Paulo Coelho cuenta de Milton Ericksson.

“A los 12 años cayó enfermo de poliomielitis. Diez meses más tarde, luego de contraer la enfermedad oyó a uno de los médicos decirle a sus padres: “Su hijo no pasará de esta noche”.

El niño escuchó el llanto de su madre. “A lo mejor si paso de esta noche, mamá no sufrirá tanto”, pensó. Y decidió no dormir hasta el amanecer. Por la mañana gritó: “¡Mamá! ¡Sigo vivo!”

La alegría en la casa fue tanta que, a partir de entonces, decidió aguantar siempre una noche más, para aplazar el sufrimiento de sus padres. Murió en 1990 a los 75 años, dejando detrás de sí una serie de libros sobre la enorme capacidad del hombre para vencer sus propias limitaciones”.



Ericksson no pidió a Dios el milagro de la curación, sino que fue su amor hacia sus padres, el no verlos sufrir, quien le mantuvo con la ilusión de vivir y de ser más fuerte que su propia enfermedad. Y así el que “no pasará de esta noche”, pudo vivir hasta los setenta y cinco años.



Sólo el amor hará fuerte nuestra fe.

Sólo el amor nos dará fuerzas para no dudar ante las dificultades. Sólo el amor del corazón nos hará más fuertes que nuestras propias dudas intelectuales.



La verdadera fe no pide milagros, se fía de Alguien.

La verdadera fe nace de aceptar su palabra, de fiarnos de su palabra.
La fe que pide pruebas es la mejor prueba de no ser verdadera fe.

Oración

Señor: No quiero quejarme de Pedro, porque, en el fondo,

somos muchos los que también te pedimos pruebas para creer en ti.

Somos muchos los que cuando te pedimos un milagro y no lo haces,

terminamos por creer que ya no tenemos fe en ti.

Danos una fe que brote de creer en tu Palabra.

Una fe que no necesite pruebas, porque la mayor prueba es tu amor en la Cruz.

Una fe que no necesita de tu omnipotencia, sino que brote en nosotros porque también nosotros creemos en el amor.

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