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martes, 2 de septiembre de 2008

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: "Yo estoy en medio de ellos"


En alguna otra ocasión hemos explicado que en el Evangelio de Mateo es posible distinguir cinco grandes discursos de Jesús entre los cuales se intercalan secciones narrativas. El primero de estos grandes discursos es el Sermón de la Montaña (Cap. 5 a 7). Siguen el discurso apostólico (Cap. 10), el discurso en parábolas (Cap. 13,1-52), el discurso eclesiástico (Cap. 18) y el discurso escatológico (Cap. 24 y 25). El Evangelio de este domingo está incluido dentro del discurso eclesiástico. Nos ofrece, por tanto, una enseñanza de Jesús acerca de su Iglesia.

Se trata de la conducta que es necesario observar en la Iglesia ante el hermano pecador. En la Iglesia de los tiempos apostólicos, cuando el Evangelio de Mateo se puso por escrito, el pecado de un cristiano era considerado una enormidad, es decir, era visto en su verdadera maldad. Era difícil para los primeros cristianos convencerse que alguien que hubiera sido redimido por Cristo, alguien por quien Cristo había derramado su sangre para remisión de sus pecados, pudiera de nuevo pecar. Se consideraba que crucificaba de nuevo al Señor, que hacía lucro de la sangre de Cristo. Y, sin embargo, esa posibilidad existía y para esa triste eventualidad Jesús dejó establecido un procedimiento de reconciliación y dio a su Iglesia poder de perdonar los pecados.

El primer paso es reprender al hermano pecador en privado y tratar de obtener su conversión. Si lo consigue, entonces habrá ganado al hermano. En efecto, la Iglesia tiene el poder recibido de Dios de reconciliar a un pecador arrepentido. Ante un corazón arrepentido la misericordia del Señor no tiene límite. "El no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva" (Ez 33,11). Pero si el pecador se obstina, que llame a uno o dos testigos y ante ellos lo reprenda; si insiste en su pecado, que lo denuncie ante la comunidad; y si ni siquiera a la comunidad escucha, él mismo se excluye de ella: debe ser considerado un pagano o un publicano. Queda excluido de la plena comunión de vida con la comunidad; ya no es uno de los suyos. El pagano es el que pertenece a los pueblos que no conocen a Dios; el publicano era considerado un pecador público, pues recaudaba los impuestos que Israel, como pueblo dominado, debía pagar a Roma.

En los lugares en que hemos dicho "comunidad" en realidad el texto original dice: "ekklesía", Iglesia: "Díselo a la Iglesia y si hasta a la Iglesia desoye, sea para tí como el gentil o el publicano". En seguida el Señor concede a la Iglesia el mismo poder que posee Pedro personalmente: "todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo".

"Atar y desatar" es una expresión de autoridad, que aparece a menudo en los textos rabínicos del tiempo de Jesús y posteriores. En esos textos la expresión tiene dos sentidos. Significa, en primer lugar, el poder magisterial y disciplinar, es decir, el poder de declarar la verdad o falsedad de una doctrina y de declarar la bondad o maldad de una acción (por ejemplo: "Es verdad que los muertos resucitarán"; o en sentido disciplinar: "El aborto procurado es un crimen abominable; el que lo intenta, si el efecto se obtiene, incurre en la pena de excomunión"). Pero "atar y desatar" significa también el poder de excluir a alguien de la comunidad a causa de sus pecados (atar) y de readmitirlo perdonandole los pecados (desatar), es decir, el poder de retener o perdonar los pecados. Este es el sentido de la expresión "atar y desatar" usada por Jesús.

Pero lo importante es que Jesús asegura que lo atado o desatado por la Iglesia en la tierra queda atado o desatado en el cielo. De esa manera garantiza que la Iglesia no puede errar en materia de fe y moral; y también que la exclusión de alguien de la plena comunión con la Iglesia, lo excluye de la amistad con Dios y que la readmisión del pecador arrepentido a la plena comunión con la Iglesia realiza su readmisión a la amistad con Dios. La reconciliación con la Iglesia, en virtud del sacramento de la penitencia, opera la reconciliación con Dios. De esto se trata aquí. Por eso el texto comienza presentando este caso: "Si tu hermano llega a pecar".

La Iglesia es una y católica, es decir, una y universal. La Iglesia abraza a los miembros que todavía peregrinan en esta tierra, a los que están en el cielo y a los que se purifican después de la muerte. Pero esta Iglesia total, que es el Cuerpo de Cristo, se hace presente cuando una comunidad local en comunión con el Obispo -por ejemplo, una comunidad parroquial- se reúne a celebrar el culto. El mismo Cristo prometió su presencia en medio de ella: "Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Esto es lo que se quiere decir cuando se afirma que la Iglesia es un "sacramento". Donde ella se realiza visiblemente, allí está Cristo, allí se está realizando el efecto invisible, pero real, de la unión de los fieles entre sí en un solo Cuerpo y de ellos con Dios.

El que pretende encontrar a Cristo prescindiendo de la Iglesia, en realidad encuentra a un ser de su propia creación, pero no a Cristo. Para recibir el Espíritu Santo y alcanzar a Cristo es necesaria la mediación de la Iglesia. Ya lo habían enseñado los antiguos padres de la Iglesia. Rechazando los errores de su tiempo en este punto, San Ireneo sostenía: "Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu y toda gracia". Y más tarde se hace famosa la afirmación de San Cipriano: "No puede tener a Dios por Padre el que no tenga a la Iglesia por madre".

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Auxiliar de Los Angeles (Chile)

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