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viernes, 5 de septiembre de 2008

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: No camufles la indiferencia bajo un falso manto de respeto o tolerancia

Por Marcos Rodriguez
Publicado por Fe Adulta

Mt 18, 15-20
CONTEXTO

Hemos dado un gran salto en la lectura del evangelio de Mateo. En el capítulo 18 comienza una serie de discursos sobre la comunidad.

Cuando los textos del Nuevo Testamento hablan de Iglesia –sólo en Mateo-, no se refieren a una superestructura mastodóntica, sino a la pequeña asamblea local que es la que vive la fe en Jesús.

Es la primera vez que se emplea el término “hermano” para designar a los miembros de la comunidad.

Es importante notar que este texto está a continuación de la parábola de la oveja perdida. Ésta termina con la frase: “Así vuestro Padre no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños. El tema de hoy no es el perdón. Los textos lo dan por supuesto, y van mucho más allá al tratar de ganar al hermano para la comunidad.

Lo que nos relata el evangelio de hoy, es seguramente reflejo de lo que practicaba la comunidad de Mateo. Se trata de prácticas que se llevaban a cabo en la sinagoga.

En este evangelio es muy relevante la preocupación por la vida interna de la comunidad (Iglesia). El evangelio nos advierte que no parte de una comunidad de perfectos, sino de una comunidad de hermanos que reconocen sus limitaciones y necesitan el apoyo de los demás para superar sus fallos. Los conflictos pueden surgir en cualquier momento, pero lo importante es estar preparados para superarlos.


EXPLICACIÓN

Hoy la primera dificultad la encontramos en el mismo texto. En muchos de los códices griegos dice: “Si tu hermano peca contra ti” o “te ofende”. Pero la última parte falta en algunos muy importantes, como el Sinaiticus y el Baticanus.

En cuanto a las traducciones, la opinión esta dividida casi al cincuenta por ciento. La Vulgata incorpora el “contra mí”. También lo incorpora la de P. Bover, Nacar-Colunga y la de J. Mateos. Lo eliminan la Biblia de Jerusalén, la de La casa de la Biblia, La litúrgica. La Nueva Biblia Americana lo pone entre paréntesis, que es la mejor solución, porque no hay razones definitivas ni para ponerlo ni para quitarlo.

Esta diferencia, aunque parece pequeña, es muy importante, porque en caso de aceptar “contra ti”, se trataría de ofrecer perdón por parte del ofendido; en contra de toda lógica que nos dice que el que debe pedir perdón es el que ofende.

Pero tiene el peligro de entenderlo como un conflicto puramente personal en el que, sólo en última instancia, intervendría la comunidad como sancionadora.

La continuación del texto que hemos leído hoy, parece apostar por la opción de “contra mí”, porque Pedro pregunta: “¿cuántas veces tengo que perdonar?” Incluso Juan Mateos traduce: “Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿Cuántas veces le tengo que perdonar?” Lo cual me parece muy coherente.

En caso de aceptar la otra versión (“Si tu hermano peca”), tiene el peligro de que lo entendamos como una falta abstracta, sin referencia ni a un individuo ni a la comunidad. Esto nos haría perder la perspectiva histórica.

La práctica penitencial de los primeros siglos se fue desarrollando en torno a los pecados contra la comunidad, no se tenía en cuenta, ni se juzgaba la actitud personal con relación a Dios, sino el daño que se hacía a la comunidad. De esta forma, para aquellas primeras comunidades, el “si tu hermano peca” debía entenderse como una ofensa a la comunidad llevada a cabo por uno de sus miembros en perjuicio de otro u otros miembros de la comunidad.

La respuesta de la comunidad no juzgaría la situación personal del que ha fallado, sino su relación con la comunidad, que tiene que velar por el bien de todos sus miembros, los ofendidos y los que ofenden.

“Atar y desatar”. Es una imagen del Antiguo Testamento muy utilizada ya por los rabinos de la época, y se refiere a la capacidad de aceptar a uno en la comunidad o de excluirlo de ella. Así lo entendieron también las primeras comunidades cuyos miembros eran judíos.

El concepto de pecado, como ofensa a Dios que necesita también el perdón de Dios, tal como lo entendemos hoy, aún tardaría siglos en surgir. No podemos entender el texto como un poder conferido por Dios para perdonar las ofensas contra Él.

“Todo lo que atéis en la tierra...” Hace dos domingos, el mismo Mateo decía exactamente lo mismo, referido a Pedro. No puede haber dos instancias últimas, ¿cual de los dos textos estará en la verdad? Sólo hay una solución: que Pedro actúe como cabeza, en nombre de la comunidad, pero sólo para determinar quién pertenece a la comunidad y quién se autoexcluye de ella.

En todo el evangelio de Mateo no se encuentra un sólo dato que haga pensar en una autoridad que toma decisiones. Tampoco se habla en ninguna parte del NT de una obediencia a ningún superior. Teniendo en cuenta los textos y el contexto, podemos concluir que son las personas individuales las que tienen que acatar el parecer de la comunidad y no al revés, como a veces, se nos quiere hacer ver.

“Donde dos o más estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Esto es muy importante a la hora de tomar conciencia de lo que significa una reunión (eklesia) de los seguidores de Jesús.

¿Qué significa estar reunidos en su nombre? No se trata de aunar criterios humanos, sino de aceptar los criterios de Jesús. Se trata de estar identificados con la actitud de Jesús, es decir buscando únicamente el bien del hombre, de todos los hombres, también de los que no pertenecen al grupo o están contra él. Esa es la única manera de hacer presente a Jesús.


APLICACIÓN

Es imposible cumplir hoy ese encargo de la corrección fraterna porque está pensado para una comunidad, y lo que hoy falta es precisamente esa comunidad.

Lo importante no es la norma concreta, que responde a una práctica de la comunidad de Mateo, sino el espíritu que la ha inspirado y debe inspirarnos a nosotros la manera de superar los enfrentamientos a la hora de hacer comunidad.

El ser humano se constituye en humano por sus relaciones. Todos los sistemas filosóficos se han ocupado de este tema durante el siglo que acaba de terminar. Y una vez más queda patente que lo profundamente humano es lo divino, porque las enseñanzas del evangelio no dejan lugar a duda a este respecto.

La comunidad es la última instancia de nuestras relaciones con Dios y con los demás. Fijaros que insiste en que hay que agotar todos los cauces para hacer salir al otro de su error, pero una vez agotados todos los cauces, la solución no es la eliminación del otro, sino la de apartarlo, con el único fin de que no siga haciendo daño a la comunidad.

Debemos tener en cuenta que la solución final no sanciona la maldad del otro, sino la incapacidad de la comunidad para convencerlo de su error.

Aquí tenemos que encontrar el verdadero sentido de la comunidad. La ayuda mutua en la consecución del fin del hombre, su plenitud, que sólo a trompicones puede alcanzar.

La Iglesia debe ser sacramento de salvación para todos, no refugio de seguridades para sus miembros. Hoy día no tenemos conciencia de esa responsabilidad. Pasamos olímpicamente de los demás. Seguimos enfrascados en nuestro egoísmo incluso dentro del ámbito de lo religioso.

El relato de hoy nos advierte del fallo más mortífero de nuestro tiempo: la indiferencia. Seguramente es hoy el pecado más extendido en nuestras comunidades. El otro no existe para mí. Es su problema. Allá él. No basta con dejar que los demás sean ellos mismos, hay que comprometerse en ayudar a todos a ser más humanos.

Sólo si muestro en todo momento un interés real por el otro, estaré en condiciones de hacer una fructífera corrección fraterna. Cualquier persona que vaya, sin saberlo, por un camino equivocado, agradecería que alguien le indicara su error y le mostrara el verdade­ro camino.

Si al hacer hoy la corrección fraterna, damos por supuesto que el otro tiene mala voluntad (actitud que se presupone en el concepto moderno de pecado), será imposible que te acepte la rectifi­ca­ción. Desde esa perspectiva, al corregir, estás dando por supuesto que tú eres el bueno y el otro el malo.

La corrección fraterna no es tarea fácil, porque el ser humano tiende a manifestar su superioridad o su soberbia, pero en este caso puede suceder por partida doble. El que corrige puede humillar al corregido queriendo hacer ver su superioridad moral.

Aquí tenemos que recordar las palabras de Jesús: ¿Cómo pretendes sacar la mota del ojo del tu hermano teniendo una viga en el tuyo? El corregido puede rechazar la corrección por falta de humildad. Por ambas partes se necesita un grado de madurez humana no fácil de alcanzar.

Partiendo de que todo pecado es un error, lo que falla en realidad es la capacidad de los cristianos para convencer al otro de que su actitud está equivocada, y que siguiendo por ese camino se está apartando de la meta que quiere conseguir.

Pero no sólo se aleja él de la plenitud humana, que todos debemos perseguir, sino que impide o dificulta a los demás caminar hacia esa meta. Apartado de los demás, ningún hombre conseguiría el más mínimo grado de humanidad. Sólo en las relaciones con los demás podemos crecer en humanidad.



Meditación-contemplación

“El que ama tiene cumplido el resto de la Ley”.
La preocupación por los demás es una quimera,
si no partimos de un verdadero amor.
Responsabilizarse de los demás por obligación es absurdo.

…………………….


La máxima manifestación de desamor, es la indiferencia.
Camuflarla bajo el manto del respeto o la tolerancia, es cobardía.
Si no me comprometo con el bien espiritual del otro
estoy metiendo la cabeza debajo del ala como el avestruz.

……………………..


Debo ir al encuentro del otro para ayudarle,
sin juzgarle, sin tener en cuanta su bondad o maldad.
No para hacerle bien a él,
sino para salvarme yo, haciéndome más humano.

……………….

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