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lunes, 13 de octubre de 2008

Dad al César lo del César, y a Dios lo de Dios

Mateo 22, 15-21
XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Por Felipe Bacarreza Rodríguez

Hoy leemos uno de los episodios más conocidos del Evangelio. Contiene una frase de Cristo que todos conocemos de memoria y que usamos a menudo en diferentes circunstancias: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Esta sentencia de Cristo se ha tomado como norma que regula las relaciones entre el poder civil y el poder espiritual, entre la obediencia que se debe a las leyes de los hombres y la obediencia que se debe a la ley de Dios. Conviene analizar bien su contexto.

Las hostilidades contra Jesús han aumentado hasta el punto que los fariseos y a los herodianos, que en situación normal son completamente opuestos, se han puesto de acuerdo para eliminar a Jesús. Los fariseos en su fidelidad a la Torah, la ley de Dios escrita, desprecian las leyes impuestas por Roma y se someten a ellas de mala gana. Por su parte, los herodianos, siguiendo la política de Herodes, son conniventes con el poder de Roma, son colaboracionistas. Pero contra Jesús están unidos: "Los fariseos celebraron consejo sobre la forma de sorprender a Jesús en alguna palabra. Y le enviaron a sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: Maestro... dinos, qué te parece, ¿es lícito pagar el tributo al César, sí o no?".

Esta pregunta, tomada en sí misma, podría haber sido una pregunta bien intencionada de uno de los discípulos de Jesús para conocer su opinión. Pero era una pregunta capciosa, pensada con la intención de sorprenderlo, era una trampa que se le ponía para que Jesús cayera en ella. Respondiera que sí o que no, igual habría caído en desgracia.

Los fariseos y los herodianos tienen opiniones opuestas sobre el tema de los impuestos exigidos por Roma. Para los fariseos la dominación de Roma era una humillación; era intolerable que el Pueblo de Dios estuviera sometido a esos paganos incircuncisos que no conocen la Ley, y lo peor de todo era la obligación de tener que sostenerlos con el pago de impuestos. En cambio, los herodianos eran los judíos que se habían vendido a Roma, porque habían sido puestos por el poder imperial en los puestos de la administración, como fue el caso de Herodes, nombrado por Roma tetrarca de Galilea. Ellos eran favorables al pago de impuestos a Roma. En este tema no había cómo complacer a fariseos y herodianos. Entre ambos eran más peligrosos los herodianos. En efecto, ellos fueron los responsables de la muerte de Jesús.

Si Jesús hubiera respondido que no es lícito a un judío pagar tributo a un pueblo pagano que estaba dominando al pueblo escogido de Dios e imponiendo sus leyes y costumbres, se habría hecho culpable de sedición contra Roma. Y en esto Roma era de un totalitarismo celoso, rayaba en la adoración del poder civil, es decir, del César. En este caso, Jesús se habría opuesto a los herodianos y se habría hecho reo de muerte. Si, en cambio, hubiera legitimado el pago de impuestos al César, se habría hecho odioso al pueblo judío, para quienes el pago de impuestos a Roma era molesto y reprobable; en este caso, Jesús habría legitimado la función de los publicanos (los recaudadores del impuesto exigido por Roma al pueblo sometido), que eran odiados por el pueblo. Este era el deseo de los fariseos. A ellos les bastaba que Jesús se hiciera odioso al pueblo y perdiera influencia.

Jesús, conociendo su intención, se libra de la trampa. Nadie puede acusarlo, porque los envuelve en la misma red que le han tendido. Jesús dice: "Mostradme la moneda del tributo". Ellos le presentan un denario, que ciertamente tenía la imagen del César. Roma había impuesto su moneda como signo de dominación. Entonces Jesús les pregunta: "¿De quién es esta imagen y la inscripción?" Ellos responden: "Del César". Han caído en la trampa. Jesús concluye de esa respuesta: "Dad al César, lo que es del César". La frase tiene un doble sentido; uno para satisfacer a los herodianos y otro para satisfacción de los fariseos, de manera que no pudieran acusarlo ni de sedicioso ni de colaboracionista. "Devolved al César lo que es del César", puede entenderse: "Pagad el impuesto". De esta manera, no resistía el poder de Roma. Pero también puede entenderse: "Liberaos de la odiosa imagen del César y de su dominación, devolviendole lo suyo". De esta manera, daba satisfacción a los judíos. De todas maneras, fue acusado de sedición. La acusación que llevaron a Pilato era esta: "Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro pueblo, prohibiendo pagar tributos al César" (Lc 23,2). Como vemos, era mentira.

Pero la pregunta tenía una intención religiosa: "¿Es lícito, es decir, conforme a la ley de Dios, pagar el tributo?" Por eso Jesús agrega: "Dad a Dios lo que es de Dios". Si el denario tiene impresa la imagen del César y por eso debe devolverse al César lo suyo, el hombre tiene impresa la imagen de Dios. Por tanto, él se debe completamente a Dios. Hemos sido creados por Dios, a imagen de Dios y para Dios. Dios es nuestro origen, nuestro divino prototipo y nuestro fin; por eso nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Dios donde encuentra su fin último y su felicidad.

Hemos dicho que esta frase regula las relaciones entre las leyes civiles y la ley de Dios. El hombre debe obedecer la ley humana civil siempre que ésta no sea contraria a la ley divina natural. Si ocurre esa desgraciada circunstancia, el hombre debe resistir la ley civil porque "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5,29). Y lo debe hacer aunque esto le acarree inconvenientes y persecución, porque la pureza y paz de la conciencia moral es su-perior a cualquier bienestar o ventaja material.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Residencial de Santa María de Los Angeles (Chile)

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