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miércoles, 23 de febrero de 2011

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: VIII Domingo del T.O. (Mt 6,24-34) - Ciclo A


Publicado por Dominicos.org

"Danos hoy nuestro pan de cada día"

Las lecturas de hoy, en particular, el evangelio, nos invitan a comprender nuestra existencia y realidad humana y terrena en el contexto de esa realidad supraterrena de la decimos participar desde nuestro bautismo. Si verdaderamente participamos sacramentalmente de la doble existencia de Jesucristo, tal condición necesariamente ha de tener su impacto en la forma en que enfrentamos nuestras propias necesidades materiales. Llamar a Dios “Padre celestial” tiene consecuencias profundas, es esencial a la existencia del cristiano.

Fray Ángel Romo Fraile



COMENTARIO BÍBLICO

Primera lectura: (Isaías 49,14-15)

Marco: El contexto es el Libro de la Consolación de Israel que comienza y termina con una referencia a la consolación haciendo de los capítulos 40-55 como una gran inclusión: Dios va a actuar a favor de su pueblo que sufre el exilio y proyecta realizar con él un nuevo éxodo. La lectura se centra en la alegría del retorno a Israel.

Reflexión

¡Dios desborda todas las previsiones!

¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmover- se por el hijo de sus entrañas? El recurso a la actitud de una madre para visualizar la protección, el afecto y la ternura de Dios le define como un delicado poeta en sus imágenes. Esta visión materna, que está muy presente en múltiples expresiones, cuando se habla de Dios nos permite contemplar a Dios como Padre y Madre a la vez. Bien es verdad que Jesús nos lo reveló como Padre (una de las revelaciones más ricas del Nuevo Testamento) pero, a la vez, nos lo ha revelado con rasgos que corresponden afectivamente a la madre. Dios quiere alcanzar el corazón de aquel pueblo que se debate duramente entre la fe y la duda, entre la esperanza y la desesperanza en momentos complicados como fueron los de exilio. Este recurso a la imagen de la madre para hablar de eso Dios que ha elegido, protegido y acompañado a su pueblo es de singular importancia. Oseas había recurrido a la imagen del esposo-esposa para significar cómo Dios permanece fiel a su amor de esposo por encima de todas las infidelidades. El amor de una madre es superior a todas las flaquezas, por grandes que sean, de sus hijos. Forma par te de su misma estructura sicológica. ¡Yo no te olvidaré!

Segunda lectura: (1Corintios 4,1-5)

Marco: Este fragmento pertenece al mismo contexto que el del domingo anterior.

Reflexión

¡Sólo Jesús es el Señor!

Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. La situación viva de estas palabras no expresa simplemente buenos deseos sino urgencia vital para la comunidad. Todos son ministros de un único Señor; servidores a favor de una sola comunidad. Lo que se les pide a ellos y a todos los que sirven al Evangelio es fidelidad y lealtad con Cristo. Y que esta realidad sea visible. Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo quiere decir que ha de excluirse toda rivalidad. Sólo hay ser vicio de una sola causa: la de Jesús, la del Evangelio y la de la comunidad unida y unánime. La unidad es una realidad íntima y a la vez, ha de ser controlable por todos. Hoy como ayer esta palabra sigue urgiendo a todos los ministros de Jesús que el motivo principal por el que han recibido el carisma es la construcción de una sola Iglesia y, por tanto, es necesario huir de todo protagonismo y rivalidad.¡Los administradores han de ser siempre fieles! Hoy como ayer se invita a todos los discípulos de Jesús a la lealtad, la fidelidad y la honradez en los comportamientos. Este mundo nuestro necesita testigos de esta fidelidad a toda prueba.

Evangelio: (Mateo 6,24-34)

Marco: Continuamos proclamando el sermón de la montaña. La lectura de hoy se centra en el modo de actuar de la providencia.

Reflexiones

1ª) ¡El discípulo de Jesús debe elegir con decisión, incluso arriesgarse!

No podéis servir a Dios y al dinero... El esclavo o el que trabaja para otro como siervo no dispone de tiempo para sus asuntos. Estará totalmente entregado a los asuntos de sus amos. Este sería el sentido de siervo a lo largo de la Escritura. Bien es verdad que ese concepto se aplica después al orden espiritual y concretamente, a los enviados por Dios. Se consideran siervos porque tienen conciencia de que sus vidas y su tiempo así como todas sus posibilidades quedan al servicio de su Señor que les envía a la misión. La referencia al servicio a Dios y al servicio al dinero concreta de manera plástica la enseñanza anterior. Dedicarse totalmente al ser vicio de Dios es disfrutar de la libertad y plena realización humana. Ponerse al servicio de Dios ennoblece al hombre considerado desde esta perspectiva. En el relato de la creación se dice: Hagamos a los hombres a nuestra imagen, según nuestra semejanza, para que dominen sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las bestias salvajes y los reptiles de la tierra (Gn 1 ,26ss). Le diste el dominio sobre las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies (Si 8,5ss). En cambio someterse al dinero esclaviza. Recuérdese que él término utilizado por el evangelista evoca al dios que lleva ese nombre, al dios Mammón. El culto a este dios conduce al hombre al servilismo y la dependencia deshumanizadora.

¡El discípulo de Jesús no debe ser atrapado por los agobios y las preocupaciones! El agobio nunca debe contraponerse a ocupación: el discípulo de Jesús debe confiar en la providencia como si todo dependiera de Dios y, a la vez, debe entregase a su tarea y trabajo como si todo dependiera de sus posibilidades (cf. 1 Ts 4,10ss). Este debería ser el talante a seguir por los discípulos de Jesús. Jesús se entregó al trabajo duro y mal pagado como les sucedía a muchos de sus contemporáneos y vecinos de Nazaret. Trabajo asiduo, pero alejando el agobio. Ese equilibro es el necesario para vivir el Evangelio en su autenticidad.

2ª) ¡El poeta Jesús invita ahora a sus discípulos a contemplar la naturaleza!

Mirad a los pájaros… Mirad a los lirios del campo. Mateo los llama peteina que significa generalmente el que vuela, las aves del cielo; Lucas los llama kórakas que propiamente significa cuervo. ¿Qué pudo decir Jesús? Con mucha probabilidad lo que leemos en Lucas. Y la razón estriba en que para los judíos, más que para nosotros actualmente, el cuervo era un animal repugnante porque además de otras connotaciones era considerado un animal impuro, que lo hacía más repugnante todavía. Ambos términos conducen la imaginación del lector en dos direcciones diferentes, aunque en parte complementarias: Jesús nos enseña en la versión mateana que el Padre celestial se ocupa también de las aves del cielo y las alimenta; pero en la versión lucana enseña que el Padre se cuida incluso de los cuervos que son animales repugnantes y, además, impuros. Esto debió sorprender fuertemente a los oyentes de Jesús. Si vuestro Padre celestial se cuida y alimenta incluso a los cuervos ¡cómo y con qué solicitud cuidará de sus hijos! Jesús, que poseía un alma y un talante de verdadero poeta, invita al oyente y, ahora, al lector a proseguir con la imagen. Las aves del cielo, ciertamente, no siembran ni recogen y el Padre las alimenta. Pero una elemental observación de la vida de las aves nos descubre otro aspecto de singular significación: Todo el día están buscando el alimento. El Padre se encarga de que lo encuentren, pero buscan, es decir, a su modo trabajan de sol a sol. Lo cierto es que realmente se alimentan. Y aún me atrevo a añadir otra observación: y trabajan cantando, porque no cesan de piar que es su modo de cantar. Quizá sea afinar en exceso, pero el conjunto ilumina la lección: vosotros, mis discípulos, debéis alejar todo agobio, toda angustia y toda preocupación cuando se trata de los bienes del cuerpo; pero, a la vez, sois invitados a observar y reproducir el comportamiento de las aves: trabajan sin descanso, pero viven en la confianza, a su modo, y en la alegría como lo demuestra su constante piar mientras buscan.

Y los lirios del campo. Todavía no sabemos con exactitud a qué planta se refería Jesús. Pero el recurso al término lirio orienta la reflexión. Todos conocemos los lirios, especialmente los que brotan sin cultivo en los ribazos de las parcelas agrarias. Suelen ser, al menos en algunas regiones, de color violeta, terso y pulcro. ¿Se referirá a estos lirios que brotan en el campo sin cultivo especial ni directo? Por la continuación de las palabras: ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos, sugiere pensar en otra planta. Se conocen en Palestina, yo he tenido la fortuna de observarlo repetidas veces, una planta pequeña, más diminuta que nuestros lirios, que brotan incluso en la poca tierra que hay en terreno rocoso. Tiene la forma de nuestras amapolas, pero con hojas más firmes y tersas. De un color rojo y vivo. Las ropas de los reyes en su magnificencia eran de color rojo. Entonces entendemos la imagen de Jesús: esos lirios brotan sin cultivo, son hermosos en su textura y son agradables en su color. Pues el Padre celestial los mima y los cuida, aunque su existir sea efímero.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)


PAUTAS PARA LA HOMILÍA

El pasaje del evangelio de hoy continúa la lectura continua del Sermón de la Montaña en Mateo, y conviene que su interpretación se haga dentro de este contexto privilegiado. Una lectura fuera de este contexto corre el riesgo de generar confusión ante el mensaje. Podemos notar que la lectura dominical continua del Sermón, de hecho, es discontinúa pues hay un salto de varios versículos previos a este pasaje. Estos versículos que hemos saltado constituyen lo que se considera el centro geográfico del Sermón: el Padre Nuestro. Este Padre Nuestro es también el centro neurálgico del Sermón, de tal manera que todo el Sermón bien puede considerarse una gran glosa que desarrolla los distintos versos de la oración. De hecho, la palabra “Padre” – en particular en forma “vuestro Padre celestial” – aparece hasta 17 veces en el Sermón – 8 veces antes del Padre Nuestro, y otras 8 veces después. Sin duda, afirmar que Dios es “nuestro Padre nuestro del cielo” es el núcleo del mensaje del Sermón.

Consideremos, adicionalmente, la relación que en la Liturgia Dominical se nos ofrece entre la primera lectura y el evangelio. La brevísima lectura de Isaías nos presenta una contraposición entre “dueño” y “madre”. El inicio del pasaje evangélico, de nuevo, hace esta misma contraposición, si bien entre “amo” y “vuestro Padre celestial”.

Con estos elementos hermenéuticos – en torno a la figura del Padre - podemos emprender nuestra lectura de los textos. Si hemos afirmado que el Sermón sería una glosa de los versos del Padre Nuestro, ¿a qué parte se refiere el texto evangélico de hoy? Hoy, parece claro, sería el “danos hoy nuestro pan de cada día”, que tiene un claro aspecto providencial.

El pasaje evangélico, en todo caso, no es para nada ingenuo. Por una parte, las necesidades materiales humanas son reconocidas. Todo el Sermón está bien asentado en la realidad, por eso es significativo para nosotros. Cuánto más asentado no estará esta sección que se refiere a las condiciones materiales de nuestra existencia. Estas necesidades nos vienen dadas por la materialidad de la Creación. Ahora bien, si Dios Creador – Creador de esta realidad que vivimos con sus condiciones difíciles - no es a la vez Padre, bien podríamos hablar de injusticia, y quejarnos, como hace la primera lectura, de que “me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. El que Dios es Padre, nos garantiza su cuidado y asistencia. Y por otra parte, tampoco nosotros podemos ser ingenuos. Ya San Pablo, combatiendo este fácil recurso a de una cómoda “providencia”, recrimina a los Tesalonicenses exhortándoles a que “el que no quiera trabajar que no coma” (2 Tes 3,10)

En definitiva, ¿qué hay detrás de este pasaje del Sermón? Los pájaros que Dios alimenta y las hermosas flores del campo cuya propia naturaleza es su vestido, nos aluden a una realidad paradisíaca. A ese Paraíso en el que el hombre era alimentado por la providencia divina sin necesidad de trabajar. En ese Paraíso donde la belleza natural de los cuerpos no necesitaba de vestido alguno. A ese Paraíso en el cual el hombre es libre, sin amos. A ese Paraíso donde el hombre y Dios conviven en perfecta confianza e intimidad, como Padre e hijo. A ese Paraíso del cual el hombre es expulsado por contravenir la voluntad de Dios, al comer del único fruto reservado.
¿Será casual que en el Padre Nuestro, justo antes del “danos hoy el pan nuestro de cada día” pedimos “hágase tu voluntad”? ¿Será que la condición para que Dios nos alimente es que su voluntad sea cumplida, que cumplamos esa voluntad rechazada por Adán?
Desde entonces se verifica el que “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gen 3,19), ley que no ha sido revocada. Peor aún, el hombre pierde su intimidad con Dios, y con ella su libertad; alejado de Dios Padre, el hombre se ve sometido al dominio de todo tipo de amos, siendo la propia necesidad la primera esclavitud. Alejado de la paternal intimidad con Dios, al hombre le cuesta reconocer al verdadero Dios, y la propia religión corre el riesgo de convertirse en el amo más tiránico para el hombre, especialmente cuando el hombre recurre a la religión como recurso en la necesidad. En las religiones gentiles que rodeaban a Israel, los sacrificios de comida – del fruto del sudor de los hombres – eran utilizados para hacer propicios a los dioses y asegurarse buenas cosechas.

Este pasaje dentro del Sermón de la Montaña busca revocar toda esta situación, hacer “retornar” al hombre al Paraíso, no a ese Paraíso donde el hombre es alimentado materialmente sin esfuerzo y donde no necesita vestido, sino a ese Paraíso donde Dios es tratado en filial intimidad, donde Dios es Padre. Pero no un padre de los de ahora, sino un padre en el sentido de la época, un padre que es la autoridad para los hijos, cuya voluntad cumplen, porque es su padre, porque la autoridad del padre es para el cuidado de familia. Y la familia se mantiene unida bajo esa autoridad. Es ese Paraíso donde Dios es nuevamente reconocido como Padre, porque el llamado “pecado original” del hombre no es sino no reconocer a Dios como tal. Al final del pasaje se nos exhorta a “buscar el reino de Dios y su justicia”. La justicia del reino de Dios, no es meramente la justicia horizontal de amarnos como hermanos; es más profunda y primordial, es la justicia de reconocer a Dios, y de reconocerlo Padre. Entonces, podremos reconocer a los demás como hermanos, y con ello iniciar la construcción del reino que busca el Sermón.

Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza de este reino mientras estamos en la tierra? La referencia contrapuesta a los gentiles – “que se afanan por esas cosas” -, parece tratar de hacernos notar una diferencia sustancial. Los gentiles son aquellos que viven y constituyen ese “mundo” que se contrapone al “reino” que el Sermón trata de describir; y sus modos de vida, sus afanes, son los afanes del “mundo”. Este “mundo” es aquella realidad que no reconoce a Dios Padre. Todo el Sermón, incluida esta sección, es una expresión de la doble condición de la existencia del cristiano. Al igual que Jesucristo, el cristiano, persona humana en las condiciones de lo humano, por su participación en la intimidad con Dios Padre en lo más intrínseco de su ser, abre este mundo a la posibilidad de la existencia feliz – paradisiaca – que es aquella “alimentada” de la voluntad de Dios Padre. En este contexto de nuestra existencia yuxtapuesta es donde debemos entender todo el Sermón y, en particular, esta sección. Sólo siendo conscientes de esta identidad nuestra, como hijos de un Padre celestial que nos hace hermanos más allá de la condición natural, este reino se verifica. Es porque Dios es Padre nuestro que somos hermanos, y los hermanos comparten la vida espontáneamente. Es entonces que el que Dios “nos da el pan el nuestro de cada día” es verdad, pues Dios verdaderamente multiplica el pan que es compartido.

Jesús, es la expresión viva y definitiva este pasaje evangélico, pues de Él mismo afirma que “mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Juan 4, 34). Y es que, en definitiva, no hay “danos hoy nuestro pan de cada día” si la voluntad del Padre no se cumple “en la tierra como en el cielo”.

Fray Ángel Romo Fraile

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