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jueves, 9 de octubre de 2008

Dios repartiendo invitaciones de boda

Mt 22,1-14
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Publicado por Pasionistas

Uno de los problemas de los novios antes de casarse es hacer la lista de los invitados y repartir las tarjetas de invitación. A mí me suelen llegar bastantes. Y debo confesar que no les hago ni caso. Reconozco que es una falta de cortesía.
Pero lo que nunca me hubiera imaginado es ver a Dios repartiendo a domicilio tarjetas de invitación para la Boda de su Hijo. Hasta ahí no llegaba mi fantasía e imaginación. Pero al leer el Evangelio de hoy, debo reconocer que es verdad. Dios siempre salta sobre todos mis esquemas mentales.

A Dios le encanta utilizar nuestras realidades humanas para expresase a sí mismo y decirnos algo de su corazón. Y una de esas realidades que Dios más ha utilizado, ha sido desde siempre la imagen de “alianza”, “boda”, “compromiso nupcial”. Es que la boda implica el gran acontecimiento de dos que se aman y se quiere. Y esta es la realidad de Dios en relación con nosotros.

No quiere ser un simple compañero de viaje.
No quiere una simple amistad donde cada uno vive lo suyo.
Dios se declara “novio” y luego “esposo”.

Dios siente que la relación de su hijo primero fue de “novio” y Jesús mismo lo reconoció. “Los amigos del novio no están para ayunar mientras el novio está con ellos”. Pero el noviazgo tiene que terminar en algo más definitivo. La boda. El compromiso definitivo. Y aquí vemos a Dios cursando las invitaciones a los invitados de preferencia. Y lo curioso es que, quienes asistimos a tantas bodas, luego no tenemos tiempo para asistir a la boda del Hijo de Dios con la humanidad, y con cada uno de nosotros.

Lo de siempre. Todos queremos quedar bien delante de él. Y cada uno nos inventamos mil y una excusas para no participar de dicha boda. Y los primeros en negarse fueron precisamente quienes primero fueron invitados: los sumos sacerdotes, los ancianos. Es que nosotros nos sentimos bien con la antigua boda del Sinaí, no renunciamos a la nueva boda y la nueva alianza de Dios con nosotros.

La excusa es siempre la misma: nuestras ocupaciones, nuestros quehaceres. No queremos quedar mal, pero nunca nos faltan disculpas ante Dios. Seguimos prefiriendo la alianza de la ley a la alianza del amor. Y todos tenemos nuestras excusas:

Estoy muy ocupado.
Tengo mucho que hacer.
Tengo demasiado trabajo.
Estoy demasiado cansado.

Cada domingo, Dios celebra la boda de su Hijo con todos nosotros en la celebración de la Eucaristía, que si la entendemos bien es toda una boda del Resucitado con nosotros, al dársenos en comunión. En la comunión del pan y del vino. Pero nosotros no tenemos tiempo.
Antes son los familiares que han llegado a casa.
Antes son los quehaceres de la familia.
Antes son nuestras salidas en familia.
Incluso no disponemos de tiempo para pasarnos un rato con él, comenzando también hoy por quienes debiéramos ser los primeros en meternos en la boda. Porque también sacerdotes y religiosos tenemos tiempo para todo. Y nos falta tiempo para dedicarnos a la oración que es el momento del encuentro con El.
Primero hacemos todo lo que tenemos que hacer.
Luego, si nos queda tiempo, pues se lo dedicamos a El.
Así nuestra oración ocupa siempre el último lugar del día.
Cuando ya estamos cansados.
Cuando ya hemos visto la última película de la TV.
Cuando ya el sueño nos vence.

Pero no por eso Dios va a fracasar. El banquete de bodas está preparado.
Y como los invitados no entienden o no quieren participar, Dios sale a los caminos e invita a todos. A todos indiferentemente. Bueno y malos. Ya que los demasiado buenos no tenemos tiempo, Dios invita a los sencillamente buenos e incluso, a los que nosotros consideramos malos.

Y la sala del banquete se llena.
Y la comida no se pierde.
Y la boda se celebra.
Y todos comen y beben y se divierten en el gozo del amor esponsal del Hijo.
Y los buenos se quedan con su bondad pero sin boda.
Se quedan con el cumplimiento de la ley, pero sin experimentar el amor.
Y los malos se aprovechan para hacerse comensales.

Dios nos invita a la fiesta y nosotros preferimos seguir en el velorio.
Dios nos invita a la fiesta, pero nosotros no tenemos sentido de fiesta.
Dios nos invita a la fiesta de la fe y nosotros preferimos seguir metidos en la oscuridad de nuestra razón.
Dios nos invita a vivir el gozo y la alegría de una fiesta de bodas.
Y nosotros preferimos seguir con la seriedad legalista de la ley.
Dios es fiesta, es música, es alegría, es baile.
Y a nosotros eso nos parece poco serio y poco formal.
Nosotros seguimos cumpliendo con el deber, con la ley, con la obligación.
Y mientras tanto, los malos se divierten disfrutando de la fiesta del amor de Dios.
Lo decía en su tiempo Max Weber: “carecemos de oído para lo religioso”.

Oración

Señor: Yo he rechazado muchas invitaciones a la boda de mis amigos.
Pero hoy tengo miedo de que también esté rechazando la invitación que me haces a la

boda que celebras de tu Hijo con todos nosotros.
Siento miedo que todo sea más importante que tu boda con nosotros.
Siento miedo de que todo sea más importante que dedicarte un tiempo a estar contigo.
Señor: no basta creer en ti.
No es suficiente creer que tú existes.
Lo importante de verdad es saber qué lugar ocupas tú en mi vida.
Porque no es igual que tú seas el centro de mi vida a que ocupes el último lugar, ese lugar que se llama “si tengo tiempo”.

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