Prácticamente, todas las culturas han intentado justificar el poder en nombre de Dios. Y, dentro de la historia del mundo cristiano, esta justificación ha buscado apoyo en diversos textos del evangelio, entre ellos el que hoy leemos en la eucaristía; pero ni este ni ningún otro texto evangélico respaldan la afirmación de que el poder procede de Dios.
Extraña alianza. Más extraña que las que vemos realizarse a veces entre los políticos actuales.
Resulta que los fariseos eran furibundos enemigos de los romanos y de sus partidarios; y los herodianos eran los partidarios de Herodes y de sus sucesores, los cuales debían su corona a los romanos, con los que, por tanto, colaboraban. Los fariseos y los herodianos eran enemigos, pero por una vez...
En la escena que nos relata el evangelio de hoy aparecen unidos contra un enemigo común: Jesús les caía muy mal a los dos grupos. A los fariseos les había dirigido acusaciones gravísimas (podemos echarle un vistazo al capítulo 23 de Mateo; los primeros versículos los comentamos en el domingo trigésimo primero); de Herodes, Jesús había dicho que era un ser insignificante, un Don Nadie, que diríamos nosotros. Peto parece que decidieron hacer una tregua entre ellos para ponerle juntos una trampa a Jesús.
«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios con verdad; además, no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. Por eso, dinos qué opinas: ¿está permitido pagar el tributo al César o no?»
La pregunta era una espada de doble filo. Si Jesús decía que no se debía pagar el tributo al emperador de Roma, los romanos se encargarían de él; si, por el contrario, decía que sí debían pagar los impuestos a los invasores, Jesús perdería toda la simpatía con que contaba entre el pueblo; en cualquier caso, a ellos, a fariseos y herodianos, les sería mucho más fácil quitárselo de en medio.
Esta era su intención; pero no se presentan a cara descubierta, sino que quieren aparentar que son unos israelitas piadosos que tienen un escrúpulo de conciencia y buscan ayuda para salir de la duda. Para muchos israelitas de entonces pagar el tributo al César era reconocer que el emperador de Roma era señor de Palestina; y eso iba en contra del primero de los mandamientos: «Yo soy el Señor y no hay otro», como recuerda el profeta Isaías (45,5; véase Dt 6,4). La pregunta la podrían haber hecho de este modo: «Si pagamos el impuesto al señor de Roma, ¿ ofendemos al Señor del cielo, al Señor de Israel, al único Señor?»
En realidad ellos no tenían otro señor que su propio egoísmo, su soberbia y sus ansias de poder. Y Jesús los puso en evidencia.
«Pues lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios».
La respuesta de Jesús se ha interpretado erróneamente durante mucho tiempo. Sus palabras se traducían de esta manera: «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», y se explicaban diciendo que los hombres tenían que observar dos clases de obligaciones: las que les imponía la autoridad civil, cualquiera que ésta fuera, y las de tipo religioso. Pero eso no es lo que dice Jesús. Vayamos por partes.
Jesús, después de haber dejado claro que ha comprendido cuáles son sus intenciones, pregunta a fariseos y herodianos que con qué moneda hay que pagar el impuesto a Roma; y, ¡ qué casualidad!, tenían monedas romanas en la bolsa. Odiaban a los romanos y, por supuesto que con razón, deseaban con todas sus fuerzas que se marcharan de su país, pero... al dinero no le habían hecho ascos: rechazan al César en lo que les conviene, pero se someten libremente a su sistema cuando éste los beneficia. Y a esta actitud se refiere la respuesta de Jesús: «Pues lo que es del César devolvédselo al César». Lo que significa: Romped de verdad con el sistema opresor del Imperio, pero del todo; rechazad su dominio sobre vosotros y sobre vuestro pueblo, pero no os sometáis gustosos a la esclavitud de su dinero, no dejéis que vuestra ambición anule vuestros principios. Devolvédselo al César, como cuando se rompe una relación de amor o de amistad y se devuelven los regalos o los recuerdos...
No. Tampoco se habla del cumplimiento de deberes religiosos, en el sentido tradicional de la expresión. Aquí se trata de devolver a Dios algo que le habían robado: el pueblo, su pueblo. Recordemos de nuevo la parábola de los viñadores perversos. Aquellos labradores decidieron matar a los criados y al hijo del dueño para quedarse con la viña (el pueblo de Dios). Al final de la parábola, el evangelista hace este comentario: «Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos». Ellos, que acusaban a los romanos de ser unos opresores, también explotaban al pueblo, y además lo hacían en nombre de Dios, usurpando el lugar de Dios.
Y si en lugar de «denario» leyéramos «dólar», ¿ qué consecuencias se deducirían?
FARISEOS Y HERODIANOS
Extraña alianza. Más extraña que las que vemos realizarse a veces entre los políticos actuales.
Resulta que los fariseos eran furibundos enemigos de los romanos y de sus partidarios; y los herodianos eran los partidarios de Herodes y de sus sucesores, los cuales debían su corona a los romanos, con los que, por tanto, colaboraban. Los fariseos y los herodianos eran enemigos, pero por una vez...
En la escena que nos relata el evangelio de hoy aparecen unidos contra un enemigo común: Jesús les caía muy mal a los dos grupos. A los fariseos les había dirigido acusaciones gravísimas (podemos echarle un vistazo al capítulo 23 de Mateo; los primeros versículos los comentamos en el domingo trigésimo primero); de Herodes, Jesús había dicho que era un ser insignificante, un Don Nadie, que diríamos nosotros. Peto parece que decidieron hacer una tregua entre ellos para ponerle juntos una trampa a Jesús.
UN SOLO SEÑOR
«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios con verdad; además, no te importa de nadie, porque tú no miras lo que la gente sea. Por eso, dinos qué opinas: ¿está permitido pagar el tributo al César o no?»
La pregunta era una espada de doble filo. Si Jesús decía que no se debía pagar el tributo al emperador de Roma, los romanos se encargarían de él; si, por el contrario, decía que sí debían pagar los impuestos a los invasores, Jesús perdería toda la simpatía con que contaba entre el pueblo; en cualquier caso, a ellos, a fariseos y herodianos, les sería mucho más fácil quitárselo de en medio.
Esta era su intención; pero no se presentan a cara descubierta, sino que quieren aparentar que son unos israelitas piadosos que tienen un escrúpulo de conciencia y buscan ayuda para salir de la duda. Para muchos israelitas de entonces pagar el tributo al César era reconocer que el emperador de Roma era señor de Palestina; y eso iba en contra del primero de los mandamientos: «Yo soy el Señor y no hay otro», como recuerda el profeta Isaías (45,5; véase Dt 6,4). La pregunta la podrían haber hecho de este modo: «Si pagamos el impuesto al señor de Roma, ¿ ofendemos al Señor del cielo, al Señor de Israel, al único Señor?»
En realidad ellos no tenían otro señor que su propio egoísmo, su soberbia y sus ansias de poder. Y Jesús los puso en evidencia.
... DEVOLVEDSELO AL CESAR
«Pues lo que es del César, devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios».
La respuesta de Jesús se ha interpretado erróneamente durante mucho tiempo. Sus palabras se traducían de esta manera: «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», y se explicaban diciendo que los hombres tenían que observar dos clases de obligaciones: las que les imponía la autoridad civil, cualquiera que ésta fuera, y las de tipo religioso. Pero eso no es lo que dice Jesús. Vayamos por partes.
Jesús, después de haber dejado claro que ha comprendido cuáles son sus intenciones, pregunta a fariseos y herodianos que con qué moneda hay que pagar el impuesto a Roma; y, ¡ qué casualidad!, tenían monedas romanas en la bolsa. Odiaban a los romanos y, por supuesto que con razón, deseaban con todas sus fuerzas que se marcharan de su país, pero... al dinero no le habían hecho ascos: rechazan al César en lo que les conviene, pero se someten libremente a su sistema cuando éste los beneficia. Y a esta actitud se refiere la respuesta de Jesús: «Pues lo que es del César devolvédselo al César». Lo que significa: Romped de verdad con el sistema opresor del Imperio, pero del todo; rechazad su dominio sobre vosotros y sobre vuestro pueblo, pero no os sometáis gustosos a la esclavitud de su dinero, no dejéis que vuestra ambición anule vuestros principios. Devolvédselo al César, como cuando se rompe una relación de amor o de amistad y se devuelven los regalos o los recuerdos...
...Y LO QUE ES DE DIOS, A DIOS
No. Tampoco se habla del cumplimiento de deberes religiosos, en el sentido tradicional de la expresión. Aquí se trata de devolver a Dios algo que le habían robado: el pueblo, su pueblo. Recordemos de nuevo la parábola de los viñadores perversos. Aquellos labradores decidieron matar a los criados y al hijo del dueño para quedarse con la viña (el pueblo de Dios). Al final de la parábola, el evangelista hace este comentario: «Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que iban por ellos». Ellos, que acusaban a los romanos de ser unos opresores, también explotaban al pueblo, y además lo hacían en nombre de Dios, usurpando el lugar de Dios.
Y si en lugar de «denario» leyéramos «dólar», ¿ qué consecuencias se deducirían?
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