Los israelitas tenían un código de más de seiscientas leyes religiosas, y entre los entendidos se discutía cuál de ellas era la más importante. Los fariseos quisieron involucrar a Jesús en la discusión. Y Jesús volvió a sorprenderles.
En los últimos domingos estamos asistiendo, a través de los evangelios que se leen en la celebración de cada eucaristía, a los últimos asaltos de la confrontación que mantuvo Jesús con los representantes de las instituciones religiosas de su tiempo, conflicto que desembocó en la muerte de Jesús.
Los últimos párrafos que hemos comentado muestran una gran dureza en este enfrentamiento. En algunas de las últimas parábolas y en el capítulo que sigue a éste en el evangelio de Mateo, el capítulo 23, Jesús hace acusaciones gravísimas a los jerarcas religiosos de su pueblo. Pero el evangelio de este domingo parece más bien una discusión académica entre especialistas en leyes: se trataría de que Jesús diera su opinión acerca de un problema discutido. El fondo de la cuestión, sin embargo, no era ése.
Los letrados, la mayoría del partido fariseo, eran los especialistas en la Ley, esto es, en Sagradas Escrituras. En teoría, su misión era interpretar fielmente los textos escritos que habían sido recibidos en el pueblo de Israel como palabra de Dios -la Ley y los Pro/etas- y explicarlos con claridad y sencillez para que los israelitas conocieran y realizaran el proyecto de Dios: organizarse como una sociedad de hombres libres que, recordando siempre al Dios que les dio la libertad, rechazaran toda tentación de reproducir cualquier tipo de esclavitud dentro del pueblo de Dios. Para eso les había dado Dios los mandamientos.
Pero los letrados fariseos parece que se habían olvidado de que los mandamientos servían para ese fin. Y se habían dedicado a complicar los deberes religiosos de los israelitas para así hacer necesario su papel en la sociedad: si hacer lo que Dios quiere era una cosa muy complicada, entonces era indispensable que hubiera un grupo de especialistas que se dedicaran a explicar lo que un buen israelita debía hacer en cada momento. Así aseguraban su propio prestigio y su papel dominante en la sociedad israelita. Y después de haber complicado al máximo la vida religiosa (habían conseguido hacer una lista de 613 mandamientos: 365 que indicaban otras tantas prohibiciones; 248 que se referían a obligaciones), se dedicaban a discutir entre ellos cuál de los 613 mandamientos era el más importante.
La mayoría consideraba que el mandamiento principal, el más importante de todos -y para muchos, más importante que todos juntos-, era no trabajar los sábados, de modo que quien lo cumplía realizaba a la perfección sus deberes religiosos.
A Jesús no le interesaba demasiado entrar en discusiones teóricas, y mucho menos perderse en los detalles de las doctrinas fariseas.
La primera parte de su respuesta se identifica con una de las corrientes minoritarias de entonces, la de los que decían que el mandamiento principal es el amor a Dios. Pero la completa poniendo a su mismo nivel otro mandamiento, el del amor al prójimo: «'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente'. Este es el mandamiento principal y el primero, pero hay un segundo no menos importante: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas». En estos dos mandamientos (Dt 6,5; Lv 19,18), dice Jesús, se encierra todo el proyecto de Dios para el pueblo de Israel: «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas»
Porque, además de esta conexión entre ellos, lo importante de la respuesta de Jesús es la relación que establece entre estos dos mandamientos y el resto de la Ley: lo que importa en la Ley entera y los Profetas es el amor. Amor a Dios y amor al prójimo. Los dos, juntos e inseparables. Los dos, totalmente imprescindibles, pues si se prescinde de cualquiera de ellos, los otros 612 mandamientos pierden todo su sentido.
Para los cristianos, Jesús lo resumió todo en el mandamiento del amor fraterno -que no es igual que ninguno de los anteriores-, el mandamiento nuevo que deja anticuados a todos los demás. El punto de vista, sin embargo, sigue siendo el mismo: el amor.
Los cristianos no deberíamos olvidarnos de esto, no sea que nos sorprendamos cualquier día al descubrir que estamos discutiendo de nuevo cuál es el más importante de los 1.752 mandamientos de la Iglesia.
¿UNA DISCUSION ENTRE ERUDITOS?
En los últimos domingos estamos asistiendo, a través de los evangelios que se leen en la celebración de cada eucaristía, a los últimos asaltos de la confrontación que mantuvo Jesús con los representantes de las instituciones religiosas de su tiempo, conflicto que desembocó en la muerte de Jesús.
Los últimos párrafos que hemos comentado muestran una gran dureza en este enfrentamiento. En algunas de las últimas parábolas y en el capítulo que sigue a éste en el evangelio de Mateo, el capítulo 23, Jesús hace acusaciones gravísimas a los jerarcas religiosos de su pueblo. Pero el evangelio de este domingo parece más bien una discusión académica entre especialistas en leyes: se trataría de que Jesús diera su opinión acerca de un problema discutido. El fondo de la cuestión, sin embargo, no era ése.
FARISEOS Y LETRADOS
Los letrados, la mayoría del partido fariseo, eran los especialistas en la Ley, esto es, en Sagradas Escrituras. En teoría, su misión era interpretar fielmente los textos escritos que habían sido recibidos en el pueblo de Israel como palabra de Dios -la Ley y los Pro/etas- y explicarlos con claridad y sencillez para que los israelitas conocieran y realizaran el proyecto de Dios: organizarse como una sociedad de hombres libres que, recordando siempre al Dios que les dio la libertad, rechazaran toda tentación de reproducir cualquier tipo de esclavitud dentro del pueblo de Dios. Para eso les había dado Dios los mandamientos.
Pero los letrados fariseos parece que se habían olvidado de que los mandamientos servían para ese fin. Y se habían dedicado a complicar los deberes religiosos de los israelitas para así hacer necesario su papel en la sociedad: si hacer lo que Dios quiere era una cosa muy complicada, entonces era indispensable que hubiera un grupo de especialistas que se dedicaran a explicar lo que un buen israelita debía hacer en cada momento. Así aseguraban su propio prestigio y su papel dominante en la sociedad israelita. Y después de haber complicado al máximo la vida religiosa (habían conseguido hacer una lista de 613 mandamientos: 365 que indicaban otras tantas prohibiciones; 248 que se referían a obligaciones), se dedicaban a discutir entre ellos cuál de los 613 mandamientos era el más importante.
La mayoría consideraba que el mandamiento principal, el más importante de todos -y para muchos, más importante que todos juntos-, era no trabajar los sábados, de modo que quien lo cumplía realizaba a la perfección sus deberes religiosos.
SOLO EL AMOR
A Jesús no le interesaba demasiado entrar en discusiones teóricas, y mucho menos perderse en los detalles de las doctrinas fariseas.
La primera parte de su respuesta se identifica con una de las corrientes minoritarias de entonces, la de los que decían que el mandamiento principal es el amor a Dios. Pero la completa poniendo a su mismo nivel otro mandamiento, el del amor al prójimo: «'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente'. Este es el mandamiento principal y el primero, pero hay un segundo no menos importante: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas». En estos dos mandamientos (Dt 6,5; Lv 19,18), dice Jesús, se encierra todo el proyecto de Dios para el pueblo de Israel: «De estos dos mandamientos penden la Ley entera y los Profetas»
Porque, además de esta conexión entre ellos, lo importante de la respuesta de Jesús es la relación que establece entre estos dos mandamientos y el resto de la Ley: lo que importa en la Ley entera y los Profetas es el amor. Amor a Dios y amor al prójimo. Los dos, juntos e inseparables. Los dos, totalmente imprescindibles, pues si se prescinde de cualquiera de ellos, los otros 612 mandamientos pierden todo su sentido.
Para los cristianos, Jesús lo resumió todo en el mandamiento del amor fraterno -que no es igual que ninguno de los anteriores-, el mandamiento nuevo que deja anticuados a todos los demás. El punto de vista, sin embargo, sigue siendo el mismo: el amor.
Los cristianos no deberíamos olvidarnos de esto, no sea que nos sorprendamos cualquier día al descubrir que estamos discutiendo de nuevo cuál es el más importante de los 1.752 mandamientos de la Iglesia.
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