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sábado, 27 de diciembre de 2008

Apoyo para la Homilía y la Reflexión personal: “Abbá” es como mis padres.

LA SAGRADA FAMILIA
Por P. José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.

TEMAS Y CONTEXTOS

EL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO.
El libro del Eclesiástico suele llamarse actualmente "El Sirácida", porque el mismo texto nos dice que su autor es un tal Jesús hijo de Sirá. El libro recoge "la sabiduría de Israel", sobre temas muy variados. La lectura de hoy nos ofrece la visión piadosa y tradicional del respeto a los padres. Esta veneración, tan característica de todos los pueblos orientales, es para Israel algo más sagrado aún, pues se ve en los padres la imagen de Dios y venerarlos es venerar a Dios. Así lo recoge el quinto precepto del Decálogo, tal como lo expresa el Libro del Éxodo. En el texto aparece una forma de expresión muy típica de estos autores: si cumples la Ley, te irá bien, si veneras a tus padres, tendrás hijos. Son símbolos de bendición, como la Tierra Prometida se presentaba como un paraíso aunque en realidad fuera un sequedal.

LA CARTA A LOS COLOSENSES
El texto de la carta a los Colosenses muestra un clima, una manera de vivir en ambiente cristiano, soportándose y perdonándose, movidos por el motor último de toda relación humana, la Palabra, que hace surgir el amor y se celebra en la Acción de Gracias, en la Eucaristía.

EL EVANGELIO DE MATEO
Mateo sigue fiel a su finalidad, mostrar a Jesús como cumplimiento de lo anunciado en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel estuvo en Egipto y fue esclavo: el Señor "le llamó", le sacó de Egipto. El profeta Oseas comenta este episodio, y a éste texto se refiere Mateo, aplicándolo a Jesús. Estos relatos de la infancia de Jesús son utilizados por la Iglesia para evocar la infancia de Jesús: José es el protector de la familia, el que "está en lugar de Dios" para cuidar de María y Jesús. Mateo no habla de que José y María vivieran en Nazaret antes de ir a Belén. Esa es la razón por la que Nazaret se presenta en este texto como si fuese la primera vez que José y María vivieran allí.
Es necesario recordar que todos los evangelios de la infancia, tanto Mateo como Lucas, ofrecen menos datos históricos que mensajes. Quizá podemos afirmar que sobre un hecho histórico muy difícil de identificar, el evangelista propone profesiones de fe en Jesús basadas en imágenes y conceptos del Antiguo Testamento. Por tanto, nuestra lectura de los textos, nuestra oración y contemplación, debe basarse menos en las narraciones y sus imágenes que en sus mensajes.
El texto de hoy, que parte de la visita de los magos, se elige porque presenta a Jesús cuidado por sus padres, uno de los muy pocos datos de su vida en familia.

REFLEXIÓN

La “sagrada familia” es una de los aspectos de la vida de Jesús más entrañablemente venerados por la devoción cristiana. Las imágenes de Jesús niño con José y María, en la huida a Egipto, en el Templo, en el taller de José, han excitado la imaginación de los pintores y la devoción de las cristianos. Y no es para menos: son escenas de ternura, nos evocan nuestra propia devoción a nuestra vida familiar, nos sentimos retratados en ellas en nuestros momentos más felices y dan pábulo a una contemplación afectiva y a una exaltación de los valores familiares, que son tan importantes. Más allá de estas consideraciones, José y María se nos presentan como “los primeros testigos” de Jesús, pero con una substancial diferencia respecto a los otros “testigos”, los que estuvieron con Jesús desde el bautismo en el Jordán hasta la resurrección. José y María se nos presentan como testigos de la vida oculta, de los treinta años en que Jesús fue solamente “el hijo del carpintero”. José y María testifican como nadie la humanidad de Jesús. Jesús necesita padres, como todos los niños del mundo. En el evangelio de hoy comprobamos la labor de José: ¿qué habría sido de Jesús y de María sin la previsión, el acierto y la determinación de José? Habría sido sin duda una más de las víctimas de Herodes. José viene a ser para María y Jesús, “la Providencia encarnada”.
Siguiendo por la misma línea, Jesús necesitó de su madre, no solamente para ser engendrado sino para ser alimentado, limpiado, vestido. Jesús necesitó de sus padres para ser educado, para recibir instrucción … como todos los niños del mundo. Fueron ellos los que marcaron su espíritu con la piedad tradicional de los que “esperaban la liberación de Israel”, los que le llevaron desde pequeñito a la sinagoga a escuchar a los escribas. Fue José el que le inició en el oficio de artesano carpintero… Jesús niño, como todos los niños del mundo.
La familia de Jesús es por tanto el primer testigo, el testigo irrefutable de la humanidad, la verdadera, real humanidad de Jesús. Con mucha razón, las comunidades cristianas fueron rechazando muchos “evangelios” en los que se presentaba a Jesús-niño dotado de extraordinarios poderes, a José y a María asustados ante él. Los apócrifos de la infancia son una clamorosa muestra de la tendencia, tan antigua y tan perniciosa, a no aceptar la humanidad de Jesús como una realidad sino como una apariencia. Será unos treinta años más tarde cuando el espíritu arrastrará a Jesús a su misión, al Jordán, al desierto, a predicar por los caminos de Galilea. Durante esos treinta años, el Espíritu irá modelando el espíritu de Jesús. Lo hará, sin duda, por medio de José y de María. Demasiadas veces hemos pensado en la acción de Dios, en lo sobrenatural, como una acción sin causa inmediata, una acción “milagrosa”, es decir, sin causa comprobable. Pero no es esta la manera habitual de actuar de Dios: las semillas sembradas en el espíritu de Jesús tuvieron sembradores, y, entre ellos., José y María fueron los principales.
Más tarde, Jesús hablará de Dios con imágenes parabólicas, tomadas de su contemplación de la vida normal: le sirvió para decir cómo es Dios la contemplación del sembrador, del pastor, del médico, de la mujer que amasa el pan con una pizca de levadura, de la otra mujer que pierde y encuentra una de sus diez monedas … lo que ha visto en su vida cotidiana.
Pero la mejor contemplación de Jesús, la que más tarde le sirvió su mejor imagen de la Divinidad, fueron sin duda, sus padres. “Abbá” no es una definición, sino una contemplación. Lo mejor que le pasó a Jesús en toda su vida fueron José y María. Ellos le dieron seguridad afectiva, dignidad, sentido para vivir, confianza… Y llegado el momento de describir a Dios, Jesús no tuvo otra imagen mejor que ellos. Todas las parábolas de Jesús provienen de su contemplación de la vida cotidiana. Y la mejor de sus parábolas, “Abbá”, proviene de la contemplación de sus padres.
Y de su familia procede sin duda la utopía de Jesús, “El Reino”. La familia en que Jesús vivió fue sin duda muy diferente a la nuestra, más parecida a lo que nosotros llamaríamos “clan”, don de convivían más personas que los padres y los hijos directos. Jesús convivió sin duda con otros hermanos de sus padre y con sus hijos. Si fue o no una familia bien avenida, no podemos saberlos. Pero sí sabemos que esa familia modelo, en que todos se quieren, se ayudan, se perdonan, fue el modelo de “el Reino”, una humanidad en que todos se quieren, se perdonan, se ayudan, en la que “yo” es lo mismo “nosotros”, en que ya no hay “próximos” sino hermanos. Esa es la utopía de Jesús, y en su familia la soñó.
Y ésa es hoy, precisamente, nuestra utopía, en la que creemos porque Jesús creyó en ella, la soñó como plan de Dios, como destino de la humanidad, y lo creyó tanto que dio la vida por esa utopía, hasta morir por ella. Y la utopía empieza por nosotros mismos, por sentirse ante Dios como hijo, como Jesús se sentía ante sus padres, y en ser el mejor hermano que seamos capaces. Esa fe y esa utopía deben nacer en la familia. ¿Cómo podrá un niño sentirse querido por Dios si no se siente querido por sus padres? ¿Cómo podrá realizarse en el amor si no ha vivido desde pequeño en el amor?

PARA NUESTRA ORACIÓN.

La familia de Jesús, su vida en Nazaret, nos ofrece el mejor tema de meditación sobre la esencia de lo religioso, según Jesús: la encarnación. No solamente ni principalmente para “explicar” cómo se hizo Dios históricamente presente en el mundo sino sobre todo para entender que es en lo humano donde se descubre a Dios y donde se le sirve. En un ser humano, Jesús de Nazaret, entendemos a Dios, y en nuestros hermanos le servimos. Fuera de esto, apenas encontraremos otro modo de religión que no sean religiones de misterios, mediaciones sagradas, ritos mágicos. En una palabra, idolatrías, culto a dioses que no existen. Cuando, treinta y pico años más tarde, veamos a María entre los discípulos (Hechos
1,14), habremos de considerar que también ella tuvo que creer en Jesús. No podemos reconstruir el itinerario de la fe de María en su hijo. Pero podemos suponer que – quizá – no fue fácil. Creer en aquel a quien había dado a luz, amamantado, limpiado, enseñado … Creer en la presencia de Dios en un ser que había dependido de ella tan esencialmente. Poder decir “tú eres el Hijo de Dios” a su propio hijo fue la aventura espiritual de María. Y es la nuestra. Creer en Jesús, ese ser humano al que vemos crecer, aprender, desarrollarse, enteramente dependiente de María y de José en los años de su “vida oculta” en Nazaret.

F I E S T A

Una fiesta, creer en Ti es una fiesta.
¿Qué es la vida sin fe? ¿Qué mediocre aventura,
qué gris pasar hacia morir, qué sin sentido?
En esta esclavitud de querer siempre más,
de estar preso de mil necios deseos,
de envidiar, codiciar, humillar, disfrutar siempre más
hasta la muerte, suprema esclavitud,
en esta esclavitud, pensar en Ti
como Libertador, ¡qué alivio, Dios, qué alivio!.
¡Cuántas veces
eres un peso más entre los pesos de la vida!
Nacer, vivir, trabajar, pelear, codiciar, buscar placer
y además someterme a tu juicio y temerte: hacerlo todo
cuidando de evitar tu ojo de juez.... ¡Qué religión,
cargando con la vida y con los ídolos
de las leyes de piedra!
Pero Tú eres el vino de la boda y el agua del desierto.
La luz del caminante,
perdido a media noche, eres la senda
descubierta con júbilo
entre las zarzas del bosque impenetrable.
Una gota de Jesús en la tinaja de piedra de mi vida
me cambia en vino el agua sosa
de tener que vivir.
Sé para qué trabajo, por qué sufro,
sé que mis ojos sólo ven la materia, pero hay más,
que no se encorva mi cuerpo hacia la muerte
sino que va anunciando que estoy cerca de Casa.
Sé que todas las cosas que no entiendo
tienen sentido, y lo sabré algún día.
Sigo sufriendo, estoy enfermo y muero, pero es fiesta
sufrir, y hasta morir puede ser fiesta
y bodas y abundancia de vino.
Sé que me quiere, sé que no le importa
que sea feo o viejo, insoportable
nene gritón o joven petulante,
que no le importa, y que me quiere así
¡porque está enamorado!.
Y es tan grande
la sorpresa que tengo cuando leo
que un tal Juan lo escribió, va para veinte siglos,
que mi asombro se cambia en fe y no tengo más remedio
que confesar que no fue Juan quien se inventó esta fiesta,
y que es tan grande el gozo, la verdad, la evidencia,
- más allá de razón y certeza y prudencia, -
que es allá, tan en el fondo del alma, allá donde se juntan
las fronteras del alma y del espíritu
donde siento esta fiesta,
que me siento tocando tu Presencia,
tocado por tu dedo,
seguro de que en Juan está cantando
irrefrenable, indiscutible, clara, no inventada,
tu incesante Palabra.

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