NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

jueves, 8 de enero de 2009

Fiesta del Bautismo del Señor: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto (Mc 1,7-11)

Publicado por Dominicos.org
Introducción

Con esta fiesta concluimos el tiempo de Navidad. El bautismo del Señor, o «teofanía del Jordán», es un misterio importante de nuestra fe, pues funda el sacramento del bautismo cristiano. Esta fiesta es una bella oportunidad para reflexionar sobre el significado de nuestro propio bautismo y renovar los compromisos que en él hemos adquirido, así como dar gracias a Dios por el gran regalo de hacernos hijos suyos. Esta oportunidad se renueva cada vez que meditamos este misterio en el rezo del rosario.

Comentario bíblico

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.


* Iª Lectura: Isaías (55,1-11): Buscadme y viviréis

I.1. El “poema” de la primera lectura del día es uno de los textos maravillosos producidos por la teología profética. El llamado Deuteroisaías nos habla de la Palabra de Dios que, como la lluvia, da vida, moviliza todas las energías de la naturaleza. Es un texto que aparece varias veces en los ciclos litúrgicos. El poema es complejo, es decir, no es una pieza homogénea y puede prestarse a varias lecturas y a interpretaciones simbólicas de mucho calado, según las circunstancias. Cierra el ciclo de la parte que se considera el Deuteroisaías y por eso mismo ha podido ser retocado en circunstancias distintas de la transmisión. Tiene dos partes bien claras (vv. 1-5 y vv. 6-11; e incluso se completa con un epílogo vv. 12-13). La primera parte nos habla de la alianza y de su renovación. La segunda es la descripción del camino de Dios por medio de la palabra que da vida.

I.2. Se puede poner de manifiesto en la liturgia de hoy que quien se acerca a escuchar a Dios tendrá vida. ¿Cómo? Por medio de la Palabra que anuncian sus profetas, sus sabios e incluso toda la tierra. El simbolismo de la lluvia y la nieve, símbolos de vida, es algo proverbial. Por eso, aplicado a Jesús que abandona Nazaret para comenzar a hablar como profeta, tiene todo su sentido. A Dios hay que escucharlo por medio de los verdaderos profetas que interpretan la historia, porque toda liberación y restauración es fruto de su palabra.



* IIª Lectura: Iª Carta de San Juan (5,1-9): Creer en Cristo y amar a Dios en los hermanos

II.1. La segunda lectura es uno de los textos en los que el autor de esta carta, escribiendo a su comunidad, les propone un cristianismo práctico. No es posible creer en Dios sino aceptando a Jesucristo y por eso, deduce el autor, se han de cumplir los mandamientos de Dios. La polémica está servida en este texto que no solamente es teológico, sino cristológico y eclesiológico. A Dios se le encuentra por medio de Cristo, por la fe. Pero este creer no es el gozo de un mundo estético ni la apologética extremista de que hay que creer en Dios y en Cristo porque no hay más remedio. Porque solamente la fe en Cristo, revelador de Dios, hace posible una vida de fraternidad, es decir, de amor entre los hermanos. A eso nos referimos con la expresión de un “cristianismo práctico”.

II.2. Los mandamientos de Dios, en plural, se reducen a un singular: el amor a los hijos de Dios. Así es como crece la fe más ortodoxa para este cristianismo que se propone al mundo. Esa es la fuerza de la fe que vence al mundo. Porque, para el autor, el mundo no son las cosas, la naturaleza, lo ecológico, sino que el mundo es el desamor, el odio, la guerra, la maldad. Y todo esto no crece en la espesura del bosque o en las hendiduras de las rocas: crece en el corazón humano y está absolutamente personalizado. Y la fe que vence a ese mundo es el amor que se apoya en Jesucristo y se ha revelado por medio de tres testigos: el Espíritu, el agua y la sangre (los dos primeros hacen referencia al texto del evangelio de hoy; el tercero, a su muerte).



* II. Evangelio: Marcos (1,7-11): El bautismo en el Espíritu

III.1. En las tradiciones cristianas primitivas, el evangelio del “Hijo de Dios” (como le llama Marcos (1,1), no comienza de improviso, sin cerrar el pasado, sin romper los silencios y las noches de espera y esperanza de un tiempo nuevo. Muchos creyeron que eso había llegado con Juan el Bautista. Y esto se conserva latente en el cristianismo antes de que comenzaran a ponerse en pie las identidades de la religión nueva: el cristianismo. Hoy no se discute que Juan el Bautista fue el precursor del Jesús, al menos en la interpretación fundamental. Había, pues, que separar y decir algo de cómo todo comenzó en Galilea. Pero Jesús, que conoció al Bautista, que incluso se interesó por su causa y su predicación, no se quedó con él… Por eso el texto muestra, por medio de la escena del bautismo, la diferencia entre un proyecto penitencial y el proyecto evangélico: el bautismo en el Espíritu de Dios.

III.2. El texto nos habla del testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, quien llevará a cabo su obra, no por un bautismo de agua (aunque sea un símbolo), sino por el bautismo en el Espíritu. Es una escena cristológica de las primeras comunidades cristianas que Marcos ha asumido como inauguración solemne del ministerio público de Jesús. Es la presentación profética, pero sencilla, del que ha de revelar a Dios, sus mandamientos, su proyecto de salvación y de gracia. Jesús vino al Jordán como hombre, pero al pasar por el Jordán, como el pueblo, quedó «constituido» en el profeta definitivo del Dios de la salvación. Por eso se ha dicho que este es un relato de “vocación” profética. La escena del Bautismo de Jesús, en los textos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación.

III.3. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una etapa nueva, decisiva más bien, donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ello por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado en mostrar que ese acto del bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que Él no es un pecador más que viene a hacer penitencia. El es el Hijo Eterno de Dios que, como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el «señor» de nuestra vida.

Fray Miguel de Burgos,op



Pautas para la homilía

* Orígenes de la fiesta

Desde el siglo IV en la fiesta de la Epifanía, además de conmemorar la adoración de los magos de Oriente, se hacía también memoria del bautismo de Jesús en el Jordán, junto con la manifestación del Espíritu y del Padre, y de las bodas de Caná, donde por primera vez Cristo manifestó su gloria (Jn 2, 11).

Poco a poco los cristianos sintieron la necesidad de separar esos misterios y celebrarlos en una fiesta aparte. A finales del siglo VIII se comenzó a conmemorar el bautismo de Jesús ocho días después de la fiesta de la Epifanía, es decir, el 13 de enero. Sin embargo el misal de san Pío V (1570) no le da el nombre de «Bautismo del Señor», y propone para el 13 de enero una misa de la «Octava de la Epifanía», en la que el evangelio que se lee es el de Jn 1, 29-34, en el que, a diferencia de la narración que hacen los tres primeros evangelios, no se contiene el relato completo del bautismo ni se menciona la voz que se hace oír desde el cielo. Las antífonas de esta misa tampoco hacen mención del bautismo. Hasta el siglo XVIII no recibió de nuevo el nombre de «Bautismo del Señor» ni contó con formularios propios. El misal del concilio Vaticano II propone esta fiesta para el domingo posterior a la fiesta de Epifanía tal y como la celebramos hoy.

* El bautismo de Jesús en los evangelios

En el cuarto evangelio encontramos esas palabras de Jesús que, dirigiéndose al Padre en oración, le dice: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo». En el fondo, todas las páginas del evangelio que leemos cada día en la Eucaristía tratan de ayudarnos a profundizar en este conocimiento que nos da vida eterna, es decir, que nos salva o nos proporciona eso que buscamos desde el anhelo más hondo de nuestro corazón.

El bautismo de Jesús por Juan a orillas del Jordán no sólo representa el comienzo de su aparición en público, sino que constituye, además, una verdadera revelación de su misterio. La tradición ha conservado tres relatos de este episodio (Mc 1, 9-11; Mt 3, 13-17; Lc 3, 21-22) junto con una alusión directa (Jn 1, 32-34) y otra indirecta (Hch 10, 38a.). Los estudiosos de la Escritura sitúan este episodio en torno al año 28 d. C., cuando Jesús -como señala Lucas en su evangelio- tenía alrededor de treinta años. En los relatos evangélicos podemos distinguir el hecho del bautismo y la teofanía que le acompaña.

A primera vista nos resulta desconcertante el hecho de que Jesús, a quien los evangelistas presentan desde un principio como el Hijo de Dios, y a quien el mismo Bautista había anunciado como «el más fuerte» que él, ante quien no se siente ni siquiera digno de agacharse para desatar la correa de sus sandalias, y quien bautizará no sólo con agua, sino también con Espíritu Santo y fuego, se ponga en la fila de quienes, reconociéndose verdaderamente pecadores, aceptaban el mensaje de Juan sobre la inminencia del Reino de Dios y la necesidad de convertirse para escapar a su ira. También a la comunidad cristiana primitiva le debió resultar incómodo este pasaje. Pero no pudo rechazarlo porque era ineludible, aunque le planteaba, y nos sigue planteando, muchas cuestiones: ¿Cómo es posible que el superior se deje bautizar por el inferior?; ¿cómo es posible que Jesús, «el Santo de Dios», se someta a un rito de purificación?; ¿qué significado tuvo ese gesto en su vida?

El bautismo de Juan iba precedido de la confesión de los pecados por parte de la persona que lo recibía. Una de las grandes diferencias de Jesús con respecto al resto de la gente que acudía a este bautismo es la ausencia de conciencia de culpabilidad. Ningún pasaje evangélico insinúa la menor sombra de culpabilidad en su caso. Incluso en el cuarto evangelio, en un contexto de controversia con los judíos, Jesús se declara inocente diciendo: «¿Quién de vosotros podrá probar que soy pecador?» (Jn 8, 46). ¿Cómo pudo entonces Jesús cumplir este rito igualándose a la gente que confesaba sus pecados como requisito para ser bautizada? Es probable que antes de bautizarse Jesús confesase los pecados, pero no los suyos -que no tenía- sino los de su pueblo. De esta manera podemos decir que cargó con nuestras iniquidades, llevando a su cumplimiento la profecía del Siervo de Yahvé, y haciéndose solidario con su pueblo pecador, e incluso con toda la humanidad pecadora.

* Enseñanzas de los Padres de la Iglesia

Los Padres de la Iglesia entendían que con el bautismo de Jesús no sólo se inauguraba su obra redentora que acabaría en la Pascua, sino que toda la redención ya estaba contenida en este acontecimiento que el misterio pascual realizará explicitándolo. Pues, tanto en el bautismo como en Pascua encontramos el mismo descenso a las aguas del sufrimiento, o la misma inmersión en las tinieblas de la muerte, la misma iluminación de esas tinieblas y la misma victoria sobre los poderes demoníacos y la misma exaltación de Jesús como «Hijo» y «Señor». Estamos, pues, en el corazón mismo del misterio de Cristo, caracterizado por una kénosis y exaltación que arrastra tras de sí a toda la humanidad y la hace volver al Padre.

Cuando Jesús se sumerge en las aguas del Jordán, es toda la humanidad, el viejo Adán, quien queda sepultado en esas aguas; y cuando sale de las aguas y recibe la unción del Espíritu acompañada de la voz del Padre, es toda la humanidad la que renace a la vida divina en el Espíritu y recupera la amistad perdida.

Los Padres de la Iglesia nos dicen que si Jesús entra en el Jordán no es para ser purificado por sus aguas, sino para hacerlas purificadoras y santificadoras.

El bautismo de Jesús es interpretado también como un misterio nupcial, es decir, la Iglesia es purificada por las aguas y se une a Cristo, su Esposo. Esta idea ya se encuentra sugerida en la carta a los Efesios, donde se dice expresamente: «Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el baño del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo gloriosa, sin mancha ni arruga o cosa semejante, sino santa e intachable» (5, 25-27).

* El bautismo cristiano

Así como celebrando la Pascua judía en la Última Cena Jesús instituye la Pascua nueva, del mismo modo, dejándose bautizar por Juan en el Jordán, instituye el bautismo cristiano. Este nuevo bautismo es un bautismo de purificación y conversión, pero, además, un bautismo de Espíritu, que consiste en nacer a una vida nueva: la vida del Espíritu y la vida de los hijos de Dios. En el misterio de su propio bautismo Jesús estableció una relación muy estrecha entre la inmersión en el agua y el descenso del Espíritu, de tal modo que esta inmersión se convierte en el signo sacramental del don del Espíritu.

En el bautismo de Jesús el Espíritu no viene del agua, sino del cielo que se abre. En cambio, en el bautismo cristiano existe una relación muy estrecha entre el agua y el Espíritu. Eso no quiere decir que la fuerza de santificación del Espíritu esté contenida en el agua, sino que es la voluntad de Cristo quien ha establecido esta relación entre agua y Espíritu. Por su propio Bautismo Jesús ha hecho del viejo rito bautismal el sacramento de la venida del Espíritu. Desde entonces, cada vez que alguien es bautizado «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», el cielo se abre y el Espíritu desciende sobre ese nuevo hijo de Dios, y la voz del Padre se dirige a él diciéndole: «Tú eres mi hijo».

Manuel Angel Martínez Juan, OP

No hay comentarios: