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miércoles, 28 de enero de 2009

PARA VOLVERSE LOCOS - IV Domingo del T. O. - Ciclo B: (Mc 1,21-28)

Publicado por Fundación Epsilón

Una de las cosas que causan más extrañeza al leer las páginas evangélicas es la frecuente intervención de los demonios en el mundo de los hombres.

En tiempos de Jesús reinaba un temor inmenso a los demonios. Eran considerados los causantes de enfermedades de toda índole, en especial de las enfermedades mentales, cuya manifestación externa delataba el hecho de que el paciente no era dueño de si mismo; en él, se pensaba, mandaba un demonio. Enfermos, fisicamente sanos, pero psíquicamente divididos o destrozados, eran 'denominados vulgarmente "endemoniados".

El miedo a los demonios se acrecentaba aún más, ya que semejantes dolencias, al no existir todavía manicomios, tenían mayor publicidad que hoy. La posesión demoníaca, sin embargo, no era considerada, como otras enfermedades, castigo de Dios o consecuencia de un pecado del paciente. Los demonios, según se creía, tenían que habitar en el cuerpo de alguien, persona o animal, pues de no ser así no podían existir, al no tener cuerpo propio (Mt 12,43).

Los lectores de los Evangelios, veinte siglos después, tenemos que ser críticos respecto a esta mentalidad propia de la cultura oriental antigua. La ciencia, en especial la sicología, sabe explicar ya estas enfermedades mentales así como sus causas, sin necesidad de recurrir siempre a los demonios.

De la curación de un endemoniado habla el evangelista Marcos, recién comenzada la vida pública de Jesús: "Entraron en Cafarnaún, y el sábado siguiente fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Estaban asombrados de su enseñanza porque enseñaba con autoridad, no como los letrados. Resultó que en aquella sinagoga estaba un hombre poseído por un espíritu inmundo y se puso a gritar: ¿Qué tienes que ver con nosotros Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quien eres: el Consagrado de Dios. Jesús le intimó: ¡Cállate la boca y sal de este hombre! El espíritu inmundo lo retorció y, dando un alarido, salió...".

Este fue el primer milagro que hizo Jesús. Sucedió en la sinagoga, lugar de oración, lugar sagrado de lectura y comentario de la Biblia. A ella acudían el santo día del sábado los judíos fieles, los puros. No tan puros -según el Evangelio- cuando con ellos, en la sinagoga, habitaba un demonio o espíritu impuro.

A veces los locos dicen la verdad: Jesús era el Consagrado de Dios. Por eso entró en la sinagoga, eje y corazón de un complicadísimo sistema religioso, capaz de volver loco a cualquiera; y en la sinagoga curó a un endemoniado, devolviéndole su sano juicio. Al ver lo sucedido, la gente, llena de estupor, exclamó: "¿Qué significa esto? Un nuevo modo de enseñar, con autoridad, y además, da ordenes a los espíritus inmundos y le obedecen". La única enseñanza verdadera, el único magisterio auténtico es aquel que libera a las personas acabando con las divisiones que le destrozan por dentro.

Y quién sabe, digo yo, si aquel pobre endemoniado, aquel loco, no era producto de un sistema religioso que, a base de dictar mandamientos y mandamientos, habría creado en el paciente un complejo de culpabilidad, hasta el punto de desquiciarlo... A veces las estructuras religiosas son para volverse locos...

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