Publicado por Entra y Verás
La vida cristiana supone caer, estar postrado y levantarse. La misericordia de Dios obra en nosotros para que intentemos mejorar. Unas veces a gatas, otras corriendo. Lo importante es andar.
Por desgracia no recordamos el día en que empezamos a caminar, pero seguro que tuvo que ser una experiencia apasionante. Todos, creo, hemos visto alguna vez a un niño dando sus primeros pasos. Poco a poco pasa de gatear a tambalearse hasta que por fin da el primer paso. El niño gateando se muestra seguro pero tiene que dar, nunca mejor dicho, un paso más. Nuestra vida cristiana, si la vivimos de verdad, transcurre en una tensión semejante, entre lo seguro y lo por venir, entre lo tan conocido y lo que aún nos queda por conocer. Desde luego que en el conocimiento y en la experiencia de Dios no resulta nada fácil pasar del gateo al andar erguido, pues ello supone una profunda apertura de sentidos y entendimiento para que sean capaces de captar y asimilar la presencia de Dios. ¿Con Dios voy a gatas o a la carrera?, podíamos preguntarnos. Desde otra óptica, más acorde con el evangelio de hoy, podíamos ver también la vida cristiana como una vuelta a empezar, como un partir de cero, como un nuevo intento, sin olvidar lo ya aprendido pero con nuevos deseos, impulsos y emociones.
El evangelio de hoy nos sitúa en el mundo pagano dominado por la religión estatal. Ante el ansia de liberación no hay obstáculo que resulte insalvable. Cuatro, número de la universalidad, cargan con la camilla en la que un paralítico representa la inmovilidad producida por el sufrimiento del pecado. Jesús lo libera y lo devuelve a la vida. En principio aquel hombre acudía para ser curado y resulta que Jesús lo primero que le dice es que sus pecados quedan perdonados con lo que se ve la unión que existía entre enfermedad y pecado. Sanar y perdonar son sinónimos . Jesús va a ofrecer a este hombre una curación física y espiritual. Liberar del pecado significaba liberar del sufrimiento. Jesús devuelve a ese hombre la dignidad permitiendo que se integre de nuevo en la sociedad de donde había quedado apartado. Los maestros de la ley, los cumplidores, se indignan porque ven cuestionado su poder y su autoridad ya que no quieren reconocer en Jesús a Dios mismo actuando.
Un detalle bonito es el de la camilla. Jesús no lo toca como pasa en otras curaciones sino que le ordena levantarse y coger la camilla. Se pasa de la inactividad a la acción. Pero por qué ha de llevar la camilla. No se parte de cero sino que parte de un pasado que ciertamente ha quedado anulado, ya no tiene dominio sobre él, ahora no es la camilla, signo de la inmovilidad, la que lo sostiene sino que es él quien porta la camilla. Dios da impulso y energía para levantarse y volver a caminar, frente a los que querrían verlo postrado para siempre o que lograse caminar erguido a fuerza de sacrificios.
El tema del pecado quizá merezca una aclaración. Pecar es ir en contra del ser humano. El pecado nos daña a nosotros en primer lugar. El Dios de Jesús busca al pecador que es el verdaderamente dañado, impedido, muerto, para sacarle de esa situación de inhumanidad. El perdón no consiste en que Dios cambie su actitud para con nosotros, sino que somos nosotros quienes hemos de cambiar de actitud. Si lo único que buscamos es que nos quiten el pecado sin modificar la actitud, la confesión será cumplir con una tradición o con un vicio, pero no un acto serio de enmienda que lleva unido un compromiso, no un sacrificio.
En mi opinión nuestra actitud ha de ser la de quienes llevan la camilla que, a pesar de las dificultades, no decaen en su empeño de acercar a cualquiera al perdón gratuito de Dios. Nos tenemos que empeñar con ahínco para que todos puedan compartir la dignidad y la humanidad. Debemos sembrar esperanza con obras, con actitudes. No se trata de grandes tratados, ni de muchas elucubraciones. En el plano individual vernos erguidos y gateando pero siempre impulsados por ese amor de Dios que nos levantará cuantas veces lo pidamos si de verdad queremos caminar. El perdón es gratuito, no puede comprarse a base de chantajes ni de sacrificios. Se obtiene y se mantiene con compromisos reales.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)
Por desgracia no recordamos el día en que empezamos a caminar, pero seguro que tuvo que ser una experiencia apasionante. Todos, creo, hemos visto alguna vez a un niño dando sus primeros pasos. Poco a poco pasa de gatear a tambalearse hasta que por fin da el primer paso. El niño gateando se muestra seguro pero tiene que dar, nunca mejor dicho, un paso más. Nuestra vida cristiana, si la vivimos de verdad, transcurre en una tensión semejante, entre lo seguro y lo por venir, entre lo tan conocido y lo que aún nos queda por conocer. Desde luego que en el conocimiento y en la experiencia de Dios no resulta nada fácil pasar del gateo al andar erguido, pues ello supone una profunda apertura de sentidos y entendimiento para que sean capaces de captar y asimilar la presencia de Dios. ¿Con Dios voy a gatas o a la carrera?, podíamos preguntarnos. Desde otra óptica, más acorde con el evangelio de hoy, podíamos ver también la vida cristiana como una vuelta a empezar, como un partir de cero, como un nuevo intento, sin olvidar lo ya aprendido pero con nuevos deseos, impulsos y emociones.
El evangelio de hoy nos sitúa en el mundo pagano dominado por la religión estatal. Ante el ansia de liberación no hay obstáculo que resulte insalvable. Cuatro, número de la universalidad, cargan con la camilla en la que un paralítico representa la inmovilidad producida por el sufrimiento del pecado. Jesús lo libera y lo devuelve a la vida. En principio aquel hombre acudía para ser curado y resulta que Jesús lo primero que le dice es que sus pecados quedan perdonados con lo que se ve la unión que existía entre enfermedad y pecado. Sanar y perdonar son sinónimos . Jesús va a ofrecer a este hombre una curación física y espiritual. Liberar del pecado significaba liberar del sufrimiento. Jesús devuelve a ese hombre la dignidad permitiendo que se integre de nuevo en la sociedad de donde había quedado apartado. Los maestros de la ley, los cumplidores, se indignan porque ven cuestionado su poder y su autoridad ya que no quieren reconocer en Jesús a Dios mismo actuando.
Un detalle bonito es el de la camilla. Jesús no lo toca como pasa en otras curaciones sino que le ordena levantarse y coger la camilla. Se pasa de la inactividad a la acción. Pero por qué ha de llevar la camilla. No se parte de cero sino que parte de un pasado que ciertamente ha quedado anulado, ya no tiene dominio sobre él, ahora no es la camilla, signo de la inmovilidad, la que lo sostiene sino que es él quien porta la camilla. Dios da impulso y energía para levantarse y volver a caminar, frente a los que querrían verlo postrado para siempre o que lograse caminar erguido a fuerza de sacrificios.
El tema del pecado quizá merezca una aclaración. Pecar es ir en contra del ser humano. El pecado nos daña a nosotros en primer lugar. El Dios de Jesús busca al pecador que es el verdaderamente dañado, impedido, muerto, para sacarle de esa situación de inhumanidad. El perdón no consiste en que Dios cambie su actitud para con nosotros, sino que somos nosotros quienes hemos de cambiar de actitud. Si lo único que buscamos es que nos quiten el pecado sin modificar la actitud, la confesión será cumplir con una tradición o con un vicio, pero no un acto serio de enmienda que lleva unido un compromiso, no un sacrificio.
En mi opinión nuestra actitud ha de ser la de quienes llevan la camilla que, a pesar de las dificultades, no decaen en su empeño de acercar a cualquiera al perdón gratuito de Dios. Nos tenemos que empeñar con ahínco para que todos puedan compartir la dignidad y la humanidad. Debemos sembrar esperanza con obras, con actitudes. No se trata de grandes tratados, ni de muchas elucubraciones. En el plano individual vernos erguidos y gateando pero siempre impulsados por ese amor de Dios que nos levantará cuantas veces lo pidamos si de verdad queremos caminar. El perdón es gratuito, no puede comprarse a base de chantajes ni de sacrificios. Se obtiene y se mantiene con compromisos reales.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto.
Chiclana de la Frontera (Cádiz, España)
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