Después de atravesar el lago, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que Él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban sanos.
No recorre ya Jesús las sinagogas, en las que los fariseos –los teólogos de entonces- le han declarado odio a muerte. Ahora se desplaza por la periferia, por la comarca de Genesaret, donde el influjo del judaísmo oficial apenas existe. Así entra con mayor libertad en todos los lugares (aldeas, pueblos, etc.) y todo el que se acerca a El, se siente curado.
Hoy baja Jesús de la barca con sus discípulos. Y la gente sólo le reconoce a El, centro del anuncio de la Buena Noticia. De ahí que nosotros, más que seguidoeres de una doctrina, somos seguidores de una persona, Jesús de Nazaret. La coherencia en nuestra vida la da sólo la adhesión a la persona y al proyecto de Jesús.
Ya ha dado de comer a la multitud, que le seguía, en la Primera Multiplicación de los panes y los peces. Lo han visto después caminar sobre las aguas. Las cosas a Jesús le han ido mal en sus visitas a las sinagogas. Sus enemigos –los fariseos- le van tendiendo un cerco. Y Jesús no pasa por ahí.
Hoy le traen enfermos en camillas que, al menos, quieren tocarlo. Reconocen en El un poder sanador admirable. Si logran tocar el fleco de su manto, quedarán curados. Así lo creen.
La fe de la gente sencilla y enferma obtiene de Jesús su curación. La hemorroisa busca tocarlo sin que El lo advierta. Aquí, no: son los mismos enfermos quienes le suplican que les permita tocar su manto. Todo esto sucede en la Galilea, despreciada por los fariseos, en un día cualquiera (no en el día sagrado del sábado), y fuera del espacio sagrado del templo y de la sinagoga. De esta manera, los excluidos son curados. Llega a ellos el amor gratuito del Padre Dios. Y son ellos los primeros que se benefician del proyecto revolucionario de Jesús. El amor desbordante del Padre llega hasta ellos a través de Jesús. TODO ES GRACIA. Y no puede comprarse –como aseguraban los fariseos- con ritos, ofrendas o sacrificios, ni se deben tampoco a méritos personales.
Seguir hoy a Jesús de Nazaret es ir detrás de un eterno caminante. El proyecto de familia, parroquia, comunidad, país, etc., es siempre un camino por construir, por recorrer, por conquistar metas para volver a arrancar de nuevo, teniendo siempre como brújula la vida, las palabras y las obras de Jesús.
Quienes provocan hoy al sistema y ofrecen una nueva alternativa de un mundo donde no haya marginados, tendrán que sufriri la misma experiencia de Jesús: el rechazo de los poderes establecidos, que no toleran que el pueblo goce de abundancia de vida.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que Él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban sanos.
No recorre ya Jesús las sinagogas, en las que los fariseos –los teólogos de entonces- le han declarado odio a muerte. Ahora se desplaza por la periferia, por la comarca de Genesaret, donde el influjo del judaísmo oficial apenas existe. Así entra con mayor libertad en todos los lugares (aldeas, pueblos, etc.) y todo el que se acerca a El, se siente curado.
Hoy baja Jesús de la barca con sus discípulos. Y la gente sólo le reconoce a El, centro del anuncio de la Buena Noticia. De ahí que nosotros, más que seguidoeres de una doctrina, somos seguidores de una persona, Jesús de Nazaret. La coherencia en nuestra vida la da sólo la adhesión a la persona y al proyecto de Jesús.
Ya ha dado de comer a la multitud, que le seguía, en la Primera Multiplicación de los panes y los peces. Lo han visto después caminar sobre las aguas. Las cosas a Jesús le han ido mal en sus visitas a las sinagogas. Sus enemigos –los fariseos- le van tendiendo un cerco. Y Jesús no pasa por ahí.
Hoy le traen enfermos en camillas que, al menos, quieren tocarlo. Reconocen en El un poder sanador admirable. Si logran tocar el fleco de su manto, quedarán curados. Así lo creen.
La fe de la gente sencilla y enferma obtiene de Jesús su curación. La hemorroisa busca tocarlo sin que El lo advierta. Aquí, no: son los mismos enfermos quienes le suplican que les permita tocar su manto. Todo esto sucede en la Galilea, despreciada por los fariseos, en un día cualquiera (no en el día sagrado del sábado), y fuera del espacio sagrado del templo y de la sinagoga. De esta manera, los excluidos son curados. Llega a ellos el amor gratuito del Padre Dios. Y son ellos los primeros que se benefician del proyecto revolucionario de Jesús. El amor desbordante del Padre llega hasta ellos a través de Jesús. TODO ES GRACIA. Y no puede comprarse –como aseguraban los fariseos- con ritos, ofrendas o sacrificios, ni se deben tampoco a méritos personales.
Seguir hoy a Jesús de Nazaret es ir detrás de un eterno caminante. El proyecto de familia, parroquia, comunidad, país, etc., es siempre un camino por construir, por recorrer, por conquistar metas para volver a arrancar de nuevo, teniendo siempre como brújula la vida, las palabras y las obras de Jesús.
Quienes provocan hoy al sistema y ofrecen una nueva alternativa de un mundo donde no haya marginados, tendrán que sufriri la misma experiencia de Jesús: el rechazo de los poderes establecidos, que no toleran que el pueblo goce de abundancia de vida.
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