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viernes, 13 de febrero de 2009

LA FUERZA DE LA ALABANZA

VI Domingo del T.O. - Ciclo B
Por José Antonio Pagola

Empezó a divulgar el hecho

«La alabanza es dinamita espiritual que tiene un poder explosivo. La alabanza revoluciona todo lo que entra en contacto con ella, pues es nuestro punto de contacto con Dios.»

La alabanza encierra una fuerza capaz de transformar la vida, pues nos pone en contacto con Dios.

La alabanza brota cuando la persona descubre el «don de Dios» y comienza a experimentar la vida de manera absolutamente diferente. Todo es don de Dios. Él ha creado y crea constantemente la vida sólo por amor. La naturaleza que nos rodea, el espacio en el que nos movemos, el aire que respiramos, el tiempo que vivimos, los acontecimientos que van tejiendo nuestra vida, el cuerpo y el aliento vital que nos hacen ser, todo es don de Dios. En cada instante y en cada experiencia vivimos, lo sepamos o no, recibiendo el amor de Dios.

Por eso, la alabanza no es una manera de vivir entre otras, sino la única posibilidad de vivir con autenticidad ante el don de Dios, la verdadera vocación del ser humano.

El que vive la vida desde su fuente vive alabando. Son los muertos «los que no alaban a Dios} (Salmo 6, 6).

Cuando la persona descubre esto, su vida se transforma, sabe que ha encontrado lo esencial. No hará, tal vez, grandes cosas en la vida, pero sí la más importante. De su corazón brota sólo un deseo: «Alabaré a Dios mientras viva» (Salmo 145, 2).

Desde sus orígenes el cristianismo ha considerado la alabanza a Dios y la acción de gracias como el núcleo esencial de la vida cristiana: «En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 15, 18).

La vida de un cristiano ha de ser «celebración». Todo lo demás viene después. Son conocidas las palabras de Clemente de Alejandría, que en el siglo II describía así la vida cristiana: «El perfecto cristiano proclama su acción de gracias, no en un lugar concreto, ni en un templo escogido, ni en ciertas fiestas o fechas precisas, sino en todos los instantes y en todos los lugares.»

El cristianismo actual ha perdido, en buena parte, la alabanza y la acción de gracias y, mientras no las ponga de nuevo en el centro del ser cristiano, no recuperará la alegría y la audacia misionera.

La actuación de los leprosos curados por Jesús es aleccionadora. En el relato de Marcos, aquel hombre que se ve agraciado por Jesús no puede callar y, olvidándose de la prohibición del Maestro, divulga por todas partes el regalo que se le ha hecho (Marcos 1, 45).

En el relato de Lucas, el leproso vuelve «glorificando a Dios» (Lucas 17, 15). Si experimentáramos en nuestras vidas el don de Dios, brotaría en nosotros la alabanza, y la alabanza transformaría nuestro vivir diario.

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