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El domingo pasado celebrábamos la “Campaña contra el Hambre” de Manos Unidas, con la que unimos esfuerzos a fin de aplicar algún remedio a esa necesidad que se ha convertido en una verdadera lacra social. Es un hecho significativamente positivo que, cuando las desgracias se abaten sobre diversos países en forma de hambrunas, inundaciones, terremotos y otras catástrofes colectivas, susciten en la sociedad actual un impresionante sentido de solidaridad. Al menos en estos casos límite, pierden terreno los individualismos y la gente sale un poco de sí, piensa en las necesidades de los otros y colabora.
Es, sin embargo, lamentable que tengan que sobrevenir desgracias colectivas para que se produzcan esos acercamientos sociales mientras que, el bienestar de la vida normal acrecienta las distancias entre unos y otros. La frontera entre el bien y el mal no pasa entre los hombres dividiéndolos en dos grupos de buenos y malos; entre pobres y ricos, entre aceptados y marginados; la frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno. Dios no quiere el hambre, tampoco quiere la enfermedad ni el dolor y, mucho menos quiere la pobreza de espíritu.
Hoy se nos pide pensemos en el “marginado”, esa persona que tiene que vivir apartada porque así lo “exige“, nuestra sociedad. Ellos son los “leprosos” de nuestros días. Desde hace mucho tiempo hay en el mundo, empeñada, una lucha contra toda clase de enfermedad y muchas enfermedades, tradicionalmente incurables, hoy se curan; las enfermedades endémicas, hoy, tienen todas tratamiento que si no las erradican, al menos las detienen. Todas, o casi todas, tienen remedio. Todas… menos una: LA DUREZA DE CORAZÓN.
En el Evangelio se narran varias curaciones de lepra hechas por Jesús. Curar a uno de la lepra era entonces semejante a resucitar un muerto social. La legislación sobre la lepra, en general sobre todas las manchas en la piel, en el Israel antiguo era drásticamente rigurosa por razones de higiene pública. Dado el carácter incurable de la lepra, el leproso estaba condenado a muerte y era ya de hecho un muerto para la vida social. En fuerza de la ley tenía que vivir segregado de la comunidad, carente de todo, obligado a mendigar el pan a distancia para prevenir del contagio, y acercarse luego al camino para recoger la limosna del compasivo transeúnte.
No hay semejanza entre los leprosos de entonces con los leprosos, contagiosos, hepáticos, alcohólicos o seropositivos de hoy. La única posible comparación debe establecerse a nivel de sufrimiento moral con los que saben por experiencia lo que significa sentirse solo, verse excluido, inconsiderado, esquivado, sin derecho a voz en la vida comunitaria, ser en definitiva un paria en la sociedad, como lo siguen siendo las mujeres en ciertos países y culturas.
En la sociedad de hoy, al menos en la sociedad occidental, se parte de la consideración del individuo como un ser dotado de cierta dignidad y derechos intocables. Existen unos derechos humanos dados a cada individuo por el hecho de nacer y son anteriores a la sociedad. Pero en aquella época, se consideraba la comunidad –pueblo o nación- como una totalidad, una gran unidad orgánica cuyos derechos eran superiores y prevalecían sobre los derechos del individuo. Todo individuo considerado como miembro enfermo o peligroso era separado del conjunto, incluso con la muerte.
Hoy, aparentemente, se acepta, que los derechos de la persona son dados por el hecho de nacer, con independencia del lugar de nacimiento, de sexo, religión, condición social o estado de salud. Es por otra parte muy fácil imaginar cual sería la actitud de los políticos y las reacciones populares si se condenara a alguien, como individuo o grupo, a vivir como este leproso del Evangelio. ¡¡HIPÓCRITAS!! Solamente hay que acercarse al chabolismo existente en las afueras de nuestras ciudades.
La voluntad de Dios es que desaparezcan de la tierra, el dolor, las enfermedades, el hambre, todo lo que ensombrece la vida y hace infelices a los hombres, hijos suyos, Dios quiere la desaparición del mal y toda clase de discriminación o marginación y hay que contar con él para resolver cualquier problema. El leproso oró lleno de confianza: «si quieres puedes limpiarme». Jesús tuvo compasión y quiso. Hay muchas personas, hombres y mujeres de buena voluntad, que se inclinan sobre el dolor y la marginación, haciendo que se sientan personan con dignidad y… SI TÚ QUIERES, TAMBIÉN PUEDES.
Es, sin embargo, lamentable que tengan que sobrevenir desgracias colectivas para que se produzcan esos acercamientos sociales mientras que, el bienestar de la vida normal acrecienta las distancias entre unos y otros. La frontera entre el bien y el mal no pasa entre los hombres dividiéndolos en dos grupos de buenos y malos; entre pobres y ricos, entre aceptados y marginados; la frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno. Dios no quiere el hambre, tampoco quiere la enfermedad ni el dolor y, mucho menos quiere la pobreza de espíritu.
Hoy se nos pide pensemos en el “marginado”, esa persona que tiene que vivir apartada porque así lo “exige“, nuestra sociedad. Ellos son los “leprosos” de nuestros días. Desde hace mucho tiempo hay en el mundo, empeñada, una lucha contra toda clase de enfermedad y muchas enfermedades, tradicionalmente incurables, hoy se curan; las enfermedades endémicas, hoy, tienen todas tratamiento que si no las erradican, al menos las detienen. Todas, o casi todas, tienen remedio. Todas… menos una: LA DUREZA DE CORAZÓN.
En el Evangelio se narran varias curaciones de lepra hechas por Jesús. Curar a uno de la lepra era entonces semejante a resucitar un muerto social. La legislación sobre la lepra, en general sobre todas las manchas en la piel, en el Israel antiguo era drásticamente rigurosa por razones de higiene pública. Dado el carácter incurable de la lepra, el leproso estaba condenado a muerte y era ya de hecho un muerto para la vida social. En fuerza de la ley tenía que vivir segregado de la comunidad, carente de todo, obligado a mendigar el pan a distancia para prevenir del contagio, y acercarse luego al camino para recoger la limosna del compasivo transeúnte.
No hay semejanza entre los leprosos de entonces con los leprosos, contagiosos, hepáticos, alcohólicos o seropositivos de hoy. La única posible comparación debe establecerse a nivel de sufrimiento moral con los que saben por experiencia lo que significa sentirse solo, verse excluido, inconsiderado, esquivado, sin derecho a voz en la vida comunitaria, ser en definitiva un paria en la sociedad, como lo siguen siendo las mujeres en ciertos países y culturas.
En la sociedad de hoy, al menos en la sociedad occidental, se parte de la consideración del individuo como un ser dotado de cierta dignidad y derechos intocables. Existen unos derechos humanos dados a cada individuo por el hecho de nacer y son anteriores a la sociedad. Pero en aquella época, se consideraba la comunidad –pueblo o nación- como una totalidad, una gran unidad orgánica cuyos derechos eran superiores y prevalecían sobre los derechos del individuo. Todo individuo considerado como miembro enfermo o peligroso era separado del conjunto, incluso con la muerte.
Hoy, aparentemente, se acepta, que los derechos de la persona son dados por el hecho de nacer, con independencia del lugar de nacimiento, de sexo, religión, condición social o estado de salud. Es por otra parte muy fácil imaginar cual sería la actitud de los políticos y las reacciones populares si se condenara a alguien, como individuo o grupo, a vivir como este leproso del Evangelio. ¡¡HIPÓCRITAS!! Solamente hay que acercarse al chabolismo existente en las afueras de nuestras ciudades.
La voluntad de Dios es que desaparezcan de la tierra, el dolor, las enfermedades, el hambre, todo lo que ensombrece la vida y hace infelices a los hombres, hijos suyos, Dios quiere la desaparición del mal y toda clase de discriminación o marginación y hay que contar con él para resolver cualquier problema. El leproso oró lleno de confianza: «si quieres puedes limpiarme». Jesús tuvo compasión y quiso. Hay muchas personas, hombres y mujeres de buena voluntad, que se inclinan sobre el dolor y la marginación, haciendo que se sientan personan con dignidad y… SI TÚ QUIERES, TAMBIÉN PUEDES.
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