Publicado por Parroquia San Esteban
Celebramos el Jueves Santo, día del amor fraterno, día de la caridad, día del sacrificio y el sacerdocio, día de la Vida.
Con esta celebración de la Cena del Señor entramos en el Triduo Pascual, en el cual vamos a asistir a ese milagro de amor que es la Muerte y la Resurrección de Jesús. Esta celebración nos prepara para esas horas y nos deja con la tristeza de lo que ocurrirá un poco después de la cena. Getsemaní aparece en el horizonte y también la detención, la tortura y la falsa condena a muerte de un hombre justo. No hemos de perder la oportunidad de entrar fuerte, con toda nuestra alma y todo nuestro corazón, en lo que se abre para nosotros a partir de esta hora. No perdamos, hoy esa oportunidad.
Para ello, debemos hacer un recorrido por los mensajes que la Palabra de Dios nos ofrece hoy…
Institución de la Eucaristía y lavatorio de los pies reflejan lo mismo: la entrega total de Jesús. El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía, no hablen del lavatorio de los pies, y Juan, que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía. La verdad es que los dos signos expresan exactamente la misma realidad significada: la entrega total de sí mismo. Lavar los pies era un servicio que sólo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que El está entre ellos como el que sirve, no como el señor. Lo importante no es el hecho, sino el símbolo. Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. “Tomad, comed y vivid el amor”.
Jesús se parte por nosotros. En el sacrificio eucarístico, actualizado en nuestras Eucaristías, Jesús entrega su vida por nosotros. ¿Hoy de nuevo se a sentar entre nosotros para lavarnos los pies en señal de entrega y servicio, va a besar nuestros pies con toda la ternura y devoción que un Dios puede hacer por el hombre y la mujer de hoy, recordando a aquella mujer que ungió sus pies con perfume. Se va a deshacer en atenciones y gestos para indicarnos al camino, el único camino que nos puede llevar a vivir auténticamente y con radicalidad. Es el único camino para establecer la nueva y definitiva alianza con Dios Padre tras el pecado del paraíso. Hoy de nuevo se va a partir para derramarnos su amor, se va a entregar al sufrimiento y el dolor para resucitar e iluminar los nuestros… pero ¿se va a encontrar con los que le aclamaban el Domingo de Ramos o con los que le gritan: ¡Crucifícale, crucifícale!?.
¿De verdad hoy de nuevo le va a merecer la pena poner su confianza en un hombre que le rechaza, que no le defiende plenamente y con valentía?, ¿que no está dispuesto a compartir y celebrar el amor hoy con Él?. ¿De verdad merecerá la pena que vuelva a morir en la Cruz, por unos hombres que viven la semana santa de la manera menos santa posible?
Al menos nosotros, los que hemos acercado nuestros pies para que sean lavados, al menos nosotros los que hemos querido celebrar este memorial del sacrificio en esta tarde, al menos nosotros que queremos también ser como Él pan partido y vino derramado… Hagamos que merezca la pena…
Todos somos invitados, sin exclusión. Y en esta mesa nadie está excluido. A ella están invitados todos: el parado que busca desesperado un trabajo, el inmigrante que se siente rechazado, el anciano que vive su soledad, el joven desesperado, la mujer explotada, el que vive con angustia la profunda crisis económica, el que sufre la enfermedad, el que ha perdido la esperanza, el que es juzgado continua y cruelmente. Aquí no hay rechazo, ni soledad, ni explotación; aquí hay acogida, ayuda y solidaridad. El concilio Vaticano II nos enseñó que la Eucaristía es “fuente y cima de la vida cristiana” (LG 11). Y el Papa Juan Pablo II nos recordó hace dos años que “la Iglesia vive de la Eucaristía” (Ecclesia de Eucharistia).
En efecto, no existe la comunidad cristiana si no celebra el sacramento de la Eucaristía, pero tampoco hay auténtica Eucaristía, si no hay una verdadera comunidad cristiana. Porque la Eucaristía es un banquete, ágape, una fiesta de comunión de hermanos. No puede haber Comunión si no hay comunión de vida. A menudo olvidamos que no sólo comulgamos con Cristo, también lo hacemos con los hermanos.
Por tanto, absténgase de participar en ella aquellos que no quieren vivir el valor de la fraternidad o que excluyen a los demás, aquellos que no comparten y están dispuestos a profesar la auténtica fe en Cristo Jesús y en su Iglesia, aquellos que dicen amar a Dios con sus bocas pero se afanan en buscar hacer daño a los que le rodean. Absténganse de participar los que se creen mejores cristianos que los demás pero sobre todo, los que no estén dispuestos a lavar los pies entregándose por todos, amigos y enemigos.
Hoy, por desgracia se está convirtiendo en costumbre celebrar la Eucaristía e incluso comulgar, sin estar dispuestos a vivir en comunión de vida, pensamiento, acción y amor… Incluso celebramos y comulgamos pero abiertamente profesamos y vivimos de manera muy diferente a la persona y Dios que quiere vivir en nuestro interior…
Pedro le dijo: no me lavarás los pies jamás. ¿Qué diremos nosotros hoy?. Nuestra principal vocación es servir amando y amar sirviendo a los demás. El amor que Cristo nos enseña y nos deja como testimonio, en esta tarde de Jueves Santo, es un amor de servicio, un amor fraterno. Jesús quiso que el amor fraterno fuera, desde entonces, la seña y distintivo por el que los demás nos conocerán a los que nos llamamos sus discípulos.
No podemos olvidarnos también del sacerdocio a veces tan denostado y despreciado por ciertos sectores de nuestra sociedad, hoy queda instituido por Cristo y por Él queda santificado.
Damos gracias a Dios por los sacerdotes. Pronto comenzará en la Iglesia Católica un año dedicado a ellos. Jesús, en este día, se constituye en sacerdote, víctima y altar. ¡Cómo no dar gracias a Dios por este don! Pedid por nosotros. Muchas son nuestras debilidades y otras tantas nuestras contradicciones. Que seamos capaces de mantener viva, con la ayuda del Espíritu Santo, la llama de la fe, el Ministerio que Dios nos ha regalado sin merecerlo.
Que con el testimonio, la audacia y valentía de todos los sacerdotes podamos seguir pregonando que Cristo está vivo y que, su presencia, es el camino, la verdad y la vida que la tierra necesita.
María nos dio al hijo de sus entrañas por la generosidad de la que sabe que su dolor es vida para nosotros. Cristo murió para darnos vida.
Que ambos sigan iluminado a las mujeres y a nuestros políticos para que luchen por establecer estructuras sociales que apoyen a las madres para que la Vida sea el valor máximo por el que seguir apostando.
Que así sea…
Con esta celebración de la Cena del Señor entramos en el Triduo Pascual, en el cual vamos a asistir a ese milagro de amor que es la Muerte y la Resurrección de Jesús. Esta celebración nos prepara para esas horas y nos deja con la tristeza de lo que ocurrirá un poco después de la cena. Getsemaní aparece en el horizonte y también la detención, la tortura y la falsa condena a muerte de un hombre justo. No hemos de perder la oportunidad de entrar fuerte, con toda nuestra alma y todo nuestro corazón, en lo que se abre para nosotros a partir de esta hora. No perdamos, hoy esa oportunidad.
Para ello, debemos hacer un recorrido por los mensajes que la Palabra de Dios nos ofrece hoy…
Institución de la Eucaristía y lavatorio de los pies reflejan lo mismo: la entrega total de Jesús. El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de la eucaristía, no hablen del lavatorio de los pies, y Juan, que narra el lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía. La verdad es que los dos signos expresan exactamente la misma realidad significada: la entrega total de sí mismo. Lavar los pies era un servicio que sólo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que El está entre ellos como el que sirve, no como el señor. Lo importante no es el hecho, sino el símbolo. Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. “Tomad, comed y vivid el amor”.
Jesús se parte por nosotros. En el sacrificio eucarístico, actualizado en nuestras Eucaristías, Jesús entrega su vida por nosotros. ¿Hoy de nuevo se a sentar entre nosotros para lavarnos los pies en señal de entrega y servicio, va a besar nuestros pies con toda la ternura y devoción que un Dios puede hacer por el hombre y la mujer de hoy, recordando a aquella mujer que ungió sus pies con perfume. Se va a deshacer en atenciones y gestos para indicarnos al camino, el único camino que nos puede llevar a vivir auténticamente y con radicalidad. Es el único camino para establecer la nueva y definitiva alianza con Dios Padre tras el pecado del paraíso. Hoy de nuevo se va a partir para derramarnos su amor, se va a entregar al sufrimiento y el dolor para resucitar e iluminar los nuestros… pero ¿se va a encontrar con los que le aclamaban el Domingo de Ramos o con los que le gritan: ¡Crucifícale, crucifícale!?.
¿De verdad hoy de nuevo le va a merecer la pena poner su confianza en un hombre que le rechaza, que no le defiende plenamente y con valentía?, ¿que no está dispuesto a compartir y celebrar el amor hoy con Él?. ¿De verdad merecerá la pena que vuelva a morir en la Cruz, por unos hombres que viven la semana santa de la manera menos santa posible?
Al menos nosotros, los que hemos acercado nuestros pies para que sean lavados, al menos nosotros los que hemos querido celebrar este memorial del sacrificio en esta tarde, al menos nosotros que queremos también ser como Él pan partido y vino derramado… Hagamos que merezca la pena…
Todos somos invitados, sin exclusión. Y en esta mesa nadie está excluido. A ella están invitados todos: el parado que busca desesperado un trabajo, el inmigrante que se siente rechazado, el anciano que vive su soledad, el joven desesperado, la mujer explotada, el que vive con angustia la profunda crisis económica, el que sufre la enfermedad, el que ha perdido la esperanza, el que es juzgado continua y cruelmente. Aquí no hay rechazo, ni soledad, ni explotación; aquí hay acogida, ayuda y solidaridad. El concilio Vaticano II nos enseñó que la Eucaristía es “fuente y cima de la vida cristiana” (LG 11). Y el Papa Juan Pablo II nos recordó hace dos años que “la Iglesia vive de la Eucaristía” (Ecclesia de Eucharistia).
En efecto, no existe la comunidad cristiana si no celebra el sacramento de la Eucaristía, pero tampoco hay auténtica Eucaristía, si no hay una verdadera comunidad cristiana. Porque la Eucaristía es un banquete, ágape, una fiesta de comunión de hermanos. No puede haber Comunión si no hay comunión de vida. A menudo olvidamos que no sólo comulgamos con Cristo, también lo hacemos con los hermanos.
Por tanto, absténgase de participar en ella aquellos que no quieren vivir el valor de la fraternidad o que excluyen a los demás, aquellos que no comparten y están dispuestos a profesar la auténtica fe en Cristo Jesús y en su Iglesia, aquellos que dicen amar a Dios con sus bocas pero se afanan en buscar hacer daño a los que le rodean. Absténganse de participar los que se creen mejores cristianos que los demás pero sobre todo, los que no estén dispuestos a lavar los pies entregándose por todos, amigos y enemigos.
Hoy, por desgracia se está convirtiendo en costumbre celebrar la Eucaristía e incluso comulgar, sin estar dispuestos a vivir en comunión de vida, pensamiento, acción y amor… Incluso celebramos y comulgamos pero abiertamente profesamos y vivimos de manera muy diferente a la persona y Dios que quiere vivir en nuestro interior…
Pedro le dijo: no me lavarás los pies jamás. ¿Qué diremos nosotros hoy?. Nuestra principal vocación es servir amando y amar sirviendo a los demás. El amor que Cristo nos enseña y nos deja como testimonio, en esta tarde de Jueves Santo, es un amor de servicio, un amor fraterno. Jesús quiso que el amor fraterno fuera, desde entonces, la seña y distintivo por el que los demás nos conocerán a los que nos llamamos sus discípulos.
No podemos olvidarnos también del sacerdocio a veces tan denostado y despreciado por ciertos sectores de nuestra sociedad, hoy queda instituido por Cristo y por Él queda santificado.
Damos gracias a Dios por los sacerdotes. Pronto comenzará en la Iglesia Católica un año dedicado a ellos. Jesús, en este día, se constituye en sacerdote, víctima y altar. ¡Cómo no dar gracias a Dios por este don! Pedid por nosotros. Muchas son nuestras debilidades y otras tantas nuestras contradicciones. Que seamos capaces de mantener viva, con la ayuda del Espíritu Santo, la llama de la fe, el Ministerio que Dios nos ha regalado sin merecerlo.
Que con el testimonio, la audacia y valentía de todos los sacerdotes podamos seguir pregonando que Cristo está vivo y que, su presencia, es el camino, la verdad y la vida que la tierra necesita.
María nos dio al hijo de sus entrañas por la generosidad de la que sabe que su dolor es vida para nosotros. Cristo murió para darnos vida.
Que ambos sigan iluminado a las mujeres y a nuestros políticos para que luchen por establecer estructuras sociales que apoyen a las madres para que la Vida sea el valor máximo por el que seguir apostando.
Que así sea…
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