Jesús ha resucitado, es el saludo de alegría que nos trasmite hoy la liturgia con palabras del evangelio que acabamos de escuchar: María Magdalena tiene el valor de ser la única que está allí, donde era peligroso estar. Cuando los amigos de Jesús se han dispersado con miedo, esta mujer pasa la noche buscando a Jesús en el duelo de su muerte. María Magdalena ama, tiene esperanza.
Esta mujer a la que Jesús rescató del pecado, es hoy la mensajera, la enviada a anunciar que Jesús vive, ha resucitado. Jesús se manifiesta a ella, le comunica el gozo de su nueva presencia, de la nueva vida en Dios. Ella va asombrada, alegre a trasmitir la gran noticia a los apóstoles, a los que conduce hasta el sepulcro para que ellos crean también.
Es la alegría que hoy celebramos nosotros. Creer en el Resucitado es creer que Jesús está vivo, que vive hoy junto a nosotros, que un día viviremos resucitados con Él
Nosotros nos preguntamos, ¿qué es la resurrección? Para Jesús, la resurrección, significa que su muerte en la cruz no fue el fin de su vivir, sino que el Padre ha querido que siga vivo en su propia vida de Dios. Es el primer hombre vivo en la gloria de Dios, que nos acompaña también presente en la comunidad cristiana y en la historia humana.
Para nosotros significa, que el destino de Jesús ilumina el nuestro. En su resurrección el Dios de Jesús se declara como “el Dios de vivos”; que así como resucitó a Jesús, nos resucita también a nosotros. Con la resurrección de Jesús se abre un nuevo ámbito de vida más allá de nuestra muerte: la vida con Dios, que no puede ser rota ni por el dolor, ni por las desgracias de esta vida, ni por la muerte.
Es la fiesta de hoy, vivir la verdadera experiencia pascual, la fe en Jesús resucitado, que nos abre a la esperanza de participar un día con él de su nueva vida a la que hoy le ha llamado su Padre, vivir con Él plenamente la vida de Dios.
Por eso cada uno de nosotros podemos escuchar hoy en la intimidad de nuestro ser las palabras luminosas que pone el Apocalipsis en boca de Cristo: “Yo he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar” (Ap.3,8). Hoy podemos sentir de alguna manera, que ningún poder de ese mundo, nadie ni nada podrá cerrar esa puerta abierta al encuentro con Dios en el que terminará esta vida nuestra, dejando nuestra condición mortal, las miserias en las que vivimos, seguros de la entrada en el mundo de paz y amor de Dios con Jesús.
Esta fue la experiencia fundamental de los discípulos de Jesús, encontrarse de nuevo con Jesús vivo en la vida que ellos vivían, en los mismos lugares en los que con él estaban. Experimentar que Jesús al que han crucificado, el que ellos creían fracasado, no es alguien acabado, sino que sigue vivo, que está otra vez con ellos, aunque su vida es diferente. No hay lugar a la duda. Es Él, Jesús.
Nuestra fe en Jesús resucitado es creer que Jesús vivo camina con nosotros, creer que Jesús lleno de fuerza y creatividad, impulsa la vida de la humanidad hacia su último destino, hacia la configuración del Reino de Dios. Es creer que Jesús presente entre nosotros nos escucha: “cuando hay dos o tres reunidos en mi nombre yo estoy...”, creer que nuestra oración no es un monólogo sin interlocutor, sino un diálogo con alguien, que junto a nosotros, nos comprende y nos sigue amando en medio de las incomprensiones, de las tristezas, de las zozobras de esta vida.
Creer en Jesús resucitado es irnos encontrando con Jesús como con alguien de hoy, vivo, cercano a nuestras vidas, que nos enseña a ver la vida como él la ve, con sus grandezas y calamidades, con sus heroísmos y miserias e injusticias. Él nos da su espíritu capaz de resucitar todo lo bueno que hay en nosotros e irnos liberando de todo lo que llegamos a ensuciar con nuestra libertad.
Creer en Jesús resucitado es tener la experiencia personal de que hoy todavía, aunque sigan en nuestro mundo la violencia, la crueldad, la pobreza y la injusticia, la última palabra la tiene el Resucitado, Señor de la vida y de la muerte, que vela por todos y nos exige trabajar por la justicia, la paz, la hermandad.
Llevamos dentro de nuestro corazón la alegría de la resurrección, el espíritu del resucitado, su espíritu, y por eso hemos de enfrentarnos a tanta insensatez que arranca a las personas la dignidad, la alegría y la vida. Hemos de sentir y compartir con más profundidad las desgracias y penas de los que sufren, ayudarles a compartir también el gozo de la resurrección y disponernos nosotros a participar y vivir con todos los hermanos en el Reino que Jesús nos ha preparado.
Por eso Jesús resucitado es nuestra esperanza, la esperanza que nos abre a nuestro destino más maravilloso, y es también quien pide nuestro compromiso, de poner nuestra persona, nuestra vida, como Él puso la suya, por la realización de los ideales que Él vivió.
Este es el gozo de la Pascua, vivamos unidos conscientemente a Jesús que impulsa nuestra vida hacia su plenitud. El nos acompaña. El es el Camino que seguimos. El nos espera a todos. Es nuestro hermano.
Que tengamos todos una Pascua feliz.
Esta mujer a la que Jesús rescató del pecado, es hoy la mensajera, la enviada a anunciar que Jesús vive, ha resucitado. Jesús se manifiesta a ella, le comunica el gozo de su nueva presencia, de la nueva vida en Dios. Ella va asombrada, alegre a trasmitir la gran noticia a los apóstoles, a los que conduce hasta el sepulcro para que ellos crean también.
Es la alegría que hoy celebramos nosotros. Creer en el Resucitado es creer que Jesús está vivo, que vive hoy junto a nosotros, que un día viviremos resucitados con Él
Nosotros nos preguntamos, ¿qué es la resurrección? Para Jesús, la resurrección, significa que su muerte en la cruz no fue el fin de su vivir, sino que el Padre ha querido que siga vivo en su propia vida de Dios. Es el primer hombre vivo en la gloria de Dios, que nos acompaña también presente en la comunidad cristiana y en la historia humana.
Para nosotros significa, que el destino de Jesús ilumina el nuestro. En su resurrección el Dios de Jesús se declara como “el Dios de vivos”; que así como resucitó a Jesús, nos resucita también a nosotros. Con la resurrección de Jesús se abre un nuevo ámbito de vida más allá de nuestra muerte: la vida con Dios, que no puede ser rota ni por el dolor, ni por las desgracias de esta vida, ni por la muerte.
Es la fiesta de hoy, vivir la verdadera experiencia pascual, la fe en Jesús resucitado, que nos abre a la esperanza de participar un día con él de su nueva vida a la que hoy le ha llamado su Padre, vivir con Él plenamente la vida de Dios.
Por eso cada uno de nosotros podemos escuchar hoy en la intimidad de nuestro ser las palabras luminosas que pone el Apocalipsis en boca de Cristo: “Yo he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar” (Ap.3,8). Hoy podemos sentir de alguna manera, que ningún poder de ese mundo, nadie ni nada podrá cerrar esa puerta abierta al encuentro con Dios en el que terminará esta vida nuestra, dejando nuestra condición mortal, las miserias en las que vivimos, seguros de la entrada en el mundo de paz y amor de Dios con Jesús.
Esta fue la experiencia fundamental de los discípulos de Jesús, encontrarse de nuevo con Jesús vivo en la vida que ellos vivían, en los mismos lugares en los que con él estaban. Experimentar que Jesús al que han crucificado, el que ellos creían fracasado, no es alguien acabado, sino que sigue vivo, que está otra vez con ellos, aunque su vida es diferente. No hay lugar a la duda. Es Él, Jesús.
Nuestra fe en Jesús resucitado es creer que Jesús vivo camina con nosotros, creer que Jesús lleno de fuerza y creatividad, impulsa la vida de la humanidad hacia su último destino, hacia la configuración del Reino de Dios. Es creer que Jesús presente entre nosotros nos escucha: “cuando hay dos o tres reunidos en mi nombre yo estoy...”, creer que nuestra oración no es un monólogo sin interlocutor, sino un diálogo con alguien, que junto a nosotros, nos comprende y nos sigue amando en medio de las incomprensiones, de las tristezas, de las zozobras de esta vida.
Creer en Jesús resucitado es irnos encontrando con Jesús como con alguien de hoy, vivo, cercano a nuestras vidas, que nos enseña a ver la vida como él la ve, con sus grandezas y calamidades, con sus heroísmos y miserias e injusticias. Él nos da su espíritu capaz de resucitar todo lo bueno que hay en nosotros e irnos liberando de todo lo que llegamos a ensuciar con nuestra libertad.
Creer en Jesús resucitado es tener la experiencia personal de que hoy todavía, aunque sigan en nuestro mundo la violencia, la crueldad, la pobreza y la injusticia, la última palabra la tiene el Resucitado, Señor de la vida y de la muerte, que vela por todos y nos exige trabajar por la justicia, la paz, la hermandad.
Llevamos dentro de nuestro corazón la alegría de la resurrección, el espíritu del resucitado, su espíritu, y por eso hemos de enfrentarnos a tanta insensatez que arranca a las personas la dignidad, la alegría y la vida. Hemos de sentir y compartir con más profundidad las desgracias y penas de los que sufren, ayudarles a compartir también el gozo de la resurrección y disponernos nosotros a participar y vivir con todos los hermanos en el Reino que Jesús nos ha preparado.
Por eso Jesús resucitado es nuestra esperanza, la esperanza que nos abre a nuestro destino más maravilloso, y es también quien pide nuestro compromiso, de poner nuestra persona, nuestra vida, como Él puso la suya, por la realización de los ideales que Él vivió.
Este es el gozo de la Pascua, vivamos unidos conscientemente a Jesús que impulsa nuestra vida hacia su plenitud. El nos acompaña. El es el Camino que seguimos. El nos espera a todos. Es nuestro hermano.
Que tengamos todos una Pascua feliz.
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