Introducción
Dos personas en busca de Jesús, en busca de Dios. ¿Búsqueda teologal? ¿Necesidad pura y dura? Como casi siempre entre nosotros, los humanos, ambas cosas, mezcladas con muchas más. Puede que ni ellos mismos lo supieran discernir. Nosotros sí podemos entrever dos claves:
* Jesús era conocido no sólo por sus discípulos y seguidores, sino por muchos más a quienes llegaba su fama de sanador, de “buena noticia”. Algunos creían, otros se interpelaban ante lo que oían y veían, también había quienes se oponían y protestaban. Pero todos sentían que nadie hablaba como él, nadie actuaba como él, nadie se preocupaba por los que no contaban como él. Su vida y su doctrina mostraban el rostro de un Dios Padre que sólo buscaba el bien y la felicidad de la persona humana. Y esto lo sabían Jairo y la Hemorroísa.
* Estos, Jairo y la Hemorroisa, están en dificultades. Humanamente hablando ya no pueden fiarse de nadie ni hacer más. Por eso acuden a Jesús. Jairo abiertamente, ella a escondidas, con la timidez propia de una mujer enferma, un tanto desesperada y legalmente impura. Pero acudieron. Él, buscando la salud y la vida de su hija; ella, la solución para su enfermedad.
“No temas, basta que tengas fe”, le dice a Jairo. “Tu fe te ha curado, le dice a la mujer. Siempre la fe para Jesús. ¿Qué es lo que distingue a una persona que ha comprendido el papel fundamental de la fe en su vida? ¿Qué cambia la fe en la vida y comportamiento de una persona? En definitiva, ¿qué significa tener fe, vivir de la fe? Los protagonistas del párrafo evangélico de hoy nos pueden ayudar a responder a estas preguntas, porque con su conducta nos dicen qué fue para ellos ser fieles a Dios, a Jesús.
* Iª Lectura: Sabiduría (1,13-15;2,23-24): Muerte, vida y sabiduría
I.1. El libro de la Sabiduría (1,13-15; 2,23-24) nos ofrece hoy una de la reflexiones más hermosas sobre la vida y la muerte. Este es un libro tardío del Antiguo Testamento, escrito en griego, que recoge una gran tradición judía helenista y que ha marcado un hito en la gran cuestión de la existencia humana. Su afirmación de que Dios ha creado al hombre para la inmortalidad viene aminorada por el tópico de que la muerte no depende de Dios, sino de la envidia del diablo. De ahí su afirmación de que la muerte no entra en los planes creadores de Dios
I.2. ¿De qué muerte habla aquí el autor del libro? Indiscutiblemente de las dos muertes de nuestra existencia. El considera muerte, también, la vida sin sentido, la que viven los impíos; mientras que la vida vivida con sabiduría es la vida que Dios otorga. Saber morir, pues, es lo mismo que saber vivir según la reflexión del autor de este extraordinario escrito. Pero sigue siendo absolutamente irrenunciable que Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte, porque «es un Dios de vivos».
* IIª Lectura: 2ª Corintios (8,7.9.13-15): Compartir y generosidad
II.1. La segunda lectura está entresacada de una especie de billete que Pablo escribió para organizar una colecta para los pobres de Jerusalén, a lo que él se había comprometido en la asamblea apostólica de la ciudad santa, cuando se distribuyeron el campo de trabajo entre los judíos hebreos y los judíos helenistas que habían de trabajar entre los paganos (Cf. Gal 2). Era una forma de mantener la comunión con la comunidad madre desde la que el evangelio debía anunciarse a todos los hombres.
II.2. Pablo habla de generosidad, porque nuestro Señor se ha mostrado muy generoso con nosotros; lo ha dado todo, absolutamente todo, por nosotros ¿no debemos hacer lo mismo los unos con los otros? Incluso, en una propuesta poco radical, se permite pedir lo imprescindible, solamente lo que les sobra, para ayudar a los que lo necesitan. Por ahí se debe empezar, desde luego, como ámbito de la justicia más elemental. Sabemos que la caridad cristiana puede llegar a más y exigirse más, pero comenzar por lo mínimo es, también, un signo de comunión en la justicia.
* III. Evangelio: Marcos (5,21-43): El verdadero significado de la muerte
III.1. El evangelio de Marcos nos presenta hoy todo un proceso pedagógico de cómo debemos afrontar la vida y la muerte desde la fe. Son dos relatos en uno que el redactor del evangelio o probablemente una tradición anterior había reunido con toda la intencionalidad del mundo, para que el retraso de una cosa extraordinaria que “entretiene” a Jesús, lleve así a otra cosa más extraordinaria aún: la vuelta a la vida de alguien que se consideraba muerta. Estos milagros que se nos relatan requieren su interpretación conjunta y exigen códigos hermenéuticos bien definidos. Jairo le pide a Jesús que ponga la mano a su hija enferma, y en el camino una mujer de la multitud se empeña en poner la mano sobre la orla, con la intención de «arrancar» a Jesús una curación para una enfermedad que le llevaba a la muerte. Como es lógico, esto difiere la llegada de Jesús y se produce la muerte. Todo es intencionado. Pero tanto Jesús, como el evangelista, quieren poner un correctivo a esa forma de acercarse a Jesús, de creer en él, como si fuera un simple curandero, y de enfrentarse a la muerte. Si la enfermedad no se ataja nos morimos… pero curar las enfermedades no soluciona el drama de la vida. La cuestión están en enfrentar la muerte en su verdadera dimensión. Tanto la mujer curada, como la hija de Jairo volverán a morir. No se trata de negar el valor del “milagro”, ni el poder extraordinario de Jesús. Pero, fuera del ámbito de la fe, por los milagros Jesús no pasaría de ser un “mago” más, un taumaturgo más de los de aquella época. Los milagros, los prodigios, pueden ser signo de parte de Dios…
III.2. La mujer que le ha tocado el vestido a Jesús tiene que enfrentarse con él, en un tu a tu, para que la fe se llene de contenido. Probablemente su obsesión por tocar a Jesús le ha llevado al convencimiento de que está curada. Pero Jesús no trata a los hombres desde la parasicología, sino como personas que deben aceptar desde la fe a un Dios de vida. Jesús no quiere, pues, que se le considere solamente un taumaturgo al que se puede tocar como se tocaban las estatuas de los dioses (y eso que en la religión judía no se podía representar a Dios). Lo extraordinario que le ha sucedido a la mujer debe reconducirse a la fe: “tu fe te ha curado”. ¿Y cuando la fe no cura? ¡Nada está perdido! Es ahí cuando le fe tiene más sentido y debe expresar toda la confianza de nuestra vida en Dios.
III.3. Así, se ofrecen los presupuestos para la siguiente escena: cuando llega a la casa Jairo, el llanto de las plañideras de oficio y la pena de los padres cubren la muerte de negrura. Pero no es así la muerte: es una puerta a la vida. El que Jesús, con sus famosas palabras en arameo (Talitha kum) haga que le niña se levante, no puede quedar en una cuestión de magia, sino que es un signo de cómo ve Jesús la muerte: un sueño, un paso, una hermana de la vida. La niña despierta, sí; pero volverá a morir un día y entonces ya no volverá a esta vida, no estará allí a sus pies el profeta de Galilea que la levante de nuevo de esa postración. Por eso no se debería usar el término “resurrección” para este caso de la niña que “vuelve a esta vida”. Solamente el milagro de la verdadera muerte nos lleva a la verdadera resurrección.
III.4. Entonces es cuando asumirán todo su sentido las palabras de Jesús: “la niña no está muerta, sino que está dormida”. Entonces logrará pasar a una vida distinta. Y a esa vida no se entra sino desde la fe, desde la confianza en el Dios que nos ha creado para vivir eternamente. El verdadero significado de la muerte no se afronta con el interés de volver a esta vida, a esta historia. El verdadero significado de la muerte se afronta desde otra dimensión: morir no es un drama de plañideras… aunque es hermoso llorar la muerte de verdad. Morir es el drama de nuestra vida histórica, el parto auténtico de nuestra existencia que nos llevará a una vida nueva. Eso es lo que debemos hacer: asumir la muerte, desde la fe, no como una tragedia, sino como la puerta de la verdadera resurrección.
Dos milagros en una única narración evangélica. Dos curaciones narradas por los tres sinópticos. Curiosa la coincidencia de que la mujer lleva doce años enferma; y la niña, la hija de Jairo, muere a los doce años. Como si esos doce años fueran, simbólicamente, el tiempo de toda una vida. En ambos casos se acude a Jesús buscando lo mismo, aunque las formas sean distintas. La mujer, por su enfermedad, se considera “impura” y, como tal, obligada a no contagiar a nadie su presunta “impureza”. De ahí que tenga que acercarse a Jesús a escondidas, motivada por su desesperación, por su fe un tanto mágica y por la convicción de que, con sólo rozarle, podría encontrar la curación, como así fue. Jairo busca a Jesús a cara descubierta, pidiendo su intervención. Y su atrevimiento, motivado por la fe, consigue de Jesús la vuelta a la vida de su hija.
* Un hombre y una mujer
Prototipos de hombres y mujeres de aquel tiempo, de todos los tiempos, con convicciones y alguna que otra seguridad. Y, muy humanos también, con problemas y dificultades a las que han hecho frente decididamente, hasta que se impuso la evidencia y comprobaron que, humanamente hablando, ya no podían más.
Jairo era una persona importante pero su hija, doce años, está mortalmente enferma. Era jefe de la sinagoga de Cafarnaún, pero ni el cargo ni el dinero pueden solucionarle el problema de su hija. Acude a Jesús, que acaba de desembarcar. Es bien posible que hubiera visto a Jesús curando enfermos al imponerles las manos. Ahora le pide que vaya a su casa y haga lo mismo con su hija. Mientras van de camino sucede lo inevitable, la niña muere y, al pensar que ya no hay nada que hacer, por delicadeza hacia Jesús quiere “no molestar ya más al Maestro”. Y en aquel momento tomó Jesús la iniciativa con aquel “no temas”, infundiendo confianza a aquel hombre desarmado, pidiéndole “que tenga fe”. Y ya en casa de Jairo, con fe y sin plañideras –símbolo de muerte-, vuelve a la vida la niña por las palabras de Jesús, y les pide que tengan con ella gestos de vida: “les dijo que dieran de comer a la niña”.
En el ínterin, mientras van de camino hacia la casa de Jairo, hay una mujer sin la importancia de éste, ni siquiera sabemos su nombre, que se acerca tímidamente a Jesús para, sin que se dé cuenta, como una más entre los que lo apretujaban, rozar sencillamente su manto. Sabe que, sólo con ese gesto, el milagro se puede realizar. Ella no puede pedir que el Maestro vaya a su casa, ¿quién es ella? Tampoco puede perder la oportunidad. Doce años lleva gastando dinero con médicos sin lograr recuperar la salud. Por eso, decidida, actúa y se retira, sintiéndose curada. Y, como siempre, lo más importante, la postura de Jesús: “¿Quién me ha tocado?” Y, ante la sorpresa de propios y extraños ya que todos estaban apretujándole, la buena mujer se acerca a Jesús para confesar su “pecado” echándose, agradecida, a sus pies. “Tu fe te ha curado. Vete en paz”.
* La fe hace milagros
Jairo tiene fe, pero una fe tan imperfecta, que no ve claro que Jesús sea un Dios de vivos aunque su hija haya muerto. La Hemorroísa tiene fe, pero una fe tan imperfecta que no se atreve a pedir a Jesús aquello que ella sabe que puede conseguir, por eso lo intenta hacer de forma anónima, sin que se note. Imperfección compatible con el milagro; más todavía, fe alabada por el Señor. Toda una catequesis sobre la fe. Porque la mujer, para poder dar ese paso y llegar a donde llegó, tuvo que romper antes las ataduras de una ley injusta que le prohibía acercarse a nadie; y Jairo, tuvo que desdeñar “delicadezas” mortales que le aconsejaban “no molestar más al Maestro, porque tu hija ha muerto”, Y la fe-valentía de Jairo que se acerca, a pesar de todo con Jesús a su casa, consigue el milagro.
Fe es la certeza de la cercanía de Dios. Nosotros que jugamos con ventaja y sabemos más –aunque a veces practiquemos menos- que Jairo y la Hemorroísa, hemos aprendido de Jesús que la nota fundamental de la fe cristiana es “no temas, basta que tengas fe”, o sea, basta que aceptes, eso sí, con toda tu alma, que Dios es Padre y ejerce con nosotros como tal. Fe es intentar actuar con esa convicción en la vida, es decir, vivir como vivió Jesús para, de alguna forma análoga a la suya, poder entrar, como él, en la intimidad de su Padre y nuestro Padre, Dios. Dejar que el Señor nos roce, permitirle acercarse a nuestra casa por más plañideras que lo impidan, para poder ser amados, curados y liberados. Sólo así podremos nosotros amar, curar y liberar, entrando en la órbita de su amistad. “Seréis mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,9-17).
* DIos es Misericordia. Seamos misericordiosos
Cuando una vez más, porque los detalles en el Evangelio son continuos, vemos a Jesús volver a la vida a una niña, curar a una mujer de una enfermedad que nadie había podido curar, alabar su fe, es decir, hacer la vida más humana, suprimiendo muertes, enfermedades y ataduras “inhumanas”, espontáneamente confesamos que el Dios mostrado por Jesús es misericordia. Es la forma de actuar Dios ante la miseria humana, siempre con misericordia. “Yahvé es un Dios de ternura, de gracia, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad. Mantiene su misericordia hasta la milésima generación” (Ex 34,6).
El rasgo fundamental del perfil de un cristiano, de un seguidor de Jesús, debería ser la misericordia. “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6,36). Se nos ha dicho, además, que es la condición para que Dios la tenga con nosotros: “Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5,7).
Dos personas en busca de Jesús, en busca de Dios. ¿Búsqueda teologal? ¿Necesidad pura y dura? Como casi siempre entre nosotros, los humanos, ambas cosas, mezcladas con muchas más. Puede que ni ellos mismos lo supieran discernir. Nosotros sí podemos entrever dos claves:* Jesús era conocido no sólo por sus discípulos y seguidores, sino por muchos más a quienes llegaba su fama de sanador, de “buena noticia”. Algunos creían, otros se interpelaban ante lo que oían y veían, también había quienes se oponían y protestaban. Pero todos sentían que nadie hablaba como él, nadie actuaba como él, nadie se preocupaba por los que no contaban como él. Su vida y su doctrina mostraban el rostro de un Dios Padre que sólo buscaba el bien y la felicidad de la persona humana. Y esto lo sabían Jairo y la Hemorroísa.
* Estos, Jairo y la Hemorroisa, están en dificultades. Humanamente hablando ya no pueden fiarse de nadie ni hacer más. Por eso acuden a Jesús. Jairo abiertamente, ella a escondidas, con la timidez propia de una mujer enferma, un tanto desesperada y legalmente impura. Pero acudieron. Él, buscando la salud y la vida de su hija; ella, la solución para su enfermedad.
“No temas, basta que tengas fe”, le dice a Jairo. “Tu fe te ha curado, le dice a la mujer. Siempre la fe para Jesús. ¿Qué es lo que distingue a una persona que ha comprendido el papel fundamental de la fe en su vida? ¿Qué cambia la fe en la vida y comportamiento de una persona? En definitiva, ¿qué significa tener fe, vivir de la fe? Los protagonistas del párrafo evangélico de hoy nos pueden ayudar a responder a estas preguntas, porque con su conducta nos dicen qué fue para ellos ser fieles a Dios, a Jesús.
Comentario bíblico
La muerte hermana de la vida
La muerte hermana de la vida
* Iª Lectura: Sabiduría (1,13-15;2,23-24): Muerte, vida y sabiduría
I.1. El libro de la Sabiduría (1,13-15; 2,23-24) nos ofrece hoy una de la reflexiones más hermosas sobre la vida y la muerte. Este es un libro tardío del Antiguo Testamento, escrito en griego, que recoge una gran tradición judía helenista y que ha marcado un hito en la gran cuestión de la existencia humana. Su afirmación de que Dios ha creado al hombre para la inmortalidad viene aminorada por el tópico de que la muerte no depende de Dios, sino de la envidia del diablo. De ahí su afirmación de que la muerte no entra en los planes creadores de Dios
I.2. ¿De qué muerte habla aquí el autor del libro? Indiscutiblemente de las dos muertes de nuestra existencia. El considera muerte, también, la vida sin sentido, la que viven los impíos; mientras que la vida vivida con sabiduría es la vida que Dios otorga. Saber morir, pues, es lo mismo que saber vivir según la reflexión del autor de este extraordinario escrito. Pero sigue siendo absolutamente irrenunciable que Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte, porque «es un Dios de vivos».
* IIª Lectura: 2ª Corintios (8,7.9.13-15): Compartir y generosidad
II.1. La segunda lectura está entresacada de una especie de billete que Pablo escribió para organizar una colecta para los pobres de Jerusalén, a lo que él se había comprometido en la asamblea apostólica de la ciudad santa, cuando se distribuyeron el campo de trabajo entre los judíos hebreos y los judíos helenistas que habían de trabajar entre los paganos (Cf. Gal 2). Era una forma de mantener la comunión con la comunidad madre desde la que el evangelio debía anunciarse a todos los hombres.
II.2. Pablo habla de generosidad, porque nuestro Señor se ha mostrado muy generoso con nosotros; lo ha dado todo, absolutamente todo, por nosotros ¿no debemos hacer lo mismo los unos con los otros? Incluso, en una propuesta poco radical, se permite pedir lo imprescindible, solamente lo que les sobra, para ayudar a los que lo necesitan. Por ahí se debe empezar, desde luego, como ámbito de la justicia más elemental. Sabemos que la caridad cristiana puede llegar a más y exigirse más, pero comenzar por lo mínimo es, también, un signo de comunión en la justicia.
* III. Evangelio: Marcos (5,21-43): El verdadero significado de la muerte
III.1. El evangelio de Marcos nos presenta hoy todo un proceso pedagógico de cómo debemos afrontar la vida y la muerte desde la fe. Son dos relatos en uno que el redactor del evangelio o probablemente una tradición anterior había reunido con toda la intencionalidad del mundo, para que el retraso de una cosa extraordinaria que “entretiene” a Jesús, lleve así a otra cosa más extraordinaria aún: la vuelta a la vida de alguien que se consideraba muerta. Estos milagros que se nos relatan requieren su interpretación conjunta y exigen códigos hermenéuticos bien definidos. Jairo le pide a Jesús que ponga la mano a su hija enferma, y en el camino una mujer de la multitud se empeña en poner la mano sobre la orla, con la intención de «arrancar» a Jesús una curación para una enfermedad que le llevaba a la muerte. Como es lógico, esto difiere la llegada de Jesús y se produce la muerte. Todo es intencionado. Pero tanto Jesús, como el evangelista, quieren poner un correctivo a esa forma de acercarse a Jesús, de creer en él, como si fuera un simple curandero, y de enfrentarse a la muerte. Si la enfermedad no se ataja nos morimos… pero curar las enfermedades no soluciona el drama de la vida. La cuestión están en enfrentar la muerte en su verdadera dimensión. Tanto la mujer curada, como la hija de Jairo volverán a morir. No se trata de negar el valor del “milagro”, ni el poder extraordinario de Jesús. Pero, fuera del ámbito de la fe, por los milagros Jesús no pasaría de ser un “mago” más, un taumaturgo más de los de aquella época. Los milagros, los prodigios, pueden ser signo de parte de Dios…
III.2. La mujer que le ha tocado el vestido a Jesús tiene que enfrentarse con él, en un tu a tu, para que la fe se llene de contenido. Probablemente su obsesión por tocar a Jesús le ha llevado al convencimiento de que está curada. Pero Jesús no trata a los hombres desde la parasicología, sino como personas que deben aceptar desde la fe a un Dios de vida. Jesús no quiere, pues, que se le considere solamente un taumaturgo al que se puede tocar como se tocaban las estatuas de los dioses (y eso que en la religión judía no se podía representar a Dios). Lo extraordinario que le ha sucedido a la mujer debe reconducirse a la fe: “tu fe te ha curado”. ¿Y cuando la fe no cura? ¡Nada está perdido! Es ahí cuando le fe tiene más sentido y debe expresar toda la confianza de nuestra vida en Dios.
III.3. Así, se ofrecen los presupuestos para la siguiente escena: cuando llega a la casa Jairo, el llanto de las plañideras de oficio y la pena de los padres cubren la muerte de negrura. Pero no es así la muerte: es una puerta a la vida. El que Jesús, con sus famosas palabras en arameo (Talitha kum) haga que le niña se levante, no puede quedar en una cuestión de magia, sino que es un signo de cómo ve Jesús la muerte: un sueño, un paso, una hermana de la vida. La niña despierta, sí; pero volverá a morir un día y entonces ya no volverá a esta vida, no estará allí a sus pies el profeta de Galilea que la levante de nuevo de esa postración. Por eso no se debería usar el término “resurrección” para este caso de la niña que “vuelve a esta vida”. Solamente el milagro de la verdadera muerte nos lleva a la verdadera resurrección.
III.4. Entonces es cuando asumirán todo su sentido las palabras de Jesús: “la niña no está muerta, sino que está dormida”. Entonces logrará pasar a una vida distinta. Y a esa vida no se entra sino desde la fe, desde la confianza en el Dios que nos ha creado para vivir eternamente. El verdadero significado de la muerte no se afronta con el interés de volver a esta vida, a esta historia. El verdadero significado de la muerte se afronta desde otra dimensión: morir no es un drama de plañideras… aunque es hermoso llorar la muerte de verdad. Morir es el drama de nuestra vida histórica, el parto auténtico de nuestra existencia que nos llevará a una vida nueva. Eso es lo que debemos hacer: asumir la muerte, desde la fe, no como una tragedia, sino como la puerta de la verdadera resurrección.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Pautas para la homilía
Dos milagros en una única narración evangélica. Dos curaciones narradas por los tres sinópticos. Curiosa la coincidencia de que la mujer lleva doce años enferma; y la niña, la hija de Jairo, muere a los doce años. Como si esos doce años fueran, simbólicamente, el tiempo de toda una vida. En ambos casos se acude a Jesús buscando lo mismo, aunque las formas sean distintas. La mujer, por su enfermedad, se considera “impura” y, como tal, obligada a no contagiar a nadie su presunta “impureza”. De ahí que tenga que acercarse a Jesús a escondidas, motivada por su desesperación, por su fe un tanto mágica y por la convicción de que, con sólo rozarle, podría encontrar la curación, como así fue. Jairo busca a Jesús a cara descubierta, pidiendo su intervención. Y su atrevimiento, motivado por la fe, consigue de Jesús la vuelta a la vida de su hija.
* Un hombre y una mujer
Prototipos de hombres y mujeres de aquel tiempo, de todos los tiempos, con convicciones y alguna que otra seguridad. Y, muy humanos también, con problemas y dificultades a las que han hecho frente decididamente, hasta que se impuso la evidencia y comprobaron que, humanamente hablando, ya no podían más.
Jairo era una persona importante pero su hija, doce años, está mortalmente enferma. Era jefe de la sinagoga de Cafarnaún, pero ni el cargo ni el dinero pueden solucionarle el problema de su hija. Acude a Jesús, que acaba de desembarcar. Es bien posible que hubiera visto a Jesús curando enfermos al imponerles las manos. Ahora le pide que vaya a su casa y haga lo mismo con su hija. Mientras van de camino sucede lo inevitable, la niña muere y, al pensar que ya no hay nada que hacer, por delicadeza hacia Jesús quiere “no molestar ya más al Maestro”. Y en aquel momento tomó Jesús la iniciativa con aquel “no temas”, infundiendo confianza a aquel hombre desarmado, pidiéndole “que tenga fe”. Y ya en casa de Jairo, con fe y sin plañideras –símbolo de muerte-, vuelve a la vida la niña por las palabras de Jesús, y les pide que tengan con ella gestos de vida: “les dijo que dieran de comer a la niña”.
En el ínterin, mientras van de camino hacia la casa de Jairo, hay una mujer sin la importancia de éste, ni siquiera sabemos su nombre, que se acerca tímidamente a Jesús para, sin que se dé cuenta, como una más entre los que lo apretujaban, rozar sencillamente su manto. Sabe que, sólo con ese gesto, el milagro se puede realizar. Ella no puede pedir que el Maestro vaya a su casa, ¿quién es ella? Tampoco puede perder la oportunidad. Doce años lleva gastando dinero con médicos sin lograr recuperar la salud. Por eso, decidida, actúa y se retira, sintiéndose curada. Y, como siempre, lo más importante, la postura de Jesús: “¿Quién me ha tocado?” Y, ante la sorpresa de propios y extraños ya que todos estaban apretujándole, la buena mujer se acerca a Jesús para confesar su “pecado” echándose, agradecida, a sus pies. “Tu fe te ha curado. Vete en paz”.
* La fe hace milagros
Jairo tiene fe, pero una fe tan imperfecta, que no ve claro que Jesús sea un Dios de vivos aunque su hija haya muerto. La Hemorroísa tiene fe, pero una fe tan imperfecta que no se atreve a pedir a Jesús aquello que ella sabe que puede conseguir, por eso lo intenta hacer de forma anónima, sin que se note. Imperfección compatible con el milagro; más todavía, fe alabada por el Señor. Toda una catequesis sobre la fe. Porque la mujer, para poder dar ese paso y llegar a donde llegó, tuvo que romper antes las ataduras de una ley injusta que le prohibía acercarse a nadie; y Jairo, tuvo que desdeñar “delicadezas” mortales que le aconsejaban “no molestar más al Maestro, porque tu hija ha muerto”, Y la fe-valentía de Jairo que se acerca, a pesar de todo con Jesús a su casa, consigue el milagro.
Fe es la certeza de la cercanía de Dios. Nosotros que jugamos con ventaja y sabemos más –aunque a veces practiquemos menos- que Jairo y la Hemorroísa, hemos aprendido de Jesús que la nota fundamental de la fe cristiana es “no temas, basta que tengas fe”, o sea, basta que aceptes, eso sí, con toda tu alma, que Dios es Padre y ejerce con nosotros como tal. Fe es intentar actuar con esa convicción en la vida, es decir, vivir como vivió Jesús para, de alguna forma análoga a la suya, poder entrar, como él, en la intimidad de su Padre y nuestro Padre, Dios. Dejar que el Señor nos roce, permitirle acercarse a nuestra casa por más plañideras que lo impidan, para poder ser amados, curados y liberados. Sólo así podremos nosotros amar, curar y liberar, entrando en la órbita de su amistad. “Seréis mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,9-17).
* DIos es Misericordia. Seamos misericordiosos
Cuando una vez más, porque los detalles en el Evangelio son continuos, vemos a Jesús volver a la vida a una niña, curar a una mujer de una enfermedad que nadie había podido curar, alabar su fe, es decir, hacer la vida más humana, suprimiendo muertes, enfermedades y ataduras “inhumanas”, espontáneamente confesamos que el Dios mostrado por Jesús es misericordia. Es la forma de actuar Dios ante la miseria humana, siempre con misericordia. “Yahvé es un Dios de ternura, de gracia, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad. Mantiene su misericordia hasta la milésima generación” (Ex 34,6).
El rasgo fundamental del perfil de un cristiano, de un seguidor de Jesús, debería ser la misericordia. “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6,36). Se nos ha dicho, además, que es la condición para que Dios la tenga con nosotros: “Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5,7).
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez




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