El pasado 18 de mayo por la noche, cinco sacerdotes que viajaban para una reunión de comunidad hacia el norte de la ciudad de Guatemala, fueron interceptados por pistoleros enmascarados. Después de despojar a los sacerdotes de sus pertenencias personales, abrieron fuego y mataron al P. Lorenzo Rosebaugh, americano, e hirieron seriamente al P. Juan Claudio Nowama, sacerdote congoleño.
Esta noticia nos hirió muy de cerca, no sólo porque las víctimas eran sacerdotes, sino porque eran todos ellos miembros de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, comunidad a la que yo pertenezco, y porque el hombre asesinado era alguien a quien yo conocía muy bien y a quien admiraba profundamente.
Mircea Eliade (famoso escritor rumano) advirtió a las comunidades de no “hacer chapuza” con sus muertes. Nuestra comunidad no quiere ser chapucera con esta muerte de nuestro hermano. Lorenzo Rosebaugh no era un hombre ordinario, ni tampoco un sacerdote ordinario. Él era un don especial para el mundo, para la iglesia, para nuestra comunidad carmelitana y, especialmente, para los pobres por los que dio su vida.
El P. Lorenzo nació en Appleton, Wisconsin, en 1935, pero creció en San Luis. Entró en la Congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada en 1955 y se ordenó de sacerdote en 1963. Siempre enamorado de los pobres e impulsado por una pasión por la justicia, Lorenzo se dejó influenciar muy fuertemente por Dorothy Day y por el jesuita activista-pacifista Daniel Berrigan. Por ello, pagó un precio.
En 1968, en protesta contra la guerra de Vietnam, quemó algunos documentos de llamamiento a filas. Esto le llevó a la cárcel durante dos años. En 1975, “hizo autostop” hacia Brasil y durante unos años vivió en las calles de Récife, sin convento ni dirección epistolar, celebrando la eucaristía con los sin techo, la “gente de la calle”, y ayudándoles a buscar alimento cada día. Esto despertó la sospecha de las autoridades, quienes lo arrestaron, lo encarcelaron y lo torturaron. Dado el clima político de entonces en Brasil, sin duda hubiera “desaparecido”, si no hubiera habido presión internacional por su puesta en libertad. Ciertamente fue sólo después de la visita a Brasil de Rosalyn Carter (entonces primera dama de USA) cuando fue liberado. Ella se encontró después personalmente con él y sacó el máximo provecho de la oportunidad, pidiéndole a ella que interviniera para mejorar las condiciones de las cárceles en Brasil.
En los años 1980 un ataque de hepatitis casi mortal le forzó a regresar a Estados Unidos para tratamiento adecuado, pero pronto estuvo en activo de nuevo. En 1983 fue arrestado por sabotear un sistema de sonido público en Fort Benning y por poner a través de él la última homilía del Arzobispo mártir Romero. Por esta acción pasó otros diez y ocho meses en la cárcel.
Desde allí, se trasladó al “Catholic Worker” en Nueva York, y después a El Salvador, a vivir de nuevo con los pobres, y, después de un largo retiro en nuestra Casa Madre de los Oblatos en Francia, más algún tiempo en San Luis para atender a su madre agonizante y escribir algunas de sus memorias, se trasladó a Guatemala, donde sirvió a los pobres hasta su muerte, el mes pasado.
El P. Lorenzo escribió un libro sobre sus experiencias : “A la Sabiduría a través del Fracaso: Una Aventura de Compasión, Resistencia y Esperanza”. Yo tuve el privilegio de escribir el Prólogo para este libro, un relato honesto, que desarma a uno, de su aventura interior a través de todo esto. Entre otras cosas, escribí lo siguiente:
“Daniel Berrigan dijo una vez : Un profeta no hace voto de alienación, sino voto de amor. Esto es lo que Lorenzo hizo. Hizo un voto de amor que le ha conducido por algunos caminos bastante escabrosos, en su mayor parte solo, generalmente a pie, que le llevaron a la cárcel, dejaron su cuerpo torturado y mostrando el natural desgaste, pero todo ello le dejó al fin feliz, sereno, bondadoso, fiel, honesto y maravillosamente agradecido. Nuestra Congregación o Comunidad Religiosa se fundó para servir a los pobres y nuestro fundador nos retó a aprender el lenguaje de los pobres. Todos nosotros intentamos hacer eso, pero sólo unos pocos tienen el carisma y el corazón para abajarse y mancharse, justamente en las calles, donde los más pobres de los pobres buscan alimento, cama, consuelo, dignidad y a Dios. Lorenzo aprendió el lenguaje de los pobres, se hizo su amigo, su abogado y su sacerdote… ¡Y nosotros nos sentimos orgullosos de él!
En su funeral, su Superior Provincial le describió acertadamente como que había sido “en parte Juan Bautista, en parte Francisco de Asís”. Así es exactamente como le vieron los pobres.
A Lorenzo no le gustaba hablar de sí mismo, pero en nuestra Casa Madre en Francia una noche compartió esta historia: “Antes de ir por primera vez a la cárcel por desobediencia civil, hice un retiro espiritual con Daniel Berrigan. Él nos dijo: ‘¡Si no podéis hacer esto sin enojaros ni amargaros –entonces no lo hagáis!’ Antes de mi primer arresto, yo estuve en oración toda la noche, por dos motivos: porque tenía miedo, y porque sabía que necesitaba la ayuda de Dios para no enfadarme y volverme amargado!”
Y Lorenzo nunca estuvo enfadado o amargado. Siempre bondadoso en su espíritu y “bautizado” por los pobres, sospecho que, aun en los últimos momentos, cuando un pistolero desalmado remataba absurdamente su vida, él, como Jesús, tuvo un sentimiento de empatía de por qué estaba ocurriendo eso: “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen!”.
Esta noticia nos hirió muy de cerca, no sólo porque las víctimas eran sacerdotes, sino porque eran todos ellos miembros de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, comunidad a la que yo pertenezco, y porque el hombre asesinado era alguien a quien yo conocía muy bien y a quien admiraba profundamente.
Mircea Eliade (famoso escritor rumano) advirtió a las comunidades de no “hacer chapuza” con sus muertes. Nuestra comunidad no quiere ser chapucera con esta muerte de nuestro hermano. Lorenzo Rosebaugh no era un hombre ordinario, ni tampoco un sacerdote ordinario. Él era un don especial para el mundo, para la iglesia, para nuestra comunidad carmelitana y, especialmente, para los pobres por los que dio su vida.
El P. Lorenzo nació en Appleton, Wisconsin, en 1935, pero creció en San Luis. Entró en la Congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada en 1955 y se ordenó de sacerdote en 1963. Siempre enamorado de los pobres e impulsado por una pasión por la justicia, Lorenzo se dejó influenciar muy fuertemente por Dorothy Day y por el jesuita activista-pacifista Daniel Berrigan. Por ello, pagó un precio.
En 1968, en protesta contra la guerra de Vietnam, quemó algunos documentos de llamamiento a filas. Esto le llevó a la cárcel durante dos años. En 1975, “hizo autostop” hacia Brasil y durante unos años vivió en las calles de Récife, sin convento ni dirección epistolar, celebrando la eucaristía con los sin techo, la “gente de la calle”, y ayudándoles a buscar alimento cada día. Esto despertó la sospecha de las autoridades, quienes lo arrestaron, lo encarcelaron y lo torturaron. Dado el clima político de entonces en Brasil, sin duda hubiera “desaparecido”, si no hubiera habido presión internacional por su puesta en libertad. Ciertamente fue sólo después de la visita a Brasil de Rosalyn Carter (entonces primera dama de USA) cuando fue liberado. Ella se encontró después personalmente con él y sacó el máximo provecho de la oportunidad, pidiéndole a ella que interviniera para mejorar las condiciones de las cárceles en Brasil.
En los años 1980 un ataque de hepatitis casi mortal le forzó a regresar a Estados Unidos para tratamiento adecuado, pero pronto estuvo en activo de nuevo. En 1983 fue arrestado por sabotear un sistema de sonido público en Fort Benning y por poner a través de él la última homilía del Arzobispo mártir Romero. Por esta acción pasó otros diez y ocho meses en la cárcel.
Desde allí, se trasladó al “Catholic Worker” en Nueva York, y después a El Salvador, a vivir de nuevo con los pobres, y, después de un largo retiro en nuestra Casa Madre de los Oblatos en Francia, más algún tiempo en San Luis para atender a su madre agonizante y escribir algunas de sus memorias, se trasladó a Guatemala, donde sirvió a los pobres hasta su muerte, el mes pasado.
El P. Lorenzo escribió un libro sobre sus experiencias : “A la Sabiduría a través del Fracaso: Una Aventura de Compasión, Resistencia y Esperanza”. Yo tuve el privilegio de escribir el Prólogo para este libro, un relato honesto, que desarma a uno, de su aventura interior a través de todo esto. Entre otras cosas, escribí lo siguiente:
“Daniel Berrigan dijo una vez : Un profeta no hace voto de alienación, sino voto de amor. Esto es lo que Lorenzo hizo. Hizo un voto de amor que le ha conducido por algunos caminos bastante escabrosos, en su mayor parte solo, generalmente a pie, que le llevaron a la cárcel, dejaron su cuerpo torturado y mostrando el natural desgaste, pero todo ello le dejó al fin feliz, sereno, bondadoso, fiel, honesto y maravillosamente agradecido. Nuestra Congregación o Comunidad Religiosa se fundó para servir a los pobres y nuestro fundador nos retó a aprender el lenguaje de los pobres. Todos nosotros intentamos hacer eso, pero sólo unos pocos tienen el carisma y el corazón para abajarse y mancharse, justamente en las calles, donde los más pobres de los pobres buscan alimento, cama, consuelo, dignidad y a Dios. Lorenzo aprendió el lenguaje de los pobres, se hizo su amigo, su abogado y su sacerdote… ¡Y nosotros nos sentimos orgullosos de él!
En su funeral, su Superior Provincial le describió acertadamente como que había sido “en parte Juan Bautista, en parte Francisco de Asís”. Así es exactamente como le vieron los pobres.
A Lorenzo no le gustaba hablar de sí mismo, pero en nuestra Casa Madre en Francia una noche compartió esta historia: “Antes de ir por primera vez a la cárcel por desobediencia civil, hice un retiro espiritual con Daniel Berrigan. Él nos dijo: ‘¡Si no podéis hacer esto sin enojaros ni amargaros –entonces no lo hagáis!’ Antes de mi primer arresto, yo estuve en oración toda la noche, por dos motivos: porque tenía miedo, y porque sabía que necesitaba la ayuda de Dios para no enfadarme y volverme amargado!”
Y Lorenzo nunca estuvo enfadado o amargado. Siempre bondadoso en su espíritu y “bautizado” por los pobres, sospecho que, aun en los últimos momentos, cuando un pistolero desalmado remataba absurdamente su vida, él, como Jesús, tuvo un sentimiento de empatía de por qué estaba ocurriendo eso: “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen!”.





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