Un sacerdote fue al hospital a visitar a uno de sus feligreses que estaba enfermo de sida.La enfermera le aconsejó se pusiera los guantes de látex antes de entrar. Así lo hizo.
El enfermo se alegró muchísimo al ver a su párroco y extendió los brazos para darle la bienvenida. Pero cuando el párroco extendió sus manos lo único que vio fueron los guantes. El sentimiento de alegría y consuelo inicial se transformó en la cara de ambos en un momento de indecisión y molestia. El párroco se disculpó y en las siguientes visitas no se puso los guantes.
"Experimenté que no podía ser el representante de Cristo en esa situación a no ser que hubiera contacto directo", confesó más tarde el sacerdote.
Las palabras, muchas veces, resultan ociosas e impertinentes.
Para expresar el amor y la aceptación de la otra persona, mejor que cualquier discurso, es el tocar y el abrazar.
El ritual judío prohibía tocar o ser tocado por personas que estaban en estado de impureza. Los sacerdotes y levitas no podían tocar los muertos. Se hacían impuros, no agradables a Dios.
El evangelio de hoy es mucho más que la historia del poder de curación y de resucitar que tenía Jesús. Es la historia de Jesús dando vida y haciendo precisamente lo que no estaba supuesto a hacer, tocar y dejarse tocar por los intocables según la ley.
Hoy, una mujer sin nombre, sin dinero, sin esperanza y con doce años de enfermedad interrumpe el viaje de Jesús hacia la casa de un hombre con nombre, dinero y una hija de doce años enferma.
A la hemorroisa sólo le queda Jesús. Todos los demás remedios han fracasado.
"Si pudiera tocar"… El atrevimiento de la fe.
Jesús la llama: "hija", la declara familia de Dios, la alaba por su fe que es la que ha producido el milagro.
Ahora ya sabemos algo de esta mujer y de Jesús.
Nosotros nos desangramos también física y espiritualmente. Pero nos contentamos con las múltiples pastillas gratis de la farmacia.
La enfermedad nos margina, nos excluye y nos pone en las manos de médicos y máquinas.
La enfermedad espiritual, el desinterés por Dios y sus remedios nos endurecen, nos hacen desconfiados y hacen que vivamos con poca esperanza y un tanto amargados. No caemos en la cuenta de que hay poder en medio de nosotros. Todos tenemos la oportunidad de tocar y ser tocados por el amor de Jesucristo. Cada comunión es un abrazo de Jesucristo. Recibida con fe grande es un lanzamiento a otro universo, a otra visión más amable y esperanzada de la vida.
Creados a imagen de Dios, hemos sido hechos para durar, a pesar de todo, para vivir para siempre con nuestro amor, Dios.




Adelante
Muchos Más Artículos
INICIO
No hay comentarios:
Publicar un comentario