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miércoles, 1 de julio de 2009

25 años sin Rahner (1). Esperando la revelación de Dios

Publicado por El Blog de X. Pikaza

El 30 de marzo de 1984 murió Karl Rahner, en la residencia de los jesuitas en Innsbruck, Austria. Los que venimos de atrás en la teología, seguimos añorando su presencia y su palabra. Fue una referencia básica para la mayoría de nosotros. Aún le recuerdo, como si fuera hoy, un día del año 1975 (creo), en un pequeño despacho del Centro Oriental de la Universidad Pontificia de Salamanca, dialogando toda una tarde, con un pequeño grupo de profesores de teología, con inmensa libertad, con una capacidad impresionante de llegar a lo esencial, animando, provocando, respondiendo. Su voz, tras 25 años de silencio externo, sigue más fuerte que nunca. Así quiero recordarle en mi blog, en cuatro intervenciones, hoy y mañana, y después otros dos días. Hoy empiezo con su filosofía básica; va con él mi recuerdo a todos los teólogos que han sido y son mis compañeros de camino

Rahner, Karl (1904-1984).

Teólogo católico alemán, de la Compañía de Jesús, quizá el más importante y significativo del siglo XX, en perspectiva dogmática. Ingresó de joven en el seminario de los Jesuitas, cursando estudios de teología y filosofía. Más tarde ha sido profesor de diversas universidades (Innsbruck, Münster, Munich), realizando una inmensa labor de renovación teológica. Tomando como referencia algunos de sus libros fundamentales, quiero marcar las etapas básicas de su teología.

1. Geist in Welt, 1939 (Espíritu en el mundo, Barcelona 1963).

Éste es el título de su disertación en filosofía. Quiere ser una interpretación especulativa de la metafísica del conocimiento de → Santo Tomás, influida por los trabajos de → Maréchal, desde la perspectiva de → Kant y teniendo en el trasfondo el pensamiento de → Heidegger. A su juicio, aquello que “es” puede también “conocerse”. El conocimiento se despliega, de principio a fin, en el mundo de la experiencia porque el espíritu humano se encuentra siempre vertido hacia el fenómeno, hacia aquello que aparece (conversio ad phantasma).

Desde este fondo, Rahner toma como punto de partida de su estudio la pregunta que el hombre plantea cuando se encuentra ya en el mundo y se interroga por el Ser en su conjunto. De esa manera despliega el conocimiento sobre el horizonte primigenio del ser. Conocer es situarse ontológicamente ante la realidad en un proceso de iluminación o “juicio”, que nos vincula al ser en cuanto tal. En cada afirmación y juicio concreto (categorial, en el plano de los entes) estamos suponiendo un pre-conocimiento supra-categorial y supra-objetivo del ser como horizonte de inteligibilidad de cada una de las cosas.

Eso significa que pensamos siempre a dos niveles. Por un lado, conocemos las cosas particulares (en un plano categorial). Pero, al mismo tiempo, las conocemos en un plano trascendente, es decir, en cuanto “son”. Éste es para Rahner el principio de toda metafísica y religión: conociendo algo que es (cosas, entes), los hombres conocen aquello que hace que sean (el Ser, que es en el fondo lo divino). En este lugar paradójico (dialéctico) donde se vinculan los entes (cosas) y el ser que las funda y culmina (lo divino) habitan hombre y mujer como vivientes religiosos, abiertos a Dios en cada gesto y palabra de su vida. El hombre es "espíritu en el mundo", viviente en camino que se abre sin cesar en las dos direcciones: va hacia el Todo (el Ser) a partir de las cosas; vuelve desde el Todo o Ser a cada cosa. Por eso, lo divino no es algo que deba demostrarse y añadirse, como si fuera inseguro y empezara faltando en nuestra vida, sino aquello que está desde el principio, haciéndonos capaces de ser lo que somos; no es una cosa más que se echa en falta, sino el Ser siempre presente, que “echamos más”:

«Sólo conocemos a Dios, objeto de la metafísica, como horizonte necesario de la experiencia del mundo, experiencia que sólo resulta posible desde ese horizonte... Al preguntarnos por el mundo conocido por el humano, el mundo y el mismo ser humano que lo cuestiona se tornan problemáticos en su fundamento absoluto, más allá de los límites transitables por el humano, más allá del mundo» (cf. Espíritu en el mundo, Barcelona 1963, 73-74).

Conforme a la visión de Rahner, → Kant había formulado bien los a priori del conocimiento humano: para captar la realidad debemos "saber ya de antemano", al menos implícitamente, lo que es espacio y tiempo, porque sólo en un espacio-tiempo podemos conocer las realidades del mundo. Pero hay que dar un paso más y descubrir un “a priori” más hondo, es decir, el Ser. Sólo conocemos lo que "hay" (entes) desde el horizonte del "Ser" (lo que hace que haya). Eso significa que no tenemos que aprender el Ser: lo sabemos de antemano, como presupuesto gnoseológico de cada uno de nuestros conocimientos.

2. Hörer des Wortes, 1941 (Oyente de la Palabra, Barcelona 1967).

En este libro, que es una continuación teológica del anterior, Rahner supone que el Ser sólo puede actuar como horizonte de conocimiento, si es, al mismo tiempo, horizonte total “de realidad”, transfundo del que emerge cada uno de los entes. Según eso, el “ser” se identifica con Dios. Entre conocer y ser hay una conexión originaria: conocemos los entes “en cuanto son”, es decir, porque se fundan y reciben contenido en el Ser (= Dios). Lo que está presupuesto en del saber está presupuesto en el ser y viceversa, porque el ser es intrínsecamente cognoscitivo y el conocimiento intrínsecamente real. En otras palabras, cuando el hombre, a través del proceso de su conocimiento, va juzgando (iluminando) las cosas desde el ser, las pone a la luz de lo divino, pues la función cognoscitiva del ser como horizonte del juicio se encuentra vinculada a la función ontológica de Dios como principio de realidad. Desde ese fondo se entienden los tres momentos del conocimiento de Dios según Rahner.

a. Principio general. Cada idea es reflejo del Ser, cada realidad es expresión de Dios, de modo que en el fondo del conocer (y del ser) humano existe un a priori o presupuesto, de tipo religioso (divino) que puede y debe desvelarse a través del conocimiento concreto de las realidades. Por la propia constitución de nuestra vida, sólo podemos conocer cosas concretas en la medida en que las situamos sobre el horizonte de aquello que las hace ser. Según eso, el hombre es aquel viviente que se encuentra abierto al ser de lo divino como trasfondo supra-categorial que posibilita y sostiene todo lo que él conoce. Esto significa que hay una especie de revelación natural de lo divino en cada uno de nuestros conocimientos.

b. La apertura humana es una "potencia oboedientialis", capacidad de escuchar (ob-audire, obedecer) la voz de Dios. Siempre que estamos conociendo algo en concreto, nos abrimos a la posibilidad de una revelación, por la que descubrimos que el Ser divino ya no es un simple horizonte del conocimiento y de la realidad, sino una persona que nos habla y que actúa de forma salvadora. Somos hombres en la medida en que podemos escuchar la voz de Dios, de manera que a través de cada uno de nuestros conocimientos concretos seguimos esperando la palabra de Dios que puede hablarnos. Esa apertura a Dios no es un dato accidental, como un concepto nuevo que se suma a los conceptos anteriores, sino que es el principio y meta desde el que se entiende lo que somos. Sólo en referencia al Ser (al absoluto trascendente) recibe su sentido lo que somos y sabemos.

c. Momento de experiencia religiosa. Dando un paso más, las religiones saben que Dios no es un simple horizonte, que puede manifestarse, si quiere, sino que es un sujeto personal que define nuestra realidad humana. De esa forma se expresa y despliega la hondura y novedad de la experiencia religiosa, entendida como revelación positiva de Dios. El ser humano espera, está a la escucha (es potencia obediencial), pero no puede responderse a sí mismo, pues todas las respuestas que se diera serían inventos, proyecciones propias, engaños de su propia fantasía. Si es que existe una respuesta ella tiene que venir de Alguien más hondo, es decir, de Dios como persona.

Partiendo de aquí debemos añadir que el conocimiento concreto de Dios es siempre revelado (no lo fabricamos por nosotros mismos: nos adviene, nos sorprende). No basta la apertura y la capacidad racional del hombre; hace falta que Dios se manifieste, diciéndole al hombre su Palabra. El hombre espera, está a la escucha (es potencia obediencial), pero no puede otorgarse a sí mismo una respuesta, porque todas las respuestas serían inventos, proyecciones engañosas de su fantasía: como oyente de la palabra y superando las concreciones categoriales de su pensamiento, se mantiene a la escucha de una posible revelación de Dios. De esta forma, la diferencia ontológica que hemos venido señalando (entre los entes y el Ser) se abre y resuelve en forma dialogal y/o religiosa.

Estamos abiertos a Dios, pero de hecho, sólo le conocemos como Ser de toda realidad allí donde él mismo se manifiesta o revela. De esa forma Rahner mantiene el esquema que encontramos en otros teólogos incluso protestantes (como → Bultmann), que vinculan la premisa de razón (filosofía) y la fe (revelación) de una forma dialéctica, en línea de búsqueda y encuentro personal. La filosofía no es ya sierva que ayuda en la labor intelectual a la revelación; no es tampoco una señora que domina sobre ella; es más bien compañera de camino.


3. Experiencia de Dios. Elementos distintivos.

Para elaborar su teología propiamente dicha, Rahner tiene que pasar ya del plano trascendental en que se han movido sus afirmaciones anteriores al categorial (es decir, de revelación concreta, en este caso la cristiana). Aquí se funda su gran elaboración teológica, escrita en cientos de trabajos dispersos, que él y sus editores han venido recogiendo en sus Schriften zur Theologie 1-XVI (Einsiedeln 1954-1984, con traducción parcial en castellano: Escritos de Teología I-VII, Madrid 1961-1969) y de un modo especial en el Grundkurs des Glaubens (Freiburg. 1976; versión cast. Curso Fundamental sobre la fe, Barcelona 1979), donde ha querido recoger las bases de su pensamiento teológico.

Pues bien, en Schriften (1970) hay un trabajo, titulado Gotteserfahrung Heute (Experiencia de Dios hoy), en el que Rahner ha querido mostrar la forma en que el hombre se abre a lo divino o, mejor dicho, el sentido en que lo divino se abre y amplía en la experiencia humana, poniendo al hombre en movimiento hacia aquello que le trasciende. Según Rahner, el hombre experimenta lo divino como meta, un hacia donde inalcanzable y fuerte que suscita y anima el movimiento de su vida.

Más que pasado del que venimos (arkhe), lo divino es meta (telos) hacia la que tendemos. No hay experiencia de Dios como objeto, una cosa entre otras, sino como horizonte y meta que motiva y alimenta nuestra vida. De esa forma, la diferencia ontológica (entre los entes y el Ser) viene a traducirse y concretarse en formas religiosas, allí donde el Ser que es Dios se revela en los hechos y palabras de la historia humana. Ésta es la experiencia de todas las experiencias: en el fondo de cada acontecimiento, en el límite de cada gesto o palabra, se expresa ante nosotros lo divino como horizonte de trascendimiento. Por ella sabemos que el horizonte de ser y sentido no es algo que nosotros inventamos, sino la Realidad que se desvela en todo lo que pensamos y somos. La misma apertura transcendental del hombre aparece así como lugar donde puede hacerse presente lo divino (la Realidad en cuanto tal). Dios no aparece así como invento o proyección del hombre, sino como el viviente privilegiado en el que el mismo Dios puede venir a revelarse.

En esa línea, en el Curso fundamental sobre la fe (Barcelona 1976), Rahner añade que, por su apertura al Ser en general,

el hombre tiene "un saber no temático pero ineludible acerca de la infinitud de la realidad". Por eso experimenta a Dios de un modo diferente: le descubre como elemento constitutivo y condición de posibilidad de aquella apertura transcendental que pertenece a los elementos necesarios e insuprimibles del sujeto cognoscente. No es experiencia de cosas, en el nivel categorial, finito, sino experiencia de aquello que permite que las cosas sean. Sólo desde ese fondo y horizonte de saber no tematizado de Dios el hombre puede tener una experiencia categorial de las cosas. En esa línea, la experiencia originaria (de Dios) está dada siempre y no puede confundirse con la reflexión posterior que ella suscita en nosotros (Curso fundamental 75-7. Texto original alemán: Grundkurs 62).

4. Un tema teológico: autocomunicación de Dios.

La teología de K. Rahner es tan enorme y multiforme que resulta imposible resumir sus aportaciones fundamentales, aunque sólo sea de pasada. Por eso, en la línea de las reflexiones anteriores y tomando como base un libro ya clásico, que yo mismo he traducido al castellano (H. Vorgrimler, Karl Rahner, Santander 2004), quiero precisar el sentido y elementos de la autocomunicación, según la cual Dios puede crear y crea seres distintos a sí mismo, para relacionarse con ellos. En este contexto puede formularse las siguientes advertencias:

a. Creación y gracia. El orden de la creación se sitúa en el plano de la causalidad eficiente por la que Dios «suscita al otro en cuanto otro». El orden de la gracia, que podemos llamar sobrenatural, evoca la autocomunicación personal de Dios, que se vincula de un modo personal con los seres que él ha creado. La unidad de esos dos órdenes muestra que Dios («en cuanto amor») es aquel que, a pesar de ser infinito y bastarse a sí mismo, puede y ha querido comunicarse en libertad, suscitando otros seres a quienes puede dirigirse y a quienes dirige su autocomunicación como gracia… La posibilidad de la creación aparece así como un momento (una condición de posibilidad) de la autocomunicación (de la gracia) y esta última aparece como aquello que es primero y más abarcador (Deus caritas est). La autocomunicación gratuita de Dios al mundo – en cuanto principio más íntimo del mundo – alcanza su manifestación histórica escatológica en la encarnación, en Jesucristo, y de esa manera la misma autocomunicación queda impulsada a partir de ese fin (que actúa como causa final: finalursächlich).

b. Revelación general y especial. Entre la revelación general, aunque sobrenatural, de Dios, que se encuentra ya dada, desde siempre y en todas partes, y la revelación especial, «ministerial», a través de la Palabra (en Cristo), existe una diferencia y una relación mutua que deben ponerse de relieve; la revelación especial es una objetivación histórica de la revelación general, que se expresa de un modo concreto, a través de la Palabra; en ese sentido, ella aparece en cuanto tal como una forma legítima de culminación o realización de la revelación general. Esta diferencia y relación pueden expresarse mejor a través del concepto de la autocomunicación de Dios. A causa de la voluntad salvífica universal de Dios, la gracia está siempre ofrecida a todos los hombres y se encuentra actuando siempre en ellos, incluso allí donde el hombre se deja llevar por su pecado libremente cometido. Esto significa que, a pesar de todos sus posibles defectos, en la raíz de su ser personal, el hombre es aquel que está siendo llevado por el mismo Dios y está siendo conducido hacia la unión inmediata con Dios. «Esto significa, con otras palabras, que aquello que nosotros llamamos gracia constituye la auténtica verdad y la identidad, libremente regalada por Dios, de la apertura trascendental [transzendentalen Offenheit] del espíritu personal hacia Dios».

c. Razón y revelación. Según eso, Rahner ha vinculado en aguda simbiosis dos elementos centrales de la búsqueda religiosa, uno de tipo racional (creatividad humana), otro sobrenatural (revelación de un Dios trascendente). La razón va avanzando a través de un camino de proyecciones hacia la utopía del Ser, entendido como plenitud y fuente de todo lo que existe. Es como si el hombre buscara más allá de sí mismo, sabiendo que su verdad transciende todas las verdades concretas, su sentido sobrepasa todos los sentidos. Así podemos afirmar que el ser humano es un proyecto abierto: sólo es real (se encuentra a sí mismo) en la medida en que tiende a lo irreal (sale de sí, busca aquello que le falta); así se encuentra siempre abierto hacia su trascendencia. La revelación religiosa (que se expresa de un modo especial en las religiones monoteístas) es la respuesta de Dios a esa creatividad. El hombre va abriendo paso y avanzando porque el mismo ser divino, transcendencia en sí, le abre, haciéndole capaz de buscarle. Inquieto es el ser humano porque el horizonte hacia el que tiende le atrae sin cesar, iluminando su marcha y potenciando su camino.

Lo que le llama y atrae no es la nada donde al fin perdería su sentido, sino el Ser que es presencia de Dios y que al final se identifica con el mismo ser divino. Aquí se sitúa para Rahner el principio de toda metafísica y religión: los hombres existen y se despliegan como humanos en la medida en que, conociendo algo que es (cosas, entes), conocen aquello que hace que sean (el Ser, en el fondo, lo divino). En este lugar paradójico (dialéctico) donde se vinculan objetos (entes, cosas) y ser que las funda y culmina (lo divino) habitan hombre y mujer como vivientes religiosos, abiertos a Dios en cada gesto y palabra de su vida. Por eso, el hombre es "espíritu en el mundo", un viviente en camino que se abre sin cesar en las dos direcciones: va hacia el Todo (el Ser) a partir de cada cosa; vuelve desde el Todo o Ser a cada cosa. Por eso, lo divino no es algo que deba demostrarse, como si empezara faltando en nuestra vida, sino que es algo que está desde el principio, haciéndonos capaces de ser lo que somos.

«Sólo conocemos a Dios, objeto de la metafísica, como horizonte necesario de la experiencia del mundo, experiencia que sólo resulta posible desde ese horizonte...» (cf. Espíritu en el mundo, Barcelona 1963, 73-74). Por eso, cada idea es para el hombre un reflejo del Ser, cada realidad expresión de Dios, de modo que en el fondo del conocer y ser humano existe un a priori o presupuesto, de tipo religioso. Como ya he dicho antes, según Rahner, por la propia constitución de nuestra vida, sólo conocemos las cosas en cuanto las situamos sobre el horizonte de aquello que las hace ser, pudiendo escuchar y acoger (potentia oboedientialis) la voz de lo divino. En cada conocimiento concreto nos abrimos a la posibilidad de una revelación en la que el Ser divino ya no es un simple horizonte lógico y ontológico, sino persona que nos habla, actuando de manera salvadora. A la espera de Dios somos lo que somos. Sólo ella nos mantiene en pie, haciéndonos personas.

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