- El título sólo es afortunado entre teólogos.
- Yo recomendaría leer primero el número 78 de la conclusión
- Lo más original creo que es el capítulo de la técnica como ideología, nn. 68-77. Muy interesante, en relación a la cultura, la economía y la vida social, el pensamiento, los derechos humanos, la bioética; muy interesante; por supuesto en la clave de la ley natural según la interpreta la Iglesia. Pero hace pensar a cualquiera. No todos lo compartirán, claro está.
- Los nn. 1-6 de la introducción son muy importantes, pero los conceptos no son claros en su significado; hace falta ser teólogo para conocerlos e integrarlos en una teología de la caridad. .
- Fundamentalmente es una actualización de la Populorum progressio de Pablo VI (1967), hecha con acierto, atendiendo a nuevos aspectos del desarrollo humano de los pueblos, y acentuando las sensibilidades de Benedicto XVI.
- Por tales sensibilidades tengo la relación “dialéctica”, pero armoniosa, entre Caridad y Verdad, entre Verdad y Libertad; y entre sus instrumentos, el diálogo indisoluble de razón y fe, lo natural y lo sobrenatural, la ética racional y la moral de la fe, el desarrollo material de todo y el espiritual, la Encarnación y la Salvación, etc Es lo más propio de sus discursos, así como de la Deus Caritas est y la Spe salvi.
- Muy interesantes las aportaciones sobre el gobierno político de la globalización, por supuesto, democrática, y bajo el principio de subsidiaridad (sic); y sobre el desarrollo respetuoso de la ecología ambiental, humana y social, además de universal e intergeneracional.
- También sus aportaciones sobre el comercio mundial, libre pero primero justo, y sobre la inclusión de los pueblos en su futuro, como sujetos de deberes compartidos. Muy interesante ese compartir no sólo derechos sino deberes; responsabilizar a los pueblos y las personas en sus deberes, pero permitirlo primero.
- Muy bien resuelta la identidad de la DSI en relación a la teología y a las ciencias sociales, como un saber peculiar, en el cruce interdisciplinar de la teología, la filosofía, las ciencias humano-sociales, y la experiencia integral del ser humano, sobre todo, de su espiritualidad. Más sabiduría “teológico-espiritual”, que “teoría teológica”.
- Interesante la incorporación de los problemas de “la bioética” al ámbito de la DSI, y de la moral social cristiana, por tanto, como expresiones donde se juega el humanismo integral del desarrollo de forma clara.
- Sorprendente la importancia con que se reclama la aportación que entre la empresa privada y la pública, o entre el mercado del beneficio y el mercado del servicio, puede jugar no “un tercer sector”, cada día más amplio, no sólo el del voluntariado de la solidaridad gratuita, sino también una economía verdaderamente productiva y rentable, pero donde el beneficio no sea el factor exclusivo, ni siquiera el determinante, versus la solidaridad social.
- El mercado, de facto, en su lógica propia, debiera merecer una crítica más severa (n. 36) como institución menos aséptica en cuanto tal.
- Los temas, en la encíclica, están tratados con moderación moral y equilibrio; no es la moral social más arriesgada en sus análisis y propuestas, pero sí representa un posición muy equilibrada del “sensus fidei” y “sensus fidelium” en materia de moral social; y desde luego, frente a posiciones neoliberales, claramente crítica.
- Adecuado me parece subrayar que el problema es qué globalización, qué gestión, de quiénes y para quiénes.
- Buena claridad al referirse a la procreación responsable como contribución efectiva al desarrollo humano integral (n. 44).
- Muy atinada la crítica a la Ayuda Oficial al Desarrollo y a los peligros de burocratización elitista y cara (n. 47).
Y ¿lo más opinable?
- Se nota que hay muchas manos en la redacción, siendo claro que la parte más teológica es la que mejor representa a Benedicto XVI, mientras que los desarrollos más técnicos, han sido asumidos como propios. Eso hace que la larga introducción y los pasajes más teológicos representen otro estilo literario, no en cuanto al fondo, que el resto del texto. A veces parece que hemos cambiado de encíclica. Esa parte teológica, y especialmente la introducción (nn. 1-9), es muy bella.
- A mi juicio es demasiado larga. Recoge tantos aspectos e introduce tantos matices, que difícilmente será leída. Los divulgadores harán “el agosto”.
- Es curioso que no se plantee la cuestión del “decrecimiento” como forma de cambiar los estilos de vida (nn. 21 y 51).
- La cuestión de las pobrezas más hondas (n. 53) en relación tan radical con la soledad y la falta de amor, sí, pero suena idealista entre tanta carencia “más material, legal o institucional”; esto habría que mejorarlo. Sí, pero…
- La idea del trabajo decente, digno del ser humano, y su significado, es muy atractiva moral y políticamente (n. 63).
- La crítica del sindicalismo, merecida, y su aprecio, también (n. 64),
- La crítica del mundo financiero yo la esperaba más dura y concreta (repensaré esto en otro momento); la reivindicación de las pautas éticas que nunca deben saltarse en ese mundo, acertadas, pero muy “personalistas” La reforma de la ONU y del Sistema Financiero Internacional, bien presentado, y un lugar común en la moral social cristiana, y laica, de nuestro días.
- La forma de ver cómo el mundo moderno se aproxima a la cuestión de los derechos humanos, criticada con acierto, pero un poco de trazo grueso (nn. 43 y 75).
- En casi todas las cuestiones la Iglesia es como si estuviera fuera del escenario de los errores sociales. Quizá falta autocrítica. Algo así como, “nosotros ya sabíamos lo que iba a pasar”.
En conjunto —y esto sólo es un apunte de urgencia— la encíclica acoge la moral social cristiana ante la globalización, siguiendo a la Populorum progressio, y lo hace con muy buena sintonía teológica, (hay otras teologías, claro está), buena información “científica o social” sobre la realidad, y razonables propuestas morales, políticas y espirituales, que sin ser de “rompe y rasga”, son de lo más digno que circula por ahí en el mundo “desarrollado” (Continuará)
* José Ignacio Calleja es sacerdote y profesor de Moral Social Cristiana en Vitoria.
- Yo recomendaría leer primero el número 78 de la conclusión
- Lo más original creo que es el capítulo de la técnica como ideología, nn. 68-77. Muy interesante, en relación a la cultura, la economía y la vida social, el pensamiento, los derechos humanos, la bioética; muy interesante; por supuesto en la clave de la ley natural según la interpreta la Iglesia. Pero hace pensar a cualquiera. No todos lo compartirán, claro está.
- Los nn. 1-6 de la introducción son muy importantes, pero los conceptos no son claros en su significado; hace falta ser teólogo para conocerlos e integrarlos en una teología de la caridad. .
- Fundamentalmente es una actualización de la Populorum progressio de Pablo VI (1967), hecha con acierto, atendiendo a nuevos aspectos del desarrollo humano de los pueblos, y acentuando las sensibilidades de Benedicto XVI.
- Por tales sensibilidades tengo la relación “dialéctica”, pero armoniosa, entre Caridad y Verdad, entre Verdad y Libertad; y entre sus instrumentos, el diálogo indisoluble de razón y fe, lo natural y lo sobrenatural, la ética racional y la moral de la fe, el desarrollo material de todo y el espiritual, la Encarnación y la Salvación, etc Es lo más propio de sus discursos, así como de la Deus Caritas est y la Spe salvi.
- Muy interesantes las aportaciones sobre el gobierno político de la globalización, por supuesto, democrática, y bajo el principio de subsidiaridad (sic); y sobre el desarrollo respetuoso de la ecología ambiental, humana y social, además de universal e intergeneracional.
- También sus aportaciones sobre el comercio mundial, libre pero primero justo, y sobre la inclusión de los pueblos en su futuro, como sujetos de deberes compartidos. Muy interesante ese compartir no sólo derechos sino deberes; responsabilizar a los pueblos y las personas en sus deberes, pero permitirlo primero.
- Muy bien resuelta la identidad de la DSI en relación a la teología y a las ciencias sociales, como un saber peculiar, en el cruce interdisciplinar de la teología, la filosofía, las ciencias humano-sociales, y la experiencia integral del ser humano, sobre todo, de su espiritualidad. Más sabiduría “teológico-espiritual”, que “teoría teológica”.
- Interesante la incorporación de los problemas de “la bioética” al ámbito de la DSI, y de la moral social cristiana, por tanto, como expresiones donde se juega el humanismo integral del desarrollo de forma clara.
- Sorprendente la importancia con que se reclama la aportación que entre la empresa privada y la pública, o entre el mercado del beneficio y el mercado del servicio, puede jugar no “un tercer sector”, cada día más amplio, no sólo el del voluntariado de la solidaridad gratuita, sino también una economía verdaderamente productiva y rentable, pero donde el beneficio no sea el factor exclusivo, ni siquiera el determinante, versus la solidaridad social.
- El mercado, de facto, en su lógica propia, debiera merecer una crítica más severa (n. 36) como institución menos aséptica en cuanto tal.
- Los temas, en la encíclica, están tratados con moderación moral y equilibrio; no es la moral social más arriesgada en sus análisis y propuestas, pero sí representa un posición muy equilibrada del “sensus fidei” y “sensus fidelium” en materia de moral social; y desde luego, frente a posiciones neoliberales, claramente crítica.
- Adecuado me parece subrayar que el problema es qué globalización, qué gestión, de quiénes y para quiénes.
- Buena claridad al referirse a la procreación responsable como contribución efectiva al desarrollo humano integral (n. 44).
- Muy atinada la crítica a la Ayuda Oficial al Desarrollo y a los peligros de burocratización elitista y cara (n. 47).
Y ¿lo más opinable?
- Se nota que hay muchas manos en la redacción, siendo claro que la parte más teológica es la que mejor representa a Benedicto XVI, mientras que los desarrollos más técnicos, han sido asumidos como propios. Eso hace que la larga introducción y los pasajes más teológicos representen otro estilo literario, no en cuanto al fondo, que el resto del texto. A veces parece que hemos cambiado de encíclica. Esa parte teológica, y especialmente la introducción (nn. 1-9), es muy bella.
- A mi juicio es demasiado larga. Recoge tantos aspectos e introduce tantos matices, que difícilmente será leída. Los divulgadores harán “el agosto”.
- Es curioso que no se plantee la cuestión del “decrecimiento” como forma de cambiar los estilos de vida (nn. 21 y 51).
- La cuestión de las pobrezas más hondas (n. 53) en relación tan radical con la soledad y la falta de amor, sí, pero suena idealista entre tanta carencia “más material, legal o institucional”; esto habría que mejorarlo. Sí, pero…
- La idea del trabajo decente, digno del ser humano, y su significado, es muy atractiva moral y políticamente (n. 63).
- La crítica del sindicalismo, merecida, y su aprecio, también (n. 64),
- La crítica del mundo financiero yo la esperaba más dura y concreta (repensaré esto en otro momento); la reivindicación de las pautas éticas que nunca deben saltarse en ese mundo, acertadas, pero muy “personalistas” La reforma de la ONU y del Sistema Financiero Internacional, bien presentado, y un lugar común en la moral social cristiana, y laica, de nuestro días.
- La forma de ver cómo el mundo moderno se aproxima a la cuestión de los derechos humanos, criticada con acierto, pero un poco de trazo grueso (nn. 43 y 75).
- En casi todas las cuestiones la Iglesia es como si estuviera fuera del escenario de los errores sociales. Quizá falta autocrítica. Algo así como, “nosotros ya sabíamos lo que iba a pasar”.
En conjunto —y esto sólo es un apunte de urgencia— la encíclica acoge la moral social cristiana ante la globalización, siguiendo a la Populorum progressio, y lo hace con muy buena sintonía teológica, (hay otras teologías, claro está), buena información “científica o social” sobre la realidad, y razonables propuestas morales, políticas y espirituales, que sin ser de “rompe y rasga”, son de lo más digno que circula por ahí en el mundo “desarrollado” (Continuará)
* José Ignacio Calleja es sacerdote y profesor de Moral Social Cristiana en Vitoria.
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