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martes, 25 de agosto de 2009

Homilías y Recursos para la Homilía: XXII Domingo del T.O. (Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23) - Ciclo B


Publicado por Agustinos España
"EL PROBLEMA PUEDE ESTAR DENTRO DE NOSOTROS"

El Evangelio de San Marcos estaba dirigido principalmente a cristianos que venían del paganismo. Por eso San Marcos explica en el comienzo del pasaje del evangelio de hoy las costumbres judías, que los paganos no conocían, para que pudieran comprender las palabras del Señor.

El lavado de las manos y las purificaciones que hacían los judíos antes de comer no era solamente una cuestión de higiene para ellos, sino que tenía un significado religioso: era un símbolo de la pureza moral con la que hay que acercarse a Dios.

En el Salmo 24 se dice:

“¿Quién subirá al monte de Yahvé y quién permanecerá en su lugar santo?

El hombre de manos inocentes, de corazón puro”

La pureza de corazón aparece como una condición necesaria para acercarse a Dios.

Pero los fariseos se habían quedado en lo exterior, y además habían aumentado la cantidad de ritos y su importancia.

En cambio, descuidaban lo fundamental: la limpieza del corazón, de la cual todo lo externo era solo una señal y un símbolo.

Cuándo los fariseos cuestionan que los discípulos coman sin antes lavarse las manos el Señor responde con energía:

“Hipócritas, ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres”

La palabra hipócrita es de origen griego y designaba al actor que se vestía con una máscara y un disfraz y asumía una personalidad ajena a la suya. Fingía ante el público ser otro, frecuentemente muy alejado a la realidad. Unas veces representaba un rey, otras un mendigo o un general. Le bastaba con ocultar su propio ser detrás de la máscara y tomar cualidades y sentimientos postizos.

La forma propia de ser de muchos fariseos era la hipocresía porque actuaban para los hombres y no de cara a Dios. Su vida era tan falsa como la de los actores durante la representación. La mentira, la calumnia y la adulación van siempre juntas a la hipocresía.

La verdadera pureza que les reclama el Señor a los fariseos y a todos nosotros, - las manos inocentes del Salmo 24 - es algo más profundo que las manos lavadas. Debe comenzar por el corazón porque de él proceden los malos pensamientos, las codicias, las maldades, la deshonestidad, la envidia, la soberbia.

Las acciones del hombre se originan en el corazón.

Y si el corazón está manchado, el hombre entero queda manchado.

La impureza lleva a la sensualidad, a las ansias desmedidas de los bienes materiales, a mirar a los demás con desconfianza, con mala intención, al rencor. Las obras externas quedan marcadas por lo que hay en el corazón. Muchas faltas externas de caridad con nuestro prójimo tienen su origen en rencores depositados en el fondo del alma, que debieron ser cortados cuando recién aparecieron!

Jesús rechaza la mentalidad de los fariseos que se escondía detrás del cumplimiento de las normas exteriores, y nos enseña a amar la pureza de corazón, que nos permitirá ver a Dios en medio de nuestras tareas.

Nosotros no debemos lavar las manos y los platos, y mantener manchado el corazón. La pureza del alma tiene que ser buscada con empeño, apoyándonos en la gracia de Dios.

La virtud opuesta a la hipocresía, que el Señor les reprocha a los fariseos, es la sinceridad. La antitesis de un hipócrita, es un hombre sin doblez. La falta de veracidad que se manifiesta en la mentira o en la hipocresía, o en la falta de “unidad de vida”, revela una fractura en la personalidad humana. El testimonio que el Señor manifestó acerca de Natanael , indicando que era un israelita sin doblez, es lo mas alto que se puede decir de un hombre: “en él no hay doblez; es de una sola pieza” eso mismo debería poder decirse de cada uno de nosotros, de cada cristiano.

Vivimos en un tiempo en el que la virtud de la sinceridad tiene un gran prestigio. Pero, lamentablemente se confunde con frecuencia el ser sincero, con decir cualquier cosa, en cualquier oportunidad, y a quien sea. Es así como, con total desparpajo, aparece en un medio de prensa alguien que insulta, que calumnia o que difama. Gente que sin ningún pudor, alegando una falsa sinceridad, ataca las buenas costumbres y hace apología de cualquier tipo de aberración. La sinceridad en el hablar tiene que estar acompañada siempre de la prudencia, por la caridad y por la humildad.

Debido al prestigio por el que atraviesa la virtud de la sinceridad, cuando en un reportaje se le pregunta a un personaje público cual es su mayor defecto es común escuchar respuestas como estas: que soy excesivamente sincero, que creo en la honradez de los demás, que soy ingenuo, que dejo llevar por el corazón, que no se pensar en mí mismo. Difícilmente se va a oír a alguien responder: soy envidioso, soy levemente corrupto, miento por vicio, robo latas en el supermercado. Para oír algo como esto se necesitaría de alguien que sea verdaderamente sincero.

La sinceridad tiene buena reputación, sin embargo eso no significa que sea bien practicada. Así como hay virtudes menospreciadas por que nos se las entiende, como el pudor, la obediencia, otras son muy estimadas, probablemente por la misma razón. No se puede confundir la sinceridad, pensando en que consiste en decir lo que se piensa, sin pensar lo que se dice. No se trata de hablar a rienda suelta todo lo que uno siente. Con este criterio, escupir, ladrar o bostezar serían manifestaciones de profunda sinceridad, mientras que peinarse, dar las gracias, sonreír o estrechar las manos serían síntomas de hipocresía.

Pidamos a la Virgen María que nos ayude a comportarnos de tal forma en nuestra vida, que siempre pueda decirse de nosotros las palabras que Jesús dijo de Natanael, he aquí un cristiano sin doblez.



RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

¿En qué consiste la religión auténtica? ¿Cuál es el culto verdadero? A estas preguntas responden las lecturas del domingo vigésimo segundo del tiempo ordinario. La primera lectura responde que la religión auténtica consiste en cumplir fielmente todos los mandamientos del Decálogo. Jesucristo, en el evangelio, enseña que la Palabra de Dios (Sagrada Escritura) está por encima de las tradiciones y leyes humanas. Por tanto, la verdadera religión está en el corazón del hombre, que escucha y pone en práctica la Palabra de Dios. Santiago en su carta nos dirá que la religión pura e intachable ante Dios consiste en el amor al prójimo, especialmente a los más necesitados.


Mensaje doctrinal

1. Escuchar y hacer la palabra. La lengua hebrea no distingue entre palabra y hecho. Y por eso no se puede separar el escuchar del hacer, ni el hacer del escuchar. El Decálogo es llamado "las diez palabras" que hay que escuchar y poner en práctica. Esas diez palabras, que resumen toda la legislación mosaica, las "ha pronunciado" Dios para bien de su pueblo y, por tanto, poseen unas características propiamente divinas. Mientras que los otros pueblos se rigen por leyes y preceptos surgidos de la sabiduría y de la voluntad humanas, el Decálogo goza de la sabiduría del mismo Dios. ¿Cuáles son algunas de esas características divinas? 1) Las diez palabras son inmutables. Nada puede sustraerse a ellas y nada ser añadido. Son palabras de Dios "pronunciadas" para que el hombre viva; y el hombre vive cuando tiene unos puntos de referencia fijos, no sometidos a los cambios históricos. 2) En las diez palabras se compendia la sabiduría con la que Dios ha dotado a Israel a los ojos de los demás pueblos. Una sabiduría nada teórica, sino que envuelve la vida y la penetra en todas sus expresiones. Esas diez palabras continúan siendo hasta nuestros días alma del pueblo de Israel y alma de las comunidades cristianas. La auténtica religión y el verdadero culto consisten en escuchar y hacer la Palabra.

2. Mandamiento de Dios versus tradiciones humanas. En polémica con los fariseos y escribas Jesús les echa en cara algo sumamente grave: "Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres". No es que Jesús rechace las tradiciones de Israel. No se trata de rechazarlas sino de ponerlas en el lugar que les corresponde en el designio de Dios y en el marco de una religión auténtica. Las tradiciones son buenas cuando no apartan del Decálogo ni se oponen a él, sino que nacen como ramas nuevas del mismo árbol del Decálogo. Si en cambio nacen de situaciones meramente circunstanciales o de una voluntad humana rigurosa y estrecha, habrá que afirmar que esas tradiciones son caducas y perecederas. El gran error de los fariseos y escribas es querer conservar a toda costa un gran cúmulo de tradiciones de los antepasados, no sólo atosigando las conciencias del pueblo judío, sino incluso contradiciendo con ellas los principios inmutables y sapientísimos del Decálogo. La verdadera religión es aquélla que pone la Palabra de Dios por encima de las costumbres y usos de los hombres.

3. La palabra de la verdad. La Palabra de la verdad es la revelación de Dios contenida en la Escritura y que el Señor ha sembrado en el corazón de cada uno de los creyentes. El cristiano ha de ser dócil a esta Palabra, de modo que no sólo la escuche sino que la ponga en práctica. ¿Cuál es esa Palabra de verdad? Fundamentalmente el amor a Dios y el amor al prójimo, corazón de la verdadera religión cristiana. Quien cumple esa Palabra de verdad alcanzará la salvación de Dios. El hombre ha de ser muy sincero consigo mismo para no quedarse sólo de oyente, sino llegar a ser también practicante de esa Palabra. Hay que llegar a hacer la Palabra de la verdad. En eso consiste la verdadera religión a los ojos de Dios.


Sugerencias pastorales

1. Una religión del corazón. Hombre religioso es aquél que se siente re-ligado por una relación dialogal con la divinidad. Si el diálogo y la relación humana no puede ser puramente racional ni puramente sentimental, mucho menos el diálogo con Dios. Por eso, yo abogo por una religión del corazón, siendo éste el centro interior de la persona. El corazón, por tanto, visto no sólo como fuente de la afectividad, sino además como sede de la razón, de los sentimientos, de la voluntad, de la conciencia, de la decisión. En la religión del corazón es todo el hombre el que entra en comunicación con Dios: el que habla y escucha, el que es interpelado y responde, el que expresa sus experiencias íntimas y se siente acogido y comprendido. Quizás todavía quede en algunos cristianos huellas de jansenismo, y es necesario acabar con ellas. El cristianismo del futuro está pidiendo una religión del corazón, que llegue a ser el corazón de la religión. En tu experiencia personal, ¿es la religión católica una religión del corazón? ¿Es el culto cristiano un culto del corazón? En la vida litúrgica y sacramental de tu parroquia, ¿se tiene en cuenta esta dimensión integral de la religión, que comprende a toda la persona? Es mucho, muchísimo, lo que se puede hacer todavía para que la religión católica llegue a ser, en cada familia, en cada parroquia, en cada diócesis, en toda la Iglesia, una religión del corazón.

2. Autenticidad versus apariencia. La autenticidad debería ser el carnet de identidad de todo hombre, particularmente de todo cristiano. Pero, ¿qué significa ser auténtico? La respuesta depende de la concepción del hombre que se tenga. En una concepción cristiana, "auténtico" no es el que da curso libre a sus impulsos instintivos, sino el que es fiel a sí mismo y a la imagen del hombre integral que la razón y la fe dibujan en su conciencia. "Auténtico" es el hombre que se guía en su actuación por convicciones, el hombre cuya voluntad es movida siempre hacia su fin como persona humana y como hijo de Dios. En definitiva, ser auténtico se entiende como un ideal de ser uno mismo y no otro, no una máscara. En este sentido "auténtico" es quien no vive de apariencias, ni cifra en las apariencias su valor y su riqueza humana. En la educación de los niños y adolescentes conviene tener esto muy presente, porque, a causa de la televisión y otros medios informativos, es fuerte la atracción de las candilejas, de las pasarelas de modas; es grande la tentación del éxito fácil y deslumbrante, de la fama efímera pero gratificante. En breve, es fácil y tentador querer vivir de apariencias. Pregunta a los adolescentes, ellos y ellas, qué quieren ser de grandes y te darás cuenta, por las respuestas, de la fuerza seductora de las apariencias. ¿Qué vamos a hacer como cristianos para devolver autenticidad a la sociedad, a la educación?

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