Por Fernando Torres Pérez, cmf
Los seguidores de Jesús también nos agrupamos en diferentes familias. Todos pretendemos tener la verdad. Y muchos, contra el mismísimo espíritu del Evangelio, se miran entre sí con desconfianza. Miran a los otros como enemigos. Y dictan condenaciones y anatemas en nombre de Dios. Podríamos poner abundantes ejemplos. Una vez al año, allá por enero, se celebra la semana de oración por la unidad de las Iglesias pero poco más. Los conflictos han brotado a lo largo de la historia y brotan hoy en día por cuestiones teóricas, por diferentes concepciones teológicas... Las ideas separan la vida.
La queja de los discípulos
Hay que leer muchas veces el Evangelio de este domingo para comprender lo que Jesús podía pensar sobre esas divisiones entre nosotros. En su tiempo ya había grupos diferentes. Cada uno pretendía tener su propia identidad, ser diferente frente a los demás. Y los discípulos se quejan a Jesús: “Mira que esos otros se aprovechan de tu nombre para hacer milagros y se llevan a la gente a su grupo. Y claro no son de los nuestros.” Se quejan como sí tuvieran la exclusiva y el monopolio del uso del nombre de Jesús.
La respuesta de Jesús es contundente. Lo de menos es usar su nombre. Y menos si se usa para hacer el bien a una persona. El objetivo de Jesús no es reunir un grupo de creyentes. Su objetivo es convocar a todos, hombres y mujeres, en el Reino de Dios. ¡Muy diferente! Para ello, Jesús, a través de sus palabras y acciones, se esfuerza por devolver la dignidad a las personas, por levantarlas del agujero en que su propia vida o la sociedad las han hundido. No hay más pecado que el que destruye esa dignidad, que el que hunde a “uno de esos pequeños”. Todos los que están trabajan en favor de la dignidad de las personas, trabajan por el Reino. Todos son bienvenidos. No hay que excluir a nadie. “El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.
El seguidor de Jesús no excluye a nadie. El seguidor de Jesús va por la vida con las manos abiertas para colaborar con todos los que trabajan en favor del Reino. El seguidor de Jesús se alegra y goza cuando otros, aunque no confiesen a Jesús con su boca ni con su corazón, ayudan a las personas, levantan a los caídos, devuelven la esperanza a todos. El seguidor de Jesús sabe que todo, la Iglesia incluida, está al servicio del Reino y no al revés. El seguidor de Jesús sabe que la gloria de Dios es la vida del hombre, como ya dijo hace muchos siglos San Cireneo. Y, por eso, el seguidor de Jesús está comprometido con todo aquello que hace que los hombres y mujeres de nuestros días vivan y vivan en plenitud la vida que es don de Dios.
Comprometidos con el Reino
“¡Ojalá que todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera a todos su espíritu!” dice Moisés en la primera lectura. Nosotros diríamos que ojalá todos estuviéramos de verdad comprometidos en la defensa y promoción de la dignidad de los hijos e hijas de Dios. Entonces este mundo estaría más cerca del Reino. Y podríamos alabar y dar gracias a Dios, gozosos al ver que su espíritu está presente en medio de nosotros haciendo un mundo más humano, más justo, más hermano.
El problema es posible que esté en que los que defienden tan celosamente los derechos de su grupo particular quizá están defendiendo en realidad otros intereses inconfesables, que poco tienen que ver con el Reino de Dios. Quizá habría que leer en esta clave la lectura de la carta de Santiago.
Los cristianos hemos de tener una mirada clara y unos ojos capaces de mirar al horizonte. Más allá de las apariencias, descubrimos en esta historia la presencia del Espíritu de Jesús que va haciendo Reino, que va tocando el corazón de las personas. Nos alegramos y damos gracias a Dios por las muchas personas que se entregan al bien de los hermanos. Sin envidias ni celos sino con gozo y acción de gracias.




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