Por José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.
Lo más inteligente es seguir a Jesús
TEMAS Y CONTEXTOS
EL LIBRO DE LA SABIDURÍA
Lo más inteligente es seguir a Jesús
TEMAS Y CONTEXTOS
EL LIBRO DE LA SABIDURÍA
Recordemos que en este libro, el último del AT., escrito a finales del siglo I aC, o quizá incluso más tarde, se trata de la "Sabiduría de Salomón", aunque esto no sea más que una ficción literaria. Salomón es propuesto a Israel como modelo de Sabiduría, y en este texto se presenta como despreciador de las riquezas, que son barro ante el valor de la sabiduría. Los dos últimos versos deberían entenderse simbólicamente, puesto que ha despreciado como barro los bienes de la tierra.
La realidad fue muy distinta, porque de hecho Salomón acaparó e hizo ostentación de riquezas, mostró su grandeza con innumerables concubinas extranjeras, que acabaron dando entrada en Israel a cultos de otros dioses... Esos dos últimos versos que hemos comentado fueron la amarga realidad: su "sabiduría" le llevó a la riqueza y al alejamiento de Dios. El mito del Sabio Salomón, amado de Dios, edificador del Templo, no tiene nada que ver con la triste realidad histórica, pero ha subsistido en la literatura vetero-testamentaria.
Este pequeño texto forma parte de la gran exhortación de los capítulos 3 y 4, en que, haciendo un paralelo de Jesús con Moisés, se exhorta a escuchar la Palabra. Es un notable ejemplo de la concepción hebrea del hombre: cuerpo - alma - espíritu, sin una diferenciación muy clara entre ellos, sin identificación posible con nuestros conceptos de cuerpo y alma. La traducción que nos valdría sería "penetrante hasta lo más íntimo".
El texto por otra parte tiene una aplicación directa a cualquier tema de conversión o atención a la Palabra, puesto que no se trata de ningún cumplimiento exterior o apariencia humana, sino de "conversión del corazón", allá en lo más íntimo, donde llegan los ojos de Dios aunque quizá nuestros mismos ojos no se atrevan a llegar.
Por otra parte, el último párrafo, (todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta), muestra la típica mentalidad amenazante del AT. Para alguien que está en el Reino, que cree en Dios como Abbá, la expresión más correcta sería: “todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel que es nuestro médico, nuestro Pastor, nuestro Padre”. Y así, en vez de una amenaza, el hecho de que Dios nos conozca a fondo es un alivio, un motivo de total confianza.
Este relato se reproduce, con muy escasas variantes, en los tres Sinópticos (Mateo 19,13; Lucas 18,15). Es Mateo el que habla de "un joven", y añade a los mandamientos el de "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Los tres centran el mensaje de Jesús en: vende lo que tienes - dalo a los pobres - tendrás un tesoro en el cielo - ven y sígueme. En los tres, el joven se marcha entristecido “porque era muy rico”, y la consecuencia es la frase famosa de Jesús: "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino".
En la narración de Marcos, más aún que en los otros dos, la escena tiene toda la viveza de este evangelista y nos produce la impresión de estar ante una crónica, bien recordada y bien descrita, de algo que causó impacto especial en los discípulos. El texto se presta a múltiples comentarios, que vamos a reducir a lo esencial, a lo más medular.
Se trata de un "buen rico", que viene a Jesús sinceramente, buscando mejorar su vida religiosa. Jesús le contesta con una formulación básica que no hay que olvidar: "Para heredar la vida eterna, los mandamientos". La pregunta de "¿cuáles?" es característica de una época en que la enseñanza de los doctores fariseos llenan la vida de mandamientos. Jesús se remite a la esencia de la Ley, los mandamientos básicos expresados en lo que hemos llamado "El Decálogo" (Éxodo 20,12 y Dt 6,16). Una vez más, Jesús se despega de la interpretación al uso de la Ley para ir a su esencia.
El rico manifiesta que eso ya lo cumple, quiere saber si hay más. Notemos que se trata de si hay más que heredar la vida eterna. A esa demanda del rico responde la invitación de Jesús, hecha con cariño, como si Jesús se hiciese ilusiones ante su buena disposición.
El rico se echa atrás, y Jesús saca la conclusión de que la riqueza hace casi imposible "entrar en el Reino", con la estupenda exageración del camello - el animal más grande - y el ojo de la aguja - el agujero más pequeño -. Se han querido hacer aquí correcciones, señalando que la palabra “camello” no sería una buena traducción, debiendo preferirse “soga” hecha con pelo de camello (incluso que “ojo de aguja” era la estrechísima entrada de una cueva). Pero todas esas disquisiciones no cambian el sentido primero: prácticamente imposible, sea cual sea la metáfora empleada.
Estas expresiones producen en los discípulos asombro, sobre todo porque, como casi todos en esa época, consideran los bienes del mundo como bendiciones de Dios y los males como castigos. Se ve también que no distinguen aún la diferencia entre "salvarse" y "entrar en el Reino". Pero Jesús sigue hablando del Reino, y afirma que es posible con la gracia de Dios, dejando claro que entrar en el reino es una invitación y una gracia, una oferta de Dios que es a la vez una enorme exigencia y un espléndido regalo.
Dentro de la gran riqueza de mensaje que encierra el evangelio de hoy, nos fijamos en un aspecto básico, importante para nosotros: Jesús y el dinero. La posición de Jesús ante el dinero ocupa un lugar importante en los evangelios. Se puede resumir así:
1- Ante los que "ponen su confianza en el dinero", Jesús siente algo así como lástima, casi desprecio. La mejor expresión de esto sería Lucas 12,16, la parábola del rico insensato, y la expresión de Mateo 6,19: "no amontonéis tesoros aquí, donde roe la polilla..."
Una de las líneas de fuerza importantes del mensaje evangélico es la trascendencia: lo de aquí es importante porque es camino para la Vida definitiva. Si deja de ser camino o lo entorpece, es un trágico error. Invertir lo que poseemos en vivir bien aquí, es tirar la vida.
2.- Cuando la riqueza se hace además ofensa para otros, Jesús se vuelve intransigente, amenazador. La expresión mejor es Lucas 16, 19, la parábola del rico banqueteador y el pobre Lázaro. La condena del rico es tajante, de las más duras de todo el evangelio.
En la conclusión ("si no atienden a Moisés y a los profetas, aunque un muerto resucite no se convertirán") se muestra ya ese temor de Jesús por las consecuencias de la riqueza. Los que confían en las riquezas hasta el punto de perder la capacidad de compasión, están perdidos. Es casi imposible que se liberen.
3.- Pero, más allá de todo eso, está El Reino, y éste es el tema tratado en la escena de hoy. Un rico que cumple bien la ley se atreve a preguntar a Jesús “¿hay más?”. Jesús se hace ilusiones con él, quizá ese hombre de buena voluntad se atreva a dar un paso más allá del cumplimiento de la Ley… Y le ofrece más: dedicarse por entero al Reino:
“Deja todas esas cosas que te esclavizan, vente conmigo..” Pero era demasiado rico, se echó atrás.
Es aquí donde aparecen con claridad dos dimensiones reveladoras: el Reino como libertad, como sabiduría; el dinero como esclavitud. “Vende lo que tienes y dalo a los pobres” es sabiduría: así no tendrás tesoros en la tierra, donde roe la polilla, sino en el cielo. “Después ven, sígueme” es dedicarse a lo único que merece la pena, construir el Reino.
Jesús sabe bien que no es posible servir a dos señores: y que el dinero es señor. Nosotros creemos que lo usamos, pero es él quien nos usa; creemos que lo poseemos, pero es él quien nos posee. Jesús lo sabe muy bien, por eso empieza por plantearnos que decidamos a qué señor queremos servir. La elección es clara: servir al dinero para morir sin nada servir a Dios para morir rico.
Se puede formular de otra manera: ser esclavo y morir como esclavo, ser libre para vivir como hijo.
Esta es la razón por la que algunas personas, con una vocación muy especial, renuncian de hecho a toda posesión: para ser más libres, para poder dedicarse al Reino sin estorbos. Pero la mayoría de las personas no podemos hacerlo, tenemos que poseer, tenemos que usar de este bien peligroso. Para nosotros “vende lo que tienes y dalo a los pobres” no es una orden que podamos cumplir al pie de la letra, pero sí es un espíritu que marca nuestra forma de poseer y de usar. Un seguidor de Jesús usa el dinero, y todo lo que posee, con aprensión, porque sabe que es pegajoso, que tiende a apoderase de su espíritu y esclavizarlo. Como en tantas cosas, hemos hecho una hábil distinción para suavizar esta palabra. Hemos pensado que se trata de aquellos que van a seguir un "estado de perfección", no de los "cristianos normales" que viven "en el mundo". Pero no es así: los que siguen a Jesús no son los religiosos o los sacerdotes; los que siguen a Jesús son los cristianos, la Iglesia. El llamamiento a seguir a Jesús es el llamamiento a todos. Se trata simplemente de entender correctamente la expresión "dejarlo todo". Si esto significa no tener físicamente nada, es imposible para una vida normal. Pero no se trata de eso: se trata de no rendir culto, de no adorar, de no ser poseído por lo que se posee. Se trata de usar para la vida definitiva. Se trata de estar libre de corazón para usar bien, para compartir con quien lo necesita.
Se ha dicho, y muy bien dicho, que el dinero es un buen servidor y un mal amo. El dinero es un medio necesario para vivir, para sobrevivir. Con el dinero se puede comprar la subsistencia, la salud, la cultura ... Utilizado como servidor es estupendo. Pero tiene la habilidad de convertirse en amo. Entonces le servimos sólo a él, dejamos de ser personas que con-padecen, no lo consideramos talento recibido para todos sino medio de disfrutar; los judíos llegaban más lejos en su error y lo consideraban bendición de Dios. Y puede serlo: bendición peligrosa, porque, como de todo talento, podemos apoderarnos de él y usarlo sólo para nosotros; y entonces quedamos esclavizados por él, somos su servidores y quedamos imposibilitados para entrar en el Reino.
Dinero, prestigio, poder: los tres talentos más peligrosos que Dios puede darnos, los que más tienden a convertirse en nuestros señores. Por esta razón no los tenía Jesús. Por esta razón no los tenían las primeras comunidades. Y por esta razón nuestra Iglesia se parece tan poco al Reino, porque tiene dinero, prestigio y poder. Es llamativo, y sangrante, que la Iglesia, cuando habla de estos temas llega hasta a afirmar que "hay que hacer una opción preferencial por los pobres", confesando así, no sé si con ingenuidad o con hipocresía, que no es pobre. La nuestra no es una iglesia de pobres, sino una Iglesia rica que se preocupa de los pobres (a veces). Pero Jesús avisó claramente que ser rico y entrar en el reino es casi imposible. Nosotros, la rica Iglesia de Occidente, creemos que hemos logrado el milagro, que nuestro camello ha pasado por el ojo de la aguja; es mentira: servimos ante todo al dinero, es decir, a nuestro nivel social, a no ser rechazado por el entorno, a vivir muy cómodamente. Lo hacemos con suficiente estilo como para no parecer ridículos, y dando de lo que nos sobra lo suficiente para no sentir demasiados remordimientos. Pero no entramos en el Reino. Los ricos, es decir nosotros, no entran en el Reino.
Es desde aquí desde donde podemos entender el "dichosos los pobres". No se trata de que los pobres sean buenos, no se trata de que Jesús alabe la miseria: se trata de que están mejor situados para entrar en el Reino, se trata de que los ricos lo tienen mucho más difícil.
Jesús trató con todos, ofreció el Reino a pobres que lo rechazaron (la mayor parte de los fariseos y los escribas andarían muy escasos de riqueza). Ofreció el Reino a ricos que lo aceptaron (Juana, Zaqueo). En los evangelios los pobres no son buenos y los ricos malos sin más. En el evangelio, ser rico es tenerlo muy difícil para aceptar los criterios y los valores de Jesús.
Por eso, Jesús fue pobre y libre. Por eso se pudo entregar enteramente al Reino. Y por eso, exactamente por eso, Jesús se dirige preferentemente a los pobres, a los pecadores y a los enfermos, porque ellos sienten necesidad de ser liberados y están por eso mismo en buenas condiciones para aspirar al Reino. Los ricos, los que se creen santos, los satisfechos, ni siquiera necesitan de Dios, "ya tienen su recompensa" .
Pero hay algo más, algo mucho más exigente: "a mí me lo hicisteis - a mí me lo dejasteis de hacer". La cómoda posesión, el disfrute de los bienes, en medio de un mundo en que los hijos de Dios se mueren de hambre por falta de esos bienes, es un insulto a Dios, Padre de todos. Si entendemos correctamente la parábola de los Talentos, sabemos que yo tengo para que todos tengan, Dios me lo ha dado a mí porque cuenta conmigo para la solución de los problemas de todos. No pocas personas se preguntan: “¿cuánto tengo que dar?”. En realidad están preguntando: “de lo que me sobra, después mantener el tren de vida habitual en mi sociedad, ¿qué tanto por ciento me justifica ante Dios?”. A esa pregunta, Jesús no respondería más que con otra pregunta: “¿Cómo andas de compasión? ¿hasta qué punto te importa que miles de hermanos tuyos se mueran de hambre?”
Inmersos en una sociedad de abundancia, acostumbrados a niveles de vida que nos parecen normales, nos vemos retratados, una vez más, por las escenas del evangelio: quizá somos tan insensatos que sólo pensamos en poseer y disfrutarlo. Jesús piensa que estamos tirando la vida. En resumen, el dinero, como todas las realidades de esta vida, (la salud, las cualidades...) es un medio, algo que me permite "comprar cosas".
Podemos comprar cosas satisfactorias a corto plazo, pero no duraderas. El Evangelio invita a "invertir bien", desechando valores que al final nos dejarán sin nada. El código de valores de Jesús es el Sermón del Monte, y su núcleo, las Bienaventuranzas. Jesús es el modelo de los que "están en el Reino". Es grano de trigo enterrado para servir de alimento. Dejó su casa, su seguro oficio, su familia, para dedicarse del todo al Reino.
No contaba con el dinero para difundir el Reino. Vivía de lo que le daban. No tuvo que hacer testamento. Se murió desnudo, sin más tesoros que los de su alma, los que le siguen a uno hasta la vida eterna.
Sugiero que recitemos juntos “el pregón del Reino”, las Bienaventuranzas. Son los criterios de Jesús. Hagámoslo con humildad. Muy probablemente no son éstos, de hecho, nuestros criterios. Al recitarlas, pidamos a Dios que haga nuestro corazón semejante al de su Hijo.
Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos
Dichosos los mansos,
porque poseerán la tierra
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque alcanzarán misericordia
Dichosos los limpios de corazón,
porque verán a Dios.
Dichosos los que buscan la paz,
porque serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
1.- APOSTOLADO DESDE LA POBREZA O DESDE LA RIQUEZA.
Todos nuestros fundadores, sin excepción, han insistido en el tema de la pobreza.
Curiosamente, San Ignacio en las Constituciones de la Compañía manda que el tema de la pobreza no se revise si no es para apretarla. Ellos saben muy bien que los demonios más peligrosos para una congregación religiosa son el dinero, el prestigio y el poder. Hay un ejemplo claro y preocupante en los primeros años de la Compañía, que se muestra bien en la vida de Francisco de Javier. Javier empieza su vida apostólica viviendo en los hospitales, dedicando mucho tiempo a curar a los enfermos y pedir limosna para ellos, y dedicándose a dar catequesis a los niños y los esclavos.
Él es pobre, atiende a los pobres y su impacto en la sociedad es formidable. También los otros jesuitas hacía lo mismo. Y también causaron enorme impacto. Éste impacto les llevó al éxito. Las clases importantes de la sociedad acudieron a ellos, les construyeron templos, les dotaron de medios de vida; abrieron colegios en los que se enseñaba más a los influyentes que a los necesitados ... y acabaron cómodamente instalados en una sociedad que tenía muy poco que ver con el Reino; ganaron en influencia y presagio, pero perdieron su capacidad profética; tuvieron muchas vocaciones, pero vise instalaron en la mediocridad. Y, como siempre, le enmendaron la plana a Jesús: no trabajaron por el reino de abajo a arriba, de dentro a fuera, sino de arriba a abajo, desde fuera, no procurando tanto la conversión del corazón sino la imposición y la importancia exterior. Afortunadamente, esos tiempos han pasado; como tantas cosas que hoy se ven como problemas de la iglesia, me parecen más bien gracias de Dios que nos han quitado lo que más nos estorbaba para anunciar el Reino.
2.- ¿PODEMOS SER POBRES?
Por supuesto que, viviendo en el primer mundo, y además más bien instalados en las zonas medias de la sociedad, dejamos de pertenecer al mundo de los pobres. Pertenecemos a congregaciones generalmente bien instaladas, que disponen de medios más que suficientes. Nuestro presente y nuestro futuro, al menos inmediato, está seguros. Así que nunca tendremos la primera y peor característica del pobre: la inseguridad.
Por otra parte, nuestra vida está asegurada en todos sus aspectos: comida, vestido, casa, comodidades normales de la vida de Occidente. Muchas veces, si nos quieren hacer un regalo, tenemos que decir “no necesito nada” (a menos que sea un capricho). Nosotros no sabemos quizá qué cenaremos hoy, pero la inmensa mayoría de los pobres del mundo no saben si cenarán, o saben que no cenarán.
Por tanto, es difícil entender qué queremos decir con nuestro voto de pobreza, y qué significa nuestra pobreza en la iglesia a que pertenecemos, a esta iglesia rica, instalada, que entiende la solidaridad con los pobres como una cuestión porcentual, sin que llegue a modificar su tren de vida.
Creo que la única vía de salida está en las palabras de Jon Sobrino: lo único que puede salvar a Occidente es la austeridad solidaria. Lo único que puede salvar la capacidad de con-padecer de esta sociedad es el contacto con las necesidades del mundo, que lleve a limitar el gasto y el consumo para ayudar a otros.
Para nosotros los religiosos, esto tiene una traducción inmediata y evidente: nuestra pobreza puede consistir simplemente en austeridad y servicialidad. Austeridad debe significar para nosotros un discernimiento profundo sobre mis necesidades, para descubrir cuánto de ellas son verdaderas necesidades y cuánto caprichos o concesiones a la clase social en que nos movemos o nos hemos movido. Es, a la vez, un camino de libertad y un servicio a la iglesia: nuestra sociedad ha convertido en necesidades sus caprichos: necesita ver que otros viven felices (mucho más felices y mucho, más libres) con mucho menos. La iglesia de aquí necesita profetas, testigos de la austeridad, de la sencillez, de la libertad ante las mil imposiciones que nos amenazan cada día.
Además, y de forma aún más importante, más exigente y más profética, el ejercicio real de la pobreza se traduce en disponibilidad. No considerar lo que tengo como mío sino como nuestro, pasar también aquí del yo al nosotros, entenderlo todo como talento. Amarás al prójimo como a ti mismo significa también que poseerás para los otros como para ti mismo. Tenerlo todo siempre a disposición del que lo necesite significa entenderse no como amo sino como administrador.
Y uno de nuestros talentos, más cuanto más jubilados, es el tiempo, que tanta oportunidad ofrece a la disponibilidad. ¿Para qué tengo “mi” tiempo? Aquí sí que se aplica estrictamente aquello de no perder el tiempo en cosas que se quedan aquí, donde roe la polilla.
El joven rico del evangelio se asustó cuando Jesús le propuso todo esto. Los discípulos lo vieron como imposible y escandaloso, la iglesia lo hemos atemperado y domesticado sin piedad .... y todos lo hacemos porque no entendemos que todo esto es una bienaventuranza: “Dichosos los pobres” no significa que los miserables son mejores, ni hay que vivir como mendigos, pero sí significa que si somos más austeros seremos más libres, si somos más serviciales y solidarios nos sentiremos mucho mejor ... Podemos parafrasear a Jesús diciendo “qué felices seríais si no fuerais esclavos de vuestros caprichos, de vuestros deseos; qué felices seríais si no adorarais a vuestro yo; qué felices serías, en resumen, si aceptaseis la Sabiduría y no os fiaseis tanto de vuestras pequeñas y miopes sabidurías”
La realidad fue muy distinta, porque de hecho Salomón acaparó e hizo ostentación de riquezas, mostró su grandeza con innumerables concubinas extranjeras, que acabaron dando entrada en Israel a cultos de otros dioses... Esos dos últimos versos que hemos comentado fueron la amarga realidad: su "sabiduría" le llevó a la riqueza y al alejamiento de Dios. El mito del Sabio Salomón, amado de Dios, edificador del Templo, no tiene nada que ver con la triste realidad histórica, pero ha subsistido en la literatura vetero-testamentaria.
LA CARTA A LOS HEBREOS
Este pequeño texto forma parte de la gran exhortación de los capítulos 3 y 4, en que, haciendo un paralelo de Jesús con Moisés, se exhorta a escuchar la Palabra. Es un notable ejemplo de la concepción hebrea del hombre: cuerpo - alma - espíritu, sin una diferenciación muy clara entre ellos, sin identificación posible con nuestros conceptos de cuerpo y alma. La traducción que nos valdría sería "penetrante hasta lo más íntimo".
El texto por otra parte tiene una aplicación directa a cualquier tema de conversión o atención a la Palabra, puesto que no se trata de ningún cumplimiento exterior o apariencia humana, sino de "conversión del corazón", allá en lo más íntimo, donde llegan los ojos de Dios aunque quizá nuestros mismos ojos no se atrevan a llegar.
Por otra parte, el último párrafo, (todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta), muestra la típica mentalidad amenazante del AT. Para alguien que está en el Reino, que cree en Dios como Abbá, la expresión más correcta sería: “todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel que es nuestro médico, nuestro Pastor, nuestro Padre”. Y así, en vez de una amenaza, el hecho de que Dios nos conozca a fondo es un alivio, un motivo de total confianza.
EL EVANGELIO DE MARCOS
Este relato se reproduce, con muy escasas variantes, en los tres Sinópticos (Mateo 19,13; Lucas 18,15). Es Mateo el que habla de "un joven", y añade a los mandamientos el de "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Los tres centran el mensaje de Jesús en: vende lo que tienes - dalo a los pobres - tendrás un tesoro en el cielo - ven y sígueme. En los tres, el joven se marcha entristecido “porque era muy rico”, y la consecuencia es la frase famosa de Jesús: "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino".
En la narración de Marcos, más aún que en los otros dos, la escena tiene toda la viveza de este evangelista y nos produce la impresión de estar ante una crónica, bien recordada y bien descrita, de algo que causó impacto especial en los discípulos. El texto se presta a múltiples comentarios, que vamos a reducir a lo esencial, a lo más medular.
Se trata de un "buen rico", que viene a Jesús sinceramente, buscando mejorar su vida religiosa. Jesús le contesta con una formulación básica que no hay que olvidar: "Para heredar la vida eterna, los mandamientos". La pregunta de "¿cuáles?" es característica de una época en que la enseñanza de los doctores fariseos llenan la vida de mandamientos. Jesús se remite a la esencia de la Ley, los mandamientos básicos expresados en lo que hemos llamado "El Decálogo" (Éxodo 20,12 y Dt 6,16). Una vez más, Jesús se despega de la interpretación al uso de la Ley para ir a su esencia.
El rico manifiesta que eso ya lo cumple, quiere saber si hay más. Notemos que se trata de si hay más que heredar la vida eterna. A esa demanda del rico responde la invitación de Jesús, hecha con cariño, como si Jesús se hiciese ilusiones ante su buena disposición.
El rico se echa atrás, y Jesús saca la conclusión de que la riqueza hace casi imposible "entrar en el Reino", con la estupenda exageración del camello - el animal más grande - y el ojo de la aguja - el agujero más pequeño -. Se han querido hacer aquí correcciones, señalando que la palabra “camello” no sería una buena traducción, debiendo preferirse “soga” hecha con pelo de camello (incluso que “ojo de aguja” era la estrechísima entrada de una cueva). Pero todas esas disquisiciones no cambian el sentido primero: prácticamente imposible, sea cual sea la metáfora empleada.
Estas expresiones producen en los discípulos asombro, sobre todo porque, como casi todos en esa época, consideran los bienes del mundo como bendiciones de Dios y los males como castigos. Se ve también que no distinguen aún la diferencia entre "salvarse" y "entrar en el Reino". Pero Jesús sigue hablando del Reino, y afirma que es posible con la gracia de Dios, dejando claro que entrar en el reino es una invitación y una gracia, una oferta de Dios que es a la vez una enorme exigencia y un espléndido regalo.
R E F L E X I Ó N
Dentro de la gran riqueza de mensaje que encierra el evangelio de hoy, nos fijamos en un aspecto básico, importante para nosotros: Jesús y el dinero. La posición de Jesús ante el dinero ocupa un lugar importante en los evangelios. Se puede resumir así:
1- Ante los que "ponen su confianza en el dinero", Jesús siente algo así como lástima, casi desprecio. La mejor expresión de esto sería Lucas 12,16, la parábola del rico insensato, y la expresión de Mateo 6,19: "no amontonéis tesoros aquí, donde roe la polilla..."
Una de las líneas de fuerza importantes del mensaje evangélico es la trascendencia: lo de aquí es importante porque es camino para la Vida definitiva. Si deja de ser camino o lo entorpece, es un trágico error. Invertir lo que poseemos en vivir bien aquí, es tirar la vida.
2.- Cuando la riqueza se hace además ofensa para otros, Jesús se vuelve intransigente, amenazador. La expresión mejor es Lucas 16, 19, la parábola del rico banqueteador y el pobre Lázaro. La condena del rico es tajante, de las más duras de todo el evangelio.
En la conclusión ("si no atienden a Moisés y a los profetas, aunque un muerto resucite no se convertirán") se muestra ya ese temor de Jesús por las consecuencias de la riqueza. Los que confían en las riquezas hasta el punto de perder la capacidad de compasión, están perdidos. Es casi imposible que se liberen.
3.- Pero, más allá de todo eso, está El Reino, y éste es el tema tratado en la escena de hoy. Un rico que cumple bien la ley se atreve a preguntar a Jesús “¿hay más?”. Jesús se hace ilusiones con él, quizá ese hombre de buena voluntad se atreva a dar un paso más allá del cumplimiento de la Ley… Y le ofrece más: dedicarse por entero al Reino:
“Deja todas esas cosas que te esclavizan, vente conmigo..” Pero era demasiado rico, se echó atrás.
Es aquí donde aparecen con claridad dos dimensiones reveladoras: el Reino como libertad, como sabiduría; el dinero como esclavitud. “Vende lo que tienes y dalo a los pobres” es sabiduría: así no tendrás tesoros en la tierra, donde roe la polilla, sino en el cielo. “Después ven, sígueme” es dedicarse a lo único que merece la pena, construir el Reino.
Jesús sabe bien que no es posible servir a dos señores: y que el dinero es señor. Nosotros creemos que lo usamos, pero es él quien nos usa; creemos que lo poseemos, pero es él quien nos posee. Jesús lo sabe muy bien, por eso empieza por plantearnos que decidamos a qué señor queremos servir. La elección es clara: servir al dinero para morir sin nada servir a Dios para morir rico.
Se puede formular de otra manera: ser esclavo y morir como esclavo, ser libre para vivir como hijo.
Esta es la razón por la que algunas personas, con una vocación muy especial, renuncian de hecho a toda posesión: para ser más libres, para poder dedicarse al Reino sin estorbos. Pero la mayoría de las personas no podemos hacerlo, tenemos que poseer, tenemos que usar de este bien peligroso. Para nosotros “vende lo que tienes y dalo a los pobres” no es una orden que podamos cumplir al pie de la letra, pero sí es un espíritu que marca nuestra forma de poseer y de usar. Un seguidor de Jesús usa el dinero, y todo lo que posee, con aprensión, porque sabe que es pegajoso, que tiende a apoderase de su espíritu y esclavizarlo. Como en tantas cosas, hemos hecho una hábil distinción para suavizar esta palabra. Hemos pensado que se trata de aquellos que van a seguir un "estado de perfección", no de los "cristianos normales" que viven "en el mundo". Pero no es así: los que siguen a Jesús no son los religiosos o los sacerdotes; los que siguen a Jesús son los cristianos, la Iglesia. El llamamiento a seguir a Jesús es el llamamiento a todos. Se trata simplemente de entender correctamente la expresión "dejarlo todo". Si esto significa no tener físicamente nada, es imposible para una vida normal. Pero no se trata de eso: se trata de no rendir culto, de no adorar, de no ser poseído por lo que se posee. Se trata de usar para la vida definitiva. Se trata de estar libre de corazón para usar bien, para compartir con quien lo necesita.
Se ha dicho, y muy bien dicho, que el dinero es un buen servidor y un mal amo. El dinero es un medio necesario para vivir, para sobrevivir. Con el dinero se puede comprar la subsistencia, la salud, la cultura ... Utilizado como servidor es estupendo. Pero tiene la habilidad de convertirse en amo. Entonces le servimos sólo a él, dejamos de ser personas que con-padecen, no lo consideramos talento recibido para todos sino medio de disfrutar; los judíos llegaban más lejos en su error y lo consideraban bendición de Dios. Y puede serlo: bendición peligrosa, porque, como de todo talento, podemos apoderarnos de él y usarlo sólo para nosotros; y entonces quedamos esclavizados por él, somos su servidores y quedamos imposibilitados para entrar en el Reino.
Dinero, prestigio, poder: los tres talentos más peligrosos que Dios puede darnos, los que más tienden a convertirse en nuestros señores. Por esta razón no los tenía Jesús. Por esta razón no los tenían las primeras comunidades. Y por esta razón nuestra Iglesia se parece tan poco al Reino, porque tiene dinero, prestigio y poder. Es llamativo, y sangrante, que la Iglesia, cuando habla de estos temas llega hasta a afirmar que "hay que hacer una opción preferencial por los pobres", confesando así, no sé si con ingenuidad o con hipocresía, que no es pobre. La nuestra no es una iglesia de pobres, sino una Iglesia rica que se preocupa de los pobres (a veces). Pero Jesús avisó claramente que ser rico y entrar en el reino es casi imposible. Nosotros, la rica Iglesia de Occidente, creemos que hemos logrado el milagro, que nuestro camello ha pasado por el ojo de la aguja; es mentira: servimos ante todo al dinero, es decir, a nuestro nivel social, a no ser rechazado por el entorno, a vivir muy cómodamente. Lo hacemos con suficiente estilo como para no parecer ridículos, y dando de lo que nos sobra lo suficiente para no sentir demasiados remordimientos. Pero no entramos en el Reino. Los ricos, es decir nosotros, no entran en el Reino.
Es desde aquí desde donde podemos entender el "dichosos los pobres". No se trata de que los pobres sean buenos, no se trata de que Jesús alabe la miseria: se trata de que están mejor situados para entrar en el Reino, se trata de que los ricos lo tienen mucho más difícil.
Jesús trató con todos, ofreció el Reino a pobres que lo rechazaron (la mayor parte de los fariseos y los escribas andarían muy escasos de riqueza). Ofreció el Reino a ricos que lo aceptaron (Juana, Zaqueo). En los evangelios los pobres no son buenos y los ricos malos sin más. En el evangelio, ser rico es tenerlo muy difícil para aceptar los criterios y los valores de Jesús.
Por eso, Jesús fue pobre y libre. Por eso se pudo entregar enteramente al Reino. Y por eso, exactamente por eso, Jesús se dirige preferentemente a los pobres, a los pecadores y a los enfermos, porque ellos sienten necesidad de ser liberados y están por eso mismo en buenas condiciones para aspirar al Reino. Los ricos, los que se creen santos, los satisfechos, ni siquiera necesitan de Dios, "ya tienen su recompensa" .
PARA NUESTRA ORACIÓN
Pero hay algo más, algo mucho más exigente: "a mí me lo hicisteis - a mí me lo dejasteis de hacer". La cómoda posesión, el disfrute de los bienes, en medio de un mundo en que los hijos de Dios se mueren de hambre por falta de esos bienes, es un insulto a Dios, Padre de todos. Si entendemos correctamente la parábola de los Talentos, sabemos que yo tengo para que todos tengan, Dios me lo ha dado a mí porque cuenta conmigo para la solución de los problemas de todos. No pocas personas se preguntan: “¿cuánto tengo que dar?”. En realidad están preguntando: “de lo que me sobra, después mantener el tren de vida habitual en mi sociedad, ¿qué tanto por ciento me justifica ante Dios?”. A esa pregunta, Jesús no respondería más que con otra pregunta: “¿Cómo andas de compasión? ¿hasta qué punto te importa que miles de hermanos tuyos se mueran de hambre?”
Inmersos en una sociedad de abundancia, acostumbrados a niveles de vida que nos parecen normales, nos vemos retratados, una vez más, por las escenas del evangelio: quizá somos tan insensatos que sólo pensamos en poseer y disfrutarlo. Jesús piensa que estamos tirando la vida. En resumen, el dinero, como todas las realidades de esta vida, (la salud, las cualidades...) es un medio, algo que me permite "comprar cosas".
Podemos comprar cosas satisfactorias a corto plazo, pero no duraderas. El Evangelio invita a "invertir bien", desechando valores que al final nos dejarán sin nada. El código de valores de Jesús es el Sermón del Monte, y su núcleo, las Bienaventuranzas. Jesús es el modelo de los que "están en el Reino". Es grano de trigo enterrado para servir de alimento. Dejó su casa, su seguro oficio, su familia, para dedicarse del todo al Reino.
No contaba con el dinero para difundir el Reino. Vivía de lo que le daban. No tuvo que hacer testamento. Se murió desnudo, sin más tesoros que los de su alma, los que le siguen a uno hasta la vida eterna.
ORACIÓN
Sugiero que recitemos juntos “el pregón del Reino”, las Bienaventuranzas. Son los criterios de Jesús. Hagámoslo con humildad. Muy probablemente no son éstos, de hecho, nuestros criterios. Al recitarlas, pidamos a Dios que haga nuestro corazón semejante al de su Hijo.
Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos
Dichosos los mansos,
porque poseerán la tierra
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque alcanzarán misericordia
Dichosos los limpios de corazón,
porque verán a Dios.
Dichosos los que buscan la paz,
porque serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
NUESTRA POBREZA
(dedicado más especialmente a l@s religios@s, pero también a la iglesia en general)
(dedicado más especialmente a l@s religios@s, pero también a la iglesia en general)
1.- APOSTOLADO DESDE LA POBREZA O DESDE LA RIQUEZA.
Todos nuestros fundadores, sin excepción, han insistido en el tema de la pobreza.
Curiosamente, San Ignacio en las Constituciones de la Compañía manda que el tema de la pobreza no se revise si no es para apretarla. Ellos saben muy bien que los demonios más peligrosos para una congregación religiosa son el dinero, el prestigio y el poder. Hay un ejemplo claro y preocupante en los primeros años de la Compañía, que se muestra bien en la vida de Francisco de Javier. Javier empieza su vida apostólica viviendo en los hospitales, dedicando mucho tiempo a curar a los enfermos y pedir limosna para ellos, y dedicándose a dar catequesis a los niños y los esclavos.
Él es pobre, atiende a los pobres y su impacto en la sociedad es formidable. También los otros jesuitas hacía lo mismo. Y también causaron enorme impacto. Éste impacto les llevó al éxito. Las clases importantes de la sociedad acudieron a ellos, les construyeron templos, les dotaron de medios de vida; abrieron colegios en los que se enseñaba más a los influyentes que a los necesitados ... y acabaron cómodamente instalados en una sociedad que tenía muy poco que ver con el Reino; ganaron en influencia y presagio, pero perdieron su capacidad profética; tuvieron muchas vocaciones, pero vise instalaron en la mediocridad. Y, como siempre, le enmendaron la plana a Jesús: no trabajaron por el reino de abajo a arriba, de dentro a fuera, sino de arriba a abajo, desde fuera, no procurando tanto la conversión del corazón sino la imposición y la importancia exterior. Afortunadamente, esos tiempos han pasado; como tantas cosas que hoy se ven como problemas de la iglesia, me parecen más bien gracias de Dios que nos han quitado lo que más nos estorbaba para anunciar el Reino.
2.- ¿PODEMOS SER POBRES?
Por supuesto que, viviendo en el primer mundo, y además más bien instalados en las zonas medias de la sociedad, dejamos de pertenecer al mundo de los pobres. Pertenecemos a congregaciones generalmente bien instaladas, que disponen de medios más que suficientes. Nuestro presente y nuestro futuro, al menos inmediato, está seguros. Así que nunca tendremos la primera y peor característica del pobre: la inseguridad.
Por otra parte, nuestra vida está asegurada en todos sus aspectos: comida, vestido, casa, comodidades normales de la vida de Occidente. Muchas veces, si nos quieren hacer un regalo, tenemos que decir “no necesito nada” (a menos que sea un capricho). Nosotros no sabemos quizá qué cenaremos hoy, pero la inmensa mayoría de los pobres del mundo no saben si cenarán, o saben que no cenarán.
Por tanto, es difícil entender qué queremos decir con nuestro voto de pobreza, y qué significa nuestra pobreza en la iglesia a que pertenecemos, a esta iglesia rica, instalada, que entiende la solidaridad con los pobres como una cuestión porcentual, sin que llegue a modificar su tren de vida.
Creo que la única vía de salida está en las palabras de Jon Sobrino: lo único que puede salvar a Occidente es la austeridad solidaria. Lo único que puede salvar la capacidad de con-padecer de esta sociedad es el contacto con las necesidades del mundo, que lleve a limitar el gasto y el consumo para ayudar a otros.
Para nosotros los religiosos, esto tiene una traducción inmediata y evidente: nuestra pobreza puede consistir simplemente en austeridad y servicialidad. Austeridad debe significar para nosotros un discernimiento profundo sobre mis necesidades, para descubrir cuánto de ellas son verdaderas necesidades y cuánto caprichos o concesiones a la clase social en que nos movemos o nos hemos movido. Es, a la vez, un camino de libertad y un servicio a la iglesia: nuestra sociedad ha convertido en necesidades sus caprichos: necesita ver que otros viven felices (mucho más felices y mucho, más libres) con mucho menos. La iglesia de aquí necesita profetas, testigos de la austeridad, de la sencillez, de la libertad ante las mil imposiciones que nos amenazan cada día.
Además, y de forma aún más importante, más exigente y más profética, el ejercicio real de la pobreza se traduce en disponibilidad. No considerar lo que tengo como mío sino como nuestro, pasar también aquí del yo al nosotros, entenderlo todo como talento. Amarás al prójimo como a ti mismo significa también que poseerás para los otros como para ti mismo. Tenerlo todo siempre a disposición del que lo necesite significa entenderse no como amo sino como administrador.
Y uno de nuestros talentos, más cuanto más jubilados, es el tiempo, que tanta oportunidad ofrece a la disponibilidad. ¿Para qué tengo “mi” tiempo? Aquí sí que se aplica estrictamente aquello de no perder el tiempo en cosas que se quedan aquí, donde roe la polilla.
El joven rico del evangelio se asustó cuando Jesús le propuso todo esto. Los discípulos lo vieron como imposible y escandaloso, la iglesia lo hemos atemperado y domesticado sin piedad .... y todos lo hacemos porque no entendemos que todo esto es una bienaventuranza: “Dichosos los pobres” no significa que los miserables son mejores, ni hay que vivir como mendigos, pero sí significa que si somos más austeros seremos más libres, si somos más serviciales y solidarios nos sentiremos mucho mejor ... Podemos parafrasear a Jesús diciendo “qué felices seríais si no fuerais esclavos de vuestros caprichos, de vuestros deseos; qué felices seríais si no adorarais a vuestro yo; qué felices serías, en resumen, si aceptaseis la Sabiduría y no os fiaseis tanto de vuestras pequeñas y miopes sabidurías”
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