El es nuestra paz, el que de dos hizo uno, derribando con su cuerpo el muro que los separaba.
(Ef 2,14)
Nuestro mundo está hoy marcado por la diversidad y pluralidad de tendencias, de ideas, de sueños... Amamos ese dinamismo de lo diferente, pero nos asusta no saber manejarlo y que eso nos lleve a veces a posturas defensivas, a mantener las fronteras que nos dan seguridad.
Pero hoy más que nunca la realidad y sobre todo nuestra fe, nos llama a salir de nuestras seguridades, a romper las inercias, para tocar lo que nos acerca al otro/a, lo que posibilita el diálogo, lo que nos puede unir en la diversidad.
Cuando los primeros discípulos y discípulas de Jesús experimentan que ha resucitado, sus vidas cambian y su horizonte se sitúa en la urgencia del anuncio de lo que había transformado sus vidas. Sus fronteras locales, su mundo conocido comienzan a estirarse y poco a poco van cayendo en la cuenta de que hay otras voces, otras miradas capaces de sentir lo que ellos sintieron.
El camino sin embargo no va a ser fácil, la confrontación con el judaísmo se agudiza, porque el testimonio de la vida de Jesús, sus opciones, el novedoso rostro de Dios que él proclamaba los lanzaba más allá de los límites de su cultura y sobre todo comenzaba a empujarlos, también más allá de los parámetros de su religión
El martirio de Esteban, que nos relatan los Hechos de los apóstoles, nos muestra como un grupo más audaz dentro del incipiente movimiento cristiano, comienza a cuestionar (Hech 6, 8-15) las líneas que definían la religión judía.
Su grupo huye de Jerusalén y se dispersa predicando la Buena Noticia de Jesús más allá del territorio judío (Hech 8, 1-2; 11, 19-21). Esta nueva situación hace posible la entrada en el movimiento a gentes no judías y con ellos a una nueva sensibilidad, culturas diferentes.
Uno de los lugares paradigmáticos de esta experiencia será Antioquía de Siria, donde comienza a surgir una comunidad mixta que va a provocar los primeros conflictos internos.
La presencia de cristianos sin las señas de identidad judía da lugar el primer encuentro ecuménico de la aún naciente religión: el concilio de Jerusalén. Allí se experimenta que más allá de los modos y las costumbres lo importante es creer en la buena noticia de Jesús resucitado (Hech 15, 7- 11) por que lo que realmente está en juego, no es ser judío o griego sino mantener la unidad en la diversidad.
En el fondo de aquel acuerdo late el recuerdo de aquel encuentro de Jesús con la mujer pagana, en el que ella fue capaz con su palabra sencilla, de entablar un diálogo fecundo con Jesús, yendo más allá de las propias tradiciones identitarias para hacer sentir la universalidad de la salvación (Mc 7, 24-30)
Pero este momento no será el final, esta apertura a la “ecumene”, al mundo conocido, a las fronteras inacabadas abre nuevos desafíos ante los que ya no hay recetas y hay que ir poco a poco abriendo espacios nuevos, palabras nuevas y esto no se hará sin tensiones ni riesgos.
Pablo, personaje paradigmático, en toda esta historia, mostrará en su biografía y en sus cartas, las dificultades del diálogo en los ámbitos plurales y religiosos en los que se fraguan las comunidades que va fundando.
Para él, la muerte y resurrección de Jesús será el ámbito fundamental de encuentro, el espacio ecuménico, y de tal manera, que su propia vida se hace experiencia pascual para posibilitar el anuncio universal de la salvación (Rm 15, 14-32).
(Ef 2,14)
Nuestro mundo está hoy marcado por la diversidad y pluralidad de tendencias, de ideas, de sueños... Amamos ese dinamismo de lo diferente, pero nos asusta no saber manejarlo y que eso nos lleve a veces a posturas defensivas, a mantener las fronteras que nos dan seguridad.
Pero hoy más que nunca la realidad y sobre todo nuestra fe, nos llama a salir de nuestras seguridades, a romper las inercias, para tocar lo que nos acerca al otro/a, lo que posibilita el diálogo, lo que nos puede unir en la diversidad.
Cuando los primeros discípulos y discípulas de Jesús experimentan que ha resucitado, sus vidas cambian y su horizonte se sitúa en la urgencia del anuncio de lo que había transformado sus vidas. Sus fronteras locales, su mundo conocido comienzan a estirarse y poco a poco van cayendo en la cuenta de que hay otras voces, otras miradas capaces de sentir lo que ellos sintieron.
El camino sin embargo no va a ser fácil, la confrontación con el judaísmo se agudiza, porque el testimonio de la vida de Jesús, sus opciones, el novedoso rostro de Dios que él proclamaba los lanzaba más allá de los límites de su cultura y sobre todo comenzaba a empujarlos, también más allá de los parámetros de su religión
El martirio de Esteban, que nos relatan los Hechos de los apóstoles, nos muestra como un grupo más audaz dentro del incipiente movimiento cristiano, comienza a cuestionar (Hech 6, 8-15) las líneas que definían la religión judía.
Su grupo huye de Jerusalén y se dispersa predicando la Buena Noticia de Jesús más allá del territorio judío (Hech 8, 1-2; 11, 19-21). Esta nueva situación hace posible la entrada en el movimiento a gentes no judías y con ellos a una nueva sensibilidad, culturas diferentes.
Uno de los lugares paradigmáticos de esta experiencia será Antioquía de Siria, donde comienza a surgir una comunidad mixta que va a provocar los primeros conflictos internos.
La presencia de cristianos sin las señas de identidad judía da lugar el primer encuentro ecuménico de la aún naciente religión: el concilio de Jerusalén. Allí se experimenta que más allá de los modos y las costumbres lo importante es creer en la buena noticia de Jesús resucitado (Hech 15, 7- 11) por que lo que realmente está en juego, no es ser judío o griego sino mantener la unidad en la diversidad.
En el fondo de aquel acuerdo late el recuerdo de aquel encuentro de Jesús con la mujer pagana, en el que ella fue capaz con su palabra sencilla, de entablar un diálogo fecundo con Jesús, yendo más allá de las propias tradiciones identitarias para hacer sentir la universalidad de la salvación (Mc 7, 24-30)
Pero este momento no será el final, esta apertura a la “ecumene”, al mundo conocido, a las fronteras inacabadas abre nuevos desafíos ante los que ya no hay recetas y hay que ir poco a poco abriendo espacios nuevos, palabras nuevas y esto no se hará sin tensiones ni riesgos.
Pablo, personaje paradigmático, en toda esta historia, mostrará en su biografía y en sus cartas, las dificultades del diálogo en los ámbitos plurales y religiosos en los que se fraguan las comunidades que va fundando.
Para él, la muerte y resurrección de Jesús será el ámbito fundamental de encuentro, el espacio ecuménico, y de tal manera, que su propia vida se hace experiencia pascual para posibilitar el anuncio universal de la salvación (Rm 15, 14-32).
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