En la fiesta de la Ascensión del Señor, que en Colombia se celebra el domingo siguiente al cumplimiento de los cuarenta días de haberse conmemorado su Resurrección, las lecturas bíblicas de hoy [Hechos 1, 1-11; Salmo 47 (46); Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53] nos invitan a reflexionar sobre lo que decimos en el Credo: que Jesucristo resucitado “subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre”.
No se trata de la subida física a las alturas de un superhéroe como los de las historietas, sino de un misterio que consiste en la exaltación o glorificación de Jesús, quien como nos dice san Pablo en la segunda lectura, fue resucitado por Dios Padre de entre los muertos para hacerlo en su naturaleza humana plenamente partícipe de la gloria divina, “sentándolo a su derecha en el cielo”, como el Apóstol san Pablo con el empleo de una imagen simbólica tomada de la costumbre que en aquella época tenían los reyes de hacer subir y situar junto a su trono, a su derecha, a quienes se habían distinguido por el cumplimiento cabal de la misión que les había sido encomendada.
La frase inmediatamente anterior del Credo en su versión mas antigua –que es la más breve-, dice que Jesús “descendió a los infiernos”. La palabra “infiernos” traduce aquí literalmente los “lugares inferiores”, que en hebreo se denominan con el término sheol, y expresa simbólicamente lo que podemos llamar el “lugar de los muertos”. Así, pues, lo que el Credo afirma es que Jesús, después de haber “bajado” en su naturaleza humana hasta la condición de los muertos, ha “subido”, también en su naturaleza humana, al estado glorioso de una vida eternamente feliz. Este hecho, que los Evangelios narran con la imagen de una subida física, es en realidad un acontecimiento de orden espiritual.
Del relato de los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura, podemos destacar aquella frase que oyen al final los discípulos de Jesús: “¿Qué hacen ustedes ahí plantados mirando al cielo?” Se trata de una invitación hecha también a nosotros para que, con los pies bien puestos en la tierra, nos dispongamos a colaborar activamente en la misión que Jesucristo resucitado les encomienda a sus discípulos, tal como la indica el Evangelio: “en su nombre se anunciará a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas”. Para ello necesitamos el poder de Dios que nos comunica el Espíritu Santo, que es precisamente a lo que se refiere Jesús cuando dice: “Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió (…); ustedes quédense aquí (…) hasta que reciban el poder que viene del cielo”.
Al celebrar el misterio de la Ascensión del Señor, animados por la fe en Jesucristo resucitado cuya naturaleza humana participa ya de la gloria de Dios Padre en la eternidad, renovemos nuestra esperanza en que, si procuramos seguir las enseñanzas de Jesús y nos identificamos así con Él, también nosotros poseeremos el mismo estado de vida nueva y felicidad plena sin fin que expresamos cuando nos referimos al “cielo”.
2. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
Este domingo tiene lugar también en la Iglesia Católica la cuadragésima cuarta Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Hace 44 años, siguiendo la directriz trazada por el Concilio Vaticano II, comenzó a celebrarse anualmente esta Jornada para promover los valores éticos en el uso de los medios de comunicación. El mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada de este Año 2010 proclamado por el mismo Santo Padre como el Año Sacerdotal, lleva por título «El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra» (ver el documento completo en www.google.com, bajo el término Mensaje Jornada Mundial Comunicaciones 2010).
Dice el Papa en su mensaje: “El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios, por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la Iglesia para una comunión amplia y concreta; a ser testigos en el mundo actual de la vida renovada que surge de la escucha del Evangelio de Jesús, el Hijo eterno que ha habitado entre nosotros para salvarnos”
3. Semana de oración por la unidad de los cristianos
Este domingo comienza la semana de oración por la unidad de los cristianos que culminará el domingo de Pentecostés, la gran fiesta de la comunicación lograda por el Espíritu Santo que, gracias al lenguaje del amor, hace posible el entendimiento entre todos los seres humanos respetando su pluralidad y sus diferencias.
Oremos por la unidad de todas las personas creyentes en Jesucristo, que no equivale a la uniformidad externa, sino a una disposición interior para formar una comunidad global de amor en la que todos y todas no reconozcamos efectivamente como hijos e hijas de un mismo Creador, y por lo mismo como hermanos y hermanas, deponiendo los enfrentamientos y uniéndonos en la búsqueda de una convivencia constructiva.-
No se trata de la subida física a las alturas de un superhéroe como los de las historietas, sino de un misterio que consiste en la exaltación o glorificación de Jesús, quien como nos dice san Pablo en la segunda lectura, fue resucitado por Dios Padre de entre los muertos para hacerlo en su naturaleza humana plenamente partícipe de la gloria divina, “sentándolo a su derecha en el cielo”, como el Apóstol san Pablo con el empleo de una imagen simbólica tomada de la costumbre que en aquella época tenían los reyes de hacer subir y situar junto a su trono, a su derecha, a quienes se habían distinguido por el cumplimiento cabal de la misión que les había sido encomendada.
La frase inmediatamente anterior del Credo en su versión mas antigua –que es la más breve-, dice que Jesús “descendió a los infiernos”. La palabra “infiernos” traduce aquí literalmente los “lugares inferiores”, que en hebreo se denominan con el término sheol, y expresa simbólicamente lo que podemos llamar el “lugar de los muertos”. Así, pues, lo que el Credo afirma es que Jesús, después de haber “bajado” en su naturaleza humana hasta la condición de los muertos, ha “subido”, también en su naturaleza humana, al estado glorioso de una vida eternamente feliz. Este hecho, que los Evangelios narran con la imagen de una subida física, es en realidad un acontecimiento de orden espiritual.
Del relato de los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura, podemos destacar aquella frase que oyen al final los discípulos de Jesús: “¿Qué hacen ustedes ahí plantados mirando al cielo?” Se trata de una invitación hecha también a nosotros para que, con los pies bien puestos en la tierra, nos dispongamos a colaborar activamente en la misión que Jesucristo resucitado les encomienda a sus discípulos, tal como la indica el Evangelio: “en su nombre se anunciará a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas”. Para ello necesitamos el poder de Dios que nos comunica el Espíritu Santo, que es precisamente a lo que se refiere Jesús cuando dice: “Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió (…); ustedes quédense aquí (…) hasta que reciban el poder que viene del cielo”.
Al celebrar el misterio de la Ascensión del Señor, animados por la fe en Jesucristo resucitado cuya naturaleza humana participa ya de la gloria de Dios Padre en la eternidad, renovemos nuestra esperanza en que, si procuramos seguir las enseñanzas de Jesús y nos identificamos así con Él, también nosotros poseeremos el mismo estado de vida nueva y felicidad plena sin fin que expresamos cuando nos referimos al “cielo”.
2. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
Este domingo tiene lugar también en la Iglesia Católica la cuadragésima cuarta Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Hace 44 años, siguiendo la directriz trazada por el Concilio Vaticano II, comenzó a celebrarse anualmente esta Jornada para promover los valores éticos en el uso de los medios de comunicación. El mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada de este Año 2010 proclamado por el mismo Santo Padre como el Año Sacerdotal, lleva por título «El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra» (ver el documento completo en www.google.com, bajo el término Mensaje Jornada Mundial Comunicaciones 2010).
Dice el Papa en su mensaje: “El desarrollo de las nuevas tecnologías y, en su dimensión más amplia, todo el mundo digital, representan un gran recurso para la humanidad en su conjunto y para cada persona en la singularidad de su ser, y un estímulo para el debate y el diálogo. Pero constituyen también una gran oportunidad para los creyentes. Ningún camino puede ni debe estar cerrado a quien, en el nombre de Cristo resucitado, se compromete a hacerse cada vez más prójimo del ser humano. Los nuevos medios, por tanto, ofrecen sobre todo a los presbíteros perspectivas pastorales siempre nuevas y sin fronteras, que lo invitan a valorar la dimensión universal de la Iglesia para una comunión amplia y concreta; a ser testigos en el mundo actual de la vida renovada que surge de la escucha del Evangelio de Jesús, el Hijo eterno que ha habitado entre nosotros para salvarnos”
3. Semana de oración por la unidad de los cristianos
Este domingo comienza la semana de oración por la unidad de los cristianos que culminará el domingo de Pentecostés, la gran fiesta de la comunicación lograda por el Espíritu Santo que, gracias al lenguaje del amor, hace posible el entendimiento entre todos los seres humanos respetando su pluralidad y sus diferencias.
Oremos por la unidad de todas las personas creyentes en Jesucristo, que no equivale a la uniformidad externa, sino a una disposición interior para formar una comunidad global de amor en la que todos y todas no reconozcamos efectivamente como hijos e hijas de un mismo Creador, y por lo mismo como hermanos y hermanas, deponiendo los enfrentamientos y uniéndonos en la búsqueda de una convivencia constructiva.-
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