Publicado por El Blog de X. Pikaza
Hoy, primer domingo de Mayo, se celebra en diversos lugares el Día de la Madre, al menos en línea “comercial”. Aprovecho la ocasión para felicitar a las madres del blog (con todas las madres) y para reflexionar sobre el símbolo de la madre, desde la perspectiva de la psicología de ya las religiones.
Se dice que la Madre es palabra de vida: el primer conocimiento, figura suprema de la que nacen y viven los humanos, la más valiosa de las teofanías. Mientras siga habiendo madre y ella sea el símbolo primero habrá Dios o, a lo menos, un impulso que lleva a lo divino. Si un día pudiéramos «fabricar» hominoides sin madre es muy posible que dejara de haber Dios (pero también dejaría de haber seres humanos).
Sobre la madre quiero reflexionar, desde una perspectiva psicológico, antropológica y de historia de las religiones. Quisiera que las mujeres del blog me ayudaran a plantear el tema, en un tiempo crucial como el nuestro, que es tiempo de “crisis” madre. Están cambiando los esquemas de la vida de muchas personas. ¿Cambia la madre?
Tesis básica: Para el evangelio, varón y mujer son iguales: son personas, en comunión histórica, superando el estereotipo de la mujer madre-esposa subordinada y del varón vencedor. Ciertamente pueden realizar funciones distintas, según las culturas (la mujer es más engendradora, el varón más productor...), pero ambos son portadores de palabra, personas. En sa línea, la madre es la primera experiencia de la vida humana, pero, al mismo tiempo, ella es un reto, una tarea.
Plano psicológico. Los niveles de la figura materna
Se que la madre es un signo natural ya superado, anterior al desarrollo masculino, propio de pueblos matriarcales. Pero esa forma de dividir lo antiguo y nuevo es discutible. Sin duda, en cuanto engendradora, ella parece más cercana a la naturaleza, pero en cuanto humana evoca intensas experiencias culturales (personales), como primera palabra humana de la vida. En ese contexto, de un modo introductorio, para enfocar su sentido, podemos presentarla como realidad natural (fuente de vida para el niño), fantasía evasiva (que impide madurar) o símbolo personal.
1. Realidad natural, mundo. Se ha dicho que todos los niños nacen del Espíritu Santo, como Jesús de Nazaret, y en un nivel es cierto. Pero, en otro plano, todos, incluso Jesús, nacen de la carne, es decir, del proceso del mundo que es madre (padre-madre). Los restantes modelos mentales y sistemas (de Hegel al neo-liberalismo) son secundarios y pueden volverse ideología. La realidad dura y resistente es que nacemos de madre: mientras exista madre-mundo habrá humanidad y apertura a Dios (cf. Is 7, 14).
2. Fantasía evocadora, creadora y/o peligrosa (=fantasma). El niño es como una madre expandida; la madre es dios para el niño. Pues bien, para engendrarle plenamente, la madre tiene que separar de sí al niño, en un proceso lleno de riqueza y ambivalencia (en el que suele influir también el padre). En ese contexto, la madre puede aparecer como fantasma, una fantasía rica y amenazadora, amable y perturbadora (nos sigue dominando, no nos deja ser autónomos). Ella suele recibir rasgos de diosa benéfica (potencia de amor en que nacemos y vivimos) y figura de monstruo (aterra a quienes se sienten dominados por ella.) Fue necesaria y buena en el origen, pero puede acabar siendo una figura impositiva (nos impide ser, no nos deja en libertad).
3. Símbolo personal. Como fantasma pre-consciente, la madre nos precedía y podía cerrarnos el camino, impidiendo que llegáramos a tener autonomía. Pues bien, cuando el proceso del crecimiento está bien realizado, la madre se vuelve símbolo de surgimiento y maduración: nos ofrece su amor primero y con él la garantía de que podemos realizarnos de una forma libre, dialogando con otros humanos. Los animales provienen de una engendradora, en el plano natural. Los hombres, en cambio, nacen de madre: No han brotado, sin más, de la tierra o de la naturaleza, sino de alguien que les ofrece libertad y comunicación amorosa, haciéndoles personas. Por nacer de madre (después aludiremos al padre) los hombres pueden ser autónomos y tener religión, sabiendo que hay Dios. Cf E. NEUMANN, Storia delle origini della coscienza, Astrolabio, Roma 1978; R. HAMERTON-KELLY, God The Father, Fortress, Philadelphia 1979. Sobre la madre como fantasía y símbolo, en diálogo con G. Jung, H. U. von Barthasar y H. Küng he tratado en Fenómeno Religioso, pp. 81-92.
Estas perspectivas se vinculan y es difícil separarlas. La figura materna forma parte de la condición actual de los hombres, de su forma de nacer y hacerse persona; por eso seguimos diciendo que ella, como fantasma y/o símbolo, les abre y capacita para descubrir y realizar la vida como palabra de amor conflictivo (cf. Gen 2, 23-25). Ésta es la tarea de la madre (y padre): dar vida a un individuo nuevo (persona), para que pueda buscar y trazar su identidad. Esta es su condición: es gracia liberadora. Pero ella puede pervertirse, apareciendo como principio opresor. Por eso debemos pasar de la Madre-Fantasma (diosa opresora) a la Madre-Persona.
Estamos en la línea que va de la madre natural (nuestro punto de partida, como seres en el mundo), a través de un camino de riesgos (fantasmas), al símbolo materno, tal como culmina, por ejemplo en las Bodas del Cordero del Apocalipsis (donde la Madre se hace Novia y signo de amor para todos los salvados). Teóricamente, esos momentos (madre natural, fantasma, símbolo) pueden separarse, pero en la práctica se vinculan. La madre empieza siendo fecundidad física (de phyô: hacer nacer), en línea de surgimiento material (mater: madre). De esa madre venimos. Por eso conservamos el recuerdo de un tiempo en que ella era fuente universal de vida (más que persona concreta). Lo era todo, no nos dejaba ser independientes.
Madre original, el riesgo de la madre
La madre-diosa natural, que acuna y protege en su poder engendrador a los humanos, puede volverse peligrosa. Ella es comunicación primera, pero puede cerrarse y cerrarnos, sin dejar espacio para el diálogo. En principio, no necesita marido a su lado (el varón no ha cobrado autonomía), ni niño en sus brazos, pues basta y se vale como signo completo de vida. En este momento no es aun persona, sino pura maternidad: naturaleza engendradora, vientre-pechos. No suele aparecer en forma aislada, sino unida a otros símbolos, pero es el más importante. Ella define la historia, es la primera teodicea, que se expresa en dos posibilidades.
1. Gran Madre, maternidad primera. Ha sido representada desde el neolítico como mujer gestante con anchas caderas y pecho, sin rostro (individualidad) ni manos (no importa lo que hace). Es básicamente generadora. Pertenece a un estadio en parte superado de la cultura; pero sigue influyendo, como sentimiento oceánico, de totalidad sagrada, de la que nacemos y dependemos, y como sacralidad cósmica. Ella es Todo: el mismo cosmos. No es masculina o femenina, pues no hay a su lado alteridad (marido, ni hijos): es lo Absoluto, Océano de vida. He presentado el tema en Hombre 39-86. Interpretación bíblica en Amiga de Dios, San Pablo, Madrid 1996, pp. 214-258.
2. Madre Asesinada, naturaleza domada. La formulación más incisiva de este tema la ofrece el mito de Tiamat asesinada por Marduk. Para conseguir su objetivo y hacerse autónomos, los hijos se alzan contra la madre y la matan, construyendo un orden racional de violencia. Este mito preside nuestra cultura occidental, científica, moderna. Quien piense que la madre es inocente, verá la escena como matricidio. Quien tenga miedo a la madre dirá que este mito es liberador.
El hecho es que «hemos matado a la madre» o corremos el riesgo de hacerlo, construyendo una cultura masculina de poder, una cultura del orden de la guerra, que destruye para siempre a la naturaleza. María, madre de Jesús, no oprime al Hijo, sino que le engendra para la libertad. Algunos piensan que la visión de una madre celeste ha contribuido a dejar en minoría de edad (de responsabilidad) a ciertos cristianos, que no han «matado» sino coronado a la Madre divina: cf. E. DREWERMANN, Clérigos, Trotta, Madrid 1995.
Una visión puramente materna de la realidad (fecundidad) resulta insuficiente. Varón y mujer han de unirse para engendrar en amor y libertad nuevas personas. La mujer no es sólo madre, ni la maternidad es sólo femenina. De todas formas, la Biblia había prohibido las imágenes de Dios; pensando sobre todo en las Asheras fuertes, ricas, tentadoras (cf. Ex 20, 4). Ellas han recibido un nuevo poder en María, rostro materno de Dios, feminidad divina. He desarrollado el tema en Hombre y mujer en las religiones, EVD, Estella 1996. Cf. R. RADFORD RUETHER, Gaia y Dios: Una teología ecofemenista para la recuperación de la tierra, DEMAC, México 1993; C. P. CHRIST, «Por qué las mujeres necesitan a la Diosa», en M. J. RESS (y otras), Del Cielo a la Tierra, Cuatro Vientos, Santiago 1994, pp. 159-173; M. STONE, When God was a Woman, Hancourt, New York 1976; M. GIMBUTAS, The Civilization of the Goddess, Harper, San Francisco 1991.
Figuras divinas de la madre
Una humanidad que mata a su madre acaba matándose a sí misma. Este es el tema que plantea de manera cada vez más fuerte la antropología ecológica. De la guerra de Marduk pasamos a las técnicas modernas de dominio sobre la naturaleza. El rechazo de esta visión materna de Dios, que se identifica con la naturaleza madre, puede llevarnos a la destrucción de todas las formas de vida del mundo. Pero volvamos a la figura sagrada femenina y evocamos algunas de sus formas:
1. Madre desposada: esposa celeste. Algunas culturas (como la náhuatl de México) vinculan Madre y Padre, Señor y Señora de la dualidad, como el orden primigenio. Normalmente, estos dioses parecen jubilados (ociosos), sin hondura personal, pues se limitan a engendrar: sólo son generadores; están al principio de las aguas, en las raíces de la vida. Pero en otro plano, la mujer con marido es uno de los signos más profundos de sacralidad: no es pura Madre tierra, sino Persona con amor, acompañada. La Madre de Jesús no es diosa. He desarrollado el tema, dialogando con L. BOFF, El rostro materno de Dios, Paulinas, Madrid 1981, en La Madre de Jesús, Sígueme, Salamanca 1991. Cf. S. BENKO, The Virgin Goddess, STR 49, Leiden 1993; J. C. R. García Paredes, Mariología, BAC, Madrid 1995, pp. 157-190.
2 Madre con Hijo, Reina materna (Isis). Es uno de los testimonios más persistentes de mujer sagrada: ella es (= se hace) importante como madre del Rey, volviéndose Señora y Diosa (en hebreo Gebira). No vale en sí misma, ni siquiera como esposa (pues las esposas son sustituibles), sino como Madre. En esta perspectiva, vigente aún en ciertas culturas patriarcales, la mujer carece de identidad, pero la adquiere al convertirse en madre: se vuelve poderosa con el Hijo (heredero) en sus brazos.
3. Madre con Hija. Deméter, diosa de la tierra, ha tenido con Zeus, esposo y hermano, una hija querida que Hades, dios del subsuelo, ha raptado, mientras ella queda llorando. El llanto de la madre diosa es un elemento clave de muchos mitos y símbolos religiosos: Isis lloraba a su marido muerto (Osiris); la Madre María a Jesús crucificado.
4. Más allá de la madre. Diosa mujer, figura divina. La religión más antigua sacralizaba a la madre como poder de sangre, fecundidad y muerte. Pero en un momento dado, superando ese nivel, los griegos olímpicos han venerado a una serie de mujeres-diosas, con valor personal independiente de la maternidad. Lo mismo hicieron otros pueblos, que nos permiten pasar de la Gran Madre, maternidad hipostática, a la Mujer-Mujer, divina en sí misma.
Isthar, diosa reina (Babilonia), es (más que madre) una expresión femenina del misterio de la realidad: Señora del día y de la noche, Divinidad celeste que preside el ritmo de la vida-muerte, Amiga-amante de todos los humanos.
Anat, diosa (Canaán) tampoco es madre ni esposa estrictamente dicha, sino luchadora, hermana y amiga, que acompaña, reanima y dirige al héroe divino (Baal), para que supere el riesgo de la muerte.
Atenea, Artemisa, Afrodita son figuras independientes (ni esposas ni madres). Atenea simboliza la sabiduría y el orden ciudadano; Artemisa, la naturaleza.
Afrodita, el amor... Ellas reflejan el principio femenino, más que materno-esponsal de la vida, y pueden ser inspiradoras de una nueva visión de la mujer. He estudiado esas figuras en Hombre pp. 95-102, 108-112, 133-139. Sobre los dioses griegos, cf. W. F. OTTO, Los dioses de Grecia, Eudeba, Buenos Aires 1973; ID., La naturaleza de los mitos griegos, Labor, Barcelona 1992.
La madre puede cumplir según eso muchas funciones simbólicas. Ella es necesaria para que los hombres nazcan como humanos, en palabra de amor, como seres engendrados (no fabricados), signo primero y más hondo de Dios. Pero puede convertirse también en fantasía (fantasma) opresor. Por eso, debemos superar su imagen perversa, para descubrirla como palabra que llama sus hijos a vivir en libertad y encontrarla al fin como signo supremo de comunicación y encuentro enamorado, como Novia del Apocalipsis, donde culmina la experiencia cristiana de la gracia.
Se dice que la Madre es palabra de vida: el primer conocimiento, figura suprema de la que nacen y viven los humanos, la más valiosa de las teofanías. Mientras siga habiendo madre y ella sea el símbolo primero habrá Dios o, a lo menos, un impulso que lleva a lo divino. Si un día pudiéramos «fabricar» hominoides sin madre es muy posible que dejara de haber Dios (pero también dejaría de haber seres humanos).
Sobre la madre quiero reflexionar, desde una perspectiva psicológico, antropológica y de historia de las religiones. Quisiera que las mujeres del blog me ayudaran a plantear el tema, en un tiempo crucial como el nuestro, que es tiempo de “crisis” madre. Están cambiando los esquemas de la vida de muchas personas. ¿Cambia la madre?
Tesis básica: Para el evangelio, varón y mujer son iguales: son personas, en comunión histórica, superando el estereotipo de la mujer madre-esposa subordinada y del varón vencedor. Ciertamente pueden realizar funciones distintas, según las culturas (la mujer es más engendradora, el varón más productor...), pero ambos son portadores de palabra, personas. En sa línea, la madre es la primera experiencia de la vida humana, pero, al mismo tiempo, ella es un reto, una tarea.
Plano psicológico. Los niveles de la figura materna
Se que la madre es un signo natural ya superado, anterior al desarrollo masculino, propio de pueblos matriarcales. Pero esa forma de dividir lo antiguo y nuevo es discutible. Sin duda, en cuanto engendradora, ella parece más cercana a la naturaleza, pero en cuanto humana evoca intensas experiencias culturales (personales), como primera palabra humana de la vida. En ese contexto, de un modo introductorio, para enfocar su sentido, podemos presentarla como realidad natural (fuente de vida para el niño), fantasía evasiva (que impide madurar) o símbolo personal.
1. Realidad natural, mundo. Se ha dicho que todos los niños nacen del Espíritu Santo, como Jesús de Nazaret, y en un nivel es cierto. Pero, en otro plano, todos, incluso Jesús, nacen de la carne, es decir, del proceso del mundo que es madre (padre-madre). Los restantes modelos mentales y sistemas (de Hegel al neo-liberalismo) son secundarios y pueden volverse ideología. La realidad dura y resistente es que nacemos de madre: mientras exista madre-mundo habrá humanidad y apertura a Dios (cf. Is 7, 14).
2. Fantasía evocadora, creadora y/o peligrosa (=fantasma). El niño es como una madre expandida; la madre es dios para el niño. Pues bien, para engendrarle plenamente, la madre tiene que separar de sí al niño, en un proceso lleno de riqueza y ambivalencia (en el que suele influir también el padre). En ese contexto, la madre puede aparecer como fantasma, una fantasía rica y amenazadora, amable y perturbadora (nos sigue dominando, no nos deja ser autónomos). Ella suele recibir rasgos de diosa benéfica (potencia de amor en que nacemos y vivimos) y figura de monstruo (aterra a quienes se sienten dominados por ella.) Fue necesaria y buena en el origen, pero puede acabar siendo una figura impositiva (nos impide ser, no nos deja en libertad).
3. Símbolo personal. Como fantasma pre-consciente, la madre nos precedía y podía cerrarnos el camino, impidiendo que llegáramos a tener autonomía. Pues bien, cuando el proceso del crecimiento está bien realizado, la madre se vuelve símbolo de surgimiento y maduración: nos ofrece su amor primero y con él la garantía de que podemos realizarnos de una forma libre, dialogando con otros humanos. Los animales provienen de una engendradora, en el plano natural. Los hombres, en cambio, nacen de madre: No han brotado, sin más, de la tierra o de la naturaleza, sino de alguien que les ofrece libertad y comunicación amorosa, haciéndoles personas. Por nacer de madre (después aludiremos al padre) los hombres pueden ser autónomos y tener religión, sabiendo que hay Dios. Cf E. NEUMANN, Storia delle origini della coscienza, Astrolabio, Roma 1978; R. HAMERTON-KELLY, God The Father, Fortress, Philadelphia 1979. Sobre la madre como fantasía y símbolo, en diálogo con G. Jung, H. U. von Barthasar y H. Küng he tratado en Fenómeno Religioso, pp. 81-92.
Estas perspectivas se vinculan y es difícil separarlas. La figura materna forma parte de la condición actual de los hombres, de su forma de nacer y hacerse persona; por eso seguimos diciendo que ella, como fantasma y/o símbolo, les abre y capacita para descubrir y realizar la vida como palabra de amor conflictivo (cf. Gen 2, 23-25). Ésta es la tarea de la madre (y padre): dar vida a un individuo nuevo (persona), para que pueda buscar y trazar su identidad. Esta es su condición: es gracia liberadora. Pero ella puede pervertirse, apareciendo como principio opresor. Por eso debemos pasar de la Madre-Fantasma (diosa opresora) a la Madre-Persona.
Estamos en la línea que va de la madre natural (nuestro punto de partida, como seres en el mundo), a través de un camino de riesgos (fantasmas), al símbolo materno, tal como culmina, por ejemplo en las Bodas del Cordero del Apocalipsis (donde la Madre se hace Novia y signo de amor para todos los salvados). Teóricamente, esos momentos (madre natural, fantasma, símbolo) pueden separarse, pero en la práctica se vinculan. La madre empieza siendo fecundidad física (de phyô: hacer nacer), en línea de surgimiento material (mater: madre). De esa madre venimos. Por eso conservamos el recuerdo de un tiempo en que ella era fuente universal de vida (más que persona concreta). Lo era todo, no nos dejaba ser independientes.
Madre original, el riesgo de la madre
La madre-diosa natural, que acuna y protege en su poder engendrador a los humanos, puede volverse peligrosa. Ella es comunicación primera, pero puede cerrarse y cerrarnos, sin dejar espacio para el diálogo. En principio, no necesita marido a su lado (el varón no ha cobrado autonomía), ni niño en sus brazos, pues basta y se vale como signo completo de vida. En este momento no es aun persona, sino pura maternidad: naturaleza engendradora, vientre-pechos. No suele aparecer en forma aislada, sino unida a otros símbolos, pero es el más importante. Ella define la historia, es la primera teodicea, que se expresa en dos posibilidades.
1. Gran Madre, maternidad primera. Ha sido representada desde el neolítico como mujer gestante con anchas caderas y pecho, sin rostro (individualidad) ni manos (no importa lo que hace). Es básicamente generadora. Pertenece a un estadio en parte superado de la cultura; pero sigue influyendo, como sentimiento oceánico, de totalidad sagrada, de la que nacemos y dependemos, y como sacralidad cósmica. Ella es Todo: el mismo cosmos. No es masculina o femenina, pues no hay a su lado alteridad (marido, ni hijos): es lo Absoluto, Océano de vida. He presentado el tema en Hombre 39-86. Interpretación bíblica en Amiga de Dios, San Pablo, Madrid 1996, pp. 214-258.
2. Madre Asesinada, naturaleza domada. La formulación más incisiva de este tema la ofrece el mito de Tiamat asesinada por Marduk. Para conseguir su objetivo y hacerse autónomos, los hijos se alzan contra la madre y la matan, construyendo un orden racional de violencia. Este mito preside nuestra cultura occidental, científica, moderna. Quien piense que la madre es inocente, verá la escena como matricidio. Quien tenga miedo a la madre dirá que este mito es liberador.
El hecho es que «hemos matado a la madre» o corremos el riesgo de hacerlo, construyendo una cultura masculina de poder, una cultura del orden de la guerra, que destruye para siempre a la naturaleza. María, madre de Jesús, no oprime al Hijo, sino que le engendra para la libertad. Algunos piensan que la visión de una madre celeste ha contribuido a dejar en minoría de edad (de responsabilidad) a ciertos cristianos, que no han «matado» sino coronado a la Madre divina: cf. E. DREWERMANN, Clérigos, Trotta, Madrid 1995.
Una visión puramente materna de la realidad (fecundidad) resulta insuficiente. Varón y mujer han de unirse para engendrar en amor y libertad nuevas personas. La mujer no es sólo madre, ni la maternidad es sólo femenina. De todas formas, la Biblia había prohibido las imágenes de Dios; pensando sobre todo en las Asheras fuertes, ricas, tentadoras (cf. Ex 20, 4). Ellas han recibido un nuevo poder en María, rostro materno de Dios, feminidad divina. He desarrollado el tema en Hombre y mujer en las religiones, EVD, Estella 1996. Cf. R. RADFORD RUETHER, Gaia y Dios: Una teología ecofemenista para la recuperación de la tierra, DEMAC, México 1993; C. P. CHRIST, «Por qué las mujeres necesitan a la Diosa», en M. J. RESS (y otras), Del Cielo a la Tierra, Cuatro Vientos, Santiago 1994, pp. 159-173; M. STONE, When God was a Woman, Hancourt, New York 1976; M. GIMBUTAS, The Civilization of the Goddess, Harper, San Francisco 1991.
Figuras divinas de la madre
Una humanidad que mata a su madre acaba matándose a sí misma. Este es el tema que plantea de manera cada vez más fuerte la antropología ecológica. De la guerra de Marduk pasamos a las técnicas modernas de dominio sobre la naturaleza. El rechazo de esta visión materna de Dios, que se identifica con la naturaleza madre, puede llevarnos a la destrucción de todas las formas de vida del mundo. Pero volvamos a la figura sagrada femenina y evocamos algunas de sus formas:
1. Madre desposada: esposa celeste. Algunas culturas (como la náhuatl de México) vinculan Madre y Padre, Señor y Señora de la dualidad, como el orden primigenio. Normalmente, estos dioses parecen jubilados (ociosos), sin hondura personal, pues se limitan a engendrar: sólo son generadores; están al principio de las aguas, en las raíces de la vida. Pero en otro plano, la mujer con marido es uno de los signos más profundos de sacralidad: no es pura Madre tierra, sino Persona con amor, acompañada. La Madre de Jesús no es diosa. He desarrollado el tema, dialogando con L. BOFF, El rostro materno de Dios, Paulinas, Madrid 1981, en La Madre de Jesús, Sígueme, Salamanca 1991. Cf. S. BENKO, The Virgin Goddess, STR 49, Leiden 1993; J. C. R. García Paredes, Mariología, BAC, Madrid 1995, pp. 157-190.
2 Madre con Hijo, Reina materna (Isis). Es uno de los testimonios más persistentes de mujer sagrada: ella es (= se hace) importante como madre del Rey, volviéndose Señora y Diosa (en hebreo Gebira). No vale en sí misma, ni siquiera como esposa (pues las esposas son sustituibles), sino como Madre. En esta perspectiva, vigente aún en ciertas culturas patriarcales, la mujer carece de identidad, pero la adquiere al convertirse en madre: se vuelve poderosa con el Hijo (heredero) en sus brazos.
3. Madre con Hija. Deméter, diosa de la tierra, ha tenido con Zeus, esposo y hermano, una hija querida que Hades, dios del subsuelo, ha raptado, mientras ella queda llorando. El llanto de la madre diosa es un elemento clave de muchos mitos y símbolos religiosos: Isis lloraba a su marido muerto (Osiris); la Madre María a Jesús crucificado.
4. Más allá de la madre. Diosa mujer, figura divina. La religión más antigua sacralizaba a la madre como poder de sangre, fecundidad y muerte. Pero en un momento dado, superando ese nivel, los griegos olímpicos han venerado a una serie de mujeres-diosas, con valor personal independiente de la maternidad. Lo mismo hicieron otros pueblos, que nos permiten pasar de la Gran Madre, maternidad hipostática, a la Mujer-Mujer, divina en sí misma.
Isthar, diosa reina (Babilonia), es (más que madre) una expresión femenina del misterio de la realidad: Señora del día y de la noche, Divinidad celeste que preside el ritmo de la vida-muerte, Amiga-amante de todos los humanos.
Anat, diosa (Canaán) tampoco es madre ni esposa estrictamente dicha, sino luchadora, hermana y amiga, que acompaña, reanima y dirige al héroe divino (Baal), para que supere el riesgo de la muerte.
Atenea, Artemisa, Afrodita son figuras independientes (ni esposas ni madres). Atenea simboliza la sabiduría y el orden ciudadano; Artemisa, la naturaleza.
Afrodita, el amor... Ellas reflejan el principio femenino, más que materno-esponsal de la vida, y pueden ser inspiradoras de una nueva visión de la mujer. He estudiado esas figuras en Hombre pp. 95-102, 108-112, 133-139. Sobre los dioses griegos, cf. W. F. OTTO, Los dioses de Grecia, Eudeba, Buenos Aires 1973; ID., La naturaleza de los mitos griegos, Labor, Barcelona 1992.
La madre puede cumplir según eso muchas funciones simbólicas. Ella es necesaria para que los hombres nazcan como humanos, en palabra de amor, como seres engendrados (no fabricados), signo primero y más hondo de Dios. Pero puede convertirse también en fantasía (fantasma) opresor. Por eso, debemos superar su imagen perversa, para descubrirla como palabra que llama sus hijos a vivir en libertad y encontrarla al fin como signo supremo de comunicación y encuentro enamorado, como Novia del Apocalipsis, donde culmina la experiencia cristiana de la gracia.
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