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domingo, 16 de mayo de 2010

¿Qué hacemos con los diáconos permanentes?


Publicado por Vida Nueva

El Vaticano II aprobó el diaconado permanente para que cada Iglesia decida o no el establecimiento de su figura ¿Una clericalización del laico?, ¿un freno a la pastoral vocacional?… Su papel es hoy aún objeto de debate y en los ‘Enfoques’ abordan este tema el profesor de la Facultad de Teología de Granada, Diego M. Molina, y Josep-Ignasi Saranyana, Miembro del Pontificio Comité de Ciencias Históricas.

Preguntas y retos

(Diego M. Molina- Profesor de la Facultad de Teología de Granada) La primera pregunta que plantea la vuelta a la vida del diaconado como grado permanente del ministerio ordenado es la necesidad de tal ministerio. Una de las razones por las que desapareció el diaconado permanente fue porque las tareas del servicio litúrgico, la predicación de la Palabra y el ámbito de la caridad y la administración podían ser realizadas por otros miembros de la Iglesia, en general por el presbiterado. El reto que se plantea es la configuración del diaconado hoy desde una situación pastoral novedosa.
La segunda pregunta, más técnica, tiene que ver con el carácter sacramental de la ordenación diaconal. Los textos señalan que el diácono recibe su ordenación “para el servicio” y no “para el sacerdocio” (LG 29). Este aspecto le posibilita un estar más en medio de los fieles y un ser vistos sociológicamente (que no teológicamente) como puentes entre el sacerdocio y el laicado.
La tercera cuestión surge de la situación concreta en la que el diaconado permanente se ha restablecido y está en relación directa con la escasez de presbíteros. El diácono aparece entonces como un sustituto del presbítero. El reto que se plantea al diaconado es encontrar su lugar en la Iglesia más allá de la situación concreta de escasez o abundancia de presbíteros.
A partir de estas ideas, se podría pensar un diaconado que ahondara en las siguientes líneas: los diáconos deberían trabajar pastoralmente para que los sacramentos fuesen más efectivos; deberían ser el recuerdo “sacramental” de que el servicio es una dimensión fundamental de la Iglesia y deberían brindar su apoyo a las comunidades nacientes y hacerse presente en las situaciones de misión, fronterizas.



Serios interrogantes teológicos

(Josep-Ignasi Saranyana- Miembro del Pontificio Comité de Ciencias Históricas y Profesor Ordinario de la Universidad de Navarra) La ordenación de diáconos permanentes quizá haya resuelto, en algunos lugares, las carencias asistenciales de muchas comunidades de fieles, pero también ha planteado serios interrogantes teológicos.
En consecuencia, la Comisión Teológica Internacional dedicó dos quinquenios a estudiar con atención la sacramentalidad del diaconado y, sobre todo, la posibilidad de ordenar mujeres “diaconisas”. La tesis de la Comisión es que todo diácono actúa sacramentalmente in persona Christi servi, de forma distinta, por tanto, al sacerdote, que actúa siempre in persona Christi capitis. El carácter de siervo es propio de Cristo, que es, asimismo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia. En consecuencia, si el diácono participa también del carácter esponsal de Cristo, es obvio, como conclusión teológica, que debe ser varón.
Pero, además, los diáconos casados, vistiendo muchas veces un clergyman impecable y paseando del brazo de su mujer, han provocado no pocas perplejidades entre los fieles, más en unas latitudes que en otras. Tienen derecho al traje clerical, porque son clérigos. Por ello, el Concilio advirtió que deben ser las conferencias episcopales las que deben considerar la oportunidad de establecer diáconos permanentes.
Al mismo tiempo, si se consigue substanciar las carencias sacerdotales con diáconos permanentes, cabe la posibilidad de que se enfríe la pastoral vocacional, de modo que habiendo pocas vocaciones para los seminarios diocesanos, se abandone el fomento de ellas.

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