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lunes, 3 de mayo de 2010

Valiente alegato de los religosos sobre pederastia



Me ha gustado el documento de la CONFER sobre la pederastia. Claro, contundente y sin disculpas o ataques a las campañas y demás historias, que siempre son secundarias ante la gravedad misma del hecho. Creo que es la línea que hoy se requiere, acompañada de acciones purficadoras de reconocimiento y apertura de archivos. Con todo va costar limpiar esta imagen donde confluyen dos escándalos, el civil y el cristiano. A ver si este reconocimiento de una culpa tan abominable nos sirve de cura de humildad y de bajar enteros savonarólicos en materia de moral sexual, mientras nos considerábamos impecables, que en parte han provocado el revanchismo existente.

He aquí el texto completo del documento de los religiosos y religiosas españoles:

Los religiosos y religiosas de España estamos comprometidos en nuestro quehacer apostólico, de cualquier clase que sea, con el respeto a la vida y a los derechos de los más pobres y de los más vulnerables de la sociedad. Muchos de nuestros hermanos y hermanas han dedicado y continúan dedicando sus vidas, con ejemplar entrega, a la tarea educativa, pastoral y social de niños y jóvenes que constituyen una de las franjas importantes entre los más vulnerables de nuestro mundo.

Desde este compromiso y dedicación, Confer considera un deber manifestar una palabra pública ante la gravedad de los hechos de abusos a menores que se imputan a sacerdotes y religiosos. Son hechos doblemente graves: ante las leyes civiles y la sociedad, pero más aún ante la Iglesia, en cuanto han sido cometidos por personas que gozaban de la confianza de los padres, los mismos niños y jóvenes y de la comunidad eclesial. Se ha manifestado una conducta en flagrante contradicción con el testimonio que exigía esa confianza fundada en su condición de sacerdotes o religiosos.

Son delitos que trascienden el lugar donde han sido cometidos y se convierten en una mancha global para la vida consagrada y, por tanto, para la Iglesia. Desde aquí queremos manifestar el deseo de acoger, con todo el afecto que nos es posible, a las víctimas y a sus familiares, a quienes se ha herido tan profundamente; queremos escuchar sus angustias y solidarizarnos en su dolor y reclamo de justicia. Somos conscientes de que para ello es necesario reconocer ante Dios y ante la sociedad la gravedad y la culpabilidad de las actuaciones cometidas contra niños indefensos y el tratamiento de ocultación que institucionalmente, durante mucho tiempo, se les ha dado. Ese reconocimiento público de la Iglesia lo ha hecho el mismo Papa con humildad, sinceridad y valentía. Los religiosos y las religiosas, miembros con especial responsabilidad pastoral en la Iglesia, nos sentimos solidariamente consternados y avergonzados, dispuestos a buscar remedios eficaces “para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes delitos” (Benedicto XVI, Carta pastoral a los católicos de Irlanda, n. 2). A la vez, pedimos la gracia de la misericordia de Dios para aquellos que han traicionado la confianza de los más vulnerables y el ministerio sacerdotal, a fin de que obtengan el perdón de Jesucristo reconociendo la gravedad de sus actos y sometiéndose a la exigencia de la justicia humana.

Manifestamos con afecto filial nuestra solidaridad a Benedicto XVI y lo acompañamos con nuestra oración en estas circunstancias tan dolorosas para la Iglesia. Debemos aprender de su actitud y modo de afrontar con rectitud y fortaleza este tiempo difícil, en el que no faltan críticas e insinuaciones infundadas a su persona y a la Iglesia. Debemos de aprender de su amor a la verdad, de su deseo de transparencia, de su humildad en reconocer el pecado de algunos hijos de la Iglesia, de su dolor por el daño tan profundo ocasionado a víctimas inocentes.

Son situaciones que tienen que hacer reflexionar a los Superiores sobre aspectos como la selección de los candidatos a la vida religiosa y al sacerdocio, la evaluación psicológica, espiritual y apostólica de los mismos a lo largo de su formación y la madurez afectiva exigida a aquéllos que asumen una opción de vida célibe y que, habiéndola asumido, piden ser ordenados presbíteros. Por un lado, quienes asumen la castidad por el Reino de Dios como una opción de vida tienen el desafío de alcanzar su pleno desarrollo personal a través de un equilibrio sabio y maduro en su integración social y en la comunidad religiosa. Por otro lado, deben ser ayudados en este proceso humano y espiritual. Además, los Superiores no sólo han de prestar atención a la madurez afectiva de los sacerdotes y religiosos, sino también de todos aquellos que colaboran con los religiosos y religiosas en las instituciones educativas, sociales y pastorales.

Esta atención particular, acompañada de una sensibilización y formación adecuadas, será garantía de una eficaz prevención de posibles abusos a menores en el futuro. Es necesario igualmente adoptar todas las medidas que se crean pertinentes para recuperar la confianza y la seguridad de la sociedad en los educadores, religiosos y laicos, sin la cual no es posible formar personas maduras, ni cristianos adultos en sus relaciones interpersonales.

Finalmente, deseamos manifestar nuestro compromiso ante la sociedad y la Iglesia de búsqueda de la verdad, de transparencia, de colaboración con la justicia y de apoyo a las víctimas, convencidos de que sólo la honestidad y la transparencia, como ha dicho el Papa, restablecerán el respeto y el afecto por la Iglesia.

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