Tras el Ciclo Pascual, la liturgia nos conduce hacia dos solemnidades con solera: la Trinidad y el Corpus. La primera nos hace celebrar el misterio del Dios cristiano, Uno y Trino. La segunda, la que estamos introduciendo, es de tenor Eucarístico: desea que el Pueblo de Dios tome conciencia del significado de la presencia de Jesucristo en la misa. Lejos de las controversias teológicas de un tiempo, origen de la fiesta, y de las proyecciones catequéticas-visuales posteriores frente a interpretaciones unilaterales de esta presencia, el Corpus es una oportunidad para captar todas las dimensiones del estar dinámico y transformador de Jesucristo en la celebración cristina por excelencia. Esta presencia, además, tiene una clara finalidad: la comunión personal y comunitaria de Cristo con los suyos. Para ello, el Señor, por medio del Espíritu, transforma la realidad del pan y del vino. La comunión real y sacramental, así propiciada, alcanza su objetivo último, trasformar a la comunidad que celebra en aquel a quien recibe. De este modo, La Comunidad que celebra, hecha cuerpo de Cristo por el banquete eucarístico, queda edificada y renovada en su ser y lanzada en su misión evangelizadora. Todo un proyecto cristiano.
Iª Lectura: Génesis (14,18-20): Un culto sencillo y original
I.1. Todos los textos ancestrales de AT tienen algo especial en la tradiciones de Israel, hasta el punto de poder considerar que un texto como el de Melquisedec podría ser una campaña militar, antigua, en la que se ha querido ver que los grandes, en este caso el rey de Salem, también ha querido ponerse a los pies del padre del pueblo, de Abrahán. Con los gestos del pan y el vino que se ofrecen, las cosas más naturales de la tierra, el rey misterioso le otorga a Abrahán un rango sagrado, casi de rey-sacerdote. Será en este sentido cómo la carta a los Hebreos c. 7,1-10 se permitirá hacer una lectura nueva de Jesucristo, de su sacerdocio no-dinástico, absolutamente distinto y original, que no tiene parangón como el sacerdocio ministerial. En el mismo sentido lo había ya intuido el Sal 110,4. Se ha discutido mucho sobre quién es este personaje, incluso tenemos un texto en Qumrán (11Q) que lo ve como un ser celeste.
I.2. El valor, pues, de nuestro texto es que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una actualización de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda de Melquisedec no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra, apunta a una dimensión ecológica y personalista. Jesús, antes de morir, ofrecerá su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los demás. Con ello se alza una protesta radical contra un culto de sacrificios de animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de los hombres la que tiene que estar en comunión. El ser humano se fascina ante lo divino y deja de ser humano muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad no tiene por qué esclavizarnos a un culto externo y a veces inhumano. Porque lo que es inhumano, es antidivino.
I.3. En realidad es todo el texto de Heb 7 el que puede generar una lectura interesante en una fiesta como hoy. Quizás muchos hubieran preferido otro texto para esta fiesta. Pero debemos reconocer que la intención de la elección litúrgica del mismo se explica porque el gesto de Melquisedec es como un signo anticipado de los gestos del pan y el vino de Jesús en la última cena con sus discípulos. Se ha hablado que la intención del autor de la carta a los Hebreos era mostrar que el sacerdocio de Cristo, a imagen de Melquisedec, logra una verdadera “téléiôsis”, que se puede traducir de muchas formas, como “perfección” o incluso como “transformación”. Preferimos esto último, porque Jesús, con su vida, con sus palabra, con sus gestos, transforma una religión de culto sacrificial de animales, en una verdadera donación de vida, para introducirnos en la vida misma de Dios.
IIª Lectura: Primera Corintios (11,23-26): La tradición del Señor es vida
II.1. El cristianismo primitivo tuvo que hacerse “recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció personalmente, le da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de esas tradiciones son las palabras y los gestos de la última cena. Porque el apóstol sabía lo que el Vaticano II decía, que “la Iglesia se realiza en la Eucaristía”. Todos debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a los suyos. Cuando la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del judaísmo, serán esos gestos y esas palabras las que le ofrecerá la oportunidad de cristalizar en el misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta tradición “recibida”, según la mayoría de los especialistas, pertenece a Antioquía (como en Lc 22,19-20), donde los seguidores de Jesús “recibieron” por primera vez el nombre de “cristianos”. Un poco distinta es la de Jerusalén (Mc y Mt).
II.2. Los gestos del Señor Jesús eran los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue un cena pascual, lo que se hacía en aquella fiesta de recuerdo impresionante. Pero lo importante son las “palabras” y el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los suyos. El término es elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”. No obstante lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, él la ofreció, la entregó, la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se podía alguien imaginar.
II.3. ¿Por qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para que no se olvide lo que le ha costado a Jesús la liberación de la humanidad? Muchas cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar al respecto. Tienen el valor de la memoria “zikarón” que es un elemento antropológico imprescindible de nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la muerte de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de un sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón) de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en aquella noche con aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la vida allí donde solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien se dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.
Evangelio: Lucas (9, 11-17): La Eucaristía, experiencia del Reino de Dios
III.1. Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males (v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.
III.2. Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44; 8,1-10); (una en Juan, 6,1-13) y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico que Lucas nos ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el caso de los discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa en la que Jesús resucitado realiza los gestos de la última Cena y desaparece. Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.
III.3. La Eucaristía: acogida, experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se ha permitido anteponer a la descripción de la tradición que ha recibido sobre una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la comunidad cristiana no es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas personas necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas, de sus frustraciones, de sus anhelos espirituales. No debe ser, pues, la “eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del Reino”; el Reino anunciado por Jesús es el Reino del Padre de la misericordia y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia de gracia, de encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe ofrecérsela, según el mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.
III.4. Son posible, desde luego, otras lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del mismo se han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del profeta Eliseo y sus discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar a su pueblo la saciedad de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De ahí que nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura exclusivamente cultual envejecida. El Oficio de la liturgia del Corpus que, en gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía, sacramento de Cuerpo y la Sangre de Señor, debe ser experiencia donde lo viejo es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en el misterio de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para ir rompiendo con el judaísmo y encontrar su identidad futura.
La frase de Jesús dirigida a sus discípulos en el evangelio de hoy, “dadles vosotros de comer”, además de sobrecoger por la responsabilidad que implica, centra muy bien el tema de la solemnidad del día del Corpus: la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Jesús confía abiertamente a los suyos la tarea de alimentar a la gente, aunque el relato lucano de la multiplicación deja muy claro que el alimento que sacia el hambre de la multitud brota de la acción generosa y sorprendente del Señor. Con todo, al final, el pan multiplicado, tal y como deseaba Jesús, llega a la gente distribuido por medio de los discípulos.
Hambre y pan. Necesidad y satisfacción. Acción de Dios y acción humana. Acción de Cristo y acción de la Iglesia se avanzan como claves para entender el evangelio de la multiplicación y adentrarse en la fiesta del Corpus.
A la luz de la revelación bíblica, sobre todo cuando se considera el acontecimiento de la encarnación, se vislumbra nítidamente que los cristianos no somos ni dualistas, ni demagogos. El ser humano está constituido por una unidad psicosomática en la que, aunque podamos distinguir lo corpóreo y lo espiritual, en modo alguno se han de separar. La acción salvífica que Jesús hizo presente con su palabra y su actuación se refiere siempre a la totalidad de lo que es la persona humana. El Maestro de Nazaret, como sabemos, buscaba sanar al hombre entero, sin reduccionismos de ningún tipo. Según esto, y regresando a nuestro evangelio, no sería correcto hacer de la multiplicación de los panes una lectura espiritualista que presentara el pan como un alimento celeste para el alma desencarnada de la gente; en la misma línea, tampoco haría justicia a la verdad considerar este relato desde una perspectiva meramente social o política. Más bien, lo adecuado sería descubrir y enseñar la armonía de ambas posibilidades, puesto que tan solo el alimento que nutre la integridad de lo que es el ser humano puede salvar y madurar a la persona. Expresado de otra forma, la acción pastoral correcta que se deduce del pasaje de Lucas que comentamos, derivada en lo concreto de la palabra de Jesús “dadles de vosotros de comer” y de la distribución del pan a la gente por parte de los discípulos tras la acción del Señor, es aquella que atienda, simultáneamente, el hambre física y el hambre espiritual de la gente. La corrección fraterna que Pablo dirige a los cristianos de Corinto en torno a su peculiar y sangrante manera de celebrar la Cena del Señor, (corrección que provoca el recuerdo del relato de la institución, que recibiera y transmitiera, 2º lectura) es nítido y muy oportuno: la injusticia en el pan material es incompatible con el sentido de la eucaristía cristiana.
Avanzando en la misma línea, en la medida en que el evangelio de la multiplicación tiene un sentido eucarístico, y que, por eso, es propuesto por la Iglesia para iluminar la celebración del Corpus, es lícito subrayar la idea de que la presencia eucarística de Cristo, real y sacramental, presencia humanizante y salvadora, persigue la comunión vivificadora y salvadora con la integridad de lo que es la persona. Por consiguiente, el pan y el vino eucarísticos, convertidos en Jesucristo, tal y como el Corpus pone de relieve, son un alimento que nutre y sacia la totalidad de lo que somos los humanos. En suma, sólo Jesucristo, hombre y Dios, pan de vida, puede colmar satisfactoriamente las hambres y las necesidades de las personas.
Lo que enseña la teología eucarística a este respecto nos puede resultar de ayuda. La presencia de Cristo en la eucaristía es una presencia real y total de Cristo, pero siempre en el sacramento, en los signos. En esta presencia, la realidad transformada de las especies del banquete no destruye para nada el aspecto de alimento físico y humano del pan y el vino, al contrario, la permanencia de la materialidad de los elementos, más bien, propicia y expresa la nueva dimensión del alimento del que Jesucristo se apropia. En este alimento, lo material y mundano, lo humano, lo espiritual y trascendente se reconcilian misteriosamente. La totalidad de Jesucristo, pues, acontece en la mediación sacramental, sumándose el sentido de alimento espiritual al físico y antropológico para, a la postre, llegar a ser el verdadero alimento que hace presente, y al mismo tiempo conduce, a la vida eterna.
Además no hemos de olvidar otro dato. La presencia de Cristo en la eucaristía tiene una intención: busca el encuentro, la comunión con la comunidad celebrante y con cada uno de sus integrantes. La finalidad última de la transformación de la realidad de las especies eucarísticas, por parte del Señor, es la de poder entrar en lo más profundo de cada uno de los cristianos reunidos en la fracción del pan; ¿para qué?, para transformarlos en él, para hacerse uno con ellos. Dicho de otra manera, la conversión más importante que Cristo realiza en la eucaristía no es de cosas (pan y vino), sino de personas; o, mejor todavía, de cosas para llegar a convertir en Cristo a los que entran en comunión con él por medio del pan y del vino transformados. En efecto, aunque no siempre sea lo que más destacamos, la eucaristía ofrece la oportunidad de que los participantes, que son Cristo por el bautismo, alimentados de Cristo en la comunión, se conviertan en quien reciben y actúen conforme a quienes son. De este modo, la presencia eucarística remite a la vida cristiana y muestra que la Cena del Señor es una auténtica escuela cristiana.
Después de estas reflexiones se entenderá mejor que Jesús, en el evangelio de hoy, invite a sus discípulos a dar de comer a le gente y a distribuir el pan bendecido. Hay aquí una clara analogía eucarística. Sólo la comunidad que se alimenta de Cristo, pan de vida, puede cumplir el encargo misionero del Maestro y entregar el pan sustancial y verdadero a la gente. Jesús ha dejado a los suyos la eucaristía como legado de su presencia, del mismo modo que les ha confiado una misión. Este misión es la de hacer llegar la salvación a todos sin excepción; y la salvación consiste en que Cristo se “todo en todas las cosas”, la comunión total con Él. La celebración de la eucaristía actualiza esta misión y la empuja.
Si lo que hemos dicho posee algún sentido, el “dadles vosotros de comer” del evangelio, hay que leerlo en sintonía con la tradición que Pablo recibiera y que recuerda a la comunidad de Corinto en la segunda lectura. El Jesús que se nos da como alimento en la Eucaristía, sostiene el ser de la comunidad eclesial (“haced esto en memoria mía”) que, a su vez, transformada en lo que recibe (cuerpo de Cristo) entrega, dándose, lo que ha recibido tanto en la celebración eucarística como en la misión.
“Dadles vosotros de comer”, ¡qué responsabilidad tan misionera nos ha dejado Jesús en la eucaristía!
Fr. Vicente Botella Cubells O.P.
Casa de San Alberto Magno (Valencia)
Comentario bíblico
Iª Lectura: Génesis (14,18-20): Un culto sencillo y original
I.1. Todos los textos ancestrales de AT tienen algo especial en la tradiciones de Israel, hasta el punto de poder considerar que un texto como el de Melquisedec podría ser una campaña militar, antigua, en la que se ha querido ver que los grandes, en este caso el rey de Salem, también ha querido ponerse a los pies del padre del pueblo, de Abrahán. Con los gestos del pan y el vino que se ofrecen, las cosas más naturales de la tierra, el rey misterioso le otorga a Abrahán un rango sagrado, casi de rey-sacerdote. Será en este sentido cómo la carta a los Hebreos c. 7,1-10 se permitirá hacer una lectura nueva de Jesucristo, de su sacerdocio no-dinástico, absolutamente distinto y original, que no tiene parangón como el sacerdocio ministerial. En el mismo sentido lo había ya intuido el Sal 110,4. Se ha discutido mucho sobre quién es este personaje, incluso tenemos un texto en Qumrán (11Q) que lo ve como un ser celeste.
I.2. El valor, pues, de nuestro texto es que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una actualización de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda de Melquisedec no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra, apunta a una dimensión ecológica y personalista. Jesús, antes de morir, ofrecerá su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los demás. Con ello se alza una protesta radical contra un culto de sacrificios de animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de los hombres la que tiene que estar en comunión. El ser humano se fascina ante lo divino y deja de ser humano muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad no tiene por qué esclavizarnos a un culto externo y a veces inhumano. Porque lo que es inhumano, es antidivino.
I.3. En realidad es todo el texto de Heb 7 el que puede generar una lectura interesante en una fiesta como hoy. Quizás muchos hubieran preferido otro texto para esta fiesta. Pero debemos reconocer que la intención de la elección litúrgica del mismo se explica porque el gesto de Melquisedec es como un signo anticipado de los gestos del pan y el vino de Jesús en la última cena con sus discípulos. Se ha hablado que la intención del autor de la carta a los Hebreos era mostrar que el sacerdocio de Cristo, a imagen de Melquisedec, logra una verdadera “téléiôsis”, que se puede traducir de muchas formas, como “perfección” o incluso como “transformación”. Preferimos esto último, porque Jesús, con su vida, con sus palabra, con sus gestos, transforma una religión de culto sacrificial de animales, en una verdadera donación de vida, para introducirnos en la vida misma de Dios.
IIª Lectura: Primera Corintios (11,23-26): La tradición del Señor es vida
II.1. El cristianismo primitivo tuvo que hacerse “recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció personalmente, le da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de esas tradiciones son las palabras y los gestos de la última cena. Porque el apóstol sabía lo que el Vaticano II decía, que “la Iglesia se realiza en la Eucaristía”. Todos debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a los suyos. Cuando la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del judaísmo, serán esos gestos y esas palabras las que le ofrecerá la oportunidad de cristalizar en el misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta tradición “recibida”, según la mayoría de los especialistas, pertenece a Antioquía (como en Lc 22,19-20), donde los seguidores de Jesús “recibieron” por primera vez el nombre de “cristianos”. Un poco distinta es la de Jerusalén (Mc y Mt).
II.2. Los gestos del Señor Jesús eran los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue un cena pascual, lo que se hacía en aquella fiesta de recuerdo impresionante. Pero lo importante son las “palabras” y el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los suyos. El término es elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”. No obstante lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, él la ofreció, la entregó, la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se podía alguien imaginar.
II.3. ¿Por qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para que no se olvide lo que le ha costado a Jesús la liberación de la humanidad? Muchas cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar al respecto. Tienen el valor de la memoria “zikarón” que es un elemento antropológico imprescindible de nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la muerte de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de un sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón) de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en aquella noche con aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la vida allí donde solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien se dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.
Evangelio: Lucas (9, 11-17): La Eucaristía, experiencia del Reino de Dios
III.1. Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males (v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.
III.2. Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44; 8,1-10); (una en Juan, 6,1-13) y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico que Lucas nos ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el caso de los discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa en la que Jesús resucitado realiza los gestos de la última Cena y desaparece. Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.
III.3. La Eucaristía: acogida, experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se ha permitido anteponer a la descripción de la tradición que ha recibido sobre una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la comunidad cristiana no es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas personas necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas, de sus frustraciones, de sus anhelos espirituales. No debe ser, pues, la “eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del Reino”; el Reino anunciado por Jesús es el Reino del Padre de la misericordia y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia de gracia, de encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe ofrecérsela, según el mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.
III.4. Son posible, desde luego, otras lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del mismo se han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del profeta Eliseo y sus discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar a su pueblo la saciedad de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De ahí que nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura exclusivamente cultual envejecida. El Oficio de la liturgia del Corpus que, en gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía, sacramento de Cuerpo y la Sangre de Señor, debe ser experiencia donde lo viejo es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en el misterio de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para ir rompiendo con el judaísmo y encontrar su identidad futura.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Pautas para la homilía
La frase de Jesús dirigida a sus discípulos en el evangelio de hoy, “dadles vosotros de comer”, además de sobrecoger por la responsabilidad que implica, centra muy bien el tema de la solemnidad del día del Corpus: la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Jesús confía abiertamente a los suyos la tarea de alimentar a la gente, aunque el relato lucano de la multiplicación deja muy claro que el alimento que sacia el hambre de la multitud brota de la acción generosa y sorprendente del Señor. Con todo, al final, el pan multiplicado, tal y como deseaba Jesús, llega a la gente distribuido por medio de los discípulos.
Hambre y pan. Necesidad y satisfacción. Acción de Dios y acción humana. Acción de Cristo y acción de la Iglesia se avanzan como claves para entender el evangelio de la multiplicación y adentrarse en la fiesta del Corpus.
A la luz de la revelación bíblica, sobre todo cuando se considera el acontecimiento de la encarnación, se vislumbra nítidamente que los cristianos no somos ni dualistas, ni demagogos. El ser humano está constituido por una unidad psicosomática en la que, aunque podamos distinguir lo corpóreo y lo espiritual, en modo alguno se han de separar. La acción salvífica que Jesús hizo presente con su palabra y su actuación se refiere siempre a la totalidad de lo que es la persona humana. El Maestro de Nazaret, como sabemos, buscaba sanar al hombre entero, sin reduccionismos de ningún tipo. Según esto, y regresando a nuestro evangelio, no sería correcto hacer de la multiplicación de los panes una lectura espiritualista que presentara el pan como un alimento celeste para el alma desencarnada de la gente; en la misma línea, tampoco haría justicia a la verdad considerar este relato desde una perspectiva meramente social o política. Más bien, lo adecuado sería descubrir y enseñar la armonía de ambas posibilidades, puesto que tan solo el alimento que nutre la integridad de lo que es el ser humano puede salvar y madurar a la persona. Expresado de otra forma, la acción pastoral correcta que se deduce del pasaje de Lucas que comentamos, derivada en lo concreto de la palabra de Jesús “dadles de vosotros de comer” y de la distribución del pan a la gente por parte de los discípulos tras la acción del Señor, es aquella que atienda, simultáneamente, el hambre física y el hambre espiritual de la gente. La corrección fraterna que Pablo dirige a los cristianos de Corinto en torno a su peculiar y sangrante manera de celebrar la Cena del Señor, (corrección que provoca el recuerdo del relato de la institución, que recibiera y transmitiera, 2º lectura) es nítido y muy oportuno: la injusticia en el pan material es incompatible con el sentido de la eucaristía cristiana.
Avanzando en la misma línea, en la medida en que el evangelio de la multiplicación tiene un sentido eucarístico, y que, por eso, es propuesto por la Iglesia para iluminar la celebración del Corpus, es lícito subrayar la idea de que la presencia eucarística de Cristo, real y sacramental, presencia humanizante y salvadora, persigue la comunión vivificadora y salvadora con la integridad de lo que es la persona. Por consiguiente, el pan y el vino eucarísticos, convertidos en Jesucristo, tal y como el Corpus pone de relieve, son un alimento que nutre y sacia la totalidad de lo que somos los humanos. En suma, sólo Jesucristo, hombre y Dios, pan de vida, puede colmar satisfactoriamente las hambres y las necesidades de las personas.
Lo que enseña la teología eucarística a este respecto nos puede resultar de ayuda. La presencia de Cristo en la eucaristía es una presencia real y total de Cristo, pero siempre en el sacramento, en los signos. En esta presencia, la realidad transformada de las especies del banquete no destruye para nada el aspecto de alimento físico y humano del pan y el vino, al contrario, la permanencia de la materialidad de los elementos, más bien, propicia y expresa la nueva dimensión del alimento del que Jesucristo se apropia. En este alimento, lo material y mundano, lo humano, lo espiritual y trascendente se reconcilian misteriosamente. La totalidad de Jesucristo, pues, acontece en la mediación sacramental, sumándose el sentido de alimento espiritual al físico y antropológico para, a la postre, llegar a ser el verdadero alimento que hace presente, y al mismo tiempo conduce, a la vida eterna.
Además no hemos de olvidar otro dato. La presencia de Cristo en la eucaristía tiene una intención: busca el encuentro, la comunión con la comunidad celebrante y con cada uno de sus integrantes. La finalidad última de la transformación de la realidad de las especies eucarísticas, por parte del Señor, es la de poder entrar en lo más profundo de cada uno de los cristianos reunidos en la fracción del pan; ¿para qué?, para transformarlos en él, para hacerse uno con ellos. Dicho de otra manera, la conversión más importante que Cristo realiza en la eucaristía no es de cosas (pan y vino), sino de personas; o, mejor todavía, de cosas para llegar a convertir en Cristo a los que entran en comunión con él por medio del pan y del vino transformados. En efecto, aunque no siempre sea lo que más destacamos, la eucaristía ofrece la oportunidad de que los participantes, que son Cristo por el bautismo, alimentados de Cristo en la comunión, se conviertan en quien reciben y actúen conforme a quienes son. De este modo, la presencia eucarística remite a la vida cristiana y muestra que la Cena del Señor es una auténtica escuela cristiana.
Después de estas reflexiones se entenderá mejor que Jesús, en el evangelio de hoy, invite a sus discípulos a dar de comer a le gente y a distribuir el pan bendecido. Hay aquí una clara analogía eucarística. Sólo la comunidad que se alimenta de Cristo, pan de vida, puede cumplir el encargo misionero del Maestro y entregar el pan sustancial y verdadero a la gente. Jesús ha dejado a los suyos la eucaristía como legado de su presencia, del mismo modo que les ha confiado una misión. Este misión es la de hacer llegar la salvación a todos sin excepción; y la salvación consiste en que Cristo se “todo en todas las cosas”, la comunión total con Él. La celebración de la eucaristía actualiza esta misión y la empuja.
Si lo que hemos dicho posee algún sentido, el “dadles vosotros de comer” del evangelio, hay que leerlo en sintonía con la tradición que Pablo recibiera y que recuerda a la comunidad de Corinto en la segunda lectura. El Jesús que se nos da como alimento en la Eucaristía, sostiene el ser de la comunidad eclesial (“haced esto en memoria mía”) que, a su vez, transformada en lo que recibe (cuerpo de Cristo) entrega, dándose, lo que ha recibido tanto en la celebración eucarística como en la misión.
“Dadles vosotros de comer”, ¡qué responsabilidad tan misionera nos ha dejado Jesús en la eucaristía!
Fr. Vicente Botella Cubells O.P.
Casa de San Alberto Magno (Valencia)
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