Por R. J. García Avilés
No se trata de tranquilizar conciencias con limosnas. Decimos amar, que significa trabajar para que los que amamos sean felices, y según el evangelio nadie debe quedar excluido de nuestro amor. Y decimos también con el bolsillo para que el amor no quede reducido a un sentimiento más o menos romántico. El amor cristiano es un amor -también económicamente- revolucionario.
UN LENGUAJE TRASNOCHADO
Hablar de revolución en la próspera Europa de finales del siglo XX suena a rancio. Las revoluciones se han desmoro nado todas (o han sido arrasadas a sangre y fuego, como la sandinista). El capitalismo -nos dicen- se ha mostrado el menos malo de todos los sistemas conocidos (eso se había dicho de la democracia, pero nuestros progres quieren hacer méritos y demostrar que son más demócratas que nadie); sin embargo, como demuestran los millones de vidas que cada año se cobra el hambre, el capitalismo es incapaz de resolver el problema de la pobreza de dos terceras partes de la huma nidad porque está basado en la idolatría del dinero, un dios que premia a los que le ofrecen como sacrificio la vida de los pobres. Pero éste es un lenguaje trasnochado; de hecho -o mejor, de palabra-, nadie aconseja el capitalismo, sino la democracia, la libertad..., aunque la única libertad que realmente interesa es la del capital, que permite a los amos del dinero disponer de él a su capricho. Pero hablar de todo esto es, sin duda, anticuado y de muy mal gusto.
DESPIDE A LA MULTITUD
Caía la tarde y los Doce se acercaron a decirle:
-Despide a la multitud, que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque esto es un descampado.
Al volver de la primera misión importante de los Doce -Jesús los había enviado para que anunciaran la Buena No ticia, la presencia del reinado de Dios-Jesús quiere retirarse con ellos para revisar cómo han llevado a cabo la misión y para ver el grado de maduración al que han llegado en su comprensión del reinado de Dios. Pero las multitudes, el pueblo, habían empezado a descubrir en el mensaje de Jesús la posibilidad de la liberación tanto tiempo esperada y se van tras él. Jesús aprovechará la circunstancia para enseñar, tanto a sus discípulos como a las multitudes, que la justicia y la libertad se logran siempre que -y sólo si- nos comprome temos a conquistarla.
Los Doce se dieron cuenta de que había un importante problema que resolver: aquellas personas tenían hambre. Pero no encontraron otra solución más que dejar que cada cual lo resolviera por su cuenta -"Despide a la multitud... "-. Y no allí, en despoblado, sino en la civilización, en donde había actividad económica y comercial y se podía comprar la vida:
el alimento y el descanso; así, cuando Jesús les dice «Dadles vosotros de comer», no se les ocurre otra cosa que acudir al mercado -« ¡ Si no tenemos más que cinco panes y dos peces! A menos que vayamos nosotros a comprar de comer para todo este pueblo»-, volviendo a la sociedad que divide a los hombres en pobres y ricos y que, según el programa de Jesús, debe ser superada (Lc 6,20-26; véase comentario núm. 34).
ESTO ES MI CUERPO
Y tomando él los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a sus discípulos para que los sirvieran a la multitud. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras de los trozos: doce cestos.
Lo que hace Jesús no es un milagro en el sentido en el que hoy se entiende esta palabra: es una lección para que nosotros aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene pendiente desde que tenemos noticia: el hambre. Si consideramos que los bienes que da la tierra, en especial los que son necesarios para vivir con digni dad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda la humanidad, si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que estructura nuestra sociedad, nadie pasará hambre, habrá pan para todos y sobrará.
Naturalmente que con esto no basta: el evangelio no es un tratado de economía (nos indica los efectos intolerables de cualquier sistema económico: todo lo que hace daño al hombre: la injusticia, la explotación del hombre por el hom bre, la desigualdad, la destrucción del medio ambiente); el evangelio es un tratado acerca del amor: no basta con dar lo que tenemos, tenemos que entregarnos por entero. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico: «el Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía"...» (primera lectura). Para el cristia no, comprometerse en la lucha por un mundo económicamen te más justo adquiere su pleno sentido cuando, celebrando la eucaristía, se compromete a dar la propia vida por amor, en unión con Jesús; pero es una traición celebrar la Eucaristía sin estar comprometidos en la construcción de un mundo más justo y solidario, y una blasfemia si se trata de compati bilizar con el culto al dios dinero.
UN LENGUAJE TRASNOCHADO
Hablar de revolución en la próspera Europa de finales del siglo XX suena a rancio. Las revoluciones se han desmoro nado todas (o han sido arrasadas a sangre y fuego, como la sandinista). El capitalismo -nos dicen- se ha mostrado el menos malo de todos los sistemas conocidos (eso se había dicho de la democracia, pero nuestros progres quieren hacer méritos y demostrar que son más demócratas que nadie); sin embargo, como demuestran los millones de vidas que cada año se cobra el hambre, el capitalismo es incapaz de resolver el problema de la pobreza de dos terceras partes de la huma nidad porque está basado en la idolatría del dinero, un dios que premia a los que le ofrecen como sacrificio la vida de los pobres. Pero éste es un lenguaje trasnochado; de hecho -o mejor, de palabra-, nadie aconseja el capitalismo, sino la democracia, la libertad..., aunque la única libertad que realmente interesa es la del capital, que permite a los amos del dinero disponer de él a su capricho. Pero hablar de todo esto es, sin duda, anticuado y de muy mal gusto.
DESPIDE A LA MULTITUD
Caía la tarde y los Doce se acercaron a decirle:
-Despide a la multitud, que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque esto es un descampado.
Al volver de la primera misión importante de los Doce -Jesús los había enviado para que anunciaran la Buena No ticia, la presencia del reinado de Dios-Jesús quiere retirarse con ellos para revisar cómo han llevado a cabo la misión y para ver el grado de maduración al que han llegado en su comprensión del reinado de Dios. Pero las multitudes, el pueblo, habían empezado a descubrir en el mensaje de Jesús la posibilidad de la liberación tanto tiempo esperada y se van tras él. Jesús aprovechará la circunstancia para enseñar, tanto a sus discípulos como a las multitudes, que la justicia y la libertad se logran siempre que -y sólo si- nos comprome temos a conquistarla.
Los Doce se dieron cuenta de que había un importante problema que resolver: aquellas personas tenían hambre. Pero no encontraron otra solución más que dejar que cada cual lo resolviera por su cuenta -"Despide a la multitud... "-. Y no allí, en despoblado, sino en la civilización, en donde había actividad económica y comercial y se podía comprar la vida:
el alimento y el descanso; así, cuando Jesús les dice «Dadles vosotros de comer», no se les ocurre otra cosa que acudir al mercado -« ¡ Si no tenemos más que cinco panes y dos peces! A menos que vayamos nosotros a comprar de comer para todo este pueblo»-, volviendo a la sociedad que divide a los hombres en pobres y ricos y que, según el programa de Jesús, debe ser superada (Lc 6,20-26; véase comentario núm. 34).
ESTO ES MI CUERPO
Y tomando él los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a sus discípulos para que los sirvieran a la multitud. Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras de los trozos: doce cestos.
Lo que hace Jesús no es un milagro en el sentido en el que hoy se entiende esta palabra: es una lección para que nosotros aprendamos a hacer el milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene pendiente desde que tenemos noticia: el hambre. Si consideramos que los bienes que da la tierra, en especial los que son necesarios para vivir con digni dad, no nos pertenecen, sino que son don de Dios para toda la humanidad, si obramos en consecuencia y compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras relaciones económicas de acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que estructura nuestra sociedad, nadie pasará hambre, habrá pan para todos y sobrará.
Naturalmente que con esto no basta: el evangelio no es un tratado de economía (nos indica los efectos intolerables de cualquier sistema económico: todo lo que hace daño al hombre: la injusticia, la explotación del hombre por el hom bre, la desigualdad, la destrucción del medio ambiente); el evangelio es un tratado acerca del amor: no basta con dar lo que tenemos, tenemos que entregarnos por entero. Por eso el reparto de los panes adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico: «el Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo mismo en memoria mía"...» (primera lectura). Para el cristia no, comprometerse en la lucha por un mundo económicamen te más justo adquiere su pleno sentido cuando, celebrando la eucaristía, se compromete a dar la propia vida por amor, en unión con Jesús; pero es una traición celebrar la Eucaristía sin estar comprometidos en la construcción de un mundo más justo y solidario, y una blasfemia si se trata de compati bilizar con el culto al dios dinero.
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