Publicado por El Blog de X. Pikaza
Domingo 15. Tiempo ordinario. Lc 10, 25-37. Este domingo de tórrido verano (del hemisferio norte) nos trae un evangelio muy caliente: el del Buen Samaritano. La humanidad subsiste en la medida en que hay “samaritanos” como éste, hombres y mujeres que corrigen el rumbo de la historia, en contra de Estados, Iglesias y Sistemas, al servicio del hombres.
Éste no es un tema y lema sólo de Jesús (aunque es muy suyo), sino que pertenece a la historia de la humanidad, como decía el lema latino: Deus est mortali mortalem iuvare (Dios es que un mortal ayude a otro mortal), Dios está donde un necesitado (no un sistema rico) ayuda a vivir y mantiene en la esperanza a otro necesitado.
Ésto es lo que dice Jesús, en su diálogo con los escribas, empezando por confesar que hay dos mandamientos (amar a Dios, y amar al prójimo), para acabar diciendo que hay sólo uno: amar al prójimo, porque en ese amor está Dios.
En ese contexto quiero hablar de una Iglesia samaritana y de una sociedd (o republica samaritana). Sé que es difícil hablar de una Iglesia Samaritana (pues los samaritano van un poco a lo libre y las iglesias son asambleas reguladas por una ley sagrada). También es difícil hablar de un Estado Samaritano (pues los estados tienen su norma legal, y no suelen permitir que haya samaritanos sueltos).
Pero sé que hay una Iglesia samaritana... y una sociedad también samaritana, que tienen que colaborar, para el servicio de los necesitados, de los expulsados del camino. En esa línea, quiero hablar de una iglesia y de una “republica”, es decir, de un ideal de sociedad samaritana,.
Había elaborado este post de una manera más extensa, con una aplicaciòn a los temas anterios del blog (Arregi, Saramago, Soraya...), para verlos desde la perspectiva del Buen Samaritano. Pero varios me han pedido que no mezcle temas de actualidad con el comentario bíblico del domingo. Por eso reduzco el tema y lo deja en dos partes: Una bíblica (con palabra de Jesús) y otra de reflexión eclesial (con palabra de Benedicto XVI).
1. PRINCIPIO BIBLICO
Es algo largo, un comentario al texto de Lc 10. Muchos ya lo saben, lo pueden pasar, si quieren, para ir al problema de la Iglesia Samaritana:
Debate entre Jesús y el buen escriba. Un texto clave
El “credo” cristiano incluye en principio dos mandamientos de amor (amar a Dios y amar al prójimo), ninguno de fe estricta (creer en un tipo de dogmas, ni siquiera en Dios), ni de prácticas sagradas (ir a mira o celebrar determinadas ceremonias). Este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema, que trata del amor a Dios, es decir, al principio de la vida (a partir de Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41) y se amplía en la llamada al amor al prójimo, (tomada de Lev 19, 10). Así empieza el texto:
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo:¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"Él contestó: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. Él le dijo: Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Jesús dijo: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Él contestó: "El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: "Anda, haz tú lo mismo.
Dos mandamientos. Fe común para judíos y cristianos
El maestro de la ley, hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus criaturas, en este caso a los judíos. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que Jesús la admite, pero está sesgada al suponer que en el principio se halla la entolê, es decir, aquello que Dios ha mandado cumplir a los hombres. El problema no está en que los mandatos sean numerosos (más tarde se recopilan 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de ellos resultan obvios para los que viven dentro de una sociedad organizada en esa base.
Por eso, situados en su propio contexto, los judíos del tiempo de Jesús y sus sucesores no se pueden tomar como legalistas en el sentido peyorativo del término. No son legalistas, pero piensan que su vida se encuentra fundada sobre leyes de Escritura/Tradición que se presentan como voluntad de Dios. De todas maneras, es importante discernir: saber dónde se encuentra el centro y clave de los mandamientos, como hace nuestro escriba. No los discute; quiere organizarlos de forma que puedan integrarse como un todo armonioso. Esta es la función de los escribas: traducir una Escritura histórica/narrativa en formas de código legal. Por eso, en el fondo de los mandamientos buscan el mandamiento, como si los 613 preceptos se pudieran condensar en una misma y única raíz. Pues bien, este escriba sabe, es un buen judío: sabe que todos los mandamientos se resumen en dos.
Un credo práctico: se trata de amar, no de creer
El escriba sabe y reduce todas las leyes a dos:
(1) Amarás al Señor, tu Dios. Dios abre ante el hombre un camino de amor.
(2) (Amarás...) a tu prójimo.
Entre el amor a Dios y al prójimo hay una relación que aparece clara en todo el Nuevo Testamento, desde el mensaje y vida de Jesús hasta la experiencia pascual de la iglesia. Pero esa relación no es sólo propia de los cristianos, sino que pueden asumirla también los escribas judíos, como el que ha elevado la pregunta a Jesús. Ese escriba vuelve a tomar la palabra, para mostrar su aprobación, acentuando la unicidad de Dios (es Uno y no hay otro fuera de él; cf. Dt 4, 35 e Is 45, 21), aunque sin negar la exigencia de amar al prójimo, y añadiendo que el amor a Dios y al prójimo está por encima de todos los ritos religiosos, es decir, de sacrificios y holocaustos (cf. Mc 12, 33).
Por su parte, Jesús acepta la respuesta del escriba, expresando así su propio arraigo dentro de la tradición israelita: confirma la palabra sobre amor a Dios y al prójimo y diciendo al escriba: no estás lejos del reino... No está lejos, pero debe caminar, como aquel hombre rico que ha cumplido la Ley pero que debe darlo todo a los pobres y seguir a Jesús en camino de reino (cf. Mc 10, 21).
Este credo es un credo fácil y en principio pueden aceptarlo no sólo los cristianos, sino también los judíos, y otros creyentes (budistas, hindúes) e incluso no creyentes, siempre que 'Dios' sea símbolo de aquello que define y sustenta en plenitud a los humanos, sabiendo que ha llegado el 'tiempo' de la plenitud. Pero es un credo exigente, pues implica descubrir al prójimo y amarle (es 'como yo').
Teóricamente parece más fácil creer en la Trinidad y otros 'dogmas' cristianos, judíos o musulmanes, pues lo que ellos piden puede aceptarse básicamente, sin cambiar vida de los fieles. Pero, de hecho, este mandato de amor al prójimo, unido al del amor de Dios, es más exigente y define toda la vida y acción de los fieles. Este es un credo de racionalidad comunicativa y supone que los hombres pueden y deben comunicarse, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, a quien conciben como principio de toda unión de amor. Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su corazón y en su mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como 'otro yo', aceptarles como diferentes.
Dos formas de entender al prójimo
Éste es un credo universal, que supera todo tipo de razón clasista e impositiva o de sistema, y ratifica el valor incondicional de los otros (los prójimos), a quienes debemos amar como a nosotros, pero sabiendo que son diferentes. De esa forma emergen en amor, al mismo tiempo, el prójimo, a quien se debe amar, y el propio yo (que aparece como destinatario de amor). Este credo rompe las estructuras de seguridad y separación social, nacional, económica o religiosa, pues afirma que cada prójimo es presencia de Dios y fuente de identidad para el creyente. El tema empieza cuando queremos definir al prójimo.
Tendencia nacional, grupal (particular).
Prójimo sería ante todo el cercano, aquel que forma parte de mi grupo social y religioso, del buen sistema. Con él me debo vincular, a él he de amar de modo peculiar, al menos mientras dura el tiempo de prueba y división de nuestra historia. De esa forma, el shema (escucha...) puede encerrar a quien lo afirma en los muros de un grupo (Israel), de manera que el amor a Dios confirme y ratifique la identidad de los elegidos de la alianza (los judíos). El amor se interpreta así en sentido restrictivo y se aplica conforme al talión: "Habéis oído que se ha dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" (Mt 5, 43). Prójimo es el hermano israelita: es 'como yo', es de mi pueblo.
El mandato del amor ratifica, según eso, la propia distinción y justicia de los 'justos', construyendo una muralla en torno a la Ley de Israel (o al Evangelio de Jesús). En esa línea se puede hablar de un amor de sistema: de hermanos a hermanos, de buenos a buenos, dentro del “buen Estado” o del buen grupo, conforme a una circularidad sagrada o conveniencia de conjunto. Ese amor vale para triunfar y puede interpretarse como inversión económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14) y calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, los caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30) y los hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema.
De forma abierta, universal.
Jesús ha expandido el alcance de prójimo, abriéndolo a todos los humanos y de un modo especial a los excluidos de la 'alianza pura': publicanos y pecadores, enfermos y excluidos. En esa línea sigue el texto: "Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace brillar el sol sobre malos y buenos..."(Mt 5, 45 par). Sólo es universal el amor ofrecido al enemigo, es decir, al otro, al que está fuera de mi círculo, favoreciendo así, de un modo gratuito y desinteresado, a los expulsados del propio pueblo, iglesia o conjunto social. Esta es la interpretación mesiánica del shema: ha llegado el tiempo. Jesús y sus seguidores aman y ayudan en concreto a los expulsados, superando así la amistad o solidaridad de grupo.
2. UNA IGLESIA SEMARITANA (BENEDICTO XVI)
La Iglesia ha sido y sigue siendo la mayor institucion samaritana que existe en el mundo, por su labor social, realizada especialmente por monjas. Pero hay muchos que piensan que ella es ante todo una institución de poder, que no puede actuar como el buen samaritano. En esa línea quiero recoger unas reflexiones del Papa.
La Iglesia tiene una "ley", que es el amor a los demás, como Jesús (el Buen Samaritano) les ha amado. Amar a los demás 'como a uno mismo' supone buscar el bien de ellos, en cuanto distintos, con su propia identidad individual o de grupo (como musulmanes o paganos...), no para obligarles a ser como yo, integrarles en mi grupo.
Este amor rompe todo sistema de ley, todo sistema de “ortodoxia cerrada”. Por eso, el cristiano es un israelita que traduce la experiencia del amor de Dios como amor a los impuros, que parecen y son un peligro para el sistema. La confesión cristiana supera la identidad anterior de la Ley y los grupos de sacralidad cerrada, desde una experiencia superior de gratuidad, que es fuente de comunión entre todos los hombres.
Son muchos los que dicen que la Iglesia como isntitución oficial no puede amar al prójimo, pues tiene que defender su ortodoxia y su poder. Ella no amó a los herjes que quemó, ni a los judíos y moricos que ayudó a expulsar... Ella impuso su ley sobre los otros... Pues bien, en contra de eso, Benedicto XVI quiere apoyar el surgimiento de una Iglesia Samaritana.
¿Iglesia Samaritana. Una palabra de Benedicto XVI
Para saber quién es mi prójimo, Jesús ha contado la parábola del Buen Samaritano…. No se trata de saber en teoría quién es mi prójimo, sino de hacerme prójimo de los demás, de llegar a todos, de ayudarles…Desde este mismo fondo ha de entenderse la interpretación de Jesús. Da la impresión de que los buenos escribas saben quién es Dios y el modo de amarle rectamente, pero no saben quién es el prójimo y amarle.
La respuesta de Jesús introduce aquí la revolución cristiana de Dios, con la parábola del buen samaritano, que da un sentido nuevo a todo lo anterior; quien entienda esa parábola y la practique entiende y “practica” al Dios cristiano.Y desde ese fondo responde precisando quién es el prójimo, como ha puesto de relieve Benedicto XVI:
«La parábola del buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones importantes. Mientras el concepto de prójimo hasta entonces se refería esencialmente a los conciudadanos y a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora» (Dios es amor, 15).
Organizaciones caritativas, caridad concreta (sigue la Iglesia Samaritana)
El sacerdote y el levita no se hacen prójimos, quizá por su misma identidad sagrada: son funcionarios de un templo, representantes de una sanidad y sacralidad organizada en torno al santuario de Israel, con sus sacrificios. Por el contrario, el samaritano no está determinado por ninguna religiosidad superior, de manera que puede hacerse prójimo concreto del hombre que está necesitado. Según Benedicto XVI, la Iglesia debe estar al servicio de los caídos del camino, de manera que su modelo y patrón es el Buen Samaritano, tanto en un plano social como particular:
«Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc.» (Benedicto XVI, Dios es amor 31).
Desde ese fondo pueden distinguirse dos niveles.
(1) Las organizaciones caritativas o sociales de la Iglesia, comenzando por Cáritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñan estos cometidos. Éste es el nivel de la institución, nivel que en perspectiva estatal puede hallarse regulado por los principios de la justicia.
(2) Las personas concretas han de responder con el amor personal, que se vale de las instituciones, pero que las desborda. En este segundo sentido, el amor es siempre algo personal: un contacto directo, de hombre a hombre (varón o mujer), un contacto que permite descubrir, más allá de las instituciones (religiosas o políticas, económicas o sociales) el valor de la persona necesitada. Ciertamente, el samaritano de la parábola acude al posadero (institución) y le paga lo que cuesta el cuidado al hombre herido del camino. De esa manera influyen en el servicio de caridad una serie de elementos “objetivos” (el dinero del samaritano, el servicio “oficial” del posadero que cuida al herido…); pero esos elementos solo se pueden entender como una consecuencia del encuentro del samaritano que “ve” al herido como un hombre (como una persona necesitada) y tiene misericordia de él.
Conclusión teórica. Una iglesia de Jesús Samaritano
Jesús nos sitúa ante la misericordia que se expresa en forma de “amor samaritano”. Levita y sacerdote no puede tener esta misericordia, porque sus mismas leyes religiosas de pureza se lo impiden: no saben si el herido está muerto (si lo estuviere sería impuro, no podrían tocarle); no saben si el herido es un judío (si no lo fuere, si no pudieran ver su circuncisión… no podrían ayudarle, pues también sería impuro). Levita y sacerdote son miembros de un sistema que pone la pureza de la ley (el orden económico, la política de estado) por encima de la ayuda concreta al necesitado. Por el contrario, el samaritano es un hombre que puede y quiere ayudar al herido, cumpliendo de esa forma la palabra que dice “amarás al prójimo como a ti mismo”.
Esta parábola de Jesús nos sitúa ante una exigencia de amor universal, que supera todo tipo de razón clasista e impositiva que actúa por talión o ley y quiere que amemos sólo a los demás en cuanto sirven o valen para nuestros intereses. De esa forma ratifica el valor incondicional de los otros (los prójimos), a quienes debemos amar como a nosotros, pero sabiendo que son diferentes.
En esa línea, la Iglesia debe abandonar todos aquellos rasgos que impiden que ella sea comunidad de samaritanos, al servicio de la comunión universal.
Esta confesión mesiánica de Jesús (su parábola del buen samaritano) tiene, según eso, un contenido práctico y ha de interpretarse desde el compromiso de Jesús (y del conjunto de la Iglesia) a favor de los expulsados del sistema del templo de Jerusalén.
Ciertamente, los cristianos creen en Dios, pero en el Dios del buen samaritano... y ellos pueden y deben colaborar con buenos samaritanos que quizá no creen en Dios, ni forman parte de la Iglesia (porque piensan a veces que ella no es samaritan).
Cf. Cf. H. Béjar, El mal samaritano. El altruismo en tiempos de escepticismo, Anagrama, Barcelona 2001; J. I. Calleja, Moral social samaritana I-II, PPC, Madrid 2004/5; A. Ginel, La parábola del buen samaritano, CCS, Madrid 2001; E. Guerra, La parábola del buen samaritano, Clie, Terrasa 1999; B. Hubler, El buen samaritano. Cercano del que sufre, CCS, Madrid 1997
Éste no es un tema y lema sólo de Jesús (aunque es muy suyo), sino que pertenece a la historia de la humanidad, como decía el lema latino: Deus est mortali mortalem iuvare (Dios es que un mortal ayude a otro mortal), Dios está donde un necesitado (no un sistema rico) ayuda a vivir y mantiene en la esperanza a otro necesitado.
Ésto es lo que dice Jesús, en su diálogo con los escribas, empezando por confesar que hay dos mandamientos (amar a Dios, y amar al prójimo), para acabar diciendo que hay sólo uno: amar al prójimo, porque en ese amor está Dios.
En ese contexto quiero hablar de una Iglesia samaritana y de una sociedd (o republica samaritana). Sé que es difícil hablar de una Iglesia Samaritana (pues los samaritano van un poco a lo libre y las iglesias son asambleas reguladas por una ley sagrada). También es difícil hablar de un Estado Samaritano (pues los estados tienen su norma legal, y no suelen permitir que haya samaritanos sueltos).
Pero sé que hay una Iglesia samaritana... y una sociedad también samaritana, que tienen que colaborar, para el servicio de los necesitados, de los expulsados del camino. En esa línea, quiero hablar de una iglesia y de una “republica”, es decir, de un ideal de sociedad samaritana,.
Había elaborado este post de una manera más extensa, con una aplicaciòn a los temas anterios del blog (Arregi, Saramago, Soraya...), para verlos desde la perspectiva del Buen Samaritano. Pero varios me han pedido que no mezcle temas de actualidad con el comentario bíblico del domingo. Por eso reduzco el tema y lo deja en dos partes: Una bíblica (con palabra de Jesús) y otra de reflexión eclesial (con palabra de Benedicto XVI).
1. PRINCIPIO BIBLICO
Es algo largo, un comentario al texto de Lc 10. Muchos ya lo saben, lo pueden pasar, si quieren, para ir al problema de la Iglesia Samaritana:
Debate entre Jesús y el buen escriba. Un texto clave
El “credo” cristiano incluye en principio dos mandamientos de amor (amar a Dios y amar al prójimo), ninguno de fe estricta (creer en un tipo de dogmas, ni siquiera en Dios), ni de prácticas sagradas (ir a mira o celebrar determinadas ceremonias). Este doble mandamiento recoge la experiencia más profunda de la teología israelita, que se funda en el Shema, que trata del amor a Dios, es decir, al principio de la vida (a partir de Dt 6, 4-9; cf. también Dt 11, 13-21 y Num 15, 37-41) y se amplía en la llamada al amor al prójimo, (tomada de Lev 19, 10). Así empieza el texto:
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Él le dijo:¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?"Él contestó: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. Él le dijo: Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Jesús dijo: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él, y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta. ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? Él contestó: "El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: "Anda, haz tú lo mismo.
Dos mandamientos. Fe común para judíos y cristianos
El maestro de la ley, hombre del Libro, interpreta a Dios como alguien que tiene poder para mandar, es decir, para imponer unos preceptos a sus criaturas, en este caso a los judíos. Ciertamente, su pregunta es buena y veremos que Jesús la admite, pero está sesgada al suponer que en el principio se halla la entolê, es decir, aquello que Dios ha mandado cumplir a los hombres. El problema no está en que los mandatos sean numerosos (más tarde se recopilan 248 positivos y 365 negativos, en total 613), pues muchos de ellos resultan obvios para los que viven dentro de una sociedad organizada en esa base.
Por eso, situados en su propio contexto, los judíos del tiempo de Jesús y sus sucesores no se pueden tomar como legalistas en el sentido peyorativo del término. No son legalistas, pero piensan que su vida se encuentra fundada sobre leyes de Escritura/Tradición que se presentan como voluntad de Dios. De todas maneras, es importante discernir: saber dónde se encuentra el centro y clave de los mandamientos, como hace nuestro escriba. No los discute; quiere organizarlos de forma que puedan integrarse como un todo armonioso. Esta es la función de los escribas: traducir una Escritura histórica/narrativa en formas de código legal. Por eso, en el fondo de los mandamientos buscan el mandamiento, como si los 613 preceptos se pudieran condensar en una misma y única raíz. Pues bien, este escriba sabe, es un buen judío: sabe que todos los mandamientos se resumen en dos.
Un credo práctico: se trata de amar, no de creer
El escriba sabe y reduce todas las leyes a dos:
(1) Amarás al Señor, tu Dios. Dios abre ante el hombre un camino de amor.
(2) (Amarás...) a tu prójimo.
Entre el amor a Dios y al prójimo hay una relación que aparece clara en todo el Nuevo Testamento, desde el mensaje y vida de Jesús hasta la experiencia pascual de la iglesia. Pero esa relación no es sólo propia de los cristianos, sino que pueden asumirla también los escribas judíos, como el que ha elevado la pregunta a Jesús. Ese escriba vuelve a tomar la palabra, para mostrar su aprobación, acentuando la unicidad de Dios (es Uno y no hay otro fuera de él; cf. Dt 4, 35 e Is 45, 21), aunque sin negar la exigencia de amar al prójimo, y añadiendo que el amor a Dios y al prójimo está por encima de todos los ritos religiosos, es decir, de sacrificios y holocaustos (cf. Mc 12, 33).
Por su parte, Jesús acepta la respuesta del escriba, expresando así su propio arraigo dentro de la tradición israelita: confirma la palabra sobre amor a Dios y al prójimo y diciendo al escriba: no estás lejos del reino... No está lejos, pero debe caminar, como aquel hombre rico que ha cumplido la Ley pero que debe darlo todo a los pobres y seguir a Jesús en camino de reino (cf. Mc 10, 21).
Este credo es un credo fácil y en principio pueden aceptarlo no sólo los cristianos, sino también los judíos, y otros creyentes (budistas, hindúes) e incluso no creyentes, siempre que 'Dios' sea símbolo de aquello que define y sustenta en plenitud a los humanos, sabiendo que ha llegado el 'tiempo' de la plenitud. Pero es un credo exigente, pues implica descubrir al prójimo y amarle (es 'como yo').
Teóricamente parece más fácil creer en la Trinidad y otros 'dogmas' cristianos, judíos o musulmanes, pues lo que ellos piden puede aceptarse básicamente, sin cambiar vida de los fieles. Pero, de hecho, este mandato de amor al prójimo, unido al del amor de Dios, es más exigente y define toda la vida y acción de los fieles. Este es un credo de racionalidad comunicativa y supone que los hombres pueden y deben comunicarse, pues se encuentran fundados en una Gracia antecedente de Amor que es Dios, a quien conciben como principio de toda unión de amor. Este es un credo de comunión inter-humana: el creyente encuentra a Dios como Amor en las raíces de su vida (en su corazón y en su mente), descubriendo que puede y debe amar a los demás como 'otro yo', aceptarles como diferentes.
Dos formas de entender al prójimo
Éste es un credo universal, que supera todo tipo de razón clasista e impositiva o de sistema, y ratifica el valor incondicional de los otros (los prójimos), a quienes debemos amar como a nosotros, pero sabiendo que son diferentes. De esa forma emergen en amor, al mismo tiempo, el prójimo, a quien se debe amar, y el propio yo (que aparece como destinatario de amor). Este credo rompe las estructuras de seguridad y separación social, nacional, económica o religiosa, pues afirma que cada prójimo es presencia de Dios y fuente de identidad para el creyente. El tema empieza cuando queremos definir al prójimo.
Tendencia nacional, grupal (particular).
Prójimo sería ante todo el cercano, aquel que forma parte de mi grupo social y religioso, del buen sistema. Con él me debo vincular, a él he de amar de modo peculiar, al menos mientras dura el tiempo de prueba y división de nuestra historia. De esa forma, el shema (escucha...) puede encerrar a quien lo afirma en los muros de un grupo (Israel), de manera que el amor a Dios confirme y ratifique la identidad de los elegidos de la alianza (los judíos). El amor se interpreta así en sentido restrictivo y se aplica conforme al talión: "Habéis oído que se ha dicho: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo" (Mt 5, 43). Prójimo es el hermano israelita: es 'como yo', es de mi pueblo.
El mandato del amor ratifica, según eso, la propia distinción y justicia de los 'justos', construyendo una muralla en torno a la Ley de Israel (o al Evangelio de Jesús). En esa línea se puede hablar de un amor de sistema: de hermanos a hermanos, de buenos a buenos, dentro del “buen Estado” o del buen grupo, conforme a una circularidad sagrada o conveniencia de conjunto. Ese amor vale para triunfar y puede interpretarse como inversión económica (amar para que te amen, dar para que te den, como un en banco: cf. Mt 5, 43-48 par; Lc 14, 7-14) y calcularse según ley, pero deja fuera de su círculo a los otros, los caídos a la vera del camino, como el que bajaba de Jerusalén a Jericó (cf. Lc 10, 30) y los hambrientos, exilados, enfermos y encarcelados de Mt 25, 31-46, que no caben en el buen sistema.
De forma abierta, universal.
Jesús ha expandido el alcance de prójimo, abriéndolo a todos los humanos y de un modo especial a los excluidos de la 'alianza pura': publicanos y pecadores, enfermos y excluidos. En esa línea sigue el texto: "Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace brillar el sol sobre malos y buenos..."(Mt 5, 45 par). Sólo es universal el amor ofrecido al enemigo, es decir, al otro, al que está fuera de mi círculo, favoreciendo así, de un modo gratuito y desinteresado, a los expulsados del propio pueblo, iglesia o conjunto social. Esta es la interpretación mesiánica del shema: ha llegado el tiempo. Jesús y sus seguidores aman y ayudan en concreto a los expulsados, superando así la amistad o solidaridad de grupo.
2. UNA IGLESIA SEMARITANA (BENEDICTO XVI)
La Iglesia ha sido y sigue siendo la mayor institucion samaritana que existe en el mundo, por su labor social, realizada especialmente por monjas. Pero hay muchos que piensan que ella es ante todo una institución de poder, que no puede actuar como el buen samaritano. En esa línea quiero recoger unas reflexiones del Papa.
La Iglesia tiene una "ley", que es el amor a los demás, como Jesús (el Buen Samaritano) les ha amado. Amar a los demás 'como a uno mismo' supone buscar el bien de ellos, en cuanto distintos, con su propia identidad individual o de grupo (como musulmanes o paganos...), no para obligarles a ser como yo, integrarles en mi grupo.
Este amor rompe todo sistema de ley, todo sistema de “ortodoxia cerrada”. Por eso, el cristiano es un israelita que traduce la experiencia del amor de Dios como amor a los impuros, que parecen y son un peligro para el sistema. La confesión cristiana supera la identidad anterior de la Ley y los grupos de sacralidad cerrada, desde una experiencia superior de gratuidad, que es fuente de comunión entre todos los hombres.
Son muchos los que dicen que la Iglesia como isntitución oficial no puede amar al prójimo, pues tiene que defender su ortodoxia y su poder. Ella no amó a los herjes que quemó, ni a los judíos y moricos que ayudó a expulsar... Ella impuso su ley sobre los otros... Pues bien, en contra de eso, Benedicto XVI quiere apoyar el surgimiento de una Iglesia Samaritana.
¿Iglesia Samaritana. Una palabra de Benedicto XVI
Para saber quién es mi prójimo, Jesús ha contado la parábola del Buen Samaritano…. No se trata de saber en teoría quién es mi prójimo, sino de hacerme prójimo de los demás, de llegar a todos, de ayudarles…Desde este mismo fondo ha de entenderse la interpretación de Jesús. Da la impresión de que los buenos escribas saben quién es Dios y el modo de amarle rectamente, pero no saben quién es el prójimo y amarle.
La respuesta de Jesús introduce aquí la revolución cristiana de Dios, con la parábola del buen samaritano, que da un sentido nuevo a todo lo anterior; quien entienda esa parábola y la practique entiende y “practica” al Dios cristiano.Y desde ese fondo responde precisando quién es el prójimo, como ha puesto de relieve Benedicto XVI:
«La parábola del buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) nos lleva sobre todo a dos aclaraciones importantes. Mientras el concepto de prójimo hasta entonces se refería esencialmente a los conciudadanos y a los extranjeros que se establecían en la tierra de Israel, y por tanto a la comunidad compacta de un país o de un pueblo, ahora este límite desaparece. Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora» (Dios es amor, 15).
Organizaciones caritativas, caridad concreta (sigue la Iglesia Samaritana)
El sacerdote y el levita no se hacen prójimos, quizá por su misma identidad sagrada: son funcionarios de un templo, representantes de una sanidad y sacralidad organizada en torno al santuario de Israel, con sus sacrificios. Por el contrario, el samaritano no está determinado por ninguna religiosidad superior, de manera que puede hacerse prójimo concreto del hombre que está necesitado. Según Benedicto XVI, la Iglesia debe estar al servicio de los caídos del camino, de manera que su modelo y patrón es el Buen Samaritano, tanto en un plano social como particular:
«Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc.» (Benedicto XVI, Dios es amor 31).
Desde ese fondo pueden distinguirse dos niveles.
(1) Las organizaciones caritativas o sociales de la Iglesia, comenzando por Cáritas (diocesana, nacional, internacional), han de hacer lo posible para poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñan estos cometidos. Éste es el nivel de la institución, nivel que en perspectiva estatal puede hallarse regulado por los principios de la justicia.
(2) Las personas concretas han de responder con el amor personal, que se vale de las instituciones, pero que las desborda. En este segundo sentido, el amor es siempre algo personal: un contacto directo, de hombre a hombre (varón o mujer), un contacto que permite descubrir, más allá de las instituciones (religiosas o políticas, económicas o sociales) el valor de la persona necesitada. Ciertamente, el samaritano de la parábola acude al posadero (institución) y le paga lo que cuesta el cuidado al hombre herido del camino. De esa manera influyen en el servicio de caridad una serie de elementos “objetivos” (el dinero del samaritano, el servicio “oficial” del posadero que cuida al herido…); pero esos elementos solo se pueden entender como una consecuencia del encuentro del samaritano que “ve” al herido como un hombre (como una persona necesitada) y tiene misericordia de él.
Conclusión teórica. Una iglesia de Jesús Samaritano
Jesús nos sitúa ante la misericordia que se expresa en forma de “amor samaritano”. Levita y sacerdote no puede tener esta misericordia, porque sus mismas leyes religiosas de pureza se lo impiden: no saben si el herido está muerto (si lo estuviere sería impuro, no podrían tocarle); no saben si el herido es un judío (si no lo fuere, si no pudieran ver su circuncisión… no podrían ayudarle, pues también sería impuro). Levita y sacerdote son miembros de un sistema que pone la pureza de la ley (el orden económico, la política de estado) por encima de la ayuda concreta al necesitado. Por el contrario, el samaritano es un hombre que puede y quiere ayudar al herido, cumpliendo de esa forma la palabra que dice “amarás al prójimo como a ti mismo”.
Esta parábola de Jesús nos sitúa ante una exigencia de amor universal, que supera todo tipo de razón clasista e impositiva que actúa por talión o ley y quiere que amemos sólo a los demás en cuanto sirven o valen para nuestros intereses. De esa forma ratifica el valor incondicional de los otros (los prójimos), a quienes debemos amar como a nosotros, pero sabiendo que son diferentes.
En esa línea, la Iglesia debe abandonar todos aquellos rasgos que impiden que ella sea comunidad de samaritanos, al servicio de la comunión universal.
Esta confesión mesiánica de Jesús (su parábola del buen samaritano) tiene, según eso, un contenido práctico y ha de interpretarse desde el compromiso de Jesús (y del conjunto de la Iglesia) a favor de los expulsados del sistema del templo de Jerusalén.
Ciertamente, los cristianos creen en Dios, pero en el Dios del buen samaritano... y ellos pueden y deben colaborar con buenos samaritanos que quizá no creen en Dios, ni forman parte de la Iglesia (porque piensan a veces que ella no es samaritan).
Cf. Cf. H. Béjar, El mal samaritano. El altruismo en tiempos de escepticismo, Anagrama, Barcelona 2001; J. I. Calleja, Moral social samaritana I-II, PPC, Madrid 2004/5; A. Ginel, La parábola del buen samaritano, CCS, Madrid 2001; E. Guerra, La parábola del buen samaritano, Clie, Terrasa 1999; B. Hubler, El buen samaritano. Cercano del que sufre, CCS, Madrid 1997
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