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jueves, 8 de julio de 2010

XV Domingo del T.O. (Lucas 10, 25-37) - Ciclo C: Saber detenerse en el camino


Muchas veces me he preguntado: “¿en qué consiste ser cristiano hoy?”
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”.
Reconozco que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo. “detenerse en el camino y no caminar dando rodeos cuando alguien me necesita”.

La fe de los piadosos

Muchos nos damos por satisfechos con ser piadosos. Rezamos mucho. Oramos mucho. Comulgamos todos los días. Realmente Tenemos una relación muy buena con Dios. Bueno, eso creemos nosotros.
¿Será suficiente ser piadosos para ser buenos creyentes?
El Sacerdote “que bajaba por aquel lugar” era un hombre piadoso. Venía de Jerusalén, posiblemente de cumplir con los servicios del Templo.
El Levita también venía de Jerusalén, posiblemente de hacer comentarios e interpretaciones de la ley.
Sin embargo, fueron incapaces de detener su paso y acercarse al hombre caído y maltrecho del camino. Muy devotos de Dios, pero demasiado insensibles hacia el necesitado. A Dios se dirigían cada día de una manera directa. Pero llegados al hombre herido, prefirieron “dar un rodeo y pasar de largo”. “Ojo que no ve corazón que llora”.

Nuestra piedad puede ser un gran peligro. Puede llevarnos a la autosatisfacción de sentirnos bien con Dios, y asegurarnos así nuestra salvación, pero haciéndonos insensibles ante los problemas del hombre que tenemos a nuestro lado.
Me gusta lo que escribe Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es caridad”: “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre al prójimo solamente como al “otro”, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo “piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos”, se marchita también la relación con Dios”. (DC 18)

Y añade: “Será únicamente una relación “correcta” pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mi ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama”. (id 18)

La piedad y los actos piadosos son buenos, pero tienen el peligro de engañarnos. Tienen el peligro del individualismo religioso, de encerrarnos sobre nosotros mismos y en nuestra religiosidad, y de olvidarnos del compromiso con los demás.

Un hombre poco piadoso

No sólo poco piadoso, sino pagano, infiel. Un samaritano.
También él pasa por el mismo camino. También él ve al hombre caído y descalabrado por unos bandidos.

Posiblemente rezaba poco. Pero su corazón se enterneció ante aquel desconocido herido en el camino.
Posiblemente también él llevaba prisa por llegar a destino. Pero la atención al hombre necesitado era más urgente que sus prisas.
Ni dio rodeos ni pasó de largo. Bajó del caballo, le vendó las heridas y se lo cargó hasta dejarlo en una posada. Y se hizo cargo de los gastos que todos los cuidados implicaban. “Lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”.

No se fijó si era judío o cualquier otro. Para él era un hombre.
No se fijó si era uno de los que no se hablaba con los samaritanos. Era un necesitado.
No se fijó si alguien lo veía. Le era suficiente que él pudiera verlo herido.
No pensó que con ello se ganaría el cielo. Sencillamente manifestó su amor al prójimo.
No se le veía mucho por la Iglesia. Pero se le veía vendando las heridas de los demás.
No era muy amigo de curas. Pero llevaba dentro el amor al prójimo.
No daba mucha limosna a la Iglesia. Pero no le dolió abrir la billetera y gastar lo que fuese necesario para curar al hombre herido.
No se preguntó si sería un hombre bueno o se había merecido la paliza. Sencillamente vio en él a un hombre.
No se preguntó si algún día le devolvería el favor. Le bastó saber que era un hombre y estaba en malas condiciones.

“La religión puede endurecer el corazón de muchas personas“… “Terminan por dar más importancia a sus observancias que al dolor y las humillaciones que padece la gente”. (J.M. Castillo)

No hay verdadero amor a Dios donde falta el amor al prójimo. Y “mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar” (Benedicto XVI n.15) El segundo mandamiento es igual al primero. ¿Lo sabíamos?


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