Tanto en la lectura del Antiguo Testamento que se lee en la misa de este domingo, como en el Evangelio de San Lucas, Dios nos revela cual debe ser para nosotros la razón de nuestra existencia. Para que creo Dios al hombre. Para que fuimos puestos en la tierra: Para amar a Dios sobre todas las cosas.
La pregunta que hace el Maestro de la Ley a Jesús es vital. No le pregunta por algo que solo es bueno o conveniente. Le pregunta ¿que es lo que debemos hacer para conseguir la vida eterna?.
Porque amar a Dios no es simplemente algo muy importante para el hombre.
¡Es lo único que importa!.
Aquello para lo que fue creado.
Aquello en lo que alcanza su felicidad y plenitud.
Al reflexionar sobre la forma de amar a Dios, Santo Tomás dice que el principio del amor es doble, ya que se puede amar a Dios tanto con el sentimiento como por lo que nos dice la razón. Nosotros tenemos que amar a Dios con el mismo afecto con que queremos a nuestros padres o a nuestros hijos, con el único corazón que tenemos. Así amó también Jesús al Padre.
Pero a veces pasa que estamos fríos y sin ganas. Que al momento de rezar, o de participar de la misa, no sentimos nada. No podemos entonces conformarnos con seguir al Señor de mala ganas, ni mucho menos, de abandonarlo. Tenemos que amar a Dios con una voluntad firme y pedir en forma insistente su ayuda para que se vuelva a encender en nosotros nuestro corazón.
Cuando el maestro de la Ley responde a Jesús sobre cuál es el primer mandamiento de la ley, el Señor le dice que ha respondido bien, que haga eso, y vivirá.
Es como si le dijera: conoces bien lo que debes hacer para salvarte: pero no te basta este conocimiento teórico para llegar a la salvación, sino que es necesario que viva lo que conoce.
Podemos hoy preguntarnos ¿que querrá decir: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.
Ama a Dios con todo el corazón el que no reserva nada para sí, sino que todo lo entrega a Dios, al amor de Dios, aunque para ello deba sacrificar sus propios gustos e intereses.
Ama a Dios con toda su alma el que en todos los actos de su vida tiene el amor de dios como causa y explicación, que todo lo hace con amor y por amor.
Ama a Dios con todas sus fuerzas el que solo busca agradar a Dios, evitando por el contrario todo lo que lo aparte de sus caminos.
El amor de Dios exige suprimir toda idolatría. Los antiguos paganos tenían muchos ídolos a los que adoraban de distintas formas. Pero hoy también nosotros levantamos ídolos modernos, mejor construidos y más refinados, a los que los adoramos de una forma más sutil y encubierta. Nos rendimos ante todo el progreso que nos proporciona más bienestar material, más placer, más comodidad, dejando de lado la parte espiritual del hombre.
San Pablo, en su carta a los Filipenses les dice: “su Dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, porque ponen el corazón en las cosas terrenas”. Y estas palabras parece que no han perdido vigencia. Es la idolatría moderna, que se olvida de la fe y del amor a Dios.-
El maestro de la Ley esperaba que le asignaran los límites exactos de su deber. Por eso pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién tenía que atender? ¿A los de su familia?, ¿a los hermanos de raza?, ¿a otros, tal vez?
Es significativo que Jesús concluye su relato con otra pregunta diferente de la primera: ¿Cuál de estos tres fue el prójimo? Es como si dijera: No calcules para saber quién es tu prójimo, sino déjate llevar por el llamado que sientes en ti y hazte prójimo, próximo a tu hermano que te necesita. Mientras consideremos la Ley del amor como una obligación, no será ese el amor que Dios quiere.
El amor no consiste solamente en conmoverse ante la miseria del otro. Es de destacar cómo el samaritano se detuvo a pesar de lo peligroso que era aquel lugar, pagó y se comprometió a costear todo lo que fuera necesario. Más que «hacer una caridad», se arriesgó sin reserva ni cálculo, y esto con un desconocido.
Pidamos a María que guiados por su hijo Jesús, recorramos nuestra vida amando a Dios sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo, como a nosotros mismos.
Nexo entre las lecturas
La cuestión Jesús podría ser el centro de convergencia de los textos litúrgicos. Jesús es una grande pregunta y la Biblia nos ofrece una grande respuesta. En el Evangelio Jesús se autopresenta como el buen samaritano, disponible para cualquier necesidad, allí donde exista y sea quien sea el necesitado. La primera lectura nos habla de la Palabra cercana, en los labios y en el corazón, y esa Palabra cercana se identifica con Jesús, el Dios-hombre, que nos habla con palabras de hombre. En la carta a los colosenses, en un antiguo y bello himno cristológico, Jesús es cantado como el primogénito de toda la creación, a quien todo hace referencia y en quien todo encuentra plenitud.
Mensaje doctrinal
1. El buen samaritano, seudónimo de Jesús. La parábola del buen samaritano no es sólo un tesoro cristiano, pertenece a la riqueza de la humanidad. Tal vez no sea exagerado decir que no hay hombre que no la conozca, que no haya pretendido interpretarla alguna vez en su propia vida. Cabe destacar, por ello, que no es una parábola hecha vida, sino una vida hecha parábola, y por eso se puede decir que el buen samaritano es un seudónimo de Jesús. A la pregunta del escriba sobre quién es su prójimo, Jesús habría podido responder directamente: "Yo soy" prefirió, sin embargo, escoger el camino parabólico y hacer de la narración un espejo de su existencia, enteramente entregada al hombre por amor. Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo hombre, es decir, cercano, accesible, disponible, acogedor, próximo en cualquier situación o circunstancia humanas. Una perspectiva interesante para leer los evangelios podría ser ésta de la proximidad, adoptando como punto de partida el gran misterio de la encarnación, por la que Dios se hace próximo al hombre en Jesús de Nazaret. Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los discípulos, a los inquietos, a los poderosos, a los pobres y necesitados, a todos. La proximidad de Jesucristo al hombre forma parte del misterio de la encarnación y del nacimiento.
2. Jesús, Palabra cercana. Para el Deuteronomista la Palabra es la revelación de Dios primeramente en el Sinaí y ahora en la llanura de Moab. Una revelación divina que no es algo principalmente extrínseco, sino que realmente es una Palabra interior, de la que todo seguidor de Jesucristo se apropia hasta llegar a hacerla suya. Una Palabra y una revelación que adquieren rostro y nombre propios en Jesucristo. Él es la Palabra hecha carne. Él es la Palabra que resuena en todas las palabras de la Biblia. Él es la Palabra que, por obra del Espíritu Santo, se adentra en el alma del creyente hasta anidar en ella, convirtiéndola en su morada. Está en nuestros labios la Palabra, porque cuando leemos la Escritura leemos a Cristo en ella. Está en nuestro corazón, porque la Palabra no es un sonido hueco, tampoco un mero contenido noético, sino una persona, a la que se conoce y ama en la intimidad, por la vía del corazón. Para un cristiano, esa palabra cercana e interior, que está en sus labios y en su corazón es Jesucristo. Él es la Palabra que nos aproxima al conocimiento y a la intimidad de Dios, que nos aproxima al verdadero conocimiento de nosotros mismos y del sentido de toda la creación.
3. Jesús, primogénito de la creación. El himno de la segunda lectura recurre a varias imágenes para responder a la cuestión Jesús. Jesús es la imagen visible del Dios invisible, es el primogénito, es decir, el arquetipo de toda creatura: punto de referencia, por tanto, del cosmos y de la historia. En definitiva, la creación entera mira hacia Jesucristo como a su modelo, su razón de ser, su último destino. Por eso, el himno de la carta a los colosenses nos dice que en Jesús reside toda la plenitud. Finalmente, aplica a Jesús otros dos nombres: cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, o sea, centro de cohesión y de dirección de los cristianos, y primogénito de entre los muertos: Aquel en quien anticipadamente se nos muestra el destino final de todos los hombres que buscan sinceramente a Dios. Como primogénito de la creación, todo lo engloba, todo lo configura, todo lo sella con su imagen y con su amor.
1. Haz tú lo mismo. Jesús es el buen samaritano, es el hombre más próximo a todo hombre y a todos los hombres. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Como nos dirá Santiago: "La fe sin obras es una fe muerta". Hoy cada cristiano es llamado a repetir a Jesús en su vida, a hacer del buen samaritano un propio seudónimo. Jesús dice a algunos cristianos: "Haz tú lo mismo en tu casa: con tu mamá que está enferma; con tu vecino, que es anciano y no puede valerse por sí mismo para muchas cosas; con tu hijo que tuvo un accidente y habrá de vivir el resto de su vida en silla de ruedas". A otros cristianos Jesús dirá: "Ve y haz tú lo mismo cuando vas por la calle, dando limosna con gusto a quien te la pida, informando amablemente a quien te pregunta por una dirección o por el nombre de un negocio; ve y haz tú lo mismo cuando vas en el autobús o en el metro, cediendo el asiento a los ancianos, a las madres con niños pequeños, a los minusválidos, siendo respetuoso y dueño de ti mismo cuando el autobús va a tope y te empujan por todas partes o incluso intentan robarte". Haz tú lo mismo: esta frase la deberíamos tener presente en nuestra mente y en nuestro corazón a lo largo de todos los días. Una frase que posee un potencial enorme de creatividad y de impulsos nuevos a la acción en favor de nuestros hermanos los hombres. Haz tú lo mismo: esta sola frase es capaz de inventar el futuro, de fraguar un mundo nuevo y mejor. ¿Cuántos cristianos haremos caso?
2. Una Palabra dirigida a ti. Toda la Biblia es palabra, Palabra de Dios. Las palabras humanas en que está escrita la Biblia son como sonidos que llegan a nuestros oídos, entran dentro de nosotros y a través de ellos escuchamos la Palabra de Dios, su mensaje de verdad, de amor, de auténtico humanismo cristiano. Es una Palabra dirigida a todos, porque todos la podemos entender y a todos nos puede abrir las puertas de la salvación. Pero sobre todo es una Palabra dirigida personalmente a cada uno, a ti. Puede suceder que, cuando tú lees un texto de la Biblia, haya otros hombres leyendo el mismo texto en algún otro lado del planeta, pero es seguro que el mensaje será absolutamente personal, dirigido a ti, con tu nombre y apellidos. Cuando en la liturgia de la Palabra, en la misa, se hacen las tres lecturas, todos los presentes escuchan los mismos textos, pero en cada uno resuenan de modo diferente y a cada uno envían mensajes particulares. Para la Palabra de Dios no cuenta el número, sino la persona, cada persona en su carácter único, irrepetible y diverso de todas las demás. Un Padre de la Iglesia decía que la Escritura es como una carta que Dios escribe a cada hombre. No una carta protocolaria o puramente administrativa, sino una carta de un Padre a su hijo, una carta donde el Padre habla de sí mismo con gran sencillez, pero al mismo tiempo manifestando sus pensamientos y deseos más íntimos. Escucha esa Palabra de Dios para ti, en ella te va la vida y la felicidad, en ella se te da la clave para vivir dando sentido a tu existencia. No te asuste la levedad de la Palabra. Parece frágil y leve, pero posee la solidez del acero. ¡Es Palabra de Dios!
La pregunta que hace el Maestro de la Ley a Jesús es vital. No le pregunta por algo que solo es bueno o conveniente. Le pregunta ¿que es lo que debemos hacer para conseguir la vida eterna?.
Porque amar a Dios no es simplemente algo muy importante para el hombre.
¡Es lo único que importa!.
Aquello para lo que fue creado.
Aquello en lo que alcanza su felicidad y plenitud.
Al reflexionar sobre la forma de amar a Dios, Santo Tomás dice que el principio del amor es doble, ya que se puede amar a Dios tanto con el sentimiento como por lo que nos dice la razón. Nosotros tenemos que amar a Dios con el mismo afecto con que queremos a nuestros padres o a nuestros hijos, con el único corazón que tenemos. Así amó también Jesús al Padre.
Pero a veces pasa que estamos fríos y sin ganas. Que al momento de rezar, o de participar de la misa, no sentimos nada. No podemos entonces conformarnos con seguir al Señor de mala ganas, ni mucho menos, de abandonarlo. Tenemos que amar a Dios con una voluntad firme y pedir en forma insistente su ayuda para que se vuelva a encender en nosotros nuestro corazón.
Cuando el maestro de la Ley responde a Jesús sobre cuál es el primer mandamiento de la ley, el Señor le dice que ha respondido bien, que haga eso, y vivirá.
Es como si le dijera: conoces bien lo que debes hacer para salvarte: pero no te basta este conocimiento teórico para llegar a la salvación, sino que es necesario que viva lo que conoce.
Podemos hoy preguntarnos ¿que querrá decir: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente.
Ama a Dios con todo el corazón el que no reserva nada para sí, sino que todo lo entrega a Dios, al amor de Dios, aunque para ello deba sacrificar sus propios gustos e intereses.
Ama a Dios con toda su alma el que en todos los actos de su vida tiene el amor de dios como causa y explicación, que todo lo hace con amor y por amor.
Ama a Dios con todas sus fuerzas el que solo busca agradar a Dios, evitando por el contrario todo lo que lo aparte de sus caminos.
El amor de Dios exige suprimir toda idolatría. Los antiguos paganos tenían muchos ídolos a los que adoraban de distintas formas. Pero hoy también nosotros levantamos ídolos modernos, mejor construidos y más refinados, a los que los adoramos de una forma más sutil y encubierta. Nos rendimos ante todo el progreso que nos proporciona más bienestar material, más placer, más comodidad, dejando de lado la parte espiritual del hombre.
San Pablo, en su carta a los Filipenses les dice: “su Dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, porque ponen el corazón en las cosas terrenas”. Y estas palabras parece que no han perdido vigencia. Es la idolatría moderna, que se olvida de la fe y del amor a Dios.-
El maestro de la Ley esperaba que le asignaran los límites exactos de su deber. Por eso pregunta: ¿Quién es mi prójimo? ¿A quién tenía que atender? ¿A los de su familia?, ¿a los hermanos de raza?, ¿a otros, tal vez?
Es significativo que Jesús concluye su relato con otra pregunta diferente de la primera: ¿Cuál de estos tres fue el prójimo? Es como si dijera: No calcules para saber quién es tu prójimo, sino déjate llevar por el llamado que sientes en ti y hazte prójimo, próximo a tu hermano que te necesita. Mientras consideremos la Ley del amor como una obligación, no será ese el amor que Dios quiere.
El amor no consiste solamente en conmoverse ante la miseria del otro. Es de destacar cómo el samaritano se detuvo a pesar de lo peligroso que era aquel lugar, pagó y se comprometió a costear todo lo que fuera necesario. Más que «hacer una caridad», se arriesgó sin reserva ni cálculo, y esto con un desconocido.
Pidamos a María que guiados por su hijo Jesús, recorramos nuestra vida amando a Dios sobre todas las cosas, y a nuestro prójimo, como a nosotros mismos.
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
La cuestión Jesús podría ser el centro de convergencia de los textos litúrgicos. Jesús es una grande pregunta y la Biblia nos ofrece una grande respuesta. En el Evangelio Jesús se autopresenta como el buen samaritano, disponible para cualquier necesidad, allí donde exista y sea quien sea el necesitado. La primera lectura nos habla de la Palabra cercana, en los labios y en el corazón, y esa Palabra cercana se identifica con Jesús, el Dios-hombre, que nos habla con palabras de hombre. En la carta a los colosenses, en un antiguo y bello himno cristológico, Jesús es cantado como el primogénito de toda la creación, a quien todo hace referencia y en quien todo encuentra plenitud.
Mensaje doctrinal
1. El buen samaritano, seudónimo de Jesús. La parábola del buen samaritano no es sólo un tesoro cristiano, pertenece a la riqueza de la humanidad. Tal vez no sea exagerado decir que no hay hombre que no la conozca, que no haya pretendido interpretarla alguna vez en su propia vida. Cabe destacar, por ello, que no es una parábola hecha vida, sino una vida hecha parábola, y por eso se puede decir que el buen samaritano es un seudónimo de Jesús. A la pregunta del escriba sobre quién es su prójimo, Jesús habría podido responder directamente: "Yo soy" prefirió, sin embargo, escoger el camino parabólico y hacer de la narración un espejo de su existencia, enteramente entregada al hombre por amor. Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo hombre, es decir, cercano, accesible, disponible, acogedor, próximo en cualquier situación o circunstancia humanas. Una perspectiva interesante para leer los evangelios podría ser ésta de la proximidad, adoptando como punto de partida el gran misterio de la encarnación, por la que Dios se hace próximo al hombre en Jesús de Nazaret. Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los discípulos, a los inquietos, a los poderosos, a los pobres y necesitados, a todos. La proximidad de Jesucristo al hombre forma parte del misterio de la encarnación y del nacimiento.
2. Jesús, Palabra cercana. Para el Deuteronomista la Palabra es la revelación de Dios primeramente en el Sinaí y ahora en la llanura de Moab. Una revelación divina que no es algo principalmente extrínseco, sino que realmente es una Palabra interior, de la que todo seguidor de Jesucristo se apropia hasta llegar a hacerla suya. Una Palabra y una revelación que adquieren rostro y nombre propios en Jesucristo. Él es la Palabra hecha carne. Él es la Palabra que resuena en todas las palabras de la Biblia. Él es la Palabra que, por obra del Espíritu Santo, se adentra en el alma del creyente hasta anidar en ella, convirtiéndola en su morada. Está en nuestros labios la Palabra, porque cuando leemos la Escritura leemos a Cristo en ella. Está en nuestro corazón, porque la Palabra no es un sonido hueco, tampoco un mero contenido noético, sino una persona, a la que se conoce y ama en la intimidad, por la vía del corazón. Para un cristiano, esa palabra cercana e interior, que está en sus labios y en su corazón es Jesucristo. Él es la Palabra que nos aproxima al conocimiento y a la intimidad de Dios, que nos aproxima al verdadero conocimiento de nosotros mismos y del sentido de toda la creación.
3. Jesús, primogénito de la creación. El himno de la segunda lectura recurre a varias imágenes para responder a la cuestión Jesús. Jesús es la imagen visible del Dios invisible, es el primogénito, es decir, el arquetipo de toda creatura: punto de referencia, por tanto, del cosmos y de la historia. En definitiva, la creación entera mira hacia Jesucristo como a su modelo, su razón de ser, su último destino. Por eso, el himno de la carta a los colosenses nos dice que en Jesús reside toda la plenitud. Finalmente, aplica a Jesús otros dos nombres: cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, o sea, centro de cohesión y de dirección de los cristianos, y primogénito de entre los muertos: Aquel en quien anticipadamente se nos muestra el destino final de todos los hombres que buscan sinceramente a Dios. Como primogénito de la creación, todo lo engloba, todo lo configura, todo lo sella con su imagen y con su amor.
Sugerencias pastorales
1. Haz tú lo mismo. Jesús es el buen samaritano, es el hombre más próximo a todo hombre y a todos los hombres. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Como nos dirá Santiago: "La fe sin obras es una fe muerta". Hoy cada cristiano es llamado a repetir a Jesús en su vida, a hacer del buen samaritano un propio seudónimo. Jesús dice a algunos cristianos: "Haz tú lo mismo en tu casa: con tu mamá que está enferma; con tu vecino, que es anciano y no puede valerse por sí mismo para muchas cosas; con tu hijo que tuvo un accidente y habrá de vivir el resto de su vida en silla de ruedas". A otros cristianos Jesús dirá: "Ve y haz tú lo mismo cuando vas por la calle, dando limosna con gusto a quien te la pida, informando amablemente a quien te pregunta por una dirección o por el nombre de un negocio; ve y haz tú lo mismo cuando vas en el autobús o en el metro, cediendo el asiento a los ancianos, a las madres con niños pequeños, a los minusválidos, siendo respetuoso y dueño de ti mismo cuando el autobús va a tope y te empujan por todas partes o incluso intentan robarte". Haz tú lo mismo: esta frase la deberíamos tener presente en nuestra mente y en nuestro corazón a lo largo de todos los días. Una frase que posee un potencial enorme de creatividad y de impulsos nuevos a la acción en favor de nuestros hermanos los hombres. Haz tú lo mismo: esta sola frase es capaz de inventar el futuro, de fraguar un mundo nuevo y mejor. ¿Cuántos cristianos haremos caso?
2. Una Palabra dirigida a ti. Toda la Biblia es palabra, Palabra de Dios. Las palabras humanas en que está escrita la Biblia son como sonidos que llegan a nuestros oídos, entran dentro de nosotros y a través de ellos escuchamos la Palabra de Dios, su mensaje de verdad, de amor, de auténtico humanismo cristiano. Es una Palabra dirigida a todos, porque todos la podemos entender y a todos nos puede abrir las puertas de la salvación. Pero sobre todo es una Palabra dirigida personalmente a cada uno, a ti. Puede suceder que, cuando tú lees un texto de la Biblia, haya otros hombres leyendo el mismo texto en algún otro lado del planeta, pero es seguro que el mensaje será absolutamente personal, dirigido a ti, con tu nombre y apellidos. Cuando en la liturgia de la Palabra, en la misa, se hacen las tres lecturas, todos los presentes escuchan los mismos textos, pero en cada uno resuenan de modo diferente y a cada uno envían mensajes particulares. Para la Palabra de Dios no cuenta el número, sino la persona, cada persona en su carácter único, irrepetible y diverso de todas las demás. Un Padre de la Iglesia decía que la Escritura es como una carta que Dios escribe a cada hombre. No una carta protocolaria o puramente administrativa, sino una carta de un Padre a su hijo, una carta donde el Padre habla de sí mismo con gran sencillez, pero al mismo tiempo manifestando sus pensamientos y deseos más íntimos. Escucha esa Palabra de Dios para ti, en ella te va la vida y la felicidad, en ella se te da la clave para vivir dando sentido a tu existencia. No te asuste la levedad de la Palabra. Parece frágil y leve, pero posee la solidez del acero. ¡Es Palabra de Dios!
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