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sábado, 21 de agosto de 2010

Comentario Bíblico y Pautas para la homilía: XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 13, 22-30) - Ciclo C


Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”.
Publicado por Dominicos.org

Introducción

Las lecturas ofrecidas hoy resultan de interés para una reflexión acerca de la cuestión en torno a la religión en sí. “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” De una forma genérica y extensiva podemos responder a la pregunta acerca de la función de la religión con una expresión categórica: la religión sirve para la salvación. Esto es, la religión vendría a responder a la cuestión acerca de la salvación. En este sentido, bien cabría afirmar que la auténtica religión como fenómeno vivido por la persona y la sociedad es aquella en la que la persona y la sociedad experimenta salvación. Por el contrario, toda religiosidad que no produce salvación no sólo es inútil, sino falsa; aún más, probablemente dañina.


Comentario bíblico

La Salvación es una Gracia de Dios

Iª Lectura: Isaías (66,18-21): Abrirse a todos los pueblos

I.1. Nuestra primera lectura de hoy es el del último capítulo del libro de Isaías que corresponde a un tercer Isaías, de la escuela del gran maestro que ha dado nombre a este libro en su totalidad. Es un oráculo que se dirige a los que ha retornado del exilio de Babilonia; es una llamada de esperanza universal. El fracaso del pueblo, con toda su identidad, debería haberles enseñado a abrirse a todas las pueblos, razas y lenguas, para que el proyecto universal de salvación de Yahvé, el Dios de Israel.

I.2. Es esto lo que se anuncia en esta lectura; es una llamada a la misión, que no van a escuchar los dirigentes y responsables. Se cerrarán en una teocracia sacerdotal, con el tiempo, y frustrarán muchas esperanzas. Comenzará a surgir una mentalidad cultual, legalista; una religión que no llegará al corazón reemplazará estas palabras proféticas, hasta que llegue el profeta definitivo, Jesús, quien volverá a recuperar para su pueblo y para el mundo lo que significa este oráculo.



IIª Lectura: Hebreos (12,5-7.11-13): ¡Tengamos esperanza!

La lectura de Hebreos es una amplia exhortación a vivir la fe en medio de las dificultades que deben soportar. Los destinatarios son, muy probablemente, judíos convertidos que se encuentran un poco desasistidos de los apoyos que encontraban en la praxis del judaísmo, en la antigua religión. Ahora se les reprocha que no sean capaces de soportar algunas cosas. Por eso se les exhorta a que cuando reciban una corrección deben asumirla con paciencia, porque a pesar de desconcierto primero, el final siempre es positivo. El fruto verdadero de la corrección y la paciencia es una esperanza firme para no abandonar la fe.



Evangelio: Lucas (13,22-30): Dios nos espera para salvarnos

III.1. El evangelio puede sonar un poco desconcertante, dependiendo en gran parte del dicho aislado “esforzaros de entrar por la puerta estrecha”. El pasaje se sitúa en el camino que Jesús emprende hacia Jerusalén y el seguimiento que ello implica, es una catequesis lucana del verdadero discipulado. Pero ¿para qué es necesario ser discípulo de Jesús? ¿para salvarse, para salvarnos? ¿Esa era la mentalidad del tiempo de Jesús heredada en ciertos círculos cristianos rigoristas? ¿Son pocos los que se salvan? Conociendo el mensaje de Jesús y su confianza en Dios, tendríamos que afirmar que Jesús no respondía a preguntas que se resolvieran desde el punto de vista legal.

III.2. En realidad la lectura a fondo de este evangelio plantea cuestiones muy importantes desde el punto de vista de la actitud cristiana. Jesús no responde directamente a la pregunta del número, porque no es eso algo que pueda responderse. Lo de la puerta estrecha es un símil popular y no debe producir escándalo, porque los caminos de Dios no son lo mismo que los caminos de los hombres: esto es evidente. Esta es una llamada a la “radicalidad” en todo caso, que pudiéramos transcribir así: quien quiera salvarse debe vivir según la voluntad de Dios. Eso lo dice todo, aunque para algunos no resuelve la cuestión. Por ello deberíamos decir que esa preocupación numérica fue más de los discípulos que trasmitieron estas palabras de Jesús (el Evangelio Q para algunos especialistas), que estaban más o menos obsesionados con un cierto legalismo apocalíptico y no bebían los vientos del talante profético de Jesús.

III.3. Siempre se ha dicho que Jesús lo que busca son los corazones y la actitudes de los que le siguen. Les pone una parábola de contraste, la del dueño de la casa que cierra la puerta. La mentalidad legalista es la de esforzarse por entrar por la puerta estrecha. En la parábola se adivina un mundo nuevo, un patrón, Dios en definitiva, que no entiende las cosas como nosotros, por números, por sacrificios, por esfuerzos personales de lo que se ha llamado “do ut des” (te doy para que me des). Muchos pensarán que han sido cristianos de toda la vida, que han cumplido los mandamientos de Dios y de la Iglesia de toda la vida (si es que eso se puede decir), que han sido muy clericales… pero el “dueño” no los conoce. ¿No es desesperante la conclusión? El contraste es que podemos estar convencidos que estamos con Dios, con Jesús, con el evangelio, con la Iglesia, pero en realidad no hemos estado más que interesados en nosotros mismos y en nuestra salvación. Eso es lo que la parábola de contraste pone de manifiesto.

III.4. ¿Las cosas deberían ser de otra manera? ¡Sin duda! Debemos aprender a recibir la salvación como una gracia de Dios, como un regalo, y a estar dispuestos a compartir este don con todos los hombres de cualquier clase y religión. Eso es lo que aparece al final de esta respuesta de Jesús. Los que quieren “asegurarse” previamente la salvación mediante unas reglas fijas de comportamiento no han entendido nada de la forma en la que Dios actúa. Por eso no reconoce a los que se presentan con señas de identidad legalistas, que ocultan un cierto egoísmo. No es una cuestión de número, sino de generosidad. En la mentalidad legalista y estrecha del judaísmo, que también ha heredado en muchos aspectos el cristianismo, la salvación se quiere garantizar previamente como se tratara de un salvoconducto inmutable e intransferible. No se trata de desprestigiar una moral, una conducta o una institución, como si el evangelio convocara a la amoralidad y el desenfreno para poder salvarse. Esta conclusión de moralismo barato (la “gracia barata” le llamaba Bonhoeffer) no es lo que piden las palabras de Jesús. Pero sí debemos afirmar rotundamente: si la salvación no sabemos recibirla como una “gracia”, como un don, no entenderemos nada del evangelio.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura


Pautas para la homilía

En coherencia con el planteamiento que adelantamos en la introducción, podríamos leer las lecturas de hoy. El evangelio de hoy se inserta a continuación de una unidad de sentido dentro del capítulo 13 de Lucas, que es una llamada imperiosa a la conversión de una falsa vivencia religiosa. “¿Creéis que aquellos galileos murieron así por ser más pecadores que los demás?”, comienza preguntando el capítulo. A lo largo del capítulo, varias perícopas van dando las claves de la falsa vivencia religiosa: la higuera (la religión ha de producir los frutos más dulces y apreciados, los ideales más altos de la existencia) que es estéril; el sábado (signo del espacio vital consagrado a Dios), que se opone al hombre (Dios contrapuesto el hombre); la grandiosidad exterior del Templo y del culto, que es cerrado, elitista y excluyente, en franco contraste con la pequeñez e invisibilidad de una pequeña semilla enterrada, oculta, que misteriosamente crece en lo interno y llega a acoger a todos. En conclusión, el capítulo nos presenta las grandes contradicciones internas que puede ofrecer una inauténtica experiencia religiosa y que se resume en su gran contradicción: la religión cuyo ser es ser para la salvación, no conduce a experiencias de salvación. Por ende, es tan inútil como falsa.

La secuencia lógica de este pasaje nos lleva al evangelio de hoy, dándonos la pauta de la auténtica religiosidad. La imagen de la puerta estrecha se nos ofrece como clave hermenéutica. Pero atención, cuidado con desviarse hacia interpretaciones moralizantes o espiritualizantes de esta puerta estrecha. Nada nuevo se descubre al afirmar que con esta puerta estrecha Jesús se refiere a sí mismo. Jesús es la expresión y manifestación de la auténtica religiosidad: Jesús es la higuera que da el fruto sublime, es quien tiene en sí y nos da el más excelso sentido de la existencialidad humana; en Jesús Dios y hombre no se oponen sino que hacen síntesis. Pero, además, Jesús es ese minúsculo grano de mostaza que en su desenvolvimiento llega y acoge a todos. La grandeza que es Jesús se ofrece paradójicamente en lo insignificante y escondido en la tierra. Esta imagen de la puerta estrecha nos exhorta a “encoger” nuestra religiosidad, a “empequeñecerla”. ¿En qué sentido? Es claro, en el mismo en que Dios mismo se empequeñece y encoge: en su Encarnación. Hemos de encarnar nuestra vivencia religiosa. Mejor dicho, sólo es posible una auténtica vivencia religiosa desde la encarnación.

Pero, ¿eso que significa? Es necesario asumir la Encarnación de Dios en el mundo en todos sus sentidos; hay que llevarlo a sus últimas consecuencias. La puerta estrecha es Jesús, el Hijo del Hombre. La Resurrección y Ascensión no anulan la Encarnación, sino que le dan su último y definitivo sentido. Y no se refieren meramente a Jesús, sino a toda la Creación que adquiere su plenitud en quien todas las cosas son recapituladas. Es decir, la Encarnación supone que todo en esta historia ha quedado tocado, todo ha sido modificado por ese acontecimiento: todo ser, toda institución, toda circunstancia,… sin que nada ni nadie escape de esa renovación.

La puerta de la salvación es una puerta estrecha porque es una puerta humana, en las condiciones de lo humano. Y las condiciones de lo humano son estrechas, son difíciles, están empapadas del sudor y del sufrimiento; es una puerta que reproduce la miseria de lo humano. Sin esa experiencia de lo profundo humano y sus condiciones no hay experiencia religiosa auténtica. Sin pasar por esa condición estrecha de la miseria de la condición humana y ser capaces de descubrir en ella la realidad divina no hay auténtica vivencia religiosa, no hay salvación. La salvación pasa por la miseria de lo humano por voluntad del mismo Dios que quiso encarnarse en ella. Y hay salvación, porque solo desde la conciencia y experiencia encarnada de la miseria que incorpora la condición humana, es posible concebir y acoger vivencialmente ese acontecimiento religioso que llamamos “salvación”. Sólo entonces “salvación” deja de ser un concepto teológico que en tantos suscita la pregunta de si acaso hemos de ser salvados de algo. Por eso, esa puerta estrecha es el mismo Jesús, que es Dios encarnado. Y por eso Jesús es la salvación, porque la miseria humana ha sido salvada en sí misma y transformada en semilla de glorificación. No en vano, Jesús significa “Dios salva”.

Sin embargo, aún cuando confesamos todos los domingos la fe en la Encarnación, hemos de reconocer que no acabamos de comprender el alcance del significado y consecuencias reales de ese acontecimiento. Es necesario que, en nuestra vivencia de la fe, seamos capaces de hacer la traducción de “Encarnación” a “encarnación”. El evangelio y la primera lectura nos hablan de naciones que no habiendo oído de la verdadera religión, sin embargo, son convocados a la mesa del reino de la que participarán. Ciertamente, se nos recuerda que hay muchas personas en nuestro mundo que, sin ser bautizados, son auténticos constructores del reino de Dios en este mundo implicándose y sacrificándose a favor de los demás. Son aquellos que, de hecho, participan de esa experiencia de “encarnación” y hacen visible la “Encarnación” de Dios en el mundo aún sin conocerle. En este sentido, los textos bíblicos parecen recordarnos que el paso de la vivencia práctica de la “encarnación” a la confesión de la “Encarnación” es más fácil (vendrán en camellos, carros, literas… nos dice la primera lectura) que de la confesión de la “Encarnación” a la vivencia de la “encarnación”, categorizada como la entrada por una puerta estrecha. Hecho que nos debería hacer reflexionar acerca de nuestra vivencia religiosa personal y nuestra vivencia religiosa en cuanto Iglesia.


Fray Ángel Romo Fraile

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