“Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos;
dichoso tú porque no pueden pagarte”.
Publicado por Dominicos.org
Introducción
dichoso tú porque no pueden pagarte”.
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Introducción
Nos acercamos al final del período estival y muchos de nosotros nos disponemos a incorporarnos al ritmo habitual de nuestros quehaceres. En estos días, Jesús se nos presenta como maestro de Sabiduría, siguiendo la tradición sapiencial del Antiguo Testamento y llevándola a plenitud en su propia persona. Sus enseñanzas, que en apariencia se presentan como un manual de urbanidad, continúan con el mensaje que escuchamos el domingo pasado: la llegada del Reino y nuestra acogida del mismo. Hoy, el Maestro ilumina el corazón de quienes acogen su palabra en un contexto que se convierte en escenario perfecto para construir una parábola: un banquete. Dos son las ideas en torno a las cuáles gira la Palabra. La primera, la humildad. De ella nos dice el Eclesiástico que es virtud de quienes “alcanzan el favor de Dios”, y Jesús que “todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. La segunda, la caridad. Jesús nos recuerda, una vez más, que no debemos obrar en función del beneficio que ello pueda reportarnos, sino según las necesidades del prójimo.
Comentario bíblico
La verdadera humildad como generosidad y condescendencia
Iª Lectura: Eclesiástico (3,19-21.31.33): La humildad para dejar vivir a los otros
I.1. Este último domingo se nos presenta enmarcado en planteamientos muy humanos de la vida; se propone a la comunidad la praxis de la humildad, una de las virtudes que menos estima recibe en este mundo de competencias infernales, de luchas a muerte por los primeros puestos, por las grandes producciones, por los estilos arrogantes de comportamiento. Quien carezca de este estilo, hoy, parece que no tiene futuro.
I.2. La primera lectura , del Sirácida, es una colección de dichos y refranes de sabiduría, como casi todo el libro, en que se hace el elogio de la humildad, la reflexión y la limosna. Si tienes conciencia de ser grande, de valer algo, procura manifestarte ante los otros con humildad. Es una virtud ésta, no para aparentar lo que no se es, sino para no apabullar a los otros.
IIª Lectura: Hebreos (12,18-19.22-24):
II.1. Se prosigue con la alta teología de la carta a los Hebreos sobre la fe. Esta exhortación fervorosa a una comunidad judeo-cristiana que está pasando por un mal momento, por dificultades internas y externas, pone de manifiesto la obra redentora de Cristo, el Sumo Sacerdote, en comparación con la liturgia, ya muerta e irreversible, del antiguo templo de Jerusalén. Ahora la liturgia que se propone es de tipo celeste, vital, existencial.
II.2. Se quiere subrayar que la comunidad cristiana, llamada a la santidad, no tiene que tener miedo, porque puede entrar en el misterio de la santidad divina, ya que Jesucristo ha hecho posible que nuestros pecados se borren. No tenemos que tener miedo a la santidad (como les sucedía a Moisés y a los israelitas en el Sinaí frente a la santidad de Yahvé). Ahora con Jesucristo, la santidad de Dios es cercanía, misterio curativo que humaniza la misma religión. Los ángeles, los cielos, la Jerusalén celeste, son los signos para hablar de una experiencia que no debemos perder de vista, una nueva alianza.
Evangelio: Lucas (14,1.7-14): La humildad ofrece dignidad a los otros
III.1. Nos encontramos con dos parábolas del buen comportamiento en la mesa. El texto de Lucas está bien construido. En la primera Jesús se dirige a los comensales a propósito del puesto que deben ocupar cuando son invitados (vv. 7-11) y en la segunda se dirige a quien invita para que haga una buena elección de los invitados (vv.12-14). Claro, que nada es lógico en estas parábolas, porque sucede que cuando somos invitados nos gustaría ser de los principales; y cuando invitamos nos gustaría hacerlo teniendo en cuenta la importancia de los mismos. No es eso lo que se propone en este conjunto, que toma la “mesa” como símbolo casi religioso. Las famosas “comunidades” fariseas (havurah/havurot, de haver, amigo), tenían cuidado de no invitar a nadie que no cumplieran con normas estrechas de comportamiento, de preceptos, de comidas kosher, etc.. No era admitido cualquiera a estas havurot. Por eso tiene mucho sentido las propuestas “alternativas” de Jesús a los suyos. En la mesa se compartía amistad e ideas, y por eso tenía tanta importancia.
III.2. El evangelio, como ya se ha puesto de manifiesto, se nos propone la humildad. ¿Por qué, para ser un buen seguidor de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? ¿No es una falsedad aparentar lo que no se es? Aquí no cabe otra explicación que el mismo misterio de la condescendencia divina, que siendo poderoso, se ha hecho como uno de nosotros. La parábola de los primeros y los últimos puestos en un banquete le sirve a Jesús para poner de manifiesto la humildad. El marco de esta parábola es la de un sábado en que Jesús es invitado a casa de un fariseo. Los fariseos, sus escribas, no gozan de buen nombre en el evangelio (Lc 20,46-47). ¿No es bueno aspirar a ser el primero, el mejor, el más perfecto? Si lo miramos desde la perspectiva de los deportistas en las Olimpiadas parecería que no es muy acertada la proposición de Jesús, aunque hoy sabemos que solamente gana uno; y muchos deportistas nos dan la lección de que es tan importante participar como ganar.
III.3. De alguna forma este ejemplo lo podíamos aplicar a la vida cristiana: todos valen en una comunidad, todos tienen algo positivo, todos tienen algo bueno. No importa ser los primeros si ser el primero nos lleva a ser arrogantes e inmisericordes. Por eso la segunda parábola de la lectura de hoy pide que no invitemos o compartamos nuestra amistad con los que nos van a pagar, sino con aquellos que no pueden responder a nuestra generosidad. Y es que el tema de la humildad, cristianamente hablado, se resuelve en la generosidad. El que es humilde es generoso, misericordioso con los otros. Esa es la razón por la que la humildad cristiana es actitud sabia y principio de amor.
La virtud ética de la humildad.
El elogio a la virtud de la humildad es un lugar común en la ética clásica del bien vivir. Según la ética, la felicidad se alcanza a través del ejercicio de la virtud. El hombre virtuoso es un hombre sabio. La sabiduría, por tanto, no consiste en acumular muchos conocimientos, como si fuéramos enciclopedias, sino en saber vivir. Sabio es el que sabe conducir rectamente su vida y, por eso, el que es capaz, no de ganarse la felicidad, sino de acogerla como un don.
En nuestros días, la virtud de la humildad a veces se entiende de forma negativa, como si fuera sinónimo de falta de coraje y decisión. Pero, también hoy, la humildad es una virtud muy valorada. Si tuviéramos que buscar un equivalente contemporáneo a los héroes de la época clásica, aquellos que eran tomados como modelos de virtud, probablemente nos fijaríamos en los deportistas. Nos identificamos con sus éxitos y celebramos sus grandes “gestas”. Creemos, además, que el buen deportista debe mostrarse, en el ejercicio de su profesión, como una persona virtuosa. De ellos, como de los héroes de la Antigüedad, esperamos cualidades como la honradez, la entrega, la valentía… y la humildad. Ser humilde es ser consciente de la propia fragilidad: conocer y reconocer las propias limitaciones, sólo así podemos calibrar correctamente el alcance de nuestras posibilidades. Ser humilde es ser agradecido: saber que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a los que nos han ayudado a crecer y a madurar en lo personal y en lo profesional, saber que nuestros méritos no son nunca exclusivamente propios.
La sabiduría en el AT y el sentido teológico de la ética.
La tradición sapiencial del Antiguo Testamento se desarrolla gracias al diálogo que se entabla entre la fe judía y la filosofía griega. Los judíos son conscientes de la riqueza cultural que alberga el pensamiento helenístico y no se cierran a él. Descubren en la filosofía una herramienta que puede ser de gran ayuda para profundizar en su fe. Además, se ven en la necesidad de expresar sus creencias según el nuevo modo de pensar propio de la época para ser entendidos y para poder justificar su opción de vida frente a otras concepciones que se ofertan en las diferentes escuelas filosóficas.
El Eclesiástico alaba la virtud de la humildad por las razones que la filosofía ya había puesto de relieve y que hemos comentado: hace al hombre consciente de sus límites y agradecido por los dones recibidos. ¿Dónde está la novedad, entonces? La novedad está en el horizonte en que sitúa ésta y las demás virtudes: el amor y la misericordia de Dios. La felicidad y la plenitud que procura la vida virtuosa no pueden estar sino en Dios. La humildad evita que el hombre se endiose sirviendo de antídoto contra la idolatría. Le ayuda a relativizar sus propias fuerzas abriendo su corazón a la confianza en Dios. Le hace tomar conciencia de que está necesitado de Él. Le permite que un sincero agradecimiento al Creador despierte en su interior. Para engrandecer a Dios, no hay que empequeñecer al hombre; pero el hombre debe ser consciente de su medida porque sólo así podrá abrirse a la Trascendencia. El Eclesiástico, por tanto, nos recuerda que aquello que verdaderamente nos hace más personas, nos acerca a Aquel que da sólido fundamento y sentido a toda propuesta ética.
Jesús: maestro de Sabiduría, maestro de Vida.
La palabra y la persona de Jesús llevan a plenitud lo revelado en el Antiguo Testamento. Lo vemos también en la enseñanza de carácter sapiencial. El Reino de Dios ha comenzado con Cristo, que ha reconciliado definitivamente a Dios con los hombres, tal y como recuerda San Pablo en la Carta a los Hebreos: Jesús es “el Mediador de la Nueva Alianza”. Pero Dios no construye su reinado al margen de la libertad humana, no nos lo impone. Por eso, aunque el Reino de Dios no puede reducirse a un proyecto ético, conlleva unas orientaciones éticas, ya que no es independiente de lo que el hombre, libremente, escoja hacer con su vida.
En el Evangelio de hoy vemos a Jesús dirigiéndose un día de sábado a sus comensales. Jesús aparece como el maestro sabio que enseña en la sinagoga. Los fariseos, en cambio, no tienen interés por aprender, creen saberlo todo. Tan sólo buscan un pretexto para criticarle y desautorizarle.
La enseñanza de Jesús nos habla de los humildes en su doble sentido: quienes actúan discretamente y sin vanidad, y quienes son de condición social humilde: los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos.
Los banquetes, en la Antigüedad, solían tener dos funciones principales: eran lugares para el debate y la controversia sobre diversos temas de interés, y servían a los anfitriones para demostrar su estatus y para competir en prestigio y reconocimiento social con sus invitados y conciudadanos. Éste último es el motivo por el cual los convidados buscan reclinarse en los sitios más cercanos al anfitrión. Y es lo que Jesús censura.
Una vez más, la vara de medir que empleamos los hombres se aleja de lo que verdaderamente es valioso para Dios. Jesús nos recuerda esta advertencia, que permanentemente encontramos en las Escrituras, a través de una sugerente parábola: cuando seamos invitados a un banquete, comportémonos de manera cortés y a la vez astuta, aunque sólo sea por miedo al ridículo. Dejemos que sea nuestro anfitrión quien nos muestre cuál es nuestro sitio, Él lo sabe mejor que nadie… Y es que resulta casi imposible escuchar una parábola referida a un banquete y no pensar inmediatamente en las parábolas del Reino. Aquellas en las que el anfitrión es Dios mismo.
Jesús invita a los que le escuchan a seguir su ejemplo, en el que revela cómo es Dios: convida a los marginados y excluidos, siéntate a la mesa con ellos. Convierte el banquete en un signo y anticipo del Reino. Porque sólo la gratuidad, aquello que no busca compensación, nos hacen capaces de acoger el don de la felicidad, que es Dios mismo.
Comentario bíblico
La verdadera humildad como generosidad y condescendencia
Iª Lectura: Eclesiástico (3,19-21.31.33): La humildad para dejar vivir a los otros
I.1. Este último domingo se nos presenta enmarcado en planteamientos muy humanos de la vida; se propone a la comunidad la praxis de la humildad, una de las virtudes que menos estima recibe en este mundo de competencias infernales, de luchas a muerte por los primeros puestos, por las grandes producciones, por los estilos arrogantes de comportamiento. Quien carezca de este estilo, hoy, parece que no tiene futuro.
I.2. La primera lectura , del Sirácida, es una colección de dichos y refranes de sabiduría, como casi todo el libro, en que se hace el elogio de la humildad, la reflexión y la limosna. Si tienes conciencia de ser grande, de valer algo, procura manifestarte ante los otros con humildad. Es una virtud ésta, no para aparentar lo que no se es, sino para no apabullar a los otros.
IIª Lectura: Hebreos (12,18-19.22-24):
II.1. Se prosigue con la alta teología de la carta a los Hebreos sobre la fe. Esta exhortación fervorosa a una comunidad judeo-cristiana que está pasando por un mal momento, por dificultades internas y externas, pone de manifiesto la obra redentora de Cristo, el Sumo Sacerdote, en comparación con la liturgia, ya muerta e irreversible, del antiguo templo de Jerusalén. Ahora la liturgia que se propone es de tipo celeste, vital, existencial.
II.2. Se quiere subrayar que la comunidad cristiana, llamada a la santidad, no tiene que tener miedo, porque puede entrar en el misterio de la santidad divina, ya que Jesucristo ha hecho posible que nuestros pecados se borren. No tenemos que tener miedo a la santidad (como les sucedía a Moisés y a los israelitas en el Sinaí frente a la santidad de Yahvé). Ahora con Jesucristo, la santidad de Dios es cercanía, misterio curativo que humaniza la misma religión. Los ángeles, los cielos, la Jerusalén celeste, son los signos para hablar de una experiencia que no debemos perder de vista, una nueva alianza.
Evangelio: Lucas (14,1.7-14): La humildad ofrece dignidad a los otros
III.1. Nos encontramos con dos parábolas del buen comportamiento en la mesa. El texto de Lucas está bien construido. En la primera Jesús se dirige a los comensales a propósito del puesto que deben ocupar cuando son invitados (vv. 7-11) y en la segunda se dirige a quien invita para que haga una buena elección de los invitados (vv.12-14). Claro, que nada es lógico en estas parábolas, porque sucede que cuando somos invitados nos gustaría ser de los principales; y cuando invitamos nos gustaría hacerlo teniendo en cuenta la importancia de los mismos. No es eso lo que se propone en este conjunto, que toma la “mesa” como símbolo casi religioso. Las famosas “comunidades” fariseas (havurah/havurot, de haver, amigo), tenían cuidado de no invitar a nadie que no cumplieran con normas estrechas de comportamiento, de preceptos, de comidas kosher, etc.. No era admitido cualquiera a estas havurot. Por eso tiene mucho sentido las propuestas “alternativas” de Jesús a los suyos. En la mesa se compartía amistad e ideas, y por eso tenía tanta importancia.
III.2. El evangelio, como ya se ha puesto de manifiesto, se nos propone la humildad. ¿Por qué, para ser un buen seguidor de Jesús es necesario ser el último, el servidor de todos? ¿No es una falsedad aparentar lo que no se es? Aquí no cabe otra explicación que el mismo misterio de la condescendencia divina, que siendo poderoso, se ha hecho como uno de nosotros. La parábola de los primeros y los últimos puestos en un banquete le sirve a Jesús para poner de manifiesto la humildad. El marco de esta parábola es la de un sábado en que Jesús es invitado a casa de un fariseo. Los fariseos, sus escribas, no gozan de buen nombre en el evangelio (Lc 20,46-47). ¿No es bueno aspirar a ser el primero, el mejor, el más perfecto? Si lo miramos desde la perspectiva de los deportistas en las Olimpiadas parecería que no es muy acertada la proposición de Jesús, aunque hoy sabemos que solamente gana uno; y muchos deportistas nos dan la lección de que es tan importante participar como ganar.
III.3. De alguna forma este ejemplo lo podíamos aplicar a la vida cristiana: todos valen en una comunidad, todos tienen algo positivo, todos tienen algo bueno. No importa ser los primeros si ser el primero nos lleva a ser arrogantes e inmisericordes. Por eso la segunda parábola de la lectura de hoy pide que no invitemos o compartamos nuestra amistad con los que nos van a pagar, sino con aquellos que no pueden responder a nuestra generosidad. Y es que el tema de la humildad, cristianamente hablado, se resuelve en la generosidad. El que es humilde es generoso, misericordioso con los otros. Esa es la razón por la que la humildad cristiana es actitud sabia y principio de amor.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura
Pautas para la homilía
La virtud ética de la humildad.
El elogio a la virtud de la humildad es un lugar común en la ética clásica del bien vivir. Según la ética, la felicidad se alcanza a través del ejercicio de la virtud. El hombre virtuoso es un hombre sabio. La sabiduría, por tanto, no consiste en acumular muchos conocimientos, como si fuéramos enciclopedias, sino en saber vivir. Sabio es el que sabe conducir rectamente su vida y, por eso, el que es capaz, no de ganarse la felicidad, sino de acogerla como un don.
En nuestros días, la virtud de la humildad a veces se entiende de forma negativa, como si fuera sinónimo de falta de coraje y decisión. Pero, también hoy, la humildad es una virtud muy valorada. Si tuviéramos que buscar un equivalente contemporáneo a los héroes de la época clásica, aquellos que eran tomados como modelos de virtud, probablemente nos fijaríamos en los deportistas. Nos identificamos con sus éxitos y celebramos sus grandes “gestas”. Creemos, además, que el buen deportista debe mostrarse, en el ejercicio de su profesión, como una persona virtuosa. De ellos, como de los héroes de la Antigüedad, esperamos cualidades como la honradez, la entrega, la valentía… y la humildad. Ser humilde es ser consciente de la propia fragilidad: conocer y reconocer las propias limitaciones, sólo así podemos calibrar correctamente el alcance de nuestras posibilidades. Ser humilde es ser agradecido: saber que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a los que nos han ayudado a crecer y a madurar en lo personal y en lo profesional, saber que nuestros méritos no son nunca exclusivamente propios.
La sabiduría en el AT y el sentido teológico de la ética.
La tradición sapiencial del Antiguo Testamento se desarrolla gracias al diálogo que se entabla entre la fe judía y la filosofía griega. Los judíos son conscientes de la riqueza cultural que alberga el pensamiento helenístico y no se cierran a él. Descubren en la filosofía una herramienta que puede ser de gran ayuda para profundizar en su fe. Además, se ven en la necesidad de expresar sus creencias según el nuevo modo de pensar propio de la época para ser entendidos y para poder justificar su opción de vida frente a otras concepciones que se ofertan en las diferentes escuelas filosóficas.
El Eclesiástico alaba la virtud de la humildad por las razones que la filosofía ya había puesto de relieve y que hemos comentado: hace al hombre consciente de sus límites y agradecido por los dones recibidos. ¿Dónde está la novedad, entonces? La novedad está en el horizonte en que sitúa ésta y las demás virtudes: el amor y la misericordia de Dios. La felicidad y la plenitud que procura la vida virtuosa no pueden estar sino en Dios. La humildad evita que el hombre se endiose sirviendo de antídoto contra la idolatría. Le ayuda a relativizar sus propias fuerzas abriendo su corazón a la confianza en Dios. Le hace tomar conciencia de que está necesitado de Él. Le permite que un sincero agradecimiento al Creador despierte en su interior. Para engrandecer a Dios, no hay que empequeñecer al hombre; pero el hombre debe ser consciente de su medida porque sólo así podrá abrirse a la Trascendencia. El Eclesiástico, por tanto, nos recuerda que aquello que verdaderamente nos hace más personas, nos acerca a Aquel que da sólido fundamento y sentido a toda propuesta ética.
Jesús: maestro de Sabiduría, maestro de Vida.
La palabra y la persona de Jesús llevan a plenitud lo revelado en el Antiguo Testamento. Lo vemos también en la enseñanza de carácter sapiencial. El Reino de Dios ha comenzado con Cristo, que ha reconciliado definitivamente a Dios con los hombres, tal y como recuerda San Pablo en la Carta a los Hebreos: Jesús es “el Mediador de la Nueva Alianza”. Pero Dios no construye su reinado al margen de la libertad humana, no nos lo impone. Por eso, aunque el Reino de Dios no puede reducirse a un proyecto ético, conlleva unas orientaciones éticas, ya que no es independiente de lo que el hombre, libremente, escoja hacer con su vida.
En el Evangelio de hoy vemos a Jesús dirigiéndose un día de sábado a sus comensales. Jesús aparece como el maestro sabio que enseña en la sinagoga. Los fariseos, en cambio, no tienen interés por aprender, creen saberlo todo. Tan sólo buscan un pretexto para criticarle y desautorizarle.
La enseñanza de Jesús nos habla de los humildes en su doble sentido: quienes actúan discretamente y sin vanidad, y quienes son de condición social humilde: los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos.
Los banquetes, en la Antigüedad, solían tener dos funciones principales: eran lugares para el debate y la controversia sobre diversos temas de interés, y servían a los anfitriones para demostrar su estatus y para competir en prestigio y reconocimiento social con sus invitados y conciudadanos. Éste último es el motivo por el cual los convidados buscan reclinarse en los sitios más cercanos al anfitrión. Y es lo que Jesús censura.
Una vez más, la vara de medir que empleamos los hombres se aleja de lo que verdaderamente es valioso para Dios. Jesús nos recuerda esta advertencia, que permanentemente encontramos en las Escrituras, a través de una sugerente parábola: cuando seamos invitados a un banquete, comportémonos de manera cortés y a la vez astuta, aunque sólo sea por miedo al ridículo. Dejemos que sea nuestro anfitrión quien nos muestre cuál es nuestro sitio, Él lo sabe mejor que nadie… Y es que resulta casi imposible escuchar una parábola referida a un banquete y no pensar inmediatamente en las parábolas del Reino. Aquellas en las que el anfitrión es Dios mismo.
Jesús invita a los que le escuchan a seguir su ejemplo, en el que revela cómo es Dios: convida a los marginados y excluidos, siéntate a la mesa con ellos. Convierte el banquete en un signo y anticipo del Reino. Porque sólo la gratuidad, aquello que no busca compensación, nos hacen capaces de acoger el don de la felicidad, que es Dios mismo.
D. Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)
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