Por José María Maruri, SJ
1.- ¿En qué se hubiera convertido el maravilloso espectáculo de la inauguración de los juegos olímpicos de Pekín sin la luz de aquellos potentes reflectores que iluminaban todo desde arriba? El efecto de aquellas pequeñas linternas que agitaban en sus manos los espectadores se hubiera perdido si no lo hubiéramos podido ver desde lejos y en su conjunto. Pues en evangelios de “vigilancia” como el de hoy lo que el Señor nos quiere inculcar es que sin huir del escenario de nuestras vidas lo iluminemos con los candiles de la luz de Dios.
2.- No nos aconseja el escapismo místico de soltar las herramientas con que ayudamos a Dios a construir el Reino, y juntar nuestras manos en mera oración, sino a encender lámparas que nos permitan ver mejor cómo debemos emplear nuestras herramientas. Nadie puede ser fiel a lo eterno si no es fiel a lo actual, nadie es fiel a Dios sino lo es al hombre.
Los satélites que se lanzan a lo alto del espacio no son para huir de nuestro mundo, sino para conocerlo mejor desde la altura. Para ver las cosas en su verdadera realidad muchas veces hay que mirarlas de lejos, hay que poner distancia para ver el conjunto. No se puede juzgar los sucesos, las cosas y las personas fuera de contexto, y en ese contexto entra siempre Dios.
3.- No nos pone Dios en la disyuntiva entre elegir el cielo o la tierra, nos dice que hay que permitir que la luz del cielo ilumine nuestra tierra. No estamos en una sala de espera mal iluminada por una temblona y cansada bombilla esperando el tren de la eternidad, estamos haciendo eternidad, estamos haciendo camino, estamos construyendo la ciudad de Dios donde Dios habite con el hombre.
--El cristiano no es un desertor de los compromisos terrestres, es un vigía que mira desde lo alto sin desentenderse de la tierra.
--El cristiano es uno que no se deja aprisionar por altas montañas aunque sea en un precioso valle suizo, porque sabe que más allá de las montañas existen otros valles, otras, gentes, otros mundos.
Las lámparas encendidas no son señales para que aterrice un cielo extraterrestre, sino para iluminar nuestros intrincados caminos a través de un mundo donde está ya germinando el Reino de los cielos.
2.- No nos aconseja el escapismo místico de soltar las herramientas con que ayudamos a Dios a construir el Reino, y juntar nuestras manos en mera oración, sino a encender lámparas que nos permitan ver mejor cómo debemos emplear nuestras herramientas. Nadie puede ser fiel a lo eterno si no es fiel a lo actual, nadie es fiel a Dios sino lo es al hombre.
Los satélites que se lanzan a lo alto del espacio no son para huir de nuestro mundo, sino para conocerlo mejor desde la altura. Para ver las cosas en su verdadera realidad muchas veces hay que mirarlas de lejos, hay que poner distancia para ver el conjunto. No se puede juzgar los sucesos, las cosas y las personas fuera de contexto, y en ese contexto entra siempre Dios.
3.- No nos pone Dios en la disyuntiva entre elegir el cielo o la tierra, nos dice que hay que permitir que la luz del cielo ilumine nuestra tierra. No estamos en una sala de espera mal iluminada por una temblona y cansada bombilla esperando el tren de la eternidad, estamos haciendo eternidad, estamos haciendo camino, estamos construyendo la ciudad de Dios donde Dios habite con el hombre.
--El cristiano no es un desertor de los compromisos terrestres, es un vigía que mira desde lo alto sin desentenderse de la tierra.
--El cristiano es uno que no se deja aprisionar por altas montañas aunque sea en un precioso valle suizo, porque sabe que más allá de las montañas existen otros valles, otras, gentes, otros mundos.
Las lámparas encendidas no son señales para que aterrice un cielo extraterrestre, sino para iluminar nuestros intrincados caminos a través de un mundo donde está ya germinando el Reino de los cielos.
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