NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (Lc 2, 16-21): Declaración de paz


Por A. Pronzato

Números 6, 22-27 / Gálatas 4, 4-7 / Lucas 2, 16-21

¿Qué rostro?

En la fiesta de hoy, dedicada a María Madre de Dios, se cruzan varios motivos. Se observa inmediatamente, al hilo de las lecturas, una huella fuertemente cristológica.
Aparece también el tema del nombre de Dios «gritado» por el Espíritu santo en nuestros corazones (Padre, Abbá) y, consiguientemente, la conciencia de nuestra condición y nuestra mentalidad, no de esclavos, sino de hijos.
Está además la imposición del nombre de Jesús, con ocasión de la circuncisión, signo de su pertenencia a un pueblo particular.
Hoy es igualmente la jornada de la paz.
Y, naturalmente, no podemos olvidar que se celebra el día de año nuevo.
Tomaré como punto de partida la bendición que contiene la primera lectura, subrayando las dos expresiones que se refuerzan mutuamente: «El Señor ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz».
Podemos preguntarnos: ¿cuál es el rostro que Dios hace brillar sobre nosotros?
Más en concreto: ¿qué rostro nos muestra a la luz de navidad? L. Evely, en una página sugerente y provocativa -ciertamente una de las más bellas que ha escrito-, habla de un Dios que entra en nuestro mundo a escondidas, ilegalmente, de forma clandestina, casi de contrabando.
Como ha constatado que los expertos religiosos hablan de él y lo describen según sus categorías mentales particulares, decide presentarse tal como es: mucho más cercano a los hombres, cómplice de sus aventuras, amante de la vida, más humano de cuanto podríamos imaginar.
Dios no intenta acreditarse oficialmente exhibiendo sus atributos y privilegios divinos.
Se presenta despojado de la majestad, del poder, de la grandeza. Por eso adopta un disfraz, para escapar del control policiaco de las autoridades religiosas y académicas.
Se escapa de los sacerdotes y de todas sus fastuosas ceremonias, de los sabios y de sus complicadas representaciones, títulos y definiciones.
Si les hubiese mostrado su carnet de identidad, no le habrían dejado pasar ni le habrían permitido circular libremente. Peligroso, sospechoso, sobre todo porque no concuerda con las imágenes que se habían hecho de él. En una palabra, no habría superado el examen de sus documentos.
Un Dios que no se deja encuadrar en las tradiciones, que no acepta las ceremonias preparadas en su honor, que no respeta las citas oficiales en los lugares solemnes dispuestos para este fin, ¿qué clase de Dios es?
Y he aquí que Dios se echa al monte. Y fija allí la cita para quienes no tienen dificultad en reconocer su verdadero rostro. Después de establecer una señal, una consigna, se deja alcanzar por los sencillos, por los pequeños, por la gente de poco pelo.
Los doctos hablan también del Dios «totalmente otro». El intenta hacernos comprender que se ocupa de nosotros, que participa de nuestros problemas, que se mete en nuestros apuros. Para comunicarse con nosotros, habla el lenguaje de los hombres.
Y nosotros descubrimos que este Dios tan cercano, tan humano, tan humilde, tan apasionado, tan pobre, tan lleno de cariño, nos mira y se interesa por nosotros.
Por otro lado, en cierto sentido también es verdad que los pastores descubren al Dios «totalmente otro», es decir, completamente distinto de como se lo podían imaginar: modesto, pequeño, sin riquezas, sin poder alguno.
Y se quedan asombrados ante este rostro sorprendente. Y su asombro contagia también a quienes escuchan su relato.
«Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores». Y ellos «se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho».
Habían aprendido el rostro de Dios. Lo habían leído, admirado en un rostro de niño, sin tener necesidad de ir a la escuela.
La consigna, la señal revelada por el ángel («encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre») había funcionado. Y ellos pudieron acercarse, entrar en contacto con el Dios «clandestino», pero deseoso de hacer brillar su propio rostro en medio de la gente sencilla, dispuesta a asombrarse.

«Nacido de mujer»

Y, naturalmente, es la madre, que pertenece a la raza de los pequeños, de los humildes, la primera que puede contemplar extasiada el rostro del Hijo de Dios que es su hijo. Y se lo graba dentro. Nadie logrará ya borrárselo jamás. Ahora lleva ese rostro escondido, bien guardado en la zona más secreta de su propio ser.
La Palabra que había acogido ahora se hace rostro, luz, llama. «...María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».
Un Dios que levanta su morada en un seno de mujer.
«Nacido de mujer», afirma Pablo (su única alusión, sin siquiera nombrarla, a la Madre de Dios).
«Cuando se cumplió el tiempo», comenzó la aventura humana del Hijo.
Y el ocultamiento de Dios exige la complicidad de María de Nazaret. El primer refugio secreto, inimaginable, del Dios que entra clandestinamente en el mundo, es el vientre de una mujer.
El «totalmente otro» no podía hacerse más semejante a nosotros que de esta manera.
El concilio Vaticano II comentará: «La virgen María acogió al Verbo de Dios en su propio corazón y en su propio cuerpo, y presentó al mundo la Vida».
¿Cuándo acabarán nuestras guerras personales? «El Señor se fije en ti y te conceda la paz».
A la luz de la mirada del Señor, yo descubro mi verdadero rostro. Mi rostro de «hijo». Adoptado, perdonado, amado. Y capaz a su vez de perdonar y de amar.
Por si no bastase este ejemplo, se añade además el grito interior del Espíritu, que atestigua mi condición de hijo llamado a la libertad. Pero yo escojo muchas veces las cadenas. A menudo, la condición de esclavo y las actitudes correspondientes resultan más confortables. El Espíritu, sin embargo, no hace más que repetirme: ¡eres libre! Es difícil aceptar un estatuto de libertad. La libertad de los hijos de Dios.

«...Y te conceda la paz».

Si la luz del rostro de Dios me llena de paz, es decir, si me da ese shalóm que es plenitud, integridad, armonía conmigo mismo, con Dios, con la naturaleza, entonces tengo que hacerme una criatura de paz.
La paz, que es don de lo alto, hunde sus raíces en una dimensión religiosa, y por eso presupone la conversión del corazón.
Sólo si estoy realmente «pacificado» por dentro, podré ser instrumento de paz.
Las estadísticas presentan cifras de vértigo cuando documentan los conflictos «locales», las pequeñas guerras, los focos de destrucción que se han encendido en los años que siguieron a la última matanza mundial.
Evidentemente, no pueden tener en cuenta las infinitas guerras «personales», las guerras privadas entre individuos, quizás de la misma fe, quizás «compañeros de Eucaristía».
Creo que la aportación más preciosa que cada uno de nosotros puede ofrecer a la paz en el mundo se concreta en el propósito y en el compromiso serio, este día de año nuevo, de acabar con las innumerables guerras de hoy.
Romper con el egoísmo, con las envidias, con las rivalidades, con la agresividad, con la competitividad necia, con las ambiciones, con la mezquindad, con los rencores más miserables, con los resentimientos más tenaces, con las antipatías, con los prejuicios, que nos hacen ser personas en conflicto con tantos adversarios.
Estamos dispuestos a denunciar, escandalizados, el derroche, los gastos absurdos en armamentos de las pequeñas y grandes potencias. Y no valoramos bastante el coste de las energías y los recursos que malgastamos locamente para sostener nuestras innumerables y miserables guerras personales, para financiar las «guerras santas» que combatimos por la justa causa de nuestro yo, del amor propio, del ídolo dominante.
Sobre todo, no nos damos cuenta de que son precisamente esas encarnizadas guerras privadas que mantenemos en diversos frentes las que acaban apagando la luz del rostro divino que se refleja en nuestro rostro.
El odio, o incluso solamente la malevolencia, las pequeñas ruindades, las zancadillas que ponemos a los otros, tienen un poder de oscurecimiento desolador.
Así pues, deseémonos un feliz año, confesándonos a nosotros mismos que ya es hora de acabar con las guerras privadas que combatimos con armas demasiado tradicionales y obsoletas (se remontan a los tiempos de Caín), y cuyos arsenales están dentro de nosotros.
Entonces, ¿estamos dispuestos a firmar, secretamente, alguna declaración de paz?
Este año será realmente feliz si logramos invertir provechosamente todos nuestros recursos y movilizar todas nuestras energías en pensamientos, palabras y obras de paz.
Es inútil recordar que se necesita más coraje para interrumpir una guerra que para iniciarla o continuarla.
Se necesita más coraje para reconocer: «Es algo totalmente insensato», que para gritar: «no puedo tolerar que...».
Se necesita más fuerza en la lucha por la paz que en todas las demás batallas sumadas entre sí.
Los verdaderos desertores, villanos y cobardes, son los que tienen miedo de «correr el riesgo de la paz».

No hay comentarios: