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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Un tiempo para el tiempo


Señor Sinay: busqué la definición de "tiempo" en el diccionario, y me aparecieron palabras tales como duración, edad, época. Pero no hay ninguna definición concreta sobre lo que el tiempo es. Podríamos decir que se ve tanto en el deterioro como en la mejora, en el crecimiento como en la vejez. Pero, ¿qué es el tiempo? Que existe, nadie lo puede negar. Entonces, ¿por qué no se puede definir? Dos cosas solamente tengo claras: que la vida está determinada por el tiempo, y que el tiempo implica vida.
Maria Barraco (18 años)

Acaso nunca como en este momento del año la conciencia del tiempo esté tan presente en nosotros. Como dice nuestra amiga María, cada quien a su manera percibe que vivimos en el tiempo, que éste es uno de nuestros dos grandes condicionantes iniciales (el otro es el espacio) y advertimos que así como nos marca un límite, también él mismo es vida. "El tiempo es la duración de todo o, dicho de otra forma, la continuación indefinida del universo, que sigue siendo el mismo aunque no deje de cambiar de infinitas maneras." Así lo define André Comte-Sponville en su Diccionario de filosofía. ¿Pero basta con una definición del tiempo para que sepamos qué es? Nada hay tan inasible como el tiempo. A pesar de los calendarios, los relojes, los cronómetros, nada se resiste tanto a la medición, a esos procedimientos mediante los cuales los humanos creemos controlar lo que nos intimida o desconcierta.
Se cuenta de un hombre que habló con Dios y le preguntó qué era para El un millón de años. "Para mí es un segundo de tu tiempo", le respondió Dios. ¿Y un millón de dólares? "Lo que para vos significan diez centavos", fue ahora la respuesta. "¿Podrías darme, entonces, esos diez centavos?", preguntó a continuación el hombre. "Con todo gusto. Sólo tendrás que esperar un segundo". ¿Qué es, entonces, el tiempo para cada quien? La respuesta depende de urgencias, de esperanzas, de procesos, de actitudes ante la vida. En la existencia vacía de quien no encuentra un para qué, una razón que lo oriente, cada minuto es un siglo de tedio vital. En la de quien vive para completar una obra, para impulsar una causa, para honrar un amor, para ayudar a otras vidas, para sembrar una semilla que florecerá cuando quizás él no esté, cada segundo está preñado de sentido, y en un segundo se concentra la eternidad.
En La rueda de la vida, su emocionante autobiografía, la doctora Elisabeth Kübler-Ross (médica suiza que dedicó su tiempo a ayudar a las personas a morir con sentido y dignidad), dice que en nuestra existencia encarnamos a cuatro animales: el ratón (infancia), animado y movedizo; el oso (primera madurez), que hiberna y recuerda al ratón con ternura; el búfalo (madurez mayor), que recorre paciente la pradera y va despojándose de carga inútil; y el águila (vejez), que sobrevuela el mundo desde lo alto, ve a todos y los anima a mirar hacia donde ella está. Es una metáfora, por supuesto, y de ésta se deduce que quienes, sin oponerse al tiempo, cumplen con ese ciclo, completan una vida que quizá contiene en sí misma una respuesta.
Los filósofos estoicos, influyentes en la Grecia del siglo III a.C. y para quienes la libertad y la armonía eran posibles si se dejaban de lado las tentaciones mundanas, veían el tiempo en dos dimensiones. Una (aion), en la que se integran pasado, presente y futuro, y otra (chronos), que es el transcurrir concreto del presente en el que estamos. ¿Nos deja esto en paz, calma nuestra necesidad de saber qué es ese misterio, el tiempo, del que estamos hechos? ¿Acaso hay algo específico y demostrable en este concepto? Si el pasado ya no es, si el futuro aún no es y si el presente resulta el punto fugaz en el cual el futuro se hace pasado, ¿qué es el tiempo? ¿Qué es en estos días especiales, cuando un ciclo se cierra y otro se abre y cuando, más que nunca, el tiempo se muestra inasible y nos dice que es inútil ponerle cifras? No es dinero, no se lo puede ahorrar y la velocidad de su paso no depende nosotros. Como su estimado socio, el espacio, el tiempo nos recuerda que somos seres limitados y nos alienta a hacer de esa limitación una razón para la búsqueda (y el encuentro) de aquello que le dé un sentido a nuestro transcurrir y al paso de él por nosotros. Posiblemente el tiempo sea, después de todo, esta pregunta: ¿qué vas a hacer mientras estés aquí, cuál será tu huella, la que marques en tu momento y quede indeleblemente impresa en todos los instantes que se sucedan de ahí en más?

Por Sergio Sinay
sergiosinay@gmail.com

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