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domingo, 2 de enero de 2011

EN EL PRINCIPIO, ESTO ES, AHORA


DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE NAVIDAD (Jn 1, 1-18)
Por Enrique Martínez Lozano

El llamado “prólogo” del evangelio de Juan nos invita a situarnos “en el principio”. Quien conoce la Biblia hebrea sabe que, precisamente con esa expresión, se abre el libro del Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.

De esa forma tan sencilla, el autor del cuarto evangelio presenta a Jesús, desde la primera frase, como “la nueva creación” –o mejor, aquél en quien ocurre esa nueva creación-, a la vez que lo sitúa “en el principio”, es decir, en la atemporalidad o eternidad, como origen de todo lo que es.

Todas las mitologías –relatos legendarios a través de los cuales, en una determinada época de la humanidad, los seres humanos trataron de dar respuestas a sus interrogantes más básicos- hablan del “principio”.

No es extraño que, queriendo encontrar sentido a su propia situación, se hayan querido preguntar cómo empezó todo. Ellos intuyeron que la respuesta debía encontrarse en el origen. Lo mismo seguimos creyendo nosotros; por eso, la ciencia se afana en el estudio del origen del universo.

La mitología bíblica presenta, en el principio, a Dios creador: todo habría salido de sus manos, en una obra de creación a partir de la nada y “a su imagen y semejanza”. La metáfora parecía apropiada. Pero, al entenderse la “creación” como “fabricación” –la mente humana sólo sabe de “fabricar”, no de “crear”-, se dio lugar a un dualismo Dios y creación, que habría de oscurecer y dificultar una comprensión más adecuada de la Unidad de todo lo real.

Otras mitologías lo expresan de modos diferentes, pero todas ellas quieren remontarse “al principio”. La mitología kogui, por ejemplo, en una imagen hermosa (que “descubrí” en el Museo del Oro, de Bogotá), lo hace de esta manera:

“Primero estaba el mar, todo estaba oscuro. No había sol ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas. El mar estaba en todas partes. El era la Madre; la Madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria.”

La imagen de la “Madre” remite también a una “creación” o, quizás mejor, “nacimiento”, aunque subrayando la no-separación entre ella y el mundo que se puede palpar: porque era “espíritu de lo que iba a venir”.

Todas las mitologías parecen entender el carácter polar de lo real: una cara de la realidad es lo material, todo aquello que podemos tocar y medir; la otra es la dimensión “oculta”, velada a los sentidos y a la mente. Pero ambas caras no corren paralelas; ni siquiera se hallan separadas. Es la misma y única Realidad –Lo que es, es Todo y es Uno- en su doble aspecto: lo que se despliega en el tiempo es el Misterio único; lo que se manifiesta es lo Inmanifestado.

Cuando separamos ambas dimensiones, caemos en el dualismo fragmentador, característico de la mente. Cuando negamos el Misterio, desembocamos en la “superficialidad chata”, incapaz de dar razón de lo que es.

A poco que prestemos atención a la vida y hayamos desarrollado una actitud contemplativa capaz de admirarse ante el despliegue de lo real, es probable que terminemos asintiendo al Misterio que, aunque inefable, todo lo llena.

Y en la medida en que podemos silenciar la mente y adentrarnos en el Silencio elocuente –la “soledad sonora”, de Juan de la Cruz-, vamos percibiendo que el mismo Misterio constituye el núcleo de nuestra identidad más profunda, el constituyente último de todo lo real. A partir de ahí, su Presencia se nos hace imposible de evitar y saboreamos lo que es vivirnos en –como- Él.

La expresión “en el principio” –con que comienza la Biblia y el cuarto evangelio- no se refiere a un inicio temporal –antes de la creación no existe el tiempo, que es sólo producto de nuestra mente-, sino justamente al no-tiempo, es decir, a la eternidad; o mejor todavía, al Presente.

Lo que ocurre “en el principio” es lo que está aconteciendo ahora, en un ahora atemporal. ¿Y qué es lo que sucede en el Ahora?

Según la mitología bíblica, en el Presente estamos naciendo de Dios, “a su imagen y semejanza”, es decir, sin ningún tipo de distancia ni separación. Ahora mismo –en cada Ahora-, venimos a reconocer nuestra verdad más honda cuando nos percibimos a nosotros mismos, junto con toda la realidad, naciendo de Dios.

Ante ello, nuestra mente se detiene y fácilmente entramos en adoración silenciosa. Al acallarse la mente, el yo –como entidad separada- se desvanece y emerge nuestra identidad más profunda, la que trasciende las “formas” mentales y materiales.

Si permanecemos en ella, creceremos progresivamente en desapropiación del yo, saliendo de la ignorancia y el sufrimiento que van siempre asociados a la identificación con él, y Dios mismo podrá expresarse en nosotros.

Según el cuarto evangelio, lo que ocurre Ahora es Jesús: a través de él, estamos naciendo de Dios. Para ello, el autor del evangelio hace suya una idea de la filosofía helenista, según la cual, Dios crea el mundo a través de un intermediario o demiurgo, y la aplica a Jesús, a quien presenta como la “Palabra” eficaz.

En él, está actuando el poder mismo de Dios, que se manifiesta como vida y como luz. Y, al acogerlo, nos reconocemos en nuestra realidad de “hijos de Dios”.

En la referencia cristiana, Jesús expresa, resume y sintetiza lo que acontece en cada persona y en todos los seres: Dios mismo manifestándose en todo.

Lo que parece que no tiene sentido es entrar en “comparaciones” entre religiones o intermediarios divinos. La comparación únicamente cabe en un nivel exclusivamente mental. Pero en un modelo no-dual, donde nada hay separado de nada, ¿qué tipo de comparación excluyente podría darse?

Esto no significa negar las diferencias –es legítimo tener referencias propias-, sino prevenir contra el riesgo de absolutización, como ocurre cuando cualquier religión enarbola la pretensión de ser la “única verdadera”.

Más allá de las diferencias, el modelo no-dual nos lleva a reconocer la Unidad básica de todo, en un modelo holográfico, en el que cada parte está en el Todo, y el Todo se halla en cada parte. Se acaban, por tanto, las divisiones, separaciones y descalificaciones: todo está en cada uno de nosotros, en cada uno de los seres. “En el principio” –Ahora, en el Presente atemporal-, todo sin excepción está naciendo de Dios. Por eso…, “adora y confía”.

Pierre Teilhard de Chardin lo decía de este modo precioso:

“No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío.

Quiere lo que Dios quiere. Ofrécele, en medio de inquietudes y dificultades, el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo, acepta los designios de su providencia. Poco importa que te consideres un frustrado si Dios te considera plenamente realizado; a su gusto. Piérdete confiado ciegamente en ese Dios que te quiere para sí. Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas. Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente agarrado, cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te altere. Que nada sea capaz de quitarte tu paz.

Ni la fatiga psíquica, ni tus fallos morales. Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro, una dulce sonrisa, reflejo de la que Dios continuamente te dirige.

Y en el fondo de tu ser coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda: cuanto te reprima e inquiete es falso. Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios. Por eso, cuando te sientas apesadumbrado, triste…, adora y confía”.

Una invitación, en este comienzo de año, para cuidar, favorecer y potenciar la Paz –“la paz que supera todo lo que podemos pensar”-, que brota de la aceptación de todo lo que es, incluso de aquello que a nuestra mente le parece “inaceptable”.

Resulta paradójico, pero es así: al aceptar lo que la mente -con miles de "razones"- había etiquetado como "inaceptable", aparece la paz.

“Adora y confía…”, ¡y que sea así un feliz año 2011!


www.enriquemartinezlozano.com

1 comentario:

Unknown dijo...

Desde hace unos meses, Enrique, sigo sus comentarios bíblicos, siempre coherentes con la misma idea. Me ayudan a fortalecer la fe, aunque mi educación clásica religiosa choque con la deseada espiritualidad que transmiten sus planteamientos. Procuro enriquecer ambos planteamientos conjugándolos. Gracias por todo ello. Feliz Año. Miguel Angel