Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
En una cacería, una manada de tigres fue abatida por los cazadores. Sólo se salvó un baby tigre.
Al día siguiente pasó por allí un rebaño de cabras y lo adoptaron. El baby tigre se convirtió en una cabra, comía hierba y vivía como las cabras.
Nuestro baby tigre intuía que era algo diferente y cuando contemplaba su imagen en el agua se veía distinto de las cabras.
Un día un tigre grande, maduro y macho se acercó donde las cabras pastaban y todas huyeron despavoridas. El baby tigre se quedó quieto, mirando y esperando.
De repente el tigre rugió con toda su fuerza. Los ojos del pequeño se abrieron y supo quién era. No era una cabra. Era un tigre. Corrió hacia el gran tigre, le siguió y pasó el resto de sus días en su compañía.
Algo en su interior le decía que no era una cabra.
Algo en su interior le decía que no era una más del rebaño.
Algo en su interior quería brotar y revelarse a su conciencia.
Cuando oyó el rugido hermano, se despertó en él la imagen perdida y supo quién era, descubrió su identidad.
Nosotros estamos aquí para escuchar también el rugido del Espíritu Santo y descubrir nuestra verdadera identidad.
En la palabra de Dios que hoy se ha proclamado para toda la comunidad, tres personas escucharon un día el rugido del Espíritu y se sintieron llamadas a ser testigos de Dios, presencia de Dios, señales de Dios para los hermanos de la familia humana.
Isaías escuchó la voz del Señor que le dijo: "Tú eres mi siervo. Yo te elegí en el seno materno. Yo te haré luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra".
Pablo, llamado por Dios para ser un apóstol de Jesucristo.
Jesús, "este es el elegido de Dios", dijo Juan.
La historia de la salvación es la historia de las llamadas y de las elecciones de Dios, es la historia de las personas que se saben distintas porque Dios nos hace distintos, porque Dios nos llama a vivir de una manera distinta, porque Dios nos da una vocación distinta.
Esta es nuestra vocación. Llamados por Dos para ser uno con él y vivir en su amor, llamados por Dios para ser todos juntos un pueblo santo, alimentados con la vida de Jesús, el elegido por excelencia.
Una vocación, no vivida en solitario, sino en comunidad, en solidaridad con los hermanos.
Yo no voy a Dios solo sino con los hermanos.
Yo tengo que ser para mis hermanos ese rugido que les revela su identidad, esa sensación de ser diferentes aún no percibida.
Este es el privilegio de ser llamado por Dios y esta es también la carga de la vocación, carga que sólo se puede llevar haciendo de Dios mi primer amor.
Cuántos hijos de Dios, cuántos hermanos nuestros viven en la manada, esperando oír el rugido que les despierte a su verdadero ser y vocación.
Tú eres mi siervo, sé luz.
Tú eres mi apóstol, lleva mi gracia y paz.
Sé como Juan que ruge: "Mira, ahí va el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".
Yo sé que miras y no ves. Y es que al ojo físico se le escapan muchas cosas. Miras y miras y ves a Jesús, un judío, un hombre, no ves el Cordero de Dios, el siervo de Dios, el pastor de Dios… el elegido de Dios.
El ojo del cristiano es el Espíritu Santo.
Juan no reconoció a Jesús hasta ver y sentir la presencia del Espíritu.
"Ahora he visto y doy testimonio".
Para ser expertos en las cosas de Dios, en Dios, necesitamos el ojo del Espíritu.
Para ver a Dios, al mundo y a los hermanos con los ojos de Jesús, necesitamos el ojo del Espíritu.
Para ver la sangre del Cordero de Dios como el fuego purificador de nuestros pecados necesitamos el ojo del Espíritu.
Para centrar nuestra vocación en Dios necesitamos el ojo del Espíritu.
Para rugir en la manada y despertar la vocación cristiana de los hermanos, necesitamos el ojo del Espíritu.
Santa Teresa, un día que cruzaba a caballo un río cayó de la silla y empezó a gritar: Jesús sálvame que estoy sufriendo y a punto de ahogarme.
No te preocupes. Ya lo veo. Pero tienes que sabe que mis elegidos tienen que sufrir un poco, le dijo el Señor.
"No me extraña que tengas tan pocos amigos".
Al día siguiente pasó por allí un rebaño de cabras y lo adoptaron. El baby tigre se convirtió en una cabra, comía hierba y vivía como las cabras.
Nuestro baby tigre intuía que era algo diferente y cuando contemplaba su imagen en el agua se veía distinto de las cabras.
Un día un tigre grande, maduro y macho se acercó donde las cabras pastaban y todas huyeron despavoridas. El baby tigre se quedó quieto, mirando y esperando.
De repente el tigre rugió con toda su fuerza. Los ojos del pequeño se abrieron y supo quién era. No era una cabra. Era un tigre. Corrió hacia el gran tigre, le siguió y pasó el resto de sus días en su compañía.
Algo en su interior le decía que no era una cabra.
Algo en su interior le decía que no era una más del rebaño.
Algo en su interior quería brotar y revelarse a su conciencia.
Cuando oyó el rugido hermano, se despertó en él la imagen perdida y supo quién era, descubrió su identidad.
Nosotros estamos aquí para escuchar también el rugido del Espíritu Santo y descubrir nuestra verdadera identidad.
En la palabra de Dios que hoy se ha proclamado para toda la comunidad, tres personas escucharon un día el rugido del Espíritu y se sintieron llamadas a ser testigos de Dios, presencia de Dios, señales de Dios para los hermanos de la familia humana.
Isaías escuchó la voz del Señor que le dijo: "Tú eres mi siervo. Yo te elegí en el seno materno. Yo te haré luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra".
Pablo, llamado por Dios para ser un apóstol de Jesucristo.
Jesús, "este es el elegido de Dios", dijo Juan.
La historia de la salvación es la historia de las llamadas y de las elecciones de Dios, es la historia de las personas que se saben distintas porque Dios nos hace distintos, porque Dios nos llama a vivir de una manera distinta, porque Dios nos da una vocación distinta.
Esta es nuestra vocación. Llamados por Dos para ser uno con él y vivir en su amor, llamados por Dios para ser todos juntos un pueblo santo, alimentados con la vida de Jesús, el elegido por excelencia.
Una vocación, no vivida en solitario, sino en comunidad, en solidaridad con los hermanos.
Yo no voy a Dios solo sino con los hermanos.
Yo tengo que ser para mis hermanos ese rugido que les revela su identidad, esa sensación de ser diferentes aún no percibida.
Este es el privilegio de ser llamado por Dios y esta es también la carga de la vocación, carga que sólo se puede llevar haciendo de Dios mi primer amor.
Cuántos hijos de Dios, cuántos hermanos nuestros viven en la manada, esperando oír el rugido que les despierte a su verdadero ser y vocación.
Tú eres mi siervo, sé luz.
Tú eres mi apóstol, lleva mi gracia y paz.
Sé como Juan que ruge: "Mira, ahí va el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".
Yo sé que miras y no ves. Y es que al ojo físico se le escapan muchas cosas. Miras y miras y ves a Jesús, un judío, un hombre, no ves el Cordero de Dios, el siervo de Dios, el pastor de Dios… el elegido de Dios.
El ojo del cristiano es el Espíritu Santo.
Juan no reconoció a Jesús hasta ver y sentir la presencia del Espíritu.
"Ahora he visto y doy testimonio".
Para ser expertos en las cosas de Dios, en Dios, necesitamos el ojo del Espíritu.
Para ver a Dios, al mundo y a los hermanos con los ojos de Jesús, necesitamos el ojo del Espíritu.
Para ver la sangre del Cordero de Dios como el fuego purificador de nuestros pecados necesitamos el ojo del Espíritu.
Para centrar nuestra vocación en Dios necesitamos el ojo del Espíritu.
Para rugir en la manada y despertar la vocación cristiana de los hermanos, necesitamos el ojo del Espíritu.
Santa Teresa, un día que cruzaba a caballo un río cayó de la silla y empezó a gritar: Jesús sálvame que estoy sufriendo y a punto de ahogarme.
No te preocupes. Ya lo veo. Pero tienes que sabe que mis elegidos tienen que sufrir un poco, le dijo el Señor.
"No me extraña que tengas tan pocos amigos".
No hay comentarios:
Publicar un comentario